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CIRUGÍA MENTAL
S
e ocultó en un hueco umbrío y el dolor comenzó a acuciarlo. Se había propagado hasta las costillas, y no le sorprendió descubrir que tenía tres de ellas rotas. La energía eléctrica de la chispa se había propagado en diminutas ondas de choque capaces de partir el hueso y romper los capilares.
Eso decía el diagnóstico. Los datos aparecieron en su ojo izquierdo cuando los solicitó. Los brillantes iconos eran claros: las fracturas, amarillas; las hemorragias del brazo, amoratadas; para las redes de dolor, espaguetis tridimensionales azules.
También aparecieron las soluciones. No era fácil efectuar reparaciones en campaña. Invocó a dos Rostros poco usados que realizaron el trabajo duro en su nuca. Abandonaron el córtex cerebral para internarse en la maquinaria básica. La mayor parte del cerebro era un circuito para operaciones de mantenimiento. Uno no intervenía conscientemente en la digestión de la comida ni en el control de los latidos del corazón. Eso funcionaba independientemente de uno; y habría sido desaconsejable facilitar la intervención en tales procesos y arriesgarse a estropearlo todo por torpeza. Pero la reparación de un daño podía acelerarse, y en aquel momento era necesario hacerlo.
Los Rostros reptaron hasta centros operativos que alimentaban estímulos y transportaban nutrientes. Tomaron el mando. Toby supo que estaban trabajando cuando sintió un hormigueo en el brazo. Era como si le hicieran cosquillas por dentro, pero no le daba risa. Lloró un rato y se sintió mejor. Su flanco izquierdo le temblaba y sudaba.
Resonaron más explosiones en el cielo, pero eran lejanas y no le importaban. Sus sistemas trabajaban a pleno rendimiento. La reparación de huesos era complicada y lo sabía, así que procuró que su mente consciente no interfiriese en la labor.
Pero tenía que pensar en muchas cosas y no podía concentrarse en ellas. Lo atravesaron agujas de dolor. Sus sistemas detectarían el problema y estaría bien de momento. Pero no dejaba de sudar.
Empezaron los sueños.
No eran sueños, sin embargo, porque Toby tenía los ojos abiertos. Jugaban en su retina y él no podía hacer nada para detenerlos. Trató de cerrar los ojos, pero las imágenes persistían.
Viajaba en un vehículo con ruedas pero que parecía volar. Una mujer se había ofrecido para llevarlo; habían atravesado una turbulencia de aire y roca y en aquel momento sobrevolaban un lago plano. Era liso y parecía horizontal, pero también estaba en ángulo, así que viraron para atravesarlo. La oscura superficie gorgoteaba, regurgitaba y murmuraba como un líquido tormentoso; la mujer la golpeaba con una vara a intervalos de varios minutos, como si verificara su resistencia, y el líquido respondía con una vibración sólida, como el acero contra el granito.
Shibo le sonrió. Dientes brillantes y puntiagudos. Risas. Palabras tan distorsionadas que Toby no podía entenderlas ni tenía tiempo de interpretarlas. Continuaron viaje.
Pasó mucho tiempo. A Shibo le faltaban dientes. Tenía dos orejas en el lado izquierdo de la cara y ninguna en el derecho; y sólo usaba un sostén. Esto había parecido importante cuando la vio, pero ahora esos detalles perdían relevancia ante el viento desgarrador que lo barría, la vertiginosa velocidad, los vuelcos de su dolorido estómago.
—¡Qué viva todo el mundo! —gritó ella, dando una chupada a un vaporizador.
—Que viva yo, al menos —respondió Toby. Había dado unas chupadas al vaporizador y se sentía raro, pero continuaba asustado.
Algo grande chocó contra el lago negro y levantó un surtidor oscuro de dedos arqueados.
—¡Llegaremos! —gritó Shibo.
Tenía que gritar porque otras personas intentaban hablar con Toby. Sus voces descendían del cielo, pero cuando llegaban hasta él ya eran simples susurros.
En vez de estallar en gotas, las aguas negras se partían en planos.
—Deja que lo haga yo —dijo Shibo. Destrozó los planos convirtiéndolos en una lluvia de relucientes astillas de mica—. ¿Ves?
… y Toby estaba al descampado, rodando por una colina. Se partió la rodilla contra una piedra y tragó polvo. Se sofocó. Jadeó. Aquello era real, no era un sueño. Miró hacia la cuesta y vio las altas hierbas aplastadas en el lugar donde antes yacía bañado en su propio sudor. Algo le había hecho levantarse dando tumbos y caer aquí, donde estaba al descubierto. Regresó arriba a toda prisa.
Mientras subía, la rodilla le dolía más que el brazo o las costillas. Era una buena señal mientras la rodilla no estuviera dañada. Encontró el lugar donde se había acostado. Estaba húmedo y apestaba.
Pero la rodilla mejoraba. Caminó tambaleándose hasta un arroyo y se lavó por primera vez en dos o tres días. Le costaba recordarlo. Su monitor interno se lo dijo: 2,46 días en total. Era imposible saberlo con aquella luz cambiante. Se preguntó cómo el bosque se había adaptado a sus imprevisibles idas y venidas.
Permaneció un rato tendido junto al arroyo, sin fuerzas para más. Pero un hecho era indudable. Sabía lo que debía hacerse, y sabía que Quath tenía razón. Shibo le había impedido verlo, como le había impedido saber otras cosas, entreteniéndolo con espectáculos interiores cada vez más desenfrenados.
El daño y su reparación le habían restado influencia, al menos de momento. Lo cual significaba que Toby debía actuar inmediatamente, ya que más tarde pensaría en otra cosa y se dejaría distraer por una articulación que crujiría o por una picazón, y no lo haría nunca.
Regresó a rastras hasta el agujero y sacó su equipo de campaña. Las herramientas no eran las específicas para aquella tarea. Tenían orificios, ranuras, brazos de inserción e instrumentos de geometría variable, pero no eran especializadas. Y tenía que trabajar en su espalda. Operar sirviéndose sólo del tacto y hacerlo sentado, cuando hubiera preferido acostarse.
Tú no quieres hacer esto.
Toby no respondió. Era difícil manejar las puntas ajustables. Tenía los dedos entumecidos y torpes. Una punta se le cayó, y tuvo que recogerla del polvo y limpiarla. No había manera de alinear bien todos los instrumentos.
He hecho mucho por ti. Tú y yo trabajamos juntos. Tu lado femenino se integra con el mío.
Las puntas se desviaban. Las alineó y las insertó en el extremo de la herramienta-eje. No encajaban a la perfección, pero serviría.
Tengo mucho que enseñarte. Si me das tiempo, puedo darte excelentes consejos para orientarte en este lugar. Estás solo. Me necesitas.
Le costó llegar a la nuca. Se apoyó en el estropeado brazo izquierdo. El dolor le indicó que no era muy buena idea. Los Rostros encargados de las reparaciones enviaron aguijonazos de advertencia al córtex cerebral; lanzas de sufrimiento y furia, como insectos coléricos. Pero no podía hacer otra cosa.
¡Podemos pasarlo muy bien juntos! Te he mostrado mi pasado. Todo mi mundo. ¿Eso no basta?
—No quiero tu mundo.
Escupió aquellas palabras apretando los dientes. Shibo habló más deprisa cuando él logró llegar a la ranura espinal. Ahora lo atravesaban imágenes. Ruinas en sombras purpúreas. Restos de mecs en un campo de Nieveclara. Sabores de platos picantes; olores de una fresca primavera; risas en un pasillo de piedra.
Apartó la piel que cubría la ranura. Ahora tenía que operar a ciegas. Las imágenes que le cruzaban los ojos eran fragmentadas, aceleradas, cambiantes.
Estás traicionando a tu padre. Él me puso aquí. Lo hizo para guiarte. ¡Para ayudarte! Y tú te vuelves contra mí, me expulsas…
Abrió la ranura. Tanteó los micros. Las imágenes aceleradas temblaban, se deshilachaban.
Una Personalidad no puede vivir mucho tiempo encerrada en un chip. Lo sabes. Me encogeré. ¡Partes de mí se perderán! Quedaré reducida a un Aspecto a menos que me aireen, que me usen.
Las herramientas no eran apropiadas y temía dañar el chip. El tamaño de la ranura era doble para albergar a una Personalidad. Los lectores estaban concentrados alrededor del chip, en una capa de una molécula de grosor. Había una manera de extraer los lectores sin arrancarlos, pero resultaba imposible sin herramientas más refinadas, aun en el caso de haber podido ver lo que hacía.
¡No puedes hacerlo! He hecho mucho por ti. He sacado a luz todo el lado femenino de tu personalidad… Te he ayudado a madurar.
—En efecto. Soy tan maduro que estoy solo y herido en este lugar, sin Familia que me ayude a extraerte.
Yo no te he obligado a hacer esas cosas. No puedes negar que la culpa de haber huido de tu padre es tuya. ¡No ha sido obra mía!
Palpó con cuidado. Parecía que había insertado bien las puntas, pero costaba estar seguro. Tenían que coincidir con los atestados receptores del borde del enchufe.
¡Por favor! No recordaré ni pensaré nada más sin tu aprobación. No sabes cómo es. Yo tenía que…
Probó con uno. Movió suavemente el extremo, y la punta se insertó en la entrada y encajó. No sabía qué sucedería si sacaba sólo una parte del chip. Shibo estaba unida a él por medio del circuito rígido de la base del cráneo. ¿Podría liberar el chip sin dejar una parte de Shibo dentro? No lo sabía.
Haré lo que quieras.
No había razón para esperar. Cogió las puntas con fuerza y aspiró profundamente.
¡Aguarda! ¡Por favor!
Durante un buen rato no pudo moverse. Ella le había inmovilizado los músculos y Toby sintió el pleno impacto de su furia.
Había sido una mujer maravillosa, pero vivir de aquella manera la había transformado. Llevar una Personalidad era mucho más difícil que llevar un Aspecto, pero algo más había sucedido entre ellos. Algo relacionado con ella y él, la imponderable mezcla de personas. Tal vez no fuera culpa de ninguno de los dos.
No sabía si la verdadera Shibo podría regresar alguna vez como Personalidad, pero ahora no se trataba de eso, y así se lo dijo en un fogonazo de estrecho contacto mutuo, no con palabras sino con aguijonazos de remordimiento.
Dos latidos. Luego la respuesta.
La furia de Shibo lo sacudió. Le tembló la mano derecha. Se le entumecieron los dedos. Le costaba sostener las puntas. Se le cortó el aliento.
Ella actuaba deprisa, probándolo todo. Se le contrajo el esfínter, le dolieron los testículos, una espasmódica sacudida nerviosa le recorrió la piel. Se le congeló el pecho. La mano le colgaba con el pulgar torcido, los músculos agarrotados.
Se obligó a relajar la mano derecha y aflojó la muñeca. En la reacción de sus músculos revirtió la tensión contra ella y se movió.
Tiró de las herramientas en todos los sentidos. Se soltaron.
No no puedes te amo, amo a Killeen amo a todos no me hagas esto basta por favor por favor no puedo no puedo no puedo.
Extrajo las puntas, ensangrentadas y con jirones de piel. Su cuerpo tiritó como un solo músculo. Un espasmo violento, gotas de sudor. Sus pulmones resollaron como si hubieran estado bajo el agua.
El húmedo bosque que lo rodeaba se encontraba al final de un túnel largo y sombrío. Enjambres de moscas rojas zumbaban en torno a las paredes del túnel.
Se cerraba a lo lejos, en la oscuridad.
Se metió en él.