3
NEGRURA LEJANA
E
l hombre era un enano arrugado, pero no parecía importarle.
—¿De qué era sois? —preguntó, conduciendo a un grupo de cinco oficiales y a Toby en la penumbra por un pasillo largo. Una conejera sombría de techos bajos. Las botas vibraban sobre la dura superficie de cerámica. Nadie respondió, esperando a que Killeen rompiera el silencio; pero él callaba.
El enano se encogió de hombros.
—Bastante reciente, al parecer.
Toby no había presenciado la primera reunión entre Killeen y aquel sujeto bajo y musculoso, pero no parecían haber llegado a ningún acuerdo.
—De después de la Calamidad, como ya he dicho —explicó Killeen con calma, aunque apretaba los labios, tenso.
—Aquí eso no significa nada, amigo. Bien mirado, la vida entera es una gran calamidad.
—Venimos del planeta Nieveclara, y te agradeceré que te guardes tu filosofía.
El enano enarcó las cejas, mirando al capitán.
—Vaya, conque estás hecho todo un crítico, ¿eh?
Killeen hizo una mueca. Toby notó que su padre procuraba adaptarse a una situación totalmente desconocida. Extraña, aunque con apariencia de normalidad.
—Nuestro mundo fue destruido —dijo Killeen—. Hemos venido aquí guiados por portentos y mensajes…
—Imagínate… me hice instalar un chip para poder hablar esta jerigonza vuestra. Así que mira, amigo, apreciaría un poco de «anchura de banda». Cada tío que llega a trompicones desde un agujero del esti cree que deberíamos conocer toda su historia, hasta los hoyuelos de su trasero cultural.
—Espero respeto para una delegación de un lugar lejano…
—Ya obtendrás el respeto de los sujetos que están detrás de los escritorios. Yo tengo trabajo que hacer.
Llegaron al final del pasillo. Más allá se abrían más pasajes.
—No he entendido lo que has dicho antes —dijo Toby—. ¿Qué es este lugar?
El enano lo miró pestañeando.
—Sólo un vulgar portal de entrada. Mejor que la mayoría, diría yo, y…
—Pero ¿un portal hacia dónde?
—Hacia el esti.
—¿Y qué es eso?
—Esti. Es por espacio, ti por tiempo.
Siguieron al enano por un pasillo. A su paso las puertas se abrían y cerraban automáticamente con un susurro.
—¿Quieres decir que aquí estamos en otra clase de espacio-tiempo?
Para Toby el lugar resultaba abrumadoramente aburrido.
—Los chicos no aprenden mucho últimamente, ¿eh? —dijo el enano mirando a Killeen.
Toby comprendió que el hombrecillo sabía que él era joven, a pesar de que Toby le llevaba un palmo, y buscaba un modo ácido de decirlo cuando Killeen murmuró:
—Todos agradeceríamos saber qué demonios es este lugar.
—Un fragmento estable de esti complejo. Habitado. Gobernado. Y ahora que lo mencionas, no he oído ninguna palabra de agradecimiento por sacaros a todos de la Negrura Lejana.
—Os lo agradecemos —dijo Killeen sinceramente—. Nosotros…
—Yo pagarás por todo esto, capitán, así que no derroches sinceridad. En este momento…
—¿Quién fabricó este «esti»? —preguntó Toby de mal humor—. ¿Vosotros? —Miró dubitativamente al hombre.
—¿Fabricar? —El enano se encogió de hombros—. Siempre estuvo aquí.
—¿Cómo es posible? —preguntó Toby—. Frente al mayor agujero negro de la galaxia…
—Mira, hay cosas que la gente que vive en planetas no comprende. No tiene ningún sentido preguntar quién fabricó el esti cuando tiene su propia línea temporal, ¿entendéis?
Toby no lo entendía.
—Sólo quiero saber…
—Ya basta. Vamos, peleones, tenemos que filtraros. —El enano los había llevado a una habitación pequeña—. No tardaremos mucho.
Las paredes eran amarillas y esponjosas. Toby seguía intrigado por los comentarios del hombrecito. Killeen iba a decir algo cuando el enano salió de un brinco, con una sonrisa burlona. Una lámina oculta bajó, encerrándolos.
—Nos ha tendido una trampa —exclamó Cermo, alarmado—. ¿Y si…?
De pronto el aire pareció comprimirse. Luego, por el contrario, la presión disminuyó, hinchando los tímpanos. En el cielo raso aparecieron lentes que los ducharon con ráfagas de luz brillante y frágil. Toby cerró los ojos con fuerza pero los destellos le aguijoneaban la cara y las manos.
Aquello duró un buen rato. Los Bishop gritaban, amenazando con abrir un boquete en la pared. Pero Killeen les ordenó que se callaran.
—No veo ninguna amenaza. Calma.
Una presencia zumbona parecía sondearles la piel con manos invisibles. Les inspeccionaron las armas, el equipo, el atuendo. Toby trató de ver de dónde procedía aquello. Su sistema sensorial no le facilitaba más que una ruidosa mezcolanza de señales. Estaba mirando un punto de la pared cuando se abrió en ella un agujero circular que creció rápidamente. Pronto hubo otra puerta.
Del otro lado estaba el enano, con aire aburrido.
—Estáis aceptablemente limpios. No tenéis esas esporas espías de los mecs que hemos tenido últimamente. ¿De dónde dijisteis que veníais?
Tropezaron unos con otros en su afán por salir de aquella habitación atestada. Debido a un largo hábito, los Bishop preferían los espacios abiertos. Killeen dijo con estudiaba indiferencia:
—¿Quién desea saberlo?
—¿Mmm? —Entre otros amaneramientos irritantes, el enano tenía la costumbre de mirar el vacío, como si consultara a un Aspecto. Un Bishop cortés al menos habría mirado a su interlocutor—. Oh, creía que ya os lo había dicho. Soy Andro, especialista en impuestos. Me cercioro de que los visitantes no traigan proffoplagas, siggos o microojos.
—¿Siggos? —preguntó Toby.
—Sois postArcología, ¿verdad? Aun así, tendríais que haber oído hablar de esto. Los siggos son bombas de esti, simpáticos ingenios mecs. Peligrosas, del tamaño de una célula cutánea… y su mismo aspecto. Pueden abrir un boquete en cualquier esti que tengamos.
—¿Cuántos estis…? —quiso preguntar Killeen, pero Andro ya se alejaba con su rápido andar de enano. Toby notó que el hombre, que estaba más cerca del suelo, casi podía patinar, sin molestarse en levantar los pies. La gravedad era allí menor que en el Argo, y los oficiales, presa de la excitación y la confusión, andaban a brincos.
Toby supuso que postArcología significaba posterior a la Era de las Arcologías. ¿Ese enano impaciente conocía su historia?
—¿Adónde vamos? —preguntó Killeen.
—A fregaros.
Lo cual resultó ser como ponerse bajo un microscopio para que los palparan gigantes. El enano daba vueltas a su alrededor, acribillándolos a explicaciones, retrocediendo, batiendo palmas.
Algo recogió a Toby, lo palpó, lo tanteó y lo olió. Su ropa caracoleó liberándose de él. Desapareció volando por el aire húmedo. Toby gritó, y sólo escuchó el eco. Luego una red de materia serpenteante lo sostuvo cabeza abajo mientras cordeles vivientes y pegajosos le recorrían el cuerpo, internándose en sus oídos y por otros orificios más íntimos. Cabeza abajo, con los brazos sujetos por una concha blanda pero insistente, recibió un baño. Fragante, entusiasta, feroz, que penetró también en cada recoveco conocido de su cuerpo, y aun en algunos que desconocía.
La concha lo soltó y Toby cayó. Se zambulló en una sopa verde. Emergió escupiendo, y una pulsación de campos magnéticos lo llevó hacia una playa arenosa. Lo asió por sus muchos implantes metálicos y lo arrastró por la arena áspera y rojiza, que lo lamía, murmurando como una muchedumbre microscópica, pero que no le lastimó ni le irritó la piel. Era como si la arena fluyera a su alrededor ejerciendo sobre él apenas la presión necesaria para mantenerlo donde quería. El enjambre de arena le recorrió el cuerpo, le sondeó las fosas nasales, los oídos, el recto; murmuró con desagrado y se retiró con un suspiro. Toby se incorporó temblando. Granos de aquella arena áspera le caían de las narices. Le lamieron el rostro y se le metieron entre el cabello, riendo.
Toby no tenía ánimos para reírse. Salió de la playa justo cuando Jocelyn caía de una nube, dando volteretas, y se zambullía en la sopa verde. Gritaba y jadeaba.
—Cálmate y déjale hacer —le aconsejó Toby.
El consejo no sirvió de mucho. Jocelyn abofeteó airadamente la sopa verde. El líquido la rodeó y los flujos magnéticos la aferraron en una posición más bien embarazosa para una dama, rodeándola como sogas. Por el ojo del sistema sensorial, Toby vio que Jocelyn caía en la playa, escupiendo.
Toby se desinteresó de las tribulaciones de Jocelyn. Trepó por una duna de arena y una pared de niebla perlada. Más allá esperaba el enano, sosteniendo una suave bata amarilla.
—¿Dónde está mi ropa?
—La están reeducando —dijo Andro con aire distraído.
—¿Qué?
—Usa esto mientras comes.
—¿Porqué?
—Es tu tutor.
—No sabía que me hubiera matriculado.
—Todos los que entran por Puerto Athena asisten al curso, rascacielos.
—¿Rasca qué?
—Es una palabra antigua. Significa que eres innecesariamente alto.
—Fea palabra. A mí tú me pareces muy bajo.
—Unos días de chocar con la frente contra las puertas te darán una buena lección.
Toby se encogió de hombros y se puso la bata amarilla. Le sentaba bien, y se ciñó a él con elegancia.
—¿Cuándo volveré a tener mi ropa?
—Cuando se haya graduado —explicó Andro—. Por ahora, irás así.
—¿Y por qué?
—Si no comes, no aprendes, chico. —Andro bostezó y cogió otra bata de un montón cercano. Jocelyn llegó por la pared de niebla murmurando, agitando los pechos como dos furiosos ojos rojos en busca de pelea.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó.
—Inspección de aduanas —respondió el enano, mirando el vacío por encima de su hombro.
—Gusano, no me hables…
—Cúbrete, muchacha…
—¿Crees que puedes…?
—O serás citada por publicidad engañosa.
Jocelyn parpadeó, se sonrojó y no supo si enfadarse o no. Toby se alejó, trotando por el pasaje que Andro había señalado.
Una cafetería, pura y simple. Grandes recipientes de hortalizas fragantes, salteadas, fritas o flotando en extrañas salsas. Todo burbujeando bajo luces indirectas, servido por autobrazos. Para su sorpresa —aquí sólo parecía haber sorpresas, aunque pocas respuestas— le gustó la comida. Gorgoteaba y resbalaba cuando intentaba morderla, soltando deliciosos aromas. Estimulante, provocativo.
Era comida, no cabía duda, pero era imposible morderla. Se escurría de los dientes como si le leyera el pensamiento. (Más tarde, esto le pareció una clara posibilidad). Se cansó de chasquear los dientes en vano y aceptó la situación, limitándose a tragar aquella cosa suave y deliciosa. Bajaba fácilmente, casi felizmente, pensó, una idea absurda. En su estómago estalló en tibias oleadas de satisfacción. Se reclinó a disfrutar de la sensación, que era aún mejor que la comida. Permanecía así, con la mirada perdida, cuando pasó el enano, resopló, le metió otra cucharada en la boca y dijo:
—Sigue estudiando.
Los otros Bishop parecían estar disfrutando igual. Después de las penurias y tensiones, algunos lo celebraban atrincherados alrededor de dos pequeñas mesas. La comida de a bordo nunca había sido muy sabrosa. La variedad les levantaba el ánimo. Charla, bromas, risa purificadera.
Esto activó la alarma en Toby. Se preguntó si los estaban distrayendo, drogando; pero el enano parecía más aburrido que calculador. Y al cabo de un rato su mente se despejó. Se sentía mejor, pictórico de energía. Y la bata había empezado a frotarlo y masajearlo agradablemente. Se arremangó y le sorprendió ver su intenso bronceado un poco más claro. Llevaba el vello de las axilas cuidadosamente recortado. Estudió la tela. Había pequeños fragmentos de piel apresados en sus diminutas fibras. La cerrada urdimbre de la bata devoró y digirió esas partículas.
Bien, pensó, era un modo raro de darse un baño.
Andro se acercó, moviendo rápidamente las piernas rechonchas, vio que los cuencos estaban vacíos y chasqueó los dedos.
—Ahora, hablemos de negocios. ¿Quién tiene la licencia?
—No respetamos ninguna autoridad, salvo la de nuestra Familia —dijo Killeen.
—Vaya. Bien, yo nunca he estado muy de acuerdo con este asunto de las Familias… capitán Killeen, ¿verdad? —El enano tendió la mano derecha y Killeen quiso estrechársela. Sin embargo, el enano se miró la palma, ignorándole. Toby vio que la piel del hombrecito se convertía en una pantalla en la que se veía un documento—. Humm, me temo que no hay documentación.
—Los Bishop de Nieveclara —dijo Killeen con impaciencia.
—Hay muchos Bishop, un grupo de ellos en la mayoría de los planetas. Ace y Trey en otros. Blue y Gold en otros más…
—¿En la mayoría de los planetas? —preguntó Killeen con incredulidad—. ¿Quieres decir que compartimos el nombre?
—Y también los genes. —Andro no lo miraba. Se tocaba las yemas de los dedos de su mano-pantalla. Toby vio que la imagen cambiaba, presentando más documentos.
—¿Quieres decir que tenemos parientes en otros lugares? —preguntó Jocelyn.
—Esa fue la estrategia de la Agachada —resopló Andro con desdén—. ¿Ya no os enseñan historia?
Los Bishop se miraron sorprendidos.
—Creíamos que éramos los únicos Bishop —dijo Toby—. Nuestro linaje se remonta a los Candeleros, según algunos.
—Así es. Pero no podíamos correr el riesgo de que se perdiera todo un linaje familiar. Así que lo difundimos. ¿No hay ningún Pawn con vosotros?
Killeen parpadeó.
—Pues no. Fueron exterminados por los mecs.
—¿Veis? Ese es el riesgo. Qué pena… yo soy medio Pawn.
—¿Tú? —Toby no pudo ocultar su asombro—. Un pequeño…
—Nos atuvimos a las especificaciones originales, niño. —Andro torció la boca socarrón—. Respetamos la tradición, por si no lo has notado. Los que viven en planetas siempre se aumentan el tamaño, es infalible.
—Los que no lo hicieron fueron presa de los mecs —rezongó Killeen.
—Es verdad —intervino Cermo—. Necesitábamos energía, sensores, capacidad de portación, tecnoelementos. Eso suma peso.
Andro miró a Cermo con los ojos entornados.
—Como es obvio. No es nada de lo que haya que avergonzarse, os lo aseguro. La mayoría de la Familias lo hacen cuando la competencia mec se pone difícil. Les resulta duro desprenderse de la masa en cuanto llegan aquí, sin embargo. Y se ponen mal con sus dietas perpetuas.
—¿Aquí hay otras Familias? —preguntó Killeen, sin ocultar su asombro.
—Las tenemos todas… incluso las plantillas originales, en alguna parte.
—¿Los primeros Bishop? —preguntó Jocelyn, pasmada—. ¿De los Candeleros?
—¿Eh? Oh, naturalmente… en alguna parte. Y en algún tiempo. —Andro dejó de teclearse los dedos, se leyó la palma y unió las manos con un crujido seco. Cuando las separó la pantalla había desaparecido y la mano derecha tenía el mismo aspecto arrugado y sucio que la otra—. Eso es todo. Hay un mensaje de bienvenida para vosotros. Alguien os esperaba.
—¿Quién? —preguntó Killeen.
—No sé. Soy un inspector, no una biblioteca.
—¿Dónde podemos encontrar ese mensaje?
—Tengo que consultar a la Regencia.
—Vamos, pues.
Él lo miró con picardía.
—¿Seguro que no tienes licencia?
Killeen entornó los ojos.
—Pequeño, acabamos de pasar…
—Sé por dónde acabáis de pasar… si sois quienes decís que sois. Carne fresca, recién llegada de las colonias.
—¿Colonias? —Jocelyn estaba estupefacta—. Éramos los últimos que resistían en Nieveclara hasta que…
—Lo sé —dijo Andro—, es una historia que ya he oído antes. Los últimos de vuestro planeta. Lo cierto es que sois los mejores, pues habéis llegado aquí.
—Los mecs liquidaron a las otras Familias —dijo Jocelyn.
—Lo que acabo de decir. Podemos usar a gente que sabe apañárselas para conseguirse la cena. O eso dice el discurso oficial. Yo me pregunto si ya no tenemos a demasiada.
—¿A qué viene lo de la licencia? —preguntó Toby.
—Niño, te asombraría cuántos mercaderes tratan de disfrazarse de palurdos y llegan aquí creyendo que pueden engañar al recaudador de impuestos. —Andro lo estudió—. Se atiborran de bioemergentes para parecer grandullones un par de días. Luego tienen que orinarlo todo. Humm, tú eres el más pequeño…
—No soy un impostor —protestó Toby, ofendido.
—Humm. Supongo que no. No pareces lo suficientemente listo para serlo.
Toby se enfadó.
—Oye…
—Os aprobaré, pues. —Andro arrugó la nariz, como si hubiera tomado una decisión—. Podéis pasar. Pero nadie más de la nave entrará mientras no hayáis visto a la Regencia. Son las reglas.
—¿Por qué? —Killeen apretó la mandíbula, conteniendo apenas su irritación—. Mi tripulación quiere salir. Todos. Hemos pasado años encerrados…
—¿Crees que la Regencia quiere una turba de inocentes deformes deambulando por la ciudad? —Andro señaló las murallas con una mano.
—¿Esto es una ciudad? —preguntó Toby, pensando que debía tratarse de una confusión idiomática. Las ciudades de los tiempos antiguos eran elegantes, airosas, lugares de música dulce e iluminación.
Andro rio entre dientes.
—No, hijo, esto es una celda de recepción. Voy a enseñaros la ciudad.