1
EL VIENTO DEL ESTIO
L
a ciudad de los enanos quedó atrás.
Toby y Quath avanzaron deprisa, cubriéndose en los edificios desperdigados, y luego en un tupido bosquecillo de árboles extraños y raquíticos. Estos se elevaban a creciente altura conduciendo a una sinuosa garganta de roca. Toby trataba de no pensar en la confrontación con su padre, refugiándose en el puro placer de la huida. Corría con vigor.
‹Creo que estamos siguiendo una senda peligrosa›.
—Más peligroso es quedarse allí.
Peligroso, se preguntó Toby, ¿para quién? No era la palabra adecuada, pero no quería revisar sus sentimientos en aquel momento. Era hora de actuar.
‹En las descripciones de este lugar, que yo consulté y tú lamentablemente no, hay severas advertencias contra el mismo. No comprendo del todo la índole de estas prohibiciones, pero parecen reflejar un inherente [intraducible]›.
—Me son de gran ayuda, tus [intraducible].
‹Sigues trastornado›, envió Quath.
—Déjame en paz, por favor.
‹No sé cómo explicar los cambios que ha sufrido Killeen›.
—Los humanos son difíciles de entender, como dijiste una vez.
‹Yo sabía que tenía la obsesión de venir aquí. Su sombra cae sobre sus recuerdos de Shibo. Pero no pude prever que el amor por esa mujer se interpondría entre vosotros›.
—Tampoco yo. En cierto modo necesita más ese amor que los Legados… o que a mí.
En su mente surgieron imágenes inconexas, ondas de sensación, fragmentos de ideas entrevistas que se desvanecían con rapidez. Shibo acechaba justo detrás de sus ojos nerviosos.
No puedes comprender lo que sucede aquí, y tampoco Killeen. Te pido que te relajes, que no te esfuerces tanto.
Toby sintió un arrebato de indignación.
—Oye, es a ti a quien estoy salvando.
Del desgaste de la vida real, sí. No creas que no te lo agradezco. Y sería lo mejor para nosotros permanecer juntos al menos cierto tiempo.
Su dolida irritación se convirtió en agradecida calidez.
—Tú lo quieres. Yo lo quiero. ¿Por qué mi padre no lo entiende?
No creas que esto te exime de tus obligaciones para con la Familia.
El susurro de Shibo había cobrado un filo acerado.
—¿Qué obligaciones?
Encontrar a Abraham. Continuar con el cometido de la Familia.
No tenía respuesta para aquello.
La Personalidad Shibo lo envolvió, fría y altiva. Hablaba con frases más largas que las que usaba la Shibo real. Su Personalidad había comenzado a adquirir el estremecimiento ansioso de las criaturas de los chips, un matiz totalmente distinto al de la Shibo viviente.
¿Estaba aprendiendo de Isaac, Zeno y los demás las extravagancias de los veteranos? Toby intuía vagamente unos cambios en ella pero esperaba que no fueran importantes.
Caminó ágil entre los árboles, saltando sobre zarzas nudosas. Quath utilizaba sus piernas cortantes para seguirle. «Lejos, fuera, libre».
Había escapado del casco metálico del Argo, se había liberado de la mano de hierro de su padre, y eso le enviaba un torrente de energía a las piernas. En su infancia había aprendido el arte de huir de las penurias mediante el movimiento constante, y ahora recobraba esa alegría. Así que cuando el suelo comenzó a deslizarse y retorcerse bajo sus crujientes botas, le pilló desprevenido.
—¡Quath! Algo…
‹Te lo he advertido. Se trata de sectores cerrados de espacio-tiempo. Tienen su propia atmósfera y biosfera. Nadie suele visitarlos, según Andro, porque se encuentran dentro del esti articulado que refleja…›.
—¿Qué está pasando?
Turbulencias, nieblas repentinas. Alrededor de Toby el espacio temblaba con una porosidad inquietante. Era como si las moléculas de aire plomizo sorbieran la sustancia de Toby, con bocas diminutas que le producían hormigueos y sobresaltos.
Los árboles esqueléticos lo azotaban como si un viento furioso los agitara, a pesar de que Toby no notaba más que calma en el aire.
Luego, un desgarrón en los pies, las rodillas… y echó a volar, sin peso. Los árboles sólo eran sombras azules y borrosas. Quath era una mancha parda cuyo tamaño disminuía.
¿Ilusión? Lo ignoraba, pero un puño se cerraba y abría en su estómago. El problema quedó resuelto cuando Quath se hinchó, se estiró formando gotas titilantes de color terroso y chocó contra él, golpeándole el pecho.
—¿Qué ocurre?
‹Aférrate a mí. Lo [intraducible] nos apresa›.
—¿Qué significa ese condenado [intraducible]?
‹Nos desplazamos en un ámbito estocástico›.
—¿Un qué?
‹La evolución del esti urdida por el tiempo. ¡Agárrate a mis patas!›.
Toby abrazó una pata cobriza y bruñida. Remolinos rojizos y vientos aseladores le tironeaban de las piernas, le arrancaban las botas. Una rechinante mancha roja de aire torrentoso formó raíces sucias frente a él: una planta nacía de la nada.
Se aferró con todas sus fuerzas y sintió estallar sus articulaciones. Los sellos de su microhidráulica ansiaban abrirse. Expandió su sistema sensorial.
Lo inundaron sensaciones aullantes. Tiraron de sus ojos. Trastornaron su sentido del equilibrio hasta convencerlo de que sostenía a Quath en brazos, un peso enorme agobiándole el cuello y los hombros; de repente Quath colgaba sobre un pozo, un negro abismo de fuegos rojos y furia rugiente.
¡Tenía que impedir que Quath cayera en él! Sintió que sus tobillos se tensaban y estiraban, como metal al rojo, alargándose en imposibles cordeles de músculo desgarrado…
Luego avanzó como un bólido, rozando las paredes, por un tubo sinuoso donde crecían costillas flacas a medida que él giraba, con Quath a su lado.
‹Aguanta, estoy perdiendo una pierna›. Un tubo se desprendió, chocó contra Toby.
—¡Ay!
Quath giraba alrededor de Toby, asiéndose con un brazo retráctil. Se lo había arrancado, y lo usaba para aferrarse. Toby inhaló, olió la acidez de su propio miedo.
—¡Quath!
Pero la cabeza marfileña que se volvía para mirarlo era una masa cambiante de cuencas desorbitadas y pedúnculos oscilantes, de rostros profundamente extraños; no tenía una expresión sino muchas. Ojos y bocas y mejillas y mandíbulas resbalando una contra otro; las personalidades de su amiga desperdigándose por la enorme cabeza.
Ilegible. Aquello asustó a Toby más que los agobiantes colores y los vientos desgarradores, causándole escalofríos.
El jadeo de Quath era ronco pero sereno, resignado.
‹Calma. Aguanta. Es el ámbito estocástico. Los trabajos aleatorios del esti›.
Un viento invisible despejó una niebla perlada, y Toby vio abajo —aunque ahora no caían hacia ninguna parte— un montón de orificios diminutos en una extensa llanura. Los orificios bailaban, refractados por la distancia.
Volaron sobre la llanura como si el viento los impulsara, en un silencio roto sólo por un campanilleo suave, como de voces diminutas. Un orificio se hinchó y Toby distinguió en él pequeñas protuberancias. Amplió la vista de los nódulos y descubrió que sus crestas estaban coronadas por trazos blancos. Comprendió que eran montañas de pico nevado.
Toby apreció el tamaño de la cosa que veía: una llanura que se extendía en una brumosa infinitud; un mundo chato lleno de poros, de bolsones que se abrían y cerraban como bocas resbaladizas.
‹Aguanta›, insistió Quath.
Se inclinaron a un costado. Toby apenas lograba mantener ambas manos enguantadas sobre Quath. Vientos turbulentos, aceleración vertiginosa.
Las cumbres pasaban como riscos diminutos. Algo chocó contra ellos con un duro golpe, alejándolos de una caverna donde bullían formas hurañas. Un súbito viraje, y de nuevo sobrevolaron la planicie. Multitudes de orificios batían y hervían como una muchedumbre furiosa. La garganta de la gravedad.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Toby.
‹Las Vías, creo. Así las llamó Andro›.
—¿Lugares adonde ir?
‹Sí, si supiéramos cómo desplazarnos en este entorno. Pero creo que nadie posee ese conocimiento… ni puede poseerlo›.
—¿Adónde vamos?
‹No creo que haya respuesta para eso, hasta que lleguemos›.
—Me estoy arrepintiendo de esta idea, insecto.
‹Demasiado tarde. Todo acto tiene sus consecuencias›.
El sombrío pero expeditivo tono de Quath era alarmante. Toby se aferró a la pierna de la alienígena y observó el crecimiento de un orificio en las inmediaciones. Comprendió que iban hacia él, girando y dando tumbos, mientras fuerzas caprichosas le sacudían las piernas y los brazos y hacían que sus oídos le zumbaran. Contuvo la náusea que le subía a la garganta.
Aguanta. Sólo un poco más. Si pierdes a Quath…
El orificio se replegó. Toby tuvo la desagradable sensación de que se disponía a tragárselos. Y eso hizo.
A desgarradora velocidad atravesaron espacios transparentes, y los ojos se le enturbiaron y se le llenaron de lágrimas. Entonces escuchó un ruido áspero, y se encontró con Quath en un campo de hierba tosca y ondulante. Se palpó el cuerpo, se sentó.
Sus músculos protestaban. Le parecía tener los huesos descoyuntados.
Quath, también tambaleante, ya escudriñaba la cuenca curva que los rodeaba por completo. Toby no veía de dónde habían caído, pero una pequeña mota parpadeaba en el cielo, insinuando un vasto espacio allá arriba, y de pronto desapareció.
—Me siento desgarrado.
‹Un clima más inclemente te habría desgarrado. Y a mí también›.
—¿Eso era clima?
‹Clima esti. El espacio-tiempo respondiendo a la adición de más materia. Rediseñándose de manera autocoherente›.
Toby se sentía magullado.
—No lo entiendo. ¿Qué ha pasado?
‹El esti se flexionó y nos arrastró. Estamos en una Vía diferente de la anterior. Un espacio-tiempo distinto, aislado de todos los demás. Las Vías sólo se intersectan cuando se producen reajustes›.
—¿Y está sucediendo ahora? ¿Cómo es eso?
‹¿Recuerdas la estrella que se partió? Está descendiendo por el disco. La incorporación de su masa impone el reajuste de toda la geometría próxima al agujero negro, este esti incluido›.
Toby recordó que aquella zona esti se había hinchado a partir de la ergosfera. Mundos dentro de mundos, todos anclados de algún modo.
—¿Qué lo mantiene unido?
‹Nadie lo sabe. Pero sigue así›.
—Comienza por el esti, entonces. ¿Qué lo mantiene alrededor de un agujero negro, cuando se supone que dicho agujero come estrellas para desayunar?
‹Supongo que sería como preguntar por qué un dibujo permanece en el papel cuando deslizas el papel por la mesa›.
Toby se frotó los hombros, luchando contra el entumecimiento. Sentía los músculos agarrotados y tenía que darse masajes para que se le aflojaran. Se recostó, agotado.
—De manera que este esti está inscrito en el…
‹No te esfuerces. Tu lenguaje no permite expresar los conceptos. El esti es un surco espaciotemporal encastrado en otro espacio-tiempo que, a su vez, está curvado por el agujero negro. El esti es un hoyuelo estable en esta curvatura global. Un pozo. Un refugio›.
Toby acarició la hierba blanda y húmeda. Al principio la hierba retrocedió. Luego le acarició los dedos.
—Esta hierba… ¿es materia esti?
‹No, sólo el fundamento es espacio-tiempo plegado. En él crece materia común›.
—Vaya. Es agradable saber que la hierba todavía es hierba.
‹Crece dentro de un bolsón de espacio-tiempo como un capilar en la pared de una arteria palpitante›.
Toby se tendió y dejó que Quath hablara. Ella trataba de explicarle ideas difíciles de captar. Reflexionó y finalmente decidió limitarse a aceptarlas.
A los primates, le había dicho Quath una vez, les gustaba razonar por analogía; cuando sostenían una naranja veían que se parecía a un planeta. Allí se necesitaba un enfoque parecido. Capilares, arterias, el esti como flujo.
Pero la percepción de aquel lugar era totalmente insólita. Texturas tensas le cosquilleaban en la piel. El aire se estiraba y se encogía como si fuera de goma. Desde abajo llegaban temblores que se propagaban en el algodonoso manto de arriba. ¿El esti se ajustaba? Las ondas estaban por debajo de su capacidad auditiva, pero notaba en los huesos su pulsación pesada.
Y por encima de todo la inquietante sensación de sentirse observado. Tentáculos sondeando su sistema sensorial. Cuando se centró en ellos, se dispersaron.
Toby se quedó boquiabierto.
—Una tierra fértil como el bolsillo de Dios.
Una nube se disipó; en lo alto se extendía una vasta y curva estera verde, jaspeada de amarillos y rojos vibrantes. Una tierra lejana.
El techo de la Vía se arqueó sobre ellos, como si se encontraran en un gran cilindro giratorio, aplastados contra sus paredes por la fuerza centrífuga. Pero no había rotación, según Quath. O nada que para los humanos fuera rotación. En cambio, el esti se mantenía unido con su propia curvatura de… sí mismo. Toby se esforzó por entenderlo, pero no lo consiguió.
Y por todas partes, los bosques moteados. Había visto algo parecido en imágenes antiguas, en vistas invocadas por los Aspectos y enviadas al sistema sensorial de la Familia como diversión tras un largo día de trabajo; pero siempre las había considerado invenciones, obras de arte, meras fantasías de un pasado muerto. Un verdor lozano sin final.
‹Los humanos y otros han modelado el esti a su gusto. Cuando Andro examinaba vuestros Legados, tu padre me contó, que contenían una referencia a este lugar. En otras épocas lo llamaban el Reducto›.
—¿Es otro acertijo?
‹No, era un lugar de retiro. Entiendo que la humanidad, y otras formas con base de carbono, vinieron aquí hace tiempo para escapar de los mecs›.
Brotaba luz de una colina rocosa de las cercanías. Toby se levantó, nervioso a pesar de la calma que los rodeaba. Caminó hacia la piedra reluciente y la pateó con la bota.
Por mucho que pateó, no logró arrancarle ninguna astilla. La piedra irradiaba un resplandor marfileño. Nudos de esti gaseoso escupían luces que alumbraban los recovecos sombríos con focos de exploración: faroles etéreos flotando en un viento invisible.
Gradualmente la luz se atenuó. Las sombras aureolaron la roca, aparentemente sólida, como si un sol se estuviera poniendo en las entrañas de la brumosa piedra. Haces de resplandor solar bailaban en su interior, como una promesa estival internándose en una caverna acuosa. Toby se sintió suspendido sobre un abismo de nada desde una costra que le impedía zambullirse en… ¿qué?
Un hormigueo de inquietud le recorrió la espalda. En el corazón de aquella roca jugaban luces. Un abismo de nada. Colgaba sobre profundidades resentidas.
Abandonó sus cavilaciones. No tenía tiempo para meditar. Pidió a Isaac una síntesis geológica. El Aspecto, como era de prever, quiso soltarle un discurso sobre el deslizamiento de los planetas. Toby lo interrumpió.
—Este material parece una especie rara de piedra caliza.
‹Lo llaman piedra de tiempo›.
—Pero ¿qué es?
Quath quiso explicárselo, pero Toby no podía concentrarse en la conversación, absorto como estaba en la sensación resbaladiza que todo le producía allí, tanto la roca como el aire. Dejó que la información se desviara a su asamblea interna; allí, porciones sustanciosas de la misma alimentaron a los Aspectos y Rostros y a la única Personalidad que la formaban. Todos la absorbieron ávidamente, mientras él se limitaba a sentir, sin pensar casi. Shibo preguntó:
¿Conque la ciencia ha cogido el tiempo y lo ha transformado en una suerte de espacio?
Toby comunicó esto a Quath, quien respondió:
‹El esti es una palestra donde luchan partículas y campos. Quizá en un principio sólo existía un esti curvo, y todo lo demás, la materia y el movimiento, se originó en la curvatura del esti›.
Toby notó que esto desconcertaba a Shibo.
¿Ni siquiera existían fragmentos pequeños? ¿Guijarros, arena? Así que, en el fondo, ¿todo es esti?
Isaac intervino.
Hace mucho tiempo que nuestra ciencia abandonó la noción simple de que la física era geometría. Pero en este lugar…
Incluso Isaac parecía abrumado por la muda extrañeza del lugar.
Y esa extrañeza sacaba de quicio a Toby.
—Vamos, sigamos andando.
‹¿Hacia dónde?›.
Alejarse del peso de su padre y su Familia había sido liberador, pero ahora no sabía qué pensar.
—Con seguir en movimiento basta. Necesito pensar.
Anduvieron un rato en silencio. El silencio de Quath creció hasta transformarse en una crítica, mucho más difícil de refutar puesto que era muda.
Avanzaron hacia una distante loma verde creyendo que era una colina cubierta de hierba desde donde obtendrían una panorámica mejor. Pero cuando se acercaron, Toby vio estratos estriados, colores mezclándose: amarillo fuego con pardo rojizo jaspeado de azul. Astillas de color esmeralda brotaban de ella como si en su interior luchara la luz.
De pronto un peñasco escarpado creció sobre ellos, pugnando por nacer. Se desprendió una lámina, crujiendo y resonando, rizándose como el pétalo de una flor inmensa. Se liberó por su base.
Toby retrocedió tratando de alejarse. Pero la lámina no cayó.
La capa ondulada se comprimió, contrayéndose a lo largo y a lo ancho, encogiéndose, quejándose con gruñidos pétreos, despidiendo rayos anaranjados y líquidos, como si en su interior ardiera un fuego invisible. Sus bordes enrojecieron y se rizaron hasta mostrar un acabado pardo. Seguía encogiéndose y soltando llamaradas por las grietas. De pronto la lámina desapareció. Un ventarrón tumbó a Toby. Era como si alguien le hubiera golpeado la frente con una vara.
‹El esti no puede durar›. Quath parecía inquieta. ‹Tal como sospechaba›.
—¿Adónde se ha ido?
‹A otra parte›.
—¿Por qué?
‹He llegado a la conclusión de que, en el esti, una construcción mantiene la propiedad de existir en precario equilibrio con la propiedad de la duración›.
—¿Quieres decir que este lugar, en su conjunto, no puede durar?
‹En principio, no. En la práctica, le pasa como a tu piel. Una de sus partes se desprende, y crece más esti para reemplazarla›.
—Un modo raro de construir.
‹El modo vivo de construir›.
Sin que lo notaran, el fulgor que los rodeaba disminuyó. Franjas de resplandor atravesaron filigranas de nubes. El aire se enfrió.
—Creo que se ha acabado por un rato —dijo Toby, y se sentó en una loma cubierta de hierba amarilla.
Era como si hubieran pasado muchos años desde que había huido por un terreno desconocido. A pesar de todas sus preocupaciones, se sentía irracionalmente bien. No le importaba haber dejado atrás a la Familia, ni que fuera a echarla de menos. El dolor le atenazaba los tobillos y un hambre feroz crecía en su vientre.
—¿Tienes raciones?
‹He aprendido a llevar algunas encima›.
—Yo también. Vamos a comer y luego a dormir. Hablaremos más tarde.
‹Comprenderás que has optado por un mundo difícil›.
—Por supuesto. Y me siento bien por primera vez en mucho tiempo.
‹No me gusta entender tan poco›.
—Es curioso, porque eso es justo lo que a mí me gusta en este preciso momento.