6
VIDA RELAMPAGUEANTE
A
su pesar, Toby regresó al Puente en las largas horas del descenso. El Argo usaba el chorro galáctico como escudo, zambulléndose en él. Espectrales filamentos azules cuchicheaban y bailaban junto a la nave. Sus ondulaciones creaban la sensación de que el vuelo de la nave era aún más rápido. El motor de plasma rugía haciendo temblar la cubierta absorbiendo el gas azul y arrojándolo por la popa.
Y ahora encontraban la respuesta a una desconcertante pregunta que había suscitado especulaciones durante días: ¿dónde estaban los mecs?
El Comilón de Todas las Cosas era una leyenda para la Familia Bishop y parte de esa antigua historia sostenía que los mecs acechaban y operaban allí. Nadie sabía el porqué. Habían expulsado a los humanos del Centro Verdadero mucho antes de la caída de los Candeleros.
Hasta el momento sólo habían entrevisto naves mecs. Ahora, a lo largo del chorro, el Argo detectaba enormes y oscuras construcciones. En su tránsito hacia el interior habían visto enormes masas de ingenios mecs y los habían sorteado. Inmensas, misteriosas, envueltas en paneles colectores de energía. Mudos, pues no hablaban por ningún canal que conocieran los humanos.
Las estructuras mecs rodeaban el chorro como si extrajeran energía de él. Radiantes relámpagos azulados revestían las paredes del chorro. La antimateria que se cocinaba en las inmediaciones del agujero negro chocaba con la materia en una furiosa batalla de aniquilación. Pero la mayor parte de la energía del chorro se hallaban en su impulso hacia el exterior. Los mecs no parecían reducirla, sino estudiarla.
¿Por qué estaban allí los mecs, rodeando el chorro? Toby pensó que tal vez fuera su manera de escuchar los rumores interiores del agujero negro, pero no se imaginaba cómo. El chorro era inquietante y sin duda superaba la capacidad de comprensión humana. Su constante turbulencia servía para ocultar el Argo, según decía Killeen. Y las construcciones mecs parecían ignorar objetos tan diminutos como una nave. El Argo correteaba como una rata en un palacio.
Curiosamente, el centro del chorro estaba casi vacío, lo cual les facilitaba el vuelo. El esfuerzo de trepar desde el pozo gravitatorio del invisible agujero negro había enfriado el gas. La densa columna de gas frío los protegía del feroz calor del disco. Era como si alguien hubiera planeado la existencia de aquel túnel que llegaba al reino interior. Para el Aspecto Isaac, naturalmente, sólo era un interesante problema de física.
La rotación del agujero negro expulsa el gas, sale hacia arriba. Este chorro es como el algodón de azúcar que me daban en las ferias cuando era niño, una nube de dulce deleite que se forma dando vueltas.
—¿Qué es el algodón de azúcar?
Siempre olvido cuánto ha perdido tu gente. ¿Nunca has estado en una feria?
—¿Una feria?
Una reunión donde… olvídalo. Al menos esta hermosa llamarada azul que nos rodea me recuerda tiempos mejores, cuando una cultura superior reinaba en el Candelero Queens, y yo patinaba por el techo con mi padre.
—¿Estuviste en los Candeleros?
¿Creías que yo descendía de granjeros como tú? Entonces teníamos un poder inmenso, y nos defendíamos de los mismos mecs que ahora os arrean como ganado. Nos aventurábamos regularmente en esta región, espiando a los mecs que realizaban aquí sus extrañas operaciones. Nosotros…
—¡Pero si tú eres de la Era de las Arcologías!
El aura del Aspecto Isaac se puso de mal humor.
Bien, es verdad…, pero uno de mis Rostros creció en el Candelero Wesouqk, uno de los últimos grandes, y una vez vi un Candelero por un telescopio, cuando todavía estaba habitado, según decían. Lamentablemente me pasé la vida en un refugio planetario, pero…
—Durante lo que llamabais el Alojamiento, ¿verdad?
Sí… una estrategia desafortunada. Aun así, mis raíces culturales…
Del interior de Toby afloró Joe, un Rostro que rara vez usaba. Joe poseía amplios tecnoconocimientos, pero era lento y torpe, sólo una parte de un Aspecto.
Aun así, al hablar escupió amargamente.
- Malditos traidores, nos entregasteis.
- Tratar con los mecs… menuda agudeza.
- Aplastaron vuestros preciosos Candeleros en cuanto lograron con engaños que os refugiarais.
- Os trataron como a zoquetes.
—Eso es más o menos lo que dice la historia —intervino Toby—. Ahora, si quieres un auténtico protagonista de los Candeleros…
Entreabrió la tapa digital de Zeno, un Aspecto que rara vez usaba. Su trémula y antigua voz estaba tan cascada y distorsionada que escucharla resultaba doloroso y la comprensión casi imposible.
Deploro… que vuestra generación… haya entregado sin regatear nuestro patrimonio de los Candeleros. Nosotros no buscábamos «alojamiento»… ni la justicia de los mecs… teníamos la clave para… subvertirlos… para destripar sus programas de lógica profunda… Ellos dispersaron… nuestro saber… ni siquiera entonces… podíamos descifrar las Criptografías… la Magia Dolorosa,… legada por los primeros humanos… que una vez se aventuraron aquí… en el Centro Verdadero… y cogieron la Magia Dolorosa en sus manos…
La voz cargada de estática se apagó, dejando un curioso silencio en la mente de Toby. Las quebradas frases de Zeno pesaban: tristes, desesperanzadas, elucubraciones sobre ajadas glorias que ya no significaban nada. Al cabo de un buen rato Joe dijo:
- ¿Ves lo que perdiste, Isaac?
- ¿«Alojamiento»? «Traición», querrás decir.
Para Toby la idea de un arreglo con los mecs era absurda, y la generación de Isaac había escapado de las consecuencias por pura suerte. En cuanto concibió este pensamiento, Isaac estalló.
¡No fue suerte! Contribuimos a la Agachada. Esa estrategia era absolutamente racional: situar colonias humanas en los muchos mundos de las cercanías del Centro Verdadero. Formar Familias que desarrollaran el vigor híbrido de ideas, normas sociales y armamento. ¡Eran nuestra fuerza como especie!
Toby notaba que los Rook, por ejemplo, eran diferentes de los Knight, y no sólo por su modales en la mesa. Pero no entendía qué quería decir Isaac con aquello del «vigor híbrido», otra antigua y marchita idea desechada como equipaje sobrante por la Familia Bishop, mucho antes que él naciera.
- Mira en qué terminó.
- Los mecs os pillaron de todos modos.
Isaac replicó:
¡Los Candeleros eran insostenibles! ¡Enormes blancos flotando en los espacios de partículas de alta energía y vacío, el hábitat natural de los mecs!
Zeno habló en medio de un siseo de estática.
Nosotros nos defendimos… mientras pudimos… burlar los Mandatos mecs… desmantelar sus entrelazamientos… Pero vosotros perdisteis todo eso…
De nuevo la voz melancólica dejó en silencio la mente de Toby. Isaac dijo al fin, compungido:
Probamos el experimento, de acuerdo, y al final falló. El Candelero Wesouqk… lo vi arder como un nido de avispas en el cielo. Imaginad mi tristeza. Al menos habíamos refugiado a nuestra especie bajo el cómodo manto del aire y la gravedad.
La respuesta de Zeno llegó lentamente.
Una apuesta digna… pero se perdió… tanto.
Ahora Isaac parecía más seguro, aunque en el oído interno de Toby sonaba a hueco.
Al menos conocí nuestra cima. La gloria…
Zeno le interrumpió con menguada energía.
Farsante… tú no conociste la cima… eso fue mucho antes… las grandes obras… aptitudes que jamás comprenderías… farsante…
Escarmentado, Isaac respondió:
Lamento que luego los mecs desbarataran nuestra noble Agachada. Incluso tú, pobre Joe, debes comprender que teníamos que eliminar mucha memoria cultural de los mundos de la Agachada para que el experimento funcionara. Y vosotros fructificasteis dando con nuevos modos de conquistar mundos y detener a los mecs. Al menos por un tiempo.
Joe se revolvió airadamente, pero se limitó a responder:
- Fue bastante duro.
- Preferiría haber vivido en una gran ciudad del cielo.
Isaac replicó:
No tengo por qué responder a tales divagaciones.
La altanería de Isaac irritó a Toby. Aquel chip insignificante…
—Si eras tan grande, ¿por qué ahora eres un Aspecto?
Poseía un talento mental tan grande para compilar e integrar conocimientos que me conservaron. ¿Cuál crees que será tu destino, muchacho?
Había verdadera rabia en aquella réplica. Toby tuvo que recordarse que Isaac y los demás Aspectos eran miniaturas de personas, no sólo libros que él podía abrir, leer y dejar. Para mantener la mente en funcionamiento necesitaban las características de un intelecto equilibrado, pues de lo contrario enloquecerían. Así que no eran muy tolerantes con los insultos.
Toby susurró que lo lamentaba, y para su sorpresa notó cómo otra presencia nacía y desplazaba al Aspecto. Una sensación de hinchazón barrió a Toby, causándole un hormigueo en la piel, un endurecimiento del cuero cabelludo. El Aspecto Isaac chilló pero quedó reducido, relegado a su celda mental. Era la primera vez que Toby experimentaba plenamente la Personalidad Shibo, y su esencia, insistente y poderosa, le inundó la mente.
No era una voz, sino un recuerdo.
El pasado de Shibo acudió como una evocación de interminables horas polvorientas, de calles negras y humeantes. Los refugiados buscaban la protección de las murallas, de callejones sórdidos y ruinas desiertas. En esos lúgubres parajes, sombras esqueléticas caminaban con los hombros erguidos, armas en mano, rostros barbudos, ojos hundidos, siempre alerta. Las viejas paredes de piedra de la Ciudadela de su Familia, azotadas por el viento, iban y venían de su memoria. Obeliscos y cruces de mármol marcaban la pequeña necrópolis, hasta que la urgencia los privó aun del refinamiento de sepultar ropas harapientas y huesos rotos en un suelo cada vez más árido. En su infancia, bajo lámparas azules, ella había seguido una procesión fúnebre, celebrada al alba siguiendo una vieja tradición. Las piedras le acariciaban los pies descalzos con el frío que habían acumulado por la noche, delicioso cuando el tórrido sol del amanecer le quemó el rostro y los brazos. Una marcha lenta y solemne por delante de almacenes ondulados, por plazas arenosas, a través de jardines cuidadosamente regados. Máquinas trabajando sin cesar, fabricando armas, carraspeando como animales distantes y enormes. Chimeneas humeantes, enredaderas sinuosas, macizos de esperanzadas flores amarillas. Edificios derruidos, ventanas como cuencas vacías. La Ciudadela sufría el deterioro, la lenta erosión del descuido. Los fugitivos de las planicies guardaban silencio, sus flacos perfiles recortados contra el deshilachado cielo del alba, viejos propósitos perdidos en ojos huidizos. Padecían la locura de la derrota, pero sonreían al ver pasar a la chiquilla. Habían dormido con la botas puestas junto a fogatas furtivas y habían vivido días de saqueo, persecución, rapacidad…
Toby se tambaleó con la intensidad y el conmovedor afecto por lugares y personas que él nunca había visto. Entonces la serena voz de Shibo cobró solidez.
Últimamente no me has llamado.
—Tú misma ves lo que sucede. Estoy ocupado.
Dudo que esa sea la verdadera razón.
Ella estaba en lo cierto. Toby era nuevo en esto y no podía ocultar demasiadas cosas a una presencia fuerte. Era como si ella hubiera revivido y él mirase por sus escépticos ojos negros, unos ojos que nunca vacilaban, y esos ojos también lo veían por completo a él, por dentro.
Bajo esa mirada los sentimientos de Toby se filtraban por las particiones artificiales de su mente.
—Últimamente hemos tenido dificultades.
Con tu padre.
No era una pregunta.
—Bien… supongo que él hace lo que es mejor para la nave…
¿Estás seguro?
—Bueno, está sometido a una gran presión, y no se caracteriza por su humildad, pero…
Dejó morir sus palabras en cuanto comprendió que no podía engañar a un Aspecto, y menos a una Personalidad. No en lo concerniente a las emociones.
¿No se te ocurrió que él sabía que tú y los demás, el grupo de la fogata, iríais a verlo? ¿Que alguien protestaría? Hay cámaras de seguimiento por toda la nave.
—Sí, supongo que sí.
Él metió el Argo en el chorro galáctico en ese preciso instante, sabiendo que la Mente Magnética regresaría entonces con un nuevo mensaje.
—¿Estás segura de que lo planeó con tanto cuidado?
Aún amo a tu padre. Pero ha cambiado. Ha adoptado las maneras a veces cínicas de su cargo de capitán.
Toby aún no había aprendido a anticiparse a los hechos. Los acontecimientos lo sorprendían, caían sobre él rápida y ferozmente, así que un grado tal de planificación le parecía improbable. Por otra parte, los adultos eran bastante estrafalarios.
—¿Entonces sabía qué nos diría la Mente Magnética?
Lo dudo. Se quedó tan pasmado como los demás.
—Bien, pero ahora está contento.
Toby estaba en el Puente, hablando con ese susurro casi inaudible que bastaba para comunicarse con un Aspecto sin que lo oyeran los demás.
Estudió a Killeen, que se movía con aplomo entre los oficiales. Desde que habían iniciado el descenso por el chorro, ya no arrugaba el entrecejo ni tenía ese aire de incertidumbre en los ojos.
No todos se sentían así. Los tenientes estaban nerviosos, preocupados, sudorosos, y no sólo por el incremento de la temperatura del casco. Ni siquiera el gas frío y azul podía bloquear toda la radiación del disco. Los ventiladores soplaban aire tibio; una crispada tensión teñía el habitual silencio del Puente mientras los chasquidos y campanilleos de los ordenadores recordaban a los oficiales las tareas que requerían supervisión.
—Conque estaba preparado para nuestra pequeña turba, ¿eh? —Miró a su padre con involuntario respeto.
Ser capitán consiste en algo más que en dar órdenes.
—En efecto, pero más vale que el capitán tenga razón.
Ahora posee la autoridad que deseaba.
—Gracias a Abraham. —Toby recordaba a su abuelo como un hombre imponente de rostro gris y aspecto permanente de intensa concentración, aun cuando dormitaba frente al fuego. Esa intensidad sólo cesaba para estallar en enérgica acción. Pero el ceñudo Abraham sonreía abiertamente cuando veía a Toby, y lo alzaba hacia un cielo que daba vueltas donde parecía volar en brazos de aquel hombre corpulento, por encima de los muebles y por los pasillos, a veces hasta una terraza donde Abraham lo mecía sobre la baranda, mientras Toby gritaba y reía, libre del peso y las preocupaciones. Hacía mucho tiempo. Toby se mordió el labio ante el recuerdo que ya se desvanecía—. A Abraham. O eso dice esa cosa magnética.
Tú no lo crees.
—¿Por qué iba a creerlo? ¿Quién lo creería?
Pero aquí operan vectores extraños.
—Mira, perdimos a Abraham en la Calamidad, la caída de la Ciudadela Bishop. Eso sucedió hace muchos años y a gran distancia de aquí.
Exacto.
—¿A qué te refieres?
¿Cómo es posible que una criatura que ni siquiera está hecha de materia, y tan lejana, conozca su nombre?
Toby vaciló un instante.
—Pues no lo sé. Pero los mecs lo registran todo. Tal vez la Mente Magnética lo haya sabido por ellos.
Pero la Mente no parece ser amiga de los mecs.
—Quién sabe, en medio de esta locura.
A veces me pregunto cuál es la relación entre estas entidades. ¿Recuerdas al Mantis?
—Claro.
Se estremeció de sólo pensarlo. El Mantis había perseguido a la Familia Bishop, «cosechando» a sus miembros, matando los cuerpos y absorbiendo las mentes para que la Familia no pudiera guardar su memoria en chips. Con aquellos muertos definitivos el Mantis creaba grotescas deformidades que denominaba «arte»; las había exhibido ante Killeen y Toby con algo similar al orgullo.
El Mantis sentía reverencia por la Mente Magnética. Tal vez le haya ofrecido sus conocimientos acerca de nosotros, de nuestras costumbres y nuestra gente.
Sentía como si Shibo estuviera sentada ante él, distendida pero siempre atenta.
—Yo… preferiría no pensar con ello ahora.
Esos recuerdos pueden perturbarnos, Toby, pero es preciso afrontarlos.
—En otro momento, ¿de acuerdo?
Notó que ella se desplazaba, disminuyendo la presión. Suspiró aliviado y se sintió mejor.
Es interesante que tu padre cuente ahora con el apoyo de los tripulantes. Aceptan lo que él quería… volar hacia el Centro Verdadero, y encontrar allí lo que según los textos antiguos es un lugar milagroso.
Toby se encogió de hombros.
—Tal vez en eso consista el talento de ser capitán. Manipular las cosas hasta convertirlas en atractivas.
Miró en torno y vio que su padre se acercaba.
—¿Qué dices? —le preguntó bruscamente Killeen.
Interrumpir una conversación con un Aspecto era el colmo de la descortesía, y aún más si el interlocutor era una Personalidad, que podía absorber toda la atención de uno. Toby tragó saliva.
—Yo sólo…
—He leído en tus labios que decías «capitán». ¿Qué es lo que no puedes decirme a la cara?
—Hablaba por hablar, nada más.
Killeen se lamió los labios, titubeó, continuó.
—Es Shibo, ¿verdad?
—Pues sí, pero…
—Sólo quiero decir esto. Para que ella lo oiga de mis labios.
Killeen escrutó los ojos de su hijo, como si pudiera ver la sólida inteligencia que Toby sentía como un muro creciente.
—Papá, no creo…
—Shibo, necesitaremos tu juicio con antelación. Me estoy moviendo por instinto, y algo grande sucederá.
—Papá, vamos, yo…
—¿Recuerdas cómo discutíamos nuestros planes? Echo de menos eso. Echo de menos muchas cosas. Sé que no las recobraré, pero si tienes alguna idea de lo que debo hacer, dímelo, ¿de acuerdo? —Killeen suplicaba con los ojos. Parpadeó furiosamente, conteniendo las lágrimas—. Dímelo a través de Toby. Lo entenderé, te lo prometo.
—Papá, sabes…
Las sensaciones se apoderaron de Toby: extrañas y conflictivas corrientes de turbación y deseo, murmullos roncos, olores en el aire, susurros urgentes, el recuerdo de pieles en contacto, una pátina de sudor…
Se tambaleó. Una mano le palmeó el hombro. Killeen aspiró.
—Gracias, hijo. Lo necesitaba. Sólo un momento con ella, eso es todo.
Antes de que Toby pudiera replicarle, Killeen retrocedió, se cuadró y se alejó, de nuevo en su papel de duro capitán. Toby se sintió irritado, utilizado. Una bilis picante y amarga le quemó la boca. ¡Al cuerno con él! Pero al mismo tiempo veía la angustia de su padre, el torbellino que el hombre no podía dejar aflorar.
Es prudente olvidar esto.
—En efecto, pero la prudencia no es mi fuerte.
Te pareces mucho a tu padre.
Una risa tenue sonó en su mente. Una Personalidad podía abstraerse de aquel complicado mundo, según comprendió Toby, y encontrarle la gracia. Una gracia que él no solía verle.
En la Familia Knight tenemos un viejo refrán. Algunos creen que procede de la Vieja Tierra. Decimos que la vida es una tragedia para quienes sienten, y una comedia para quienes piensan.
—Tiene sentido. Tal vez eso significa que no deberíamos mirar tanto por encima del hombro lo que nos persigue.
También es buen consejo.
Toby se apoyó en la pared de acero y suspiró. Shibo dominaba su mente, y su serena inteligencia cribaba con mano delicada y paciente lo que él veía.
Me preguntó quién más —o qué más— desea que vengamos aquí.
—Me preguntó por qué alguien piensa que la gente puede vivir en este lugar. Quath tal vez, pero no los humanos. ¿Qué decían esas viejas inscripciones? Milagroso, claro que sí. —Movió la mano hacia las pantallas—. Pero muerto.
Las pantallas titilaban con resplandor cegador. El disco de materia que se aproximaba revelaba remolinos de color y una violencia fulgurante.
La estrella moribunda que habían visto días antes ya no era un huevo deforme en llamas. Había estallado en una tempestad de fuego que el borde externo del disco succionaba vorazmente. Parecía un sol retorcido y torturado poniéndose en el horizonte sobre un paisaje encendido.
—Para mí es como un abismo hirviente.
Toby tenía la íntima sensación de que aquel no era lugar para ellos. Las Familias eran nómadas, siempre en movimiento. Sólo las máquinas podían vivir en aquel enorme y llameante horno.
Las Familias estaban allí sólo por el Argo, otro mecanismo construido en los gloriosos días de la antigüedad humana. Las máquinas como el Argo eran una extensión natural de la mano humana, pero los mecs constituían un cáncer. Los planetas no eran su hogar. El frío espacio y la materia ardiente eran su reino. ¿Qué ser humano podía residir allí?
Quizá nuestra visión sea estrecha.
—¿Qué quieres decir?
Mira allí. Esas hebras verdes.
El Argo se aproximaba al disco, y ya veían el otro borde de perfil. Borbotones rojos hervían con furia sobre el agitado plano donde la estrella recién devorada se hundía. Los terrones eran masticados a medida que se precipitaban en las corrientes.
—¿Y? Parece una rata digerida por una serpiente.
Es verdad. No es agradable, incluso ni siquiera para una serpiente.
—Ah, ya veo. ¿Esas hebras verdes que están sobre el plano?
Ahora Toby distinguía filamentos de jade que se levantaban sobre el lugar donde la estrella era deglutida. Eran como juncos sobre las aguas de un pantano, meciéndose en la brisa.
—Relampaguea, ¿ves? —Fibras verdosas mechadas de amarillo—. Como si fueran relámpagos congelados.
Puede que nos equivoquemos, que nada más viva aquí.
—Humm. ¿Relámpagos vivientes?
Los oficiales del Puente también habían visto las hebras. Algunos movían los instrumentos de la nave, apuntando los sensores hacia allí. Nudos y ondas furiosas trepaban por las relucientes líneas verdes.
—La materia arrancada a la estrella… parece enredarse en esas hebras —dijo Toby.
Jocelyn había logrado enfocar las antenas del Argo en las hebras, a pesar del plasma turbulento que abofeteaba la nave. Los altavoces del Puente crepitaban con las hirvientes emisiones del disco cuando unos gemidos horripilantes atravesaron aquel muro sonoro.
—¿Qué es eso? —preguntó Jocelyn—. Es terrible.
Killeen hizo una mueca ante ese coro estridente. Cada voz se imponía momentáneamente sobre las demás, emitía una nota plañidera y se sumaba el lamento colectivo.
—Tal vez la Mente Magnética no sea la única criatura que sabe vivir de la electricidad.
—Pero no todos los filamentos emiten esos sonidos, ¿ves?
Jocelyn cabeceó, asintiendo.
—Son los que están unidos a esos grumos brillantes.
El Aspecto Isaac reclamó su atención, y Toby le dejó salir.
Son antiquísimos. Oí hablar de ellos cuando era niño. Conferenciando con Zeno, creo que puedo percibir la esencia. Constituyen una forma de vida primigenia compuesta por vórtices magnéticos, con orlas de materia caliente. Una modalidad primitiva. Se alimentan de las llamaradas y penachos que sobresalen del disco, como sabrosas flores primaverales en un campo muy exuberante.
—Pues no parecen disfrutar mucho de la cena —dijo Toby con sorna.
La repentina entrada de la masa de la estrella los ha inundado, arrastrando a algunos al feroz disco, donde perecen.
—¿Y por qué la Mente Magnética no perece?
Es mucho más grande y refinada que esas primitivas fibras, o eso dice la historia. Sé poco sobre ello. La Mente es antiquísima, y no revela secretos salvo por necesidad. Los humanos previos a la Era de los Candeleros trataron de descubrir algunas de sus facetas, y fueron incinerados.
Toby hizo una mueca. Los gritos y gemidos ejercían una extraña fascinación, pues cada voz tenía su momento, cantaba un lamento incomprensible, y luego se disipaba en la crepitante estática mientras el plasma del disco se elevaba, hinchado de masa estelar, y arrastraba las delicadas ondas de jade, hundiéndolas en el fuego. Habían vivido demasiado cerca del feroz borde, y pagaban un precio por ello. Luchaban frenéticamente contra las calcinantes salpicaduras, obteniendo pequeñas y fugaces victorias, pero al final caían en la ardiente turbulencia. La masa fragmentada de la estrella se precipitaba en el disco, causando estragos entre aquellos delicados seres.
Toby presenciaba sus muertes distantes, y a pesar del abismo que lo separaba de esos gritos vegetales, se sintió curiosamente próximo a ellos. Algunas formas verdaderamente extrañas nunca podían hermanarse. Constituían naciones distintas unidas sin embargo a los humanos en la red de la vida y el tiempo, prisioneras de su esplendor y sus afanes.
Más allá de la materia misma, aquellos seres dotados con extensiones de los sentidos que ningún humano podía comprender, compartían la oculta dignidad de ser siempre incompletos, de estar siempre emergiendo, un patrimonio común de todo ser finito y errabundo.
Pero el resto del Puente miraba más allá de las salpicaduras de color del disco.
El hexágono de las naves de las miriapodia se aproximaba. Una vez más llevaban el titilante aro perlado, un arma mayor que varios mundos.
—¿Qué sucede? —preguntó Killeen—. ¿Dónde está Quath?
—Aun ese aro cósmico parece pequeño aquí —añadió Jocelyn.
Las naves de las miriapodia se aproximaban al Argo. Habían acelerado a lo largo de las líneas de los campos magnéticos, cuestas invisibles cada vez más empinadas, en su camino hacia el borde interior del llameante disco de acreción.
Hacia el pozo del infierno. Un calor seco encendía el aire. Toby tragó saliva dolorosamente y se preguntó si estaría vivo al día siguiente.