1
PERSECUCIÓN IMPLACABLE
T
oby miraba a Besen con fastidio. ¿Por qué no lo dejaba en paz?
Como casi todas las mujeres, pensaba que era mejor hablar de las cosas molestas, decirlo todo sin rodeos.
La experiencia de Toby era que eso habitualmente empeoraba las cosas. Exponer los sentimientos imprecisos a la reluciente luz del día, puliéndolos con palabras, concretándolos… bien, así los problemas resultaban aún más engorrosos. Al menos para él.
Suspiró. Estaban comiendo en la bulliciosa cafetería comunal. La gente murmuraba preocupada, y la gran sala hervía de especulaciones sobre su misión.
Había pasado una semana desde que Killeen pronunciara su conmovedor discurso en la Reunión. Hacía una semana que se abrían paso hacia el ardiente Centro Verdadero, constelado de estrellas. Una semana en que el Argo palpitaba, se zarandeaba y rugía en medio de los violentos vientos de plasma. Una semana que la gente parecía disfrutar.
Una aventura estimulante era mejor que sentarse a rumiar. La Familia Bishop estaba harta de la vida cómoda del Argo. Una maravillosa nave, una magnífica herencia de sus remotos antepasados, sí, pero en definitiva una cafetera inteligente. A juicio de Toby, los Bishop no daban lo mejor de sí cuando se reunían sin otra cosa que hacer salvo hablar. Como ahora.
—Agradezco que me lo preguntes —dijo al fin Toby, tratando de ser diplomático. A fin de cuentas, Besen había procurado arrancarlo de su melancólico silencio—. Pero no me hagas hablar.
Besen sonrió comprensiva.
—A veces eres más hermético que un sello contra el vacío.
—Últimamente la adrenalina abunda, eso es todo.
—Claro. —Ella lo miró sorprendida, estirando los labios—. Estamos dejando muy atrás a esos mecs.
Toby resopló.
—Una rata en una jaula puede correr de aquí para allá cuanto quiera.
—¡No estamos atrapados!
—Yo no veo ninguna salida… ¿y tú?
—Muchas. Ni siquiera hemos avistado el disco que rodea el agujero negro. Tal vez haya un lugar donde esconderse y…
—Los mecs conocen este lugar. Han colocado sensores, sin duda. Soplones inteligentes.
—No lo sabemos.
—Es muy probable. Hay algo en el Centro Verdadero que obsesiona a los mecs desde hace mucho tiempo. Eso dice Quath.
—¿Te crees todo lo que dice esa gran colección de patas?
—Claro que sí. Al menos Quath no trata de animarme.
Besen frunció el ceño.
—Vaya. Estás realmente deprimido.
—No estoy de fiesta, eso es todo. —Toby se bebió el zumo de loto y cogió un cubo de grano. Lo golpeó contra la mesa y un pequeño gorgojo blanco salió retorciéndose—. No hay otro modo de eliminar estos bichos, por lo que sabemos —dijo con asco, apartándolo.
—Fue esa Erica, que los dejó en libertad.
—Un error fácil de cometer cuando no sabes leer las instrucciones.
—¡Podría haber consultado a sus Aspectos!
Erica había cometido el error hacia años, pero aquella molestia cotidiana hacía que todos la tuvieran presente y escupieran su nombre como una maldición. Había abierto un contenedor de materia orgánica cuando no debía.
Toby lo comprendía. ¿Quién podía saber que las feas y voraces alimañas escaparían del contenedor? Sorprendieron tanto a la pobre Erica que soltó el recipiente. ¿Quién podía adivinar que invadirían todas las cosechas de grano? Esos bichos se sentían a sus anchas entre hortalizas y manzanos, tal como decía la inscripción del bote, en una lengua muerta. Mala suerte para Erica —y para ellos— que estuviera en la agrocúpula cuando abrió el cilindro. Toby se encogió de hombros.
—La pobre se había deslomado sembrando.
—Creo que el capitán debería haberla hecho azotar por eso.
—No le gusta azotar.
—No importa lo que al capitán le guste o no le guste. Lo primero es lo que es bueno para la Familia.
—Claro. Y un capitán listo consigue que todos se entusiasmen con lo que él quiere. Besen parpadeó.
—¿Crees que el capitán nos hace bailar a su son aunque estemos oyendo otra música?
—Tal vez.
—¿Y no quieres decirlo en público? ¿Por lealtad?
—No me gusta ponerme en su contra.
—Bien, serías impopular, desde luego.
—En efecto… y debo admitir que todos están bastante animados.
Señaló la cafetería, llena de rostros entusiastas. Reinaba una atmósfera electrizante. La gente que había pasado tanto tiempo huyendo disfrutaba de una persecución implacable, vivía la exaltación de un peligro conocido.
Besen frunció los labios con preocupación.
—No crees que esta sea realmente una manera de escapar de los mecs, ¿verdad?
—No sé qué es. —Toby golpeó el cubo de grano con furia. Otro gorgojo cayó a la mesa. Lo aplastó gustosamente con el pulgar—. Creo que es aconsejable la prudencia, nada más.
Besen sonrió.
—¿Buscar gorgojos dos veces?
—Puede haber gorgojos en cualquier parte.
Besen hizo una mueca y trató de cambiar de tono.
—Vayamos a observación a ver si encontramos alguno.
—Magnífico. —Toby arrojó el cubo de grano, se arrepintió y lo golpeó por tercera vez, sin encontrar más gorgojos. Lo mordió—. Bien, no está mal… cuando te mueres de hambre.
—Tú siempre te mueres de hambre. Y desde que encontramos la serpiente, tenemos comida en abundancia.
—Vamos.
Toby le agradecía que hubiera puesto fin a aquella incómoda conversación. No quería que sus cavilaciones ensombrecieran el ánimo de los demás ahora que su padre había obtenido el consentimiento general, cuando los sometía a largas horas de trabajo y todos lo aceptaban con una sonrisa.
Se dirigieron hacia la ancha rampa helicoidal del núcleo del Argo. Los tripulantes trabajaban con mas empeño, cuidando las agrocúpulas. El nivel de radiación externa ascendía hora tras hora. Infrarrojos humeantes, ultravioletas punzantes, espectros invisibles carcomiendo las cosechas. Habían polarizado las cúpulas al máximo, pero las abrasadoras energías seguían penetrando. Así que era un alivio olvidarse de todo y tumbarse en una cámara de observación para contemplar el asombroso resplandor exterior.
En el fresco y umbrío núcleo de la nave, la sala de observación estaba atestada y Toby no pudo obtener una buena panorámica. El campo de refulgentes estrellas estaba entrecruzado por misteriosas salpicaduras de gas radiante. Luego el Puente adoptó una frecuencia con corrimiento Doppler, y los detalles destacaron. Las frecuencias ricas en azul resaltaban las cosas que se movían hacia el Argo y se oscurecía todo lo demás.
Aparecieron brillantes puntos azules, ocho de ellos distribuidos regularmente en torno a un círculo.
—Es imposible pasarlo por alto —murmuró Toby.
—A los mecs no debe importarles que lo veamos —dijo Besen.
—O quieren que lo veamos.
—¿Por qué? Sería mejor cogernos por sorpresa.
—Tal vez quieren inducirnos…
—¿A hacer qué?
—Lo que estamos haciendo, quizá —dijo Toby de mal humor.
—Oye, nos estamos alejando de ellos —protestó una mujer corpulenta de nariz ganchuda asestándole un codazo a Toby desde la izquierda. Era una Ace de los yermos de Nueva Bishop. Entrenada para seguir al líder de la Familia.
—En efecto, arrojándoles polvo a la cara —añadió un Fiver.
—Podemos dejar atrás a cualquier mec —anunció con orgullo otra mujer. Su acento era de la Familia Deuce, tan confuso que Toby apenas la entendía.
Toby apretó los dientes.
—Claro, claro. Sólo me preguntaba…
—No está bien que el hijo del capitán hable así —dijo la mujer de nariz ganchuda asestándole otro codazo.
—Lo lamento, hermanos —dijo Toby, aunque estaba perdiendo los estribos—. Perdonadme.
Se levantó y salió del apiñamiento. Todos le ponían mala cara, o bien evitaban mirarlo. Besen lo siguió, susurrando:
—Esa bruja es una chismosa. Como todos en esas Familias de Trump.
Toby estaba molesto por el incidente, y antes de salir de la sala echó otro vistazo a la pantalla. Los Bishop murmuraban, especulaban, reían; y no sólo la gente de Nieveclara estaba eufórica, sino también las Familias de Trump. La multitud estaba electrizada, dominada por una gran excitación.
Toby comprendió que la sala no estaba atestada sólo porque quisieran ver las vistosas imágenes, sino porque todos ansiaban chismorrear y murmurar. Reafirmar su conciencia de ser una frágil Familia humana de cara al abismo exterior.
Eso era lo esencial: mantenerse unidos. Viajaban en el Argo principalmente Bishop de Nieveclara, pero también Familias del planeta que habían dejado, llamado Trump. Familias cuyos nombres Toby no entendía: Ace, Deuce, Jack, Fiver. También estaban los Queen, que por lógica debían tener las mismas costumbres e historia que la Familia Queen de Nieveclara. Pero no era así.
Killeen llamaba a esas familias los Cards[4]. Eran muy leales y propensas a seguir a líderes entusiastas. En Trump algunas obedecían a aquel chiflado que se hacía llamar Su Supremacía, un sujeto de rostro fiero a quien los Bishop habían tenido que matar. Los Cards habían transferido su lealtad a Killeen.
No tenía sentido. Pero pocas cosas tenían sentido en Trump. Toby no creía que los Cards tuvieran el nombre de un antiguo juego. Tal vez se había inventado un juego usando esos nombres, sí, pero las Familias eran antiguas y sagradas, no un asunto trivial.
Pero los Cards eran groseros, tercos e ignorantes. Claro que los habitantes de Nieveclara no eran una joya, pensándolo bien.
A los Rook les gustaba sonarse la nariz con los dedos y haciendo volar los mocos. Se reían si le daban a alguien. La mujer de nariz ganchuda era una Rook hecha y derecha.
Por su parte, los Pawn no veían nada de malo en defecar a la vista de los demás. Una función totalmente natural, según ellos; ¿de qué había que avergonzarse?
Los Knight eructaban y pedorreaban en las ocasiones de más compromiso sin ni siquiera darse cuenta.
Los Bishop escupían cuando les venía en gana, y esto era a menudo.
Los Rook preferían orinar sobre las plantas; sostenían que esto formaba parte del Gran Ciclo de la Vida y que debía ser bueno para ellas.
Y los King tosían alegremente en la cara de los demás. Algunos decían que, en los viejos días de la Ciudadela, la perdida Familia Queen hacía el amor en público, los pies al aire, contoneando las caderas con el mayor desparpajo. Existía la teoría de que eso constituía una muestra de solidaridad social. Toby no creía que fuera cierto; era totalmente increíble, pero ¿quién sabía qué había creído y hecho la gente del pasado lejano?
Aun así, las Familias de Nieveclara no tenían en cuenta estas diferencias, estos actos que otros consideraban groserías, y se mantenían unidas. Y aparte de algunos incidentes menores, extendían la mano a todos los Cards por igual, aunque fueran tercos y comieran con la boca abierta. La Familia de Familias.
Toby sabía que tenía la obligación de respetar el entramado social. Pero no tenía necesariamente que gustarle. Se dio un puñetazo en la palma mientras salía de la sala atestada.
—¿Tanto te afecta? —le preguntó Besen, preocupada.
—¡Qué va! Olvídalo.
Pero él no lo olvidaría.