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EL SABOR DEL VACÍO
S
egún le contaron después, las siguientes horas en el Puente fueron electrizantes. Pero Toby no estuvo allí para verlo. En una nave, las tareas deben realizarse a tiempo, y sin excusas. Ni siquiera la batalla permite a toda una tripulación quedarse boquiabierta o cautivada por algo.
Su misión era sembrar una de las maltrechas agrocúpulas. Un equipo de cinco personas sudaba bajo la violencia azulada del fulgurante cielo de las inmediaciones del Comilón. Tenían que mantener la biodiversidad, reemplazar las plantas que habían perecido a causa de la radiación, y regar, sustentar y proteger las demás. Un trabajo duro y sucio.
Y un alivio, en cierto modo, después de la tensión vivida en el Puente. Usar los músculos era a veces más fácil que servirse de una mente crispada. Toby notaba el movimiento de la nave mientras acarreaba, cavaba y trajinaba; sabía que algo estaba sucediendo.
Más mecs, como supo después. En las pantallas del Puente eran imágenes fluctuantes que los sistemas del Argo apenas lograban detectar. Las naves mecs anteriores eran más simples que estas. Era de esperar. La superioridad de la tecnología mec había expulsado a la humanidad del espacio. Quizá con naves como estas: pequeñas, rápidas, escurridizas. Se zambulleron en el chorro, detrás del Argo, y se dispersaron. Los detectores del Argo no pudieron seguirlas.
Atacaron desde varios ángulos, usando estrategias que Killeen y los demás ni siquiera entendían. Toby sólo oyó un breve quejido de estática en su receptor y un bufido cuando la cúpula desapareció.
El impacto sorbió el aire de la cúpula en un torrente hueco y aullante. Toby jadeó buscando aire y no aspiró nada. Dio vueltas alejándose del suelo, que se elevó detrás de él en una tormenta de tierra.
La ráfaga gemebunda disminuyó mientras él movía los brazos, rotando para mirar hacia arriba. Un enorme agujero crecía en la cúpula. Cogió una viga rota, se aferró a ella.
Estoy muerto, pensó. Sus pulmones palpitaban, ansiando respirar.
Un pinchazo doloroso en la pierna. Una astilla, arrojada por el aire sibilante. Colgaba de la viga por un brazo, chocó contra otra.
Gritos furiosos en sus oídos, en la línea de comunicaciones, pero no tenía tiempo para escuchar.
Los oídos le palpitaban de dolor. Luego no hubo más sonidos. El aire se había ido.
Se lanzó hacia abajo. Allí había una compuerta automática, y ya se había cerrado. Así se evitaba que una brecha dejara sin aire el resto de la nave.
Pero era un largo trecho hasta abajo y en las comisuras de los ojos le bailaban motas rojas. Formaban dibujos descabellados e hipnóticos y pasó un rato tratando de interpretar qué representaban. El suelo no se acercaba y él agitaba los brazos con desesperación.
En la boca un amargo regusto metálico. El sabor del vacío.
Moscas rojas llenaron su visión. Luego un chisporroteo amarillo.
Relámpagos. Jugando en la cúpula. Lamiendo los cuerpos como si los saboreasen.
Esquivó aquella aguja de fuego, que fue a chamuscar una pared.
Palpitaciones en los oídos, el esfuerzo de mantener la garganta cerrada, quemazón en el pecho. El suelo estaba más cerca, y de pronto le dio en la cara. Los pulmones le palpitaban, pero se negó a abrir la boca, a perder su última bocanada de aire.
A trompicones, continuó la marcha. Tierra polvorienta. Chorros de vapor brotando del suelo, niebla gris.
Martillazos en los oídos, martillazos en la cabeza. Pinchazos de dolor en la nariz.
La cámara, temblando. Le costaba enfocarla, mantenerla en posición vertical ladeando la cabeza. Movía las piernas con esfuerzo, avanzando.
Extendió las manos. Tocó la puerta y apretó una lámina roja. La entrada de emergencia se dilató. Se zambulló en ella.
El primer sonido que oyó fue un susurro, luego un rugido de alta presión. Un reventón en los oídos. Sólo entonces se preguntó qué había sido de los otros que estaban en la cúpula.
Cuando logró recobrarse, era demasiado tarde. Los otros cuatro no habían alcanzado la cámara de presión.
Dos salieron por el gran agujero de la cúpula y se perdieron. El relámpago había frito a los otros dos.
Nadie supo si el relámpago era un arma mec o algo natural. A pesar de los daños que sufrió el electroacoplamiento interno de las víctimas, la tecno del Argo registró las dos personalidades con detalle suficiente para convertirlas en futuros Aspectos.
Magro consuelo, pensó Toby. Se sentía culpable por no haber pensado en los otros cuatro, por no haberlos ayudado.
No sobraba tiempo para los remordimientos. Cermo lo incluyó en una cuadrilla para reparar la cúpula pegándole parches de presión que protegerían la atmósfera de la nave durante el próximo ataque.
Pero no hubo otro ataque. Las defensas automáticas del Argo habían infligido graves pérdidas a los mecs. Era una nave vieja, pero bastante ágil.
La gente lo celebró como si fuera una victoria. Toby se preguntó si los mecs no habrían dejado que el Argo siguiera, internándose en un territorio más peligroso. Que el Comilón se encargara de eliminarlos.
Aquel pensamiento lo deprimió, como si hubiera caído en un abismo de sabor metálico. En el vacío.