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REALIDAD PROFUNDA

S

e lanzaron hacia el límite de le ergosfera. Parecía una piel ampollada, curtida y trémula de perpetua rabia.

El Argo aceleraba en la gravedad creciente y la perspectiva de Toby cambió. Ahora la ergosfera era como un mar turbulento, entrecruzado de olas y arrugas. Grandes olas entrechocaban y salpicaban, agitadas por un vendaval frenético e invisible.

—Aguantad —dijo Killeen.

Toby estaba atado a una litera del puente. La gravedad cambiaba a su alrededor, tirándole de las ropas, bailoteando en sus oídos, confundiendo su sistema sensorial de tal modo que hasta la visión se le nublaba. El Aspecto Zeno explicó con su voz cascada:

Estas fuerzas… errantes… fueron registradas por… expediciones humanas… que las describieron como «un tigre enfurecido zarandeando un ratón».

—¿Qué es un tigre? —Toby había visto ratones campestres, había tendido trampas a los roedores de dientes afilados que devoraban el grano en Ciudadela Bishop. Zeno envió la borrosa imagen de una criatura que miraba con serena y amenazadora ferocidad. Inundando de colores su sistema sensorial, le provocó un escozor de alarma, hasta que Zeno dijo:

Esta criatura… según los datos… no es mayor que tu mano.

—Qué alivio. —Se imaginó atrapado y zamarreado por un gato. Podía aguantar las sacudidas y zarandeos que le revolvían el estómago, pero a veces la turbulencia se parecía más a unos dedos susurrantes recorriendo su piel, inquietantes y espectrales.

Los oficiales del Puente estaban en literas, pero el capitán se paseaba inflexible por la cubierta, luchando contra los tirones de una gravedad antojadiza e implacable. Nadie se atrevía a interrumpir los pensamientos de Killeen mientras se paseaba con andar pesado, las manos a la espalda, el ceño fruncido.

Toby notaba que su padre se preparaba para afrontar lo que parecía un desastre seguro. Acometer lo desconocido era una cosa, las Familias estaban acostumbradas a ello, pero lanzarse contra el rostro de una negrura viviente…

Killeen le hizo una seña a Jocelyn.

—Ahora.

Una sensación de deslizamiento. Toby tragó saliva. Un tirón desgarrador. Todos en el Puente contuvieron el aliento.

Se lanzaron hacia la piel ondulante de la ergosfera. Ráfagas de la negrura del carbón azotaban la superficie. Un fulgor rojo de luz curvada y estrujada por la gravedad alumbraba valles y crestas.

—¡Allá vamos! —jadeó Jocelyn.

Y se sumergieron en las olas.

Entraron.

Penetraron.

Toby pestañeó. Ningún choque, ninguna colisión. Un limpio descenso en…

Balas llameantes. Flotaban entre una lluvia de luz.

El interior de la ergosfera era una noche plomiza salpicada de cegadores estrías luminosas. Brillantes perdigones golpeaban contra ellos como una ducha intensa, roja y violácea, y de un extraño verde cálido.

—¿Qué lugar es este? —susurró Toby.

‹El pozo de tiempo›, envió Quath.

—¿Te refieres al agujero negro?

‹Ese devorador está más adelante. Esta es la región formada por la rotación del agujero negro. Un lugar asesino. Aquí la masa oscura del devorador arrastra el espacio-tiempo, de modo que se distorsiona›. Quath apoyó la explicación con oscilaciones de los pedúnculos oculares.

—¿Qué se distorsiona?

‹El tiempo y el espacio. Están realmente entrelazados y la realidad profunda sólo se manifiesta a quienes pueden escrutar el espacio-tiempo›.

—Bien, yo puedo ver casi todas la franjas del espectro…

‹Ni tú ni yo tenemos el privilegio de percibir el espacio-tiempo directamente. Dudo que ninguna criatura nacida de una vida inferior pueda verlo así. Debe ser como (intraducible). O ser capaz de ver la gravedad misma como algo vital, elástico›.

—¿Por qué somos tan ineptos?

El aguacero de luz arreció; la pantalla bañaba el rostro de todos los presentes con colores fugaces y chispeantes. Nadie se movía. El Argo se sacudía y crujía con tensiones invisibles. Por su estómago revuelto, Toby supo que la gravedad estaba cambiando sin cesar, como una bestia al acecho.

‹Dividir el mundo verdadero en mundos más simples es muy conveniente. Así percibimos fácilmente el espacio, pero dejamos que el acertijo del tiempo se rija por el tictac de nuestras máquinas, de nuestros relojes›.

Toby esbozó una mueca.

—El tiempo es sólo lo que marcan los relojes, madre de gusanos. No exageres.

‹Pero el tiempo no es sólo eso. Vive y lucha en estrecho matrimonio con su pareja, formada por las tres dimensiones del espacio que nosotros percibimos. Su lucha nunca concluye y todo lo domina. Aquí, en el pozo de tiempo, la pugna se intensifica›.

Toby sacudió la cabeza, sintiéndose flojo.

—Es demasiado para mí.

En el Puente reinaba un silencio reverente. El grueso de la tripulación se apiñaba en el centro de la nave, para protegerse contra la lluvia de partículas que ni siquiera los campos magnéticos del Argo podían desviar eficazmente. Toby y el resto de los que estaban en el Puente habían ingerido un brebaje; preparado por un Aspecto de Jocelyn, servía para curar las lesiones que la radiación causara a sus células. Era una bebida lechosa que sabía a orina con cenizas, pero Jocelyn decía que contenía criaturas diminutas capaces de reparar moléculas destruidas y de unir estructuras rotas, a modo de costureras en miniatura.

En ese momento a Toby le parecía que todos los daños los padecía su estómago, que temblaba y se contraía con el vaivén de la gravedad culebreando como un cable suelto. Se quedó en la litera, respirando por la boca, sin fijarse en la saliva que le caía de los labios, hasta que un repentino cambio de gravedad le hizo girar en el aire y se mojó el ojo derecho.

—¡Puaj!

—¿Te encuentras bien, hijo? —preguntó Killeen.

—Sí, me he mojado un poco, eso es todo.

Killeen le sonrió.

—Aguanta. Es probable que empeore.

De pronto creció en su interior una presencia callada y pétrea. La Personalidad Shibo le acariciaba los sentidos con sedosos dedos tranquilizadores. Ella no habló, y él no la había convocado, pero su esencia impregnaba el aire, teñía su visión, enviaba exquisitas tracerías de recuerdos que se desprendían como láminas de la marmórea superficie de su mente. Filigranas de días pasados, días interminables de calma soleada y pérgolas frondosas y húmedas en las que había jugado de niña; alegres risas infantiles repiqueteando en el claro de un bosque; comidas picantes para relamerse, compartidas con amigos ya desaparecidos…

Toby, turbado, apartó de sí aquellas influencias, y su angustia afloró a pesar de los callados esfuerzos de Shibo.

—Papá, ¿adónde vamos?

Un gesto triste.

—No lo sé.

—Pero… —Sí, pensó Toby, pero…

Ambos sabían cuan peligroso era aquello, todos lo sabían, pero seguían volando hacia el centro de lo desconocido: un abismo sin esperanza visible. Y por motivos que ninguno de ellos, ni siquiera el capitán, podía expresar con palabras.

Algo titiló en las pantallas.

—Se aproxima una nave —dijo Jocelyn tensa.

—¿Aquí? —susurró Cermo—. ¿Una nave en este lugar?

Se escuchó un jadeo de sorpresa, tal vez de esperanza.

—Vector entrante —dijo Killeen—. ¿Nuestros diagnósticos funcionan?

—Algunos sí —respondió Jocelyn, moviendo los dedos sobre el tablero de control. Los ordenadores del Argo obedecían órdenes habladas y táctiles y parecían combinar ambas para anticiparse a los deseos de su inexperta tripulación.

—¿A qué distancia está? —preguntó Killeen.

—No puedo decírselo. —Jocelyn frunció el ceño—. El tablero indica que es imposible medir la distancia debido a la refracción.

—¿Refracción? —preguntó Toby. Todos lo ignoraron, pero su Aspecto Isaac le explicó:

En el espacio-tiempo curvo, la luz se distorsiona. No puede propagarse en línea recta. Ninguna medición de distancia es fiable. Ni las mediciones de tiempo.

—Esa cosa se acerca —dijo Cermo—. Se agranda.

Eso también puede ser una ilusión, causada por la curvatura de la luz. Aquí nada es lo que parece, según dice la teoría.

—¿Qué diseño tiene? —preguntó Killeen.

—No es fácil distinguirlo —respondió Jocelyn, frunciendo el ceño—. La imagen sigue saltando.

—Tiene protuberancias —dijo Cermo.

—No es como las de las miriapodia —dijo Killeen.

—¿Y esas cúpulas? —Jocelyn sintonizó mejor los sensores—. ¿Veis las protuberancias en el perfil?

—Humm. Es posible. Los mecs tienen protuberancias así.

—¡Demonios! —Jocelyn apretó los dientes—. Quiere acercarse más. Si es mec, estaremos desprotegidos.

‹Veo similitudes con vuestra nave›.

Killeen miró a Quath, sobresaltado. Toby había olvidado que el Puente estaba sintonizado para recibir las transmisiones de Quath. Ya no podía entablar una cómoda conversación con la alienígena en privado. Tal pensamiento lo entristeció.

—La nave Argo es antigua —dijo Killeen—. La última de su especie, tal vez. Aquí no encontraríamos nada parecido.

‹Las suposiciones no son datos›.

—¿Hay humanos aquí? —preguntó Cermo—. Ojalá sea así.

—Su función cromática es desigual —dijo Jocelyn. No especulaba sino que mantenía los ojos clavados en la fluida dinámica del tablero.

Killeen dejó de caminar y se acercó a Jocelyn, luchando contra las sacudidas de la cambiante gravedad. En el tablero aparecía un desconcertante despliegue de números, gráficos, diagramas. Toby podía entenderlos con algo de ayuda —era como las lecciones de matemáticas de Isaac— pero Killeen se impacientaba con tantos detalles.

—¿Qué significa eso?

—Cuando los instrumentos examinan la imagen, aunque esta sea un poco difusa, pueden decir si es de un color uniforme. Esa nave tiene manchas.

—¿Y bien?

Killeen pasó una mano sobre las pantallas, como si pudiera palpar su significado. Toby ya conocía aquel desconcierto impaciente en el rostro de su padre. Después de tantos años confiando en su propio juicio, desconfiaba de los instrumentos abstractos, por muy avanzados que estos fueran. Toby lo comprendía, él también se sentía incómodo al usar aparatos que no entendía.

—Tal vez esté averiada o haya sufrido impactos. Incluso tiene boquetes.

—Entonces es probable que sea una nave de guerra —dijo Jocelyn.

En la pantalla nadaba una forma azulada, cabeceando trémula en la incesante lluvia de gotas de luz. Las memorias de la nave no reconocían su identidad y la palabra DESCONOCIDO parpadeaba en las pantallas. Toby observó el vaivén de la nave plateada, y Quath dijo:

‹Nos zambullimos rápidamente. Ya nos acercamos al nivel del trigésimo día›.

—¿Qué?

‹En esta profundidad del pozo de tiempo un día equivale a treinta días externos de duración normal›.

—¿Cómo es posible?

‹Las miriapodia me han enviado una submente, a la cual asigno estas tareas. Su conciencia digital puede guiarnos por estas extensiones. Comprende que, para nosotros, la curvatura del espacio-tiempo es tanto una distorsión de la distancia como un encogimiento del tiempo›.

Toby tragó saliva, y no sólo por la nueva sacudida de la litera. Aun sin comprender del todo lo que decía Quath, Killeen tomó una decisión, y asestó un puñetazo en el tablero.

—No podemos correr el riesgo tratándose de una nave de guerra, tal vez mec. Preparémonos para abrir fuego.

—Preparada —respondió Jocelyn.

—¡Espera! —intervino Toby—. Has oído a Quath. Dice que aquí todo es engañoso. Esa nave podría pertenecer a otro tiempo, y además no nos está siguiendo.

—¿Qué importa a qué tiempo pertenezca? —saltó Killeen—. Una mec es una mec.

—Papá, espera un poco. Mi Aspecto Isaac y Quath dicen que aquí todo es descabellado. Creo que mientras no entendamos…

Killeen miró a su hijo y le hizo una seña a Jocelyn.

—Permanece alerta, con las armas listas.

—Armas listas, capitán.

—¡Papá!

‹No es aconsejable actuar sin conocimiento›.

Killeen miró la cabeza y los zarcillos de la alienígena, que se mecían en un esfuerzo por compensar las mareas de gravedad que barrían el Puente como un viento de presión.

—¿Estás segura?

‹Aquí nada es seguro. Pero mi submente me comunica que por aquí navegan muchas naves desconocidas›.

—¿Cuántas?

‹No se sabe. Todas vienen de épocas pasadas›.

—¿Mecs?

‹Algunas pueden ser anteriores a la era de los mecánicos›. Quath envió un sonido siseante y ondulante, que Toby no supo cómo interpretar. ¿La «era de los mecánicos» no era el presente, su propio tiempo?

Killeen pareció entenderlo, sin embargo, y cabeceó asintiendo.

—De acuerdo. ¿Puedes pasar tu información a nuestras pantallas?

‹Enseguida›. Otra misteriosa serie de siseos y pulsaciones.

La nave parpadeaba en las pantallas con un resplandor vibrante y cálido. Por un momento la imagen cobró nitidez: un casco maltrecho, antaño plateado, ahora abollado y manchado; protuberancias que podían ser cúpulas, pero rayadas y mugrientas.

—Nuestros programas de reconocimiento de patrones indican que es una vieja construcción humana —dijo Jocelyn.

Killeen se frotó la barbilla.

—Humm, podría ser.

—¡Lo es! —exclamó Toby. El corte y los ángulos le recordaban algo. Antes de que pudiera decir más, la imagen perdió nitidez. Siguió un largo silencio. Los oficiales del Puente miraban abiertamente a su capitán. Disparar contra una nave humana sería un pecado imperdonable, pero morir abrasado por un rayo mec…

—No es mec, al menos —concedió Killeen, cancelando la alerta.

La tensión se relajó en el Puente. Los oficiales murmuraban. Killeen reanudó su paseo. Toby miraba todavía las pantallas cuando la imagen de la nave comenzó a reducirse.

Jocelyn soltó una exclamación mientras manipulaba los instrumentos. Pero la imagen se desvaneció como una flor hundiéndose en un estanque oscuro.

—Ha desaparecido. —Killeen parecía aliviado—. Tal vez estuviéramos viendo un espejismo.

‹Aquí es posible. Mirad›.

En la pantalla principal aparecieron dos relojes. Toby había aprendido a leer un reloj digital en el Argo, así que se asustó al ver que uno, el azul, funcionaba al ritmo que él conocía, mientras que en el otro, un reloj rojo, los números pasaban tan rápido que resultaban ilegibles.

‹El tiempo de a bordo fluye normalmente›, envió Quath en respuesta a su confusión. ‹Fuera el tiempo corre tanto más rápido cuanto más nos sumergimos›.

Toby miró los números que giraban, negándose a creer que representaran realidad alguna.

—¿Quieres decir que fuera el tiempo transcurre más rápido?

‹En relación a nosotros, sí›.

—¿Y qué lo acelera allí fuera?

‹Somos nosotros quienes vamos más despacio. El tiempo siempre depende del punto de vista›.

Toby no comprendía cómo esto era posible.

—¿Qué sucederá cuando regresemos al exterior?

‹Si permanecemos en esta región de curvatura, descubriremos que han sucedido muchas cosas mientras estábamos aquí›.

—¿Curvatura? —intervino Killeen.

‹También puede darse el efecto contrario. Aquí muchas cosas se deforman, como lo que vemos a través de un vidrio ahumado y grueso›.

—Resultaría difícil encontrar algo.

‹Esa es la dificultad menor. Aquí el tiempo está atrapado. Puede ser ingerido y expulsado›.

—¿Por eso lo llamas un pozo de tiempo?

El Aspecto Isaac añadió:

El agujero negro traga espacio. La vieja Zeno dice —aunque incluso los datos de memoria que sobre estos asuntos posee son anteriores a su vida real y corporal— que es como si el espacio se deslizara por la garganta del agujero a creciente velocidad cuando se acerca al ángulo más empinado de descenso. En su pendiente resbaladiza, aun la luz procura salvarse. Pero la ergosfera es un abismo de tiempo, no de espacio. Aquí la duración de un acontecimiento puede estirarse, comprimirse, deformarse, mientras el espacio —un espacio resbaladizo, condenado— juega con él, tuerce la cola del tiempo.

Toby procuró entender todo aquello mientras le subía la acidez del estómago revuelto y las pantallas parpadeaban. La materia lanzada a toda velocidad y erizada de radiación rociaba la nave.

Toby pensó con un mareo que tal vez estaban viendo volar por el cielo los escupitajos de Dios, una broma cósmica.

—¿Cómo encontramos nuestro camino?

La gravedad puede curvar y desplazar una secuencia dada de acontecimientos. Vivir en un lugar como este es como ser un insecto condenado a arrastrarse por un cinturón colgado en un armario: un cinturón cuyo extremo hemos vuelto del revés antes de insertarlo en la hebilla. El insecto puede reptar cuanto desee, siguiendo el bucle, y cubrir ambos lados del cinturón, pues ahora es como si el cuero tuviera un solo lado, pero nunca puede salir de él. Para el insecto los acontecimientos se repiten sin cesar, y nunca llega al final de su interminable trayecto.

La voz metálica del Aspecto se recreaba en aquello.

—Hablas de esto como si lo supieras por propia experiencia.

He estudiado estas cosas, pero sólo las conozco por textos antiguos. Y por la antipática Zeno, un personaje realmente desagradable. Me habla de los experimentos que llevaban a cabo aquí, incluso de lo que, según dice ella, construyeron.

—¿Aquí? ¿Quién puede construir algo aquí?

Indudablemente se trata de un error de transcripción, o puede que la vieja Zeno chochee y le falle la memoria. Pero puedo citarte textos más fiables de los Candeleros. A menudo mezclaban la mitología con la física, una moda de esa gran época. ¡Imaginaos qué lujo! Aun así, para tu edificación, puedo pronunciar una conferencia completa sobre…

—No, gracias. —Toby se apresuró a devolver al Aspecto a su refugio.

—¿Qué es eso? —preguntó Killeen, señalando la reluciente negrura que apareció en la pantalla. A Toby le pareció una enorme colmena, oscura y aceitosa y llena de galerías.

Quath envió un gorjeo de alarma.

‹No sé, pero sospecho que puede ser nuestro punto de destino›.

—¿Por qué? —preguntó Killeen.

‹Desde el momento en que habló la Mente Magnética, he estado en comunicación con la miriapodia, con toda la legión de Filósofas. Se refieren al momento particular en que podíamos entrar en el pozo de tiempo y encontrar la dirección correcta. Sólo se da el caso cuando cae mucha materia, como la masa ofrecida por esa estrella moribunda que vimos. Esas masas colosales, al precipitarse, crean turbulencias en la superficie del pozo de tiempo. Entonces podemos entrar. Sólo en momentos como este es posible llegar a este lugar›.

Toby trató de comprender cómo.

—¿Es como colarse por una puerta lateral cuando el viento la abre?

‹En cierto modo. Pero para rizar la superficie del pozo de tiempo se requiere el viento de varios minutos›.

El rostro de Killeen se crispó por la incertidumbre.

—¿El momento de la apertura? Pero ¿apertura hacia qué?

‹Hacia la estructura que tenemos delante. O hacia algo que se encuentra más allá. Mis Filósofas no saben nada más›.

La nave tembló y gruñó con nuevas tensiones. Una negrura brillante y aceitosa llenaba todas las pantallas, inmensa e ineludible.