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COMIENDO LA TORMENTA
L
a violencia comenzó como una fluctuación.
Un goteo amarillo se deslizó por el largo túnel del tubo. En el punto donde el túnel verde se estrechaba hasta perderse en una confusión brumosa, el rayo se atenuaba y fluía como una fogata distante. Pero una picazón le invadió la mente.
Se detuvo en la penumbra. Ya no tenía sentido correr.
Arriba, las nubes perdieron consistencia y mostraron el otro lado desnudo de la Vía. Un cuenco de arcillosa piedra de tiempo proyectó un calor implacable. Parecía que los espíritus bailaran en el verdor circundante. Ruidos crujientes y ondulantes.
Su sistema sensorial, repentinamente alerta, barrió la zona.
Nada. Un silencio vacío. Toby sondeó el espeso y húmedo bosque que a su derecha se perdía en la brumosa distancia, curvándose hacia el cielo hasta quedar reducido a una pátina verde que algunas protuberancias de roca parda fragmentaban.
Un pájaro se posó en una rama cercana. Toby lo miró y el pájaro dijo:
—Ayuda.
Toby parpadeó.
El ave tenía alas, patas y pico, pero no era un ave. Sus ojos eran enormes y una boca carnosa se abría debajo de un pico que se parecía más a una nariz, amarilla y puntiaguda. Mientras Toby lo examinaba, aquel rostro trabajaba con febril intensidad, pasando de fruncir el ceño a una mueca y luego a una sonrisa fugaz.
—Necesito ayuda —dijo la boca con un acento Bishop perfecto.
—¿Quién o qué eres tú?
—Este lugar, este tiempo, que es urgente para tus necesidades. —El pájaro tembló, agitando las plumas, haciendo vibrar las alas como láminas delgadas, moviendo las patas sobre la tosca rama.
—¿Urgente para…? —No había tiempo para misterios—. Oye, hay un Mantis allá arriba. Necesito un lugar donde ocultarme.
—Se requiere lo opuesto. —El pico del ave señaló el suelo—. Debes abrir, no cerrar.
—¿Abrir qué?
—Una puerta. Hay esencias que necesitan entrar en este esti. ¡Pronto!
—¿Cómo?
El pájaro avanzó un paso por la rama, aleteando.
—No creas que te hemos abandonado. Esperamos que vivas para ayudar.
Toby resopló.
—Gracias, amigo. Pero ¿qué diablos…?
Una cascada de sensaciones inundó su sistema sensorial.
Imágenes. Instrucciones. Era tan vitales e imperiosas que Toby se movió al instante, cogiendo las herramientas con una mano mientras apartaba las hojas en busca del lugar indicado. Allí. Esti expuesto.
De pronto el resplandor caliente de arriba se apagó. Noche cerrada. ¿Dónde estaba el Mantis?
Trabajó en medio de la negrura.
Soplete, láser, borbotones de microondas. No podía distinguir cómo respondía el esti, salvo por algún esporádico fulgor rojo.
Pero una pulsación de energía lacerante brotaba del lugar donde trabajaba. Era un torrente de energía gravitatoria liberada, una ola que le retorcía las vísceras.
Debajo de él, energía palpitante. Muda, inquieta.
—No es suficiente —dijo el pájaro—. Qué pena.
—¿Qué más…?
—Demasiado tarde.
Llegó. Una descarga de exploración llovió a su alrededor. Láminas de luz perlada atravesaron el gran eje de la Vía, cayendo hacia él.
Algo contrarrestó la descarga. Sintió sin ver una presencia sólida y oscura. Corcoveaba, gruesa como un nubarrón. Una mole hirviente.
Como un animal corpulento que irguiera la cabeza hacia el techo de la Vía. Atacó con dientes de piedra.
Las láminas de luz perlada se arquearon, cayeron sobre él con celeridad asombrosa. Astillas de calor bajaron del eje.
No sólo lo atacaba a él, sino al bosque. Miles de voltios vertieron su potencial en sendas sinuosas que hendían el aire y barrían el suelo.
En el brillo azul y eléctrico vio que el pájaro caía de la rama, muerto.
Una contracorriente saltó hacia el cielo, fulminante, un brillante rebote rojo y amarillo que se retorcía en el aire.
Su sistema sensorial le indicó todo aquello mientras él buscaba refugio —sabiendo que el gesto no tenía sentido dadas la magnitudes de la situación— y los datos crepitaban en su espalda.
¡Quath! ¡Killeen! ¡Papá!, envió, presa del pánico.
El desgarrador rayo rojo atacó de nuevo. Cegador. La crujiente respuesta se repitió. Una y otra vez.
El enfrentamiento continuó en el aire trémulo. Un largo relámpago y un crujido. Sólo su sistema sensorial podía interpretarlo, y se lo presentaba como un problema resuelto, aunque sin decirle qué significaba.
Un viento helado. Se aplastó contra un árbol carbonizado. Una humareda acre invadió sus fosas nasales.
¡Quédate agachado!
No podía toser, se negaba a toser, aunque ansiaba hacerlo. No podía permitir que lo encontraran.
Algo pesado y sordo se aproximó por encima del bosque.
Descendió, escrutando. Toby lo sentía sin saber cómo.
En la sofocante penumbra distinguía animales que corrían en círculos, enloquecidos, chillando. El aire hirvió y todos cayeron. Muchos gemían, con chillidos penetrantes como de uñas raspando pizarra. Luego desaparecieron del sistema sensorial, muertos. Toby no tenía tiempo de pensar en ellos, pero sus gritos lo afectaban por razones que no podía entender.
Un aullido rojo hirvió a lo largo del eje. Detonaciones y presiones, amontonándose una sobre otra. Colisiones sordas, aceleradas. Algo profundo, zumbón, metálico.
Salió de debajo de un techo de ramas rotas y se incorporó. Era mejor enfrentarse a él así. Sabía sin embargo que esto era irracional, poco inteligente, pueril quizá.
Un gran poder irrumpió en la Vía. Toby encogió su cuerpo de miedo.
De entre los arbustos y los árboles llegaba una creciente respuesta.
Algo hirvió en el aire, caracoleando como niebla espesa, pero con ímpetu perturbador. De repente Toby comprendió: allí la urdimbre de la vida había evolucionado de tal modo que tenía capacidad de absorción y reacción.
Sintió que los seres diminutos que lo rodeaban se atrincheraban en la blanda tierra, llamándose con gorjeos, trabajando con un propósito inimaginable.
Cada engranaje encajaba en otro. Afinándose. Y de algún modo él era un eslabón de aquella cadena. Tenía que decidir cuándo y hacia dónde enfocar tales energías.
No sabía cómo lo sabía, pero la certidumbre lo colmaba. Él era la criatura más inteligente de aquel lugar. Tenía que valerse de su criterio.
Tenía que tratar de matar al Mantis.
De nuevo trabajó en el esti. Vació su paquete energético en microondas, sintiendo un hervor de energías bajo el esti. Algo quería salir. ¿Qué había dicho el pájaro? Hay esencias que necesitan entrar en este esti.
Una pulsación de gravedad le vibró en los huesos. Se acercaba.
Guardó el láser, pasó a infrarrojo. ¿Qué importaba si el Mantis podía verlo? Ya era demasiado tarde para preocuparse. Demasiado tarde para cualquier cosa salvo esto. Lanzó un rayo entre sus pies.
Él era un disparador…
Conducto. Conector.
Tráelo, atráelo.
Toby dejó que una esquirla de sí mismo aflorase. Una pequeña cuña abriéndose en su mudo sistema sensorial.
La presencia se acercó. Extendió zarcillos.
Hora de actuar. Aunque no importara, frente a energías tan colosales. Toby proyectó su sistema sensorial hacia arriba.
Aquí estoy. ¿Veis?
El peso descendió. Lo escrutó con ojos atentos.
Revoloteó. Más cerca, más cerca, aún inseguro…
El bosque se abrió. Toby brincó, golpeó y rodó. Un volcán hizo erupción donde él estaba. Y se difundió.
La violencia chisporroteó desde millones de hojas. Las raíces de superficie, dormidas un instante antes, descargaron la energía acumulada. Una luz salvaje atravesó intrincadas conexiones entre árboles en espiral. El dosel mismo lanzó dedos verdes al aire.
Una lámina de rayos amarillos se elevó. Una respuesta.
Toby sintió la tibieza del suelo. Una cruda pulsación de energía infrarroja. Murallas de calor duro.
Agua hirviendo. Lagunas llenándose. Ondas de vapor frío. Humedad invadiendo la atmósfera helada. Bullentes hongos ondularon, titilaron, tiritaron en un árbol cercano.
Una vehemencia energética irrumpió en el eje de la Vía. Un resplandor descendió.
Toby unió las manos sobre su cabeza. Una piedra le golpeó las costillas. Un trueno de presión lo tumbó.
En aquel instante supo que la violencia se propagaba a lo largo de toda la Vía. Era un furor mental, no físico, una concatenación de inteligencias grandes y pequeñas.
Y el furor hizo erupción en todas ellas, provocando muerte y júbilo por igual.