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TRANSHISTORIA

Q

uath los acompañaba bamboleándose por la zona de recepción de Andro.

La habían llevado por las dársenas de carga y los sectores de equipos del puerto, porque las zonas de personal eran demasiado pequeñas.

Toby habría jurado que Quath tenía más piernas, pero los nudosos tobillos de acero se movían tan deprisa, haciendo zumbar las articulaciones neumáticas, que costaba discernirlo.

Los edificios relucían como mantequilla caliente, tal vez como parte de las precauciones de seguridad de aquella gente, supuso Toby, pero no se imaginaba el uso de aquello. A menos que los edificios contuvieran energías fulminantes que pudieran eliminar a los Bishop infractores.

—¿Qué opinas, Quath’jut’kkal’thon? —preguntó Killeen.

Ella volvió la cabeza angulosa hacia Killeen, una cortesía que sabía que los humanos apreciaban, aunque era totalmente innecesaria, pues su voz les llegaba por las líneas de comunicaciones. Aun así, no dijo nada.

—Vamos, Quath, no te preocupes —dijo Toby, con una ligereza que no sentía, y esperando que la alienígena no reparase en ello—. Estarás bien. Todos estaremos bien aquí.

‹A Quath’jut’kkal’thon no le importa›.

Toby jadeaba tratando de ir a su paso.

—¿Por qué lo dices, arrancadora de ojos?

‹No me importa. Ahora que hemos llegado a este extraño lugar, yo no importo›.

—Importas para esta gente —dijo Killeen—. Tienen mucho interés en ti.

‹Para sus propios fines. Tal vez, cuando se conozcan todos los propósitos, nuestros fines coincidan con los suyos›.

—Parecen bastante preocupados por las miriapodia —dijo Killeen.

Inquieto y nervioso, el capitán movía los ojos de un lado a otro mientras salían de la dársena de recepción y entraban en la ciudad. Más «guardias de honor», como los llamaba la juez, los acompañaban; equipos de hombres y mujeres alertas y nerviosos, provistos con armas de cañón largo, les abrían paso por calles laterales. En las desiertas calles de piedra las tiendas cerradas resonaban con el eco de los talones de las botas de los Bishop. Killeen hizo señas a Cermo y a varios más, que formaron una fila protectora. La gente de esa ciudad monótona no parecía una amenaza; todos sabían que los «guardias de honor» estaban allí para mantener a los Bishop en orden.

‹Les diré sólo lo que permite el código de las Filósofas›.

Quath seguía preceptos que Toby no atinaba a comprender. A veces se explayaba detalladamente sobre la historia de las miriapodia. En otras ocasiones no decía una palabra, ni siquiera parecía oír las preguntas.

—Ansían tener noticias de la Negrura Lejana, como las llaman ellos —añadió Toby.

Los guardias, con su actitud tensa, lo ponían nervioso. El aire mismo parecía cargado de electricidad. Esas personas, su extraña y achaparrada ciudad, el increíble pero irrefutable hecho de que estuvieran allí, todo se sumaba para crear en él una profunda inquietud. Y todo sucedía tan deprisa que no podía obtener respuestas directas a las mil preguntas que ese lugar planteaba.

—Si eso compran, eso venderemos —dijo Killeen—. ¡Cermo! Coge ese callejón y enfoca esas nubes lejanas.

—¿Qué espectro?

—Dame una visión general, infra o mejor.

Cermo avanzó, vestido con traje de campaña, haciendo rechinar sus ornamentos tecno. Sus electrorredes vibraban con energía. Las antenas que llevaba instaladas en el hombro, la cintura y la cadera escrutaban todos los rumbos en 3D. Su armamento, bruñido tras largas horas de lustre y reparación en la nave, estaba sin embargo mellado y abollado por mil refriegas.

Toby recordaba los tiempos en que aquel equipo era de uso cotidiano para todos los Bishop. En plena fuga, sintonizaban sus sistemas sensoriales en perímetro máximo, cada Bishop un centinela. Durante los años que siguieron a la Calamidad habían errado así, levantándose fatigados, ojerosos y doloridos cada mañana, en un mundo cada vez más árido, hambrientos y perseguidos por los mecs.

Los lugareños los miraban desde esquinas distantes. Parecían interesados y divertidos. Ratas con corbata.

Toby no lograba entender el cielo. Sabía que aquello no era un planeta ni mucho menos, pero nubes cambiantes se desplazaban a poca distancia de los chatos edificios. Incluso los había sorprendido un chubasco cuando regresaban a la dársena del Argo. Eso le había sorprendido, un agua pura y sabrosa cayendo del cielo como un don divino. No había visto una lluvia tan sabrosa desde que jugaba en el lodo cuando era niño.

… y de pronto un chubasco, un aguacero, gotas cristalinas en la cara. La cara de ella. Gotas incesantes y ráfagas torrenciales, transparentes, maravillosas, una sonora cascada martilleando una ladera, y ella de pie bajo la lluvia, con un traje de fiesta amarillo pegado a las piernas delgadas, una joven empapándose extasiada…

La intrusión repentina le había inundado la mente. Shibo.

Majestuosos arbotantes, flanqueados por masas de granito. Sentía esa Personalidad intensamente, los huecos y ranuras del interior de otra persona, un nuevo contiene extendiéndose ante él. El aguacero amainó. Llovía a lo lejos, gotas oblicuas cayendo de nubes turbulentas, signo de esa triste presencia.

Hace tiempo que no me llamas.

—Estuve ocupado. —Algo de aquel aguacero inquietaba a Toby por el placer que despertaba en Shibo. Notó que tenía una erección, y esperó que ella no lo notara.

Sé que es difícil llevarse bien con tu padre. Yo pasé por lo mismo.

—Él está a cargo de todo, sí, pero… no me siento tranquilo.

Es el hombre cuyo sentido de la oportunidad os ha traído hasta aquí, tan lejos…

—Ya no sé lo que busca.

Creo que sus objetivos son los de siempre. Pero ahora es un hombre que oculta sus sentimientos. Un capitán debe hacerlo.

—Pero a mí no me los oculta.

Como desde una lejanía, ella dijo:

Aun a ti. Te estás convirtiendo en un hombre, más que en su hijo.

Toby tosió para disimular el oscuro hervor que sentía por dentro. La erección persistía y él respiraba entrecortadamente. Le zumbaba la cabeza.

—Las nubes son bastante densas —dijo Cermo—. No veo mucho en el infra lejano. La visión es fluctuante.

—¿Fluctuante en qué sentido? —preguntó Killeen.

—Parece que reflejaran la ciudad misma. Es decir, cuanto más miro, más obtengo imágenes ondulantes de calles y edificios.

Shibo retrocedió. Toby quería escuchar la conversación que sostenían los demás y ella había regresado a su refugio. Toby se concentró, empujándola más. Procuró respirar más despacio. No veía nada a través de las nubes.

—Las microondas dicen que allá arriba hay algo sólido —dijo Cermo.

—¿Sólido? —Killeen cabeceó—. En efecto, todo concuerda.

‹Convengo en ello. Estamos en un tubo que da vueltas, tan ancho que el agua se condensa a lo largo del eje formando bancos de nubes. Si pudiéramos ver a través de ellas veríamos más edificios. No sé cómo se logra la rotación en este lugar desconcertante›.

—Me alegra que te hayas vuelto humilde, vieja cucaracha —dijo Toby. Quería dar ánimos a esa criatura bamboleante, pero le temblaba un poco la voz por el descubrimiento de Cermo. La idea de una ciudad suspendida sobre él, sin ningún soporte, sostenida por una invisible ley física lo abatió un poco, aunque procuró conservar el ánimo.

Tres brazos color rubí bajaron de pronto y elevaron a Toby por encima de los adoquines. Lo mecieron juguetonamente, lo posaron en el caparazón amarillo que había detrás de la cabeza de Quath.

—¡Oye!

‹Tal vez aprendas más desde una perspectiva más elevada›.

—¡Uuf! No es que haya mucho para ver. Ya era más alto que los letreros con los nombres de las calles. Qué raros, ¿verdad?

El grupo de los Bishop cruzaba el paseo del Melocotón por el Camino Real de las Granadas, y Toby tuvo que llamar a su Aspecto Isaac para comprender que se referían a sabrosas frutas antiguas, aunque no había ninguna planta a la vista.

‹Su renuncia a divulgar datos sobre este lugar me resulta sospechosa›.

—Si no he comprendido mal —dijo Killeen—, no dan nada gratis.

—En efecto —dijo Toby—. Son bastante desagradables.

‹Las Iluminadas hablaban de vuestros hábitos tribales, las grandes variaciones en costumbres. Discrepan en cuanto a si esto es una ventaja o una sutil debilidad›.

—Tal vez sea ambas cosas. Estamos acostumbrados a que la gente se ayude sin hacer preguntas. Esta gente no piensa así… lo cual implica muchas cosas.

‹Esos matices de la conducta de los primates superan mi comprensión›.

—Pues es sencillo —dijo Killeen—. No sufren una amenaza continua. La gente que se siente cómoda puede permitirse el lujo de elegir.

Toby pensó en ello.

—También puede significar que están bastante habituados a los extranjeros.

‹Entiendo a qué te refieres›.

—¿Sí? ¿A qué?

Toby no tenía una idea más profunda, pero no lo admitiría allí, siendo el único menor entre adultos. Nadie revelaba sus golpes de suerte.

‹En esta estructura hay muchas más personas de las que vemos. Suficientes para que la mayoría sean extranjeros›.

Killeen observó atentamente a los guardias.

—Es posible.

Toby se sentía nervioso, como si estuvieran practicando un juego invisible. Killeen no demostraba su inquietud, conservaba el aplomo. Toby echó un vistazo a un callejón y vio a lo lejos un edificio que de pronto pareció derretirse; las ventanas y arcos se disolvieron en un verdor moteado.

—¡Mirad!

El edificio se modificó; aparecieron un techo a dos aguas y una nueva hilera de ventanas. Killeen entornó los ojos.

—Eso también concuerda —dijo con aire distante.

—¿Concuerda con qué? —Toby vio que se abrían nuevas puertas, de bordes ovales en vez de rectos.

—Esta ciudad posee una tecnología que nunca hemos visto. Y apuesto a que se controla sola.

—¿Sola? —murmuró Cermo, intrigado—. ¿Y Andro?

—Es un empleado. —Killeen miró a Andro con una sonrisa bonachona. Le divertía que pudieran hablar así tan cerca de él—. Pensándolo bien, esta gente no es superior a nosotros.

—Realmente, no parecen capaces de construir un Candelero —dijo Cermo.

—No lo hicieron —dijo Toby con firmeza—. Pero no esperes que lo admitan.

Pasó frente a una fuente cantarina, agobiado por un torrente de ideas; sintió el surgimiento de una presencia…

… Ella se movía con agilidad y entusiasmo, saltando de guijarro en guijarro por la resquebrajada carretera. Los charcos que la niebla nocturna había formado reflejaban su imagen en la luz grisácea y deshilachada. Jugando en las ruinas al alba. Escombros de una incursión nocturna. Tocones de piedra. Una araña dormía en la ciudad, plateada y acechante, sus patas velludas moviéndose con una fricción de navaja, inaudible entre el ruido del despertar de su amada ciudadela, bella y desolada y siempre aguardando el próximo golpe. Pero la alegría surgía de cada momento. La mañana rebosaba con el eterno ajetreo de la gente dedicada a sus ocupaciones, lucha y fracaso y nueva lucha. Aunque también sabían que la araña aguardaba, susurrando en las cuencas oculares de un cráneo blanqueado…

Toby interrumpió las imágenes, jadeando. Se obligó a mirar la calle que pisaban sus botas, y clavó los ojos en la líquida danza del agua.

Pero el mundo de Shibo también era cautivador. Evocaba levedad, airosa sensación de fusión, pero tenía un sólido fundamento en una red de interjuego, de casual y tácito deleite. Estos atisbos de su Personalidad contrastaban con la tensión masculina que lo rodeaba, la contención, el control y el análisis. El andar robusto y musculoso de Killeen traslucía propósito, decisión, distanciamiento. Toby respetaba eso, sabía que era preciso conducir a la Familia Bishop de esa manera.

Pero aquel, además, era su padre. Durante los años en que huían juntos por planicies áridas y peligrosas, Killeen se había templado, afilado. Como un cuchillo contra la piedra, pensó Toby, una ley de la naturaleza. Y ahora Killeen esperaba que su hijo manifestara la misma dureza, el mismo distanciamiento resuelto que exigía el liderazgo.

Toby sintió esa lucha interior como un puñetazo, un choque entre las tentaciones del mundo de Shibo y las exigencias de Killeen. Cermo lo miró de una forma rara, enarcando una ceja. Toby comprendió que en su rostro debían pintarse sus sentimientos, y lo compuso, sintiendo que la Personalidad Shibo se reía suavemente de él, y luego desaparecía en su fantasmagórico refugio. Toby continuó la marcha.

Recorrieron calles tortuosas, cruzaron una ancha plaza de piedra negra, se internaron en el edificio más imponente que habían visto allí: una empinada pirámide, de blancura cruda y resplandeciente. El Aspecto Isaac dijo que era «perlada», y cuando Toby palpó el material era asombrosamente frío y pegajoso. Pronto entraron por un ancho portal y ocuparon asientos delante de una tarima elevada. Las sillas eran de un tamaño adecuado para los Bishop y la de Toby lo aferró con una fuerza tibia y acariciante. Era insinuante, y lo ceñía a lo largo de la espalda y las piernas. Se preguntó si lo dejaría ir, en caso de que quien mandara en aquel lugar decidiera impedírselo.

Para su sorpresa, la juez Monisque apareció sobre la tarima; esta vez llevaba una toga azul.

—Me imaginé que era algo más que una juez —susurró Killeen en comunicación cerrada.

—Me alegra saludaros otra vez, gente errante —dijo Monisque—. Ahora me presento ejerciendo mi otra función… la de jefa de permutas.

—Parece que aquí te encargas de todo —dijo Killeen.

—Las apariencias engañan. La mayoría de la gente no se interesa por los visitantes, vengan del esti que vengan.

Cabeceó mientras muchas personas bajas llenaban los asientos restantes, murmurando. Toby notó que los asientos se adecuaban también a los enanos, encogiéndose, y se sintió menos paranoico.

—Nuestra amiga Quath’jut’kka’thon está dispuesta a presentar datos acerca de cualquier campo que no esté vedado por su… —Killeen procuró traducir las ideas de las miriapodia a términos humanos—. Bien, sus órdenes sacerdotales. A cambio de lo cual, tenemos gran cantidad de preguntas que formularos.

—No estoy aquí para decirlo todo, capitán —dijo Monisque con retintín.

Killeen no estaba de humor para ponerse a regatear, y Toby compartía su impaciencia.

—Primero, queremos saber qué lugar es este…, cómo funciona, su historia, quién lo creó. Segundo…

—Podemos decirte lo que sabemos. Pero no hablo en nombre de las Vías.

—¿Vías? —preguntó Killeen.

—Otros ejes del esti. ¿Andro no os dijo nada?

Andro se puso de pie. Vestía un mono más limpio y almidonado.

—Intenté explicárselo, pero carecen de las nociones necesarias.

Toby no pudo soportarlo. Se levantó y acometió.

—Mientras estuviste a borde del Argo, sólo intentaste hacer trueques por nuestro equipo. No te oí dar ninguna conferencia sobre…

—Pues bien, dediqué un poco de tiempo extraoficial a mis aficiones. Aun así, señoría, estos palurdos no tienen ni la menor idea acerca de las brazas topológicas necesarias para…

—Sentaos, ambos —rugió Monisque—. Os daremos la Introducción Correctiva estándar, no hay problema.

—Segundo —dijo Killeen, como si le faltara por enumerar una larga lista—, deseo saber dónde está mi padre, Abraham de Bishop.

—Búsqueda de parientes, ¿eh? Amigo turista, aquí eso es una importante industria familiar. —Monisque hizo una anotación pasando la mano por el atril de la tarima—. Tendrás que encomendar una búsqueda por tu cuenta.

—Debéis saber dónde están vuestros ciudadanos, quiénes son.

—¿De veras? —Monisque enarcó las cejas—. Hay más vectores de Vías que pelos tienes en el cuerpo, capitán… y más rizados.

Los presentes rieron, aunque no los Bishop. Killeen tensó la boca y envió por canal cerrado:

—No puede ver mis pelos más rizados… ni los verá, por cierto.

Los Bishop reaccionaron con una risotada y una sarta de burlas. Los enanos se sorprendieron, sin saber si los habían insultado.

Toby sonrió. Se preguntó si aquella gente tendría la misma tradición que los Bishop: un torneo de humor cortante, sarcasmos e insultos, tanto velados como desnudos. Entre fugitivos, esa charla rápida servía para divertirse y agraviar, a ser posible ambas cosas. Servía básicamente para aplacar las tensiones, para ventilar las rencillas de manera aceptable. Tal vez por eso Killeen parecía tan distante e imponente para muchos de sus actuales subalternos. Nunca lo habían visto humillado por una broma mordaz.

—Respeto que vuestros parientes vivan aquí tan hacinados —continuó Killeen con gran afabilidad—. Entiende que nosotros necesitamos reunimos con nuestros antepasados.

Ella lo miró de hito en hito.

—¿Estás seguro de que eso es todo?

—Vuestra tribu es muy avanzada, pero algunas cosas no cambian —dijo Killeen con severidad—. La Familia es una de ellas.

—Es justo. Pero debéis comprender que vemos pasar a mucha gente. Oímos historias. Profecías. Embustes. Muchos nos tienden la mano… para arrebatar, no para dar. Así que nos hemos vuelto un tanto recelosos.

—Tratad de huir de los mecs durante un par de generaciones —dijo Killeen con mesura. Toby comprendió que procuraba contener la impaciencia.

—Me inclino ante la superioridad de vuestra experiencia. Aun así, mi autoridad tiene sus límites. Tratamos con las personas de la transhistoria de manera justa y ecuánime. El trueque está bien. Estamos dispuestos a canjear. Todo lo demás…

—Somos de Nieveclara, no de la transhistoria.

La juez hizo un ademán desdeñoso, agitando la toga.

—Es un término que designa a la gente del esti salvaje. No podemos dar por sentado que procedéis del lugar y época que alegáis, porque no hay manera de verificarlo. La turbulencia esti impide todo rastreo. Si podemos, nos atenemos a transacciones en efectivo… pero no hay efectivo que sirva entre las transhistorias, así que se requieren muchas negociaciones y cambios.

Killeen abandonó su máscara de amabilidad. Se levantó, haciendo gemir los servos de las piernas, usando su altura para poner el rostro a la misma altura que el de Monisque.

—Estoy dispuesto a negociar a cambio de noticias de mi padre y un mapa para encontrarlo.

—¿Eso es todo? La mayoría de los visitantes quieren comida, combustible, crédito. Killeen resopló.

—Eso lo conseguiremos por nuestra cuenta.

—Supongo que lo consideraría justo si tuviéramos pleno derecho a interrogar al miriápodo.

Monisque miró de soslayo a Quath; era la primera vez que se dignaba reparar en su enorme presencia.

—Eso era sólo un aperitivo. Queremos algo más. Hallamos una inscripción en un Candelero en ruinas, acerca de los que se zambullen en la guarida y biblioteca. Quiero hacer preguntas sobre eso.

Monisque agitó la brillante toga como si sintiera la tensión que había bajo las palabras de Killeen.

—Hubo muchos Candeleros. Yo…

—¿Aquí hay gente de esa época?

—En cierto sentido, sólo que «aquí» no es una palabra útil cuando hablamos del esti. Si quieres, podemos ofrecerte datos históricos…

—No quiero datos, no ahora. —Killeen hendió el aire con una mano, la voz enronquecida, mascando las palabras—. Quiero encontrar gente.

Ella lo miró con escepticismo.

—¿Eso significa «quiero» o «queremos»?

—Queremos… la Familia Bishop… su capitán. No hay diferencia.

—Así parece —dijo secamente Monisque—. Muy bien. La «biblioteca y guarida»… bien, este es un camino hacia el esti, así que supongo que corresponde a la «guarida». En cuanto a la «biblioteca», no hay datos que nadie esté dispuesto a servir en bandeja.

—¿Por qué no?

—Andro, tenías razón. No saben nada. —Miró con picardía al público, que rio entre dientes—. Nadie te revelará nuestro mayor secreto, aunque seas un gigante planetario. Si quieres hablar con los antiguos de los Candeleros, o con el tal Abraham, te recomiendo el Restaurador. Es una especie de biblioteca, pensándolo bien.

Toby no lo entendió, pero Killeen asintió lacónicamente con la cabeza, como si oyera la confirmación que esperaba.

—La inscripción —dijo—. Mencionaba una heroína sin nombre. «Ella es como era y obra como obró». ¿Eso alude a ese lugar, el Restaurador?

—No soy una experta en historia lineal, y mucho menos en transhistoria. Este asunto apesta a ambas cosas.

—Entonces indícanos el camino hacia el Restaurador, su precio…

—No podrías pagarlo.

—Aún no he mostrado todas mis cartas, juez.

—Lo sé. Estaba esperando la próxima mano.

—Si sabes tanto, tal vez puedas decirme qué ofreceré.

—¿Andro? ¿La posibilidad que mencionaste?

Andro se adelantó y se pulsó la tercera uña. Una luz cruda proyectó en la pared de detrás de la tarima una imagen tridimensional de un pasaje del Argo. Toby reconoció el lugar y jadeó.

—¡Los Legados! Le dejamos acercarse.

Andro ni siquiera miró a Toby.

—Vuelan en una nave Clase 6, señoría. Diseño de cubierta estándar, bastante deteriorada; no pude llegar al nexo, pero por el modo en que lo protegían, me imagino que allí hay una plancha. Este niño —señaló a Toby con el pulgar— acaba de probarlo.

Monisque frunció el ceño.

—¿De qué época? Creí que quedaban pocas naves de ese tipo.

—Los mecs destruyeron la mayoría. Los Bishop dicen que esta estaba sepultada en su planeta. Los mecs debieron pasarla por alto.

—Una plancha de esa época… —Monisque tocó la tarima, murmuró, pareció hacer cálculos.

—En efecto —dijo Killeen. Toby veía que en realidad Killeen se proponía negociar con los Legados. Su mente giraba en un frío y furibundo vacío.

También la mirada de Andro era distraída. Toby comprendió que ambos se comunicaban con alguna inteligencia distante, tal vez un banco de datos. Su Aspecto Isaac comentó:

En la Era de las Altas Arcologías existían esas aptitudes de enlace. Incrementaban la inteligencia operativa de todos. También producían dolencias, producto de la inmersión en datos, y las disipaciones que suelen proceder de tales adicciones.

Toby desestimó esa información inservible. Observó a la juez que asintió con la cabeza —¿para sí misma, o para una presencia lejana?— y dijo:

—Estoy dispuesta a negociar. Servicios, servicios muy limitados, a cambio de una inspección exhaustiva de vuestra nave.

Varios Bishop protestaron. Toby quedó tan sorprendido que enmudeció, como si tuviera la garganta llena de algodón.

—Tendré que saber a qué servicios te refieres —dijo Killeen sin dilación—. Tengo algunos en mente.

—¡Papá, no podemos! —exclamó al fin Toby—. Los Legados son nuestros. No podemos permitir que cualquiera los tenga.

—Yo juzgaré eso —replicó Killeen—. Aquí tenemos negocios, y esta buena gente merece saber sobre nosotros, al igual que nosotros sobre ella.

—¡No! —insistió Toby—. ¡No sabemos qué contienen los Legados! Tal vez secretos de la Familia. Historia. El linaje de todos los Bishop que existieron, que podrían existir. ¡Incluso datos de la Gran Época! Tú…

—Apenas podemos leer un par de caracteres —dijo Killeen de mal humor—. Necesitamos ayuda para descifrar su significado. De este modo la obtendremos.

—Pero quién sabe qué harán con nuestros secretos.

—Son antiguos, tan antiguos que el idioma en que están escritos es ininteligible. Textos de la Era de los Candeleros, tal vez anteriores. De una época que sólo conocemos por las leyendas. ¡Todos esos puntos y garabatos! —Killeen se volvió hacia todos los Bishop y Cards presentes, y Toby comprendió que estaba silenciando toda objeción antes de que nadie hablara. Añadió con firmeza—: Obtendré lo que necesitamos, trocar los Legados… y de paso que los descifren.

Los Ace, Fiver y algunos Bishop manifestaron su acuerdo con un murmullo, aunque algunas miradas esquivas insinuaban que otros no estaban tan seguros.

—Al menos aguarda un poco, papá —dijo Toby—. Asistamos a este «curso correctivo». Aprenderemos más sobre este lugar, tendremos una idea más acertada del valor de nuestros Legados, veremos si Abraham está aquí, tal vez logremos un trato más conveniente…

Los ojos de Killeen examinaron rápidamente la sala. Una leve sonrisa, un gesto de complacencia, borró una momentánea sombra de incertidumbre. Toby vio que contaba con el respaldo de los demás, el peso de su rango y del pasado. Miró a Toby con severidad y se encaró con la juez.

—Papá, no deberíamos…

—Cermo, sácalo de aquí.

—¡Soy el hijo del capitán, Cermo!

Toby abrió la boca pero las palabras no le salían. Cermo lo cogió con firmeza, inmovilizándole los brazos. Pataleó, gritó, insultó, probó suerte con una patada pero sólo golpeó el aire. Cermo lo tenía dominado. La sala parecía acuosa, llena de un aire enrarecido que no transmitía sus palabras y sus gritos mientras Cermo lo llevaba a rastras hasta un pasillo. Los enanos lo miraban con los ojos desorbitados, ocultándose en el aire denso de aquella sala ondulante. La garganta de Toby se llenó de un regusto espeso y agrio, con un trago amargo de presentimiento.