5
CHISPA DURA
A
pesar de las empinadas cuestas y de lo escabroso del terreno avanzaron a buen ritmo, si eso significaba algo en un esti retorcido que se empeñaba en confundir a Toby. Varias veces el aire y la roca se mecieron como objetos submarinos, produciéndole náuseas.
El tiempo, decía Quath. El esti ajustándose a la entrada de masa. Su oído interno le decía que «abajo» era una cuestión de opinión, algo que variaba mientras la piedra de tiempo gruñía y se descamaba.
Entraron en un desierto ventoso. Un terreno irregular se alejaba en curva, internándose en un cielo anaranjado. El otro lado de la Vía estaba tan lejos que no podía distinguirlo ni siquiera a máxima ampliación.
—Gran lugar. ¿El opuesto de la gravedad está allá?
‹Así es. La náusea que sentimos proviene de corrientes encontradas›.
—Sí, pero hay algo más. ¿Lo sientes?
‹Noto que me observan›.
—En efecto, y no puedo localizar desde dónde.
‹Nos vigilan de manera difusa. Es desconcertante›.
—No son mecs, diría yo. No parece cosa suya.
‹Puede que lo sea. La especie de los mecánicos es más lista que las nuestras›.
—En algunos sentidos, tal vez.
‹Sí, en algunos sentidos›.
Quath se estaba poniendo nerviosa. Hablaba poco y movía las piernas cuando no las usaba.
Se puso a hacer más calor, y de repente más frío. Un viento seco soplaba y canturreaba como una música tenue. Pequeñas ondas esti se mecían. Los tonos susurrantes eran claros pero misteriosos, inhumanos pero agradables para un oído solitario.
—No hay mucha agua por aquí —dijo Toby, tratando de mantener una conversación para aliviar la inquietud.
‹El agua en estado líquido es una rareza en la galaxia. Cerca del Comilón el problema de mantener formas orgánicas como nosotros se complica. Sin duda el esti está preparado para recoger y conservar agua con notable eficacia›.
—¿Crees que fue hecho para nosotros? ¿Para los humanos?
‹No. Los elementos químicos básicos son comunes a la mayor parte de la vida planetaria. La mía no es muy diferente de la tuya›.
—Recuerdo que una vez me contaste que habíais mezclado material genético de algunas especies, hace mucho tiempo. ¿Fue con nosotros?
‹No. Nos unimos a una forma superior, estoy segura›.
—¿Ah sí? ¿Superior hasta qué punto?
‹Nuestros documentos son imprecisos. Pero ese contacto nos llevó a un plano superior de contemplación. Más avanzado que el de las formas monumentales›.
Toby no sabía bien qué significaba «avanzado», pero si se trataba de ser enorme, tener un caparazón duro y tirar las cosas sin darse cuenta, no le impresionaba demasiado.
Por la mañana había intentado afeitarse, pero el aire había sorbido el agua y el jabón antes de que pudiera terminar de hacerlo. Una aridez multiplicada: el aire era como una esponja.
Brisas de gravedad distorsionada los condujeron a un territorio de vegetación demencial. Helechos en espiral formaban cerrados bucles a su alrededor. Sus frondas aladas y gigantescas se estiraban para recibir la luz esporádica de las distintas murallas esti.
‹Reaccionan ante el clima esti›, dijo Quath. ‹Una helicoide resiste mejor los cortes y distorsiones de la gravedad variable›.
Cada espiral era un bosque en miniatura. Sus láminas retorcidas tenían venillas verdes y anaranjadas, y ocultaban huecos y grietas poblados de criaturas que cloqueaban, parloteaban y silbaban llamando desde la enmarañada complejidad del árbol madre. Por diversión, Toby intentó apresar un ratón alado y terminó con un codo despellejado después de dar inútiles manotazos en el aire.
Se estaba comiendo un delicioso fruto rojizo cuando sintió un espasmo en el sistema sensorial; no demasiado fuerte, apenas una contracción. Luego una cuña pálida y fantasmal atravesó sus sentidos. Una inspección. No se trataba de aquella sensación sutil de ojos invisibles.
Miró hacia arriba. Algo largo y ahusado surcaba el cielo broncíneo.
Conocía esa fuerza fría e implacable.
‹Deprisa›, dijo Quath, y echó a andar.
Toby la siguió. Mirar a Quath subiendo una cuesta era ver esa tarea reducida a sus elementos esenciales. Se ocultaron bajo unos árboles tupidos. Toby estaba corriendo y tratando de identificar las furtivas huellas en el sistema sensorial cuando resonó un estruendo en el bosque.
Ambos cayeron. El sistema sensorial vibraba. Crujieron algunas ramas en las cercanías. Cayeron frondas helicoidales.
‹Quédate tendido. Extenderé una pantalla de camuflaje›.
—Mecs. A gran altura.
‹Algunas figuras pequeñas. Una grande›.
—¡Maldita sea!
‹No es un mero reconocimiento, como el del pájaro›.
—¡Maldita, maldita sea!
‹Es abominable que los mecánicos hayan invadido las Vías›.
—Deben haber irrumpido en ellas forzándolas.
‹Sí, pero ¿por qué ahora? Observa su conducta. Es evidente que buscan algo›.
—Recuerdo algunos de estos patrones y… —Algo apareció en el sistema sensorial, se acercaba rápidamente.
‹Soy un estorbo para ti. Es mucho más fácil encontrarme a mí›.
—Quath, es el Mantis.
Un largo silencio. Estrías desplazándose en los límites de su sistema sensorial.
‹Killeen me habló de él. Es un mec de orden elevado›.
—Y es tremendamente peligroso.
El Mantis zigzagueaba, a veces se encogía como si continuara por la Vía, luego reanudaba su movimiento por un risco cercano, medio oculto por la roca reluciente.
‹Hay otros›.
Formas más pequeñas pasaron revoloteando como nubes algodonosas. Una rozó susurrando la arboleda, viró, se alejó.
—Creíamos haber matado al Mantis en Nieveclara.
‹Me pregunto si los mecs de orden elevado mueren›.
—Lo hicimos pedazos con el escape del Argo.
‹Nosotros consideramos que el yo está vinculado al cuerpo. Tal vez no sea así en el caso de los mecs›.
—Bien, parece que hacerlos trizas da buen resultado.
‹Piensa en esta manifestación, si quieres, como en un primo del Mantis que conociste›.
Toby se echó a reír.
—¿Mecs con parentela? —La familia era algo humano. Los mecs no necesitaban aquel concepto—. Conque crees que ha venido a curiosear…
‹Así es. Esto implica una perturbadora revisión de nuestras ideas›.
—Nuestra fuga de Nieveclara…
‹Tal vez no fue lo que parecía›.
—¿Crees que fue una trampa?
‹Os llevó al mundo donde yo capturé a Killeen›.
—¿Crees que el Mantis quería que sucediera así?
Quath se apoyó en sus muchas piernas. Sus sistemas sensoriales comunes se contrajeron y los sensores de Quath, mejores que los de Toby, escudriñaron el cielo.
‹En tal caso, ¿con qué fin? Con la ayuda de las Iluminadas y las Filósofas, os ayudé a llegar a este lugar tan desconcertante›.
—¿Y qué? ¿Para qué quiere un mec que estemos aquí?
‹Das por sentado que los mecánicos actúan con una sola idea, por un único motivo›.
—Nunca he visto que hicieran otra cosa.
‹Los órdenes mecánicos inferiores tal vez no›.
—¿Inferiores?
‹Los que puedes matar›.
—No lo hicimos tan mal. Hemos conservado el pellejo.
‹Sospecho que los superiores serían imposibles de matar›.
—Humm. Como el Mantis. —Formas sombrías se aproximaron, ondeando sobre las colinas como manchas de aceite resbaladizo.
‹Si hemos venido aquí formando parte de un plan más importante…›.
—Nuestros esfuerzos y los riesgos que hemos corrido ya no resultan tan gloriosos, ¿verdad?
‹Me parece que esa visión es muy estrecha, muy de primate›, dijo Quath en tono aséptico, con un cortés desprecio por aquellos excesos animales.
—Pero ¿qué busca el Mantis?
‹Seguramente no sólo desea matarnos›.
—Infligirnos la muerte definitiva, entonces.
‹Podría haberlo hecho antes›.
—¿Entonces qué quiere?
‹A vosotros, sospecho. A todos vosotros›.
Toby frunció el ceño. Una sombra cubrió el tupido ramaje. Redujo el sistema sensorial al máximo. Con los supresores acústicos, ni siquiera podía filtrarse el susurro de la respiración. Permaneció cubierto por los bucles de verdor que habían caído sobre ellos. Irguió la cabeza apenas, justo a tiempo para ver una chispa amarilla rodando entre los árboles. La chispa botaba y rebotaba, zumbando como si hablara consigo misma. Era del tamaño de su cabeza, y se oscurecía y se teñía de naranja con cada colisión. Se aproximaba a tremenda velocidad.
Golpeó a Quath. Los rescoldos rojos llovieron con violencia sobre el caparazón de Quath. Uno brincó y rozó el flanco izquierdo de Toby. Este rodó sobre sí automáticamente, tratando de evitar el dolor. Los rescoldos se apagaron.
Toby se quedó quieto. Nada cambió. La sombra había pasado de largo y con ella la cuña pálida que aparecía en su sistema sensorial. Los dolores se redujeron a una quemazón en el brazo.
—¿Quath? —Ninguna señal—. ¡Quath!
‹Silencio›.
Permanecieron así un buen rato, mientras los vientos agitaban los pliegues en espiral. Toby se palpó. Le dolía mover el brazo izquierdo en cierto ángulo, y descubrió que lo tenía roto. Bloqueó la mayor parte de los nervios de la zona afectada, pero no pudo anularlos todos. Eliminar por completo el dolor habría significado perder el control motor del brazo.
Quath se movió. Lenta, tanteando.
Toby sólo había pensado en sí mismo y se sintió culpable cuando vio lo mal parada que había resultado ella.
—¿Te duele mucho?
Preguntarlo era estúpido. Tenía tres piernas despedazadas y del caparazón le sobresalían agujas de metal blanco. Había fluido pardo por todas partes.
‹He adormecido los centros de dolor›.
—¿Puedes caminar?
‹Apenas›.
—¿Puedo ayudarte?
‹Sí. Lárgate›.
—¿Qué? —Toby se incorporó tambaleándose y cogió una de las piernas astilladas—. ¡Ni lo sueñes!
‹Sólo serviré para atraer los disparos. Debes irte. Escapar de esta Vía. Tu única protección es sumergirte entre humanos. Así el Mantis tendrá más dificultades para encontrarte›.
Toby frunció el ceño.
—¿Qué ha cambiado, Quath?
‹No mis sentimientos por ti, te lo aseguro›.
—Pero… pero ¿qué? —Toby calló porque temía romper a llorar.
‹Vine contigo porque sospechaba que protegerte era de suma importancia. El Mantis lo confirma›.
—¿Por qué soy tan importante?
‹Sospecho que formas parte de una trama más amplia›.
—¡Maldita sea, eso no es más que una teoría!
‹Deberíamos actuar basándonos en conocimientos imperfectos›.
—¡Ridícula y santurrona…!
‹Tu cólera es comprensible. Entiendo lo que oculta. Yo también te amo›.
—¿Qué? Yo, oh… —Toby no sabía qué decir.
‹Vete. Debes permanecer fuera de su alcance hasta que sepamos más›.
—Pero ¿dónde te encontraré? Este lugar es enorme. ¿Qué haré?
‹Ahora debes buscar tu propio camino. Vete›.
—¡Maldita sea! No lo haré.
‹Lo harás›.