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EL DOLOR DE LA ETERNIDAD

T

oby despertó sintiéndose cansado pero limpio. Había estado fuera mucho tiempo. Ahora el brazo le palpitaba menos, con un dolor sordo que se desvanecía lentamente.

Shibo no estaba allí. Llevaba su chip en la bolsa. Se exploró, buscándola. Se deslizó por las oscuras grietas donde sus Aspectos vivían sus compactas semividas. Erró por la galería de Rostros.

Recorrió grises pasajes. Isaac, Zeno y los demás lo llamaban y querían hablar de Shibo. Siempre querían hablar. Acerca de cualquier cosa. Pero no había rastro de Shibo.

Sabía que aún podía tener adheridos algunos jirones. La naturaleza de una Personalidad era difusa, escurridiza. Así que tendría que mantenerse atento. Sus primeros indicios —cambios de humor, distracciones, control completo de su sistema sensorial— habían sido cada vez más manifiestos. Si quedaban rastros de su personalidad, serían sutiles.

Cuando se levantó le crujieron los huesos. Estaba dolorido, sentía una fatiga abrumadora que el sueño no podía eliminar.

No había advertencias en el sistema sensorial. Se expandió como una burbuja azul en su visión y barrió los susurros del bosque y las nubes de vientre oscuro. Era hora de que volviera a sus ocupaciones.

Años de disciplina Familiar le habían enseñado a acatar órdenes aunque no le gustaran. El modo en que Quath le había dicho que se largara tenía la fuerza de una orden.

La cumplió sin pensar. A fin de cuentas, pensar era un lujo cuando la vida dependía de la velocidad, la capacidad de ocultarse y el sigilo.

Avanzó con el sistema sensorial comprimido en una semiesfera apenas mayor que el alcance de su brazo. Eso no le dejaba prácticamente tiempo para defenderse contra una de aquellas chispas como la que había herido a Quath, pero de ese modo esperaba ser más difícil de localizar.

Cuando llegó al siguiente punto elevado, miró hacia atrás. Formas sombrías se deslizaban como hojas movidas por brisas sistemáticas. Quath. Quath. Ansiaba enviar la llamada.

Más chispas amarillas botaron y rebotaron en el bosque. Otras se elevaron hacia la curvatura de la Vía. Algo enviaba furiosos relámpagos blancos hacia donde había dejado a Quath.

Toby sabía que era una estupidez tratar de buscar la señal de Quath, pero sentía un incontrolable deseo de hacerlo. Al fin dio media vuelta y huyó.

Corrió un rato antes de notar que estaba llorando. Nunca, en las largas persecuciones que la Familia había sufrido en Nieveclara, se había sentido solo. Ahora le embargaba la amarga desesperación de su difícil situación y no podía dominar la angustia que lo desbordaba. Sin Quath, sin Familia, sólo una fuga vana.

¿Qué pensaría Killeen? Se detuvo y se obligó a contener las lágrimas. Tenía que actuar como un Bishop. Aunque estuviera allí, aunque estuviera solo. Tal vez especialmente allí.

Llegó a un paraje desnudo y pedregoso. ¿También allí estaría expuesto? Nubes grisáceas cubrieron el terreno y se elevaron de pronto, como si un gigante las hubiera apartado. Pero no avistó ninguna furtiva silueta voladora, así que continuó.

Algo asomó por encima de un pico distante y descendió sobre él. Disparó y falló, pero en un momento aquella cosa le quemó el flanco derecho. Efectuó el segundo disparo cuando caía. Acertó. Una bola de fuego rápida y zumbona. Algo diminuto que caía. Se estrelló, rasgando el aire.

Se había mojado los pantalones. Sintió asco de sí mismo, pero su brazo derecho era más importante.

El dolor le hacía temblar las manos. Efectuó algunas reparaciones para mantener el flanco derecho en funcionamiento. Todavía le dolía el brazo, pero se movería de nuevo.

Encontró agua en las cercanías y se lavó. Una tarea humillante. Le sorprendía haberse asustado tanto. El miedo, comprendió, siempre parece ridículo una vez pasado.

Cuando pudo acercarse al lugar donde había caído la cosa, encontró un agujero en el suelo. Había tenido mucha suerte de poder derribarla, y lo sabía.

Se relamió los labios, sintiendo miedo otra vez. Si seguía así, uno de los rastreadores daría con él y regresaría con una bandada.

Recordó la pequeña lección de Quath acerca de las sumas y el funcionamiento de aquella geometría. Las Vías eran como esos pares de números. Cada par sumaba una centena, y su reordenamiento incesante mantenía constante el total. El esti permanecía intacto.

Y el total no tenía que ser de un centenar o de un millar. Las Vías podían sumar un millón, o mil millones. O cualquier otra palabra acabada en -ón que usara su parlanchín Aspecto Isaac. Las palabras como millón o billón sólo indicaban que algo era mayor de lo que una persona pudiera concebir.

Así que no le sorprendió que el tiempo transcurriera y él siguiera su camino sin ver a nadie. Tal vez nunca más viera a un ser humano. Las Vías podían seguir su tortuosa trayectoria eternamente.

Lo importante era encontrar una salida, un camino que los mecs no pudieran rastrear fácilmente. ¿Cómo? No bastaba con correr más.

Tenía la cabeza llena de interrogantes. Quath había dicho que la gravedad era esti, curva. Era un efecto de la masa. Los planetas retenían las cosas mediante la curvatura del espacio-tiempo, que los humanos sentían como una fuerza clara y fuerte. De acuerdo, muy bien.

Pero Isaac decía que la curvatura esti generaba más curvatura. Así que la gravedad podía multiplicarse, obteniendo más de menos. Algo había urdido aquel esti de manera tal que se sostenía con firmeza. Incluso medraba al borde del abismo, besando al Comilón de Todas las Cosas.

—Todo lo que se entiende se puede utilizar —murmuró Toby mientras trotaba. Recordó que era un dicho de su abuelo, y se preguntó en qué parte de aquel lugar podría estar el viejo Abraham.

—Abraham habría hecho algo con esto —se dijo, la voz frágil contra las músicas susurrantes del paisaje.

Ningún lugar hacia donde correr, al menos literalmente. Y se estaba cansando.

Así que trató de modelar la piedra de tiempo. La lógica le decía que era imposible, pero la lógica no funcionaba muy bien últimamente, ¿o no?

Sus armas no sirvieron de nada, pero después del corte con láser la piedra relucía. Lo intentó con microondas, ondas sónicas, incluso con una nanofresadora que llevaba desde los días de Nieveclara. Nada dio resultado.

Luego usó todo el espectro. Ninguna reacción. Le disparó con infrarrojo en pulsaciones. Por un instante una delgada sonrisa partió la piedra.

De nuevo. Esta vez la sonrisa duró más y él metió la bota dentro y empujó. Cedió, luego empezó a aplastarle la bota. Se zafó y la piedra se cerró.

La próxima vez fue más cuidadoso. Primero encontró un lugar donde se sintió mareado. Las perspectivas eran ahuecadas, la luz acuosa, se producían refracciones de sonido y espacio. Allí donde las Vías se cruzaban, la gravedad se distorsionaba.

Luego abrió un boquete, lo calentó. Golpeó, apalancó, usó diversas armas. Sudaba a mares. Se cortó la mano, se quemó un brazo. Nada le salía bien a la primera. Pero aparentemente estaba perforando más la piedra de tiempo. La fatiga lo venció y tuvo que hacer una pausa para descansar. El sudor le humedeció los ojos, y supo que no era sudor.

Eran lágrimas de nuevo. Se impacientó consigo mismo. Killeen resoplaría y miraría hacia otro lado. Besen lo comprendería, y eso sería aún peor.

—Si te apresan, ¿sabes qué harán? —Decir eso en voz alta le ayudó. Te sorberán todos los conocimientos. Los usarán contra Besen, Killeen y los demás.

Su voz era severa, y eso también ayudaba. Comprendió cuánto echaba de menos esa cosa tan sencilla, la voz humana, una voz que no fuera la propia. Maldito seas, estás hablando solo, le decía otra parte de sí, pero apartó ese pensamiento. Todo lo que le ayudara a sentirse mejor valía, y al cuerno con los análisis.

De vuelta al trabajo.

Progresaba lentamente. Encontró un risco ondulante donde la bruma esti flotaba en haces de luz anaranjada. Trató de cortar nuevamente. Una línea ancha resquebrajó la piedra. Por ella salió una bocanada de algo maloliente y ponzoñoso, unos vapores verdes; pateó la piedra para cerrarla pronto. Era difícil abrir el esti, las vibraciones acústicas podían cerrarlo de nuevo. El material poseía una especie de tensión de superficie.

Después de aquello, aprendió a intuir los hoyuelos y flujos del esti. Podía abrir uno para echar un vistazo, y se cerraba herméticamente. Lo cual era una suerte, casi siempre. Algunos pasajes conducían a Vías de vacío, otros a escalofriantes paisajes pétreos, a tornados de polvo aullantes.

Sus sistemas lo prevenían si de las aberturas emanaban radiaciones calcinantes. Las cerraba inmediatamente, pero una vez saltó un chorro de fluido candente y Toby tuvo el tiempo justo para apartarse. El chorro abrió un boquete profundo en el cielo.

En una ocasión vio una ciudad entera a través de una grieta momentánea. Tanto las calles como los oblongos edificios formaban bucles intrincados; tubos delgados entraban y salían por las paredes porosas. Las criaturas que había dentro de los tubos parecían hirvientes piedras blancas. Parecieron fijarse en él y Toby sintió pánico. Dejó que la grieta se cerrara.

Tras varias docenas de intentos le cogió el tranquillo a la cosa; era un artista en la materia. Durante días probó suerte y se olvidó de la persecución. Si quería encontrar a la Familia o a Abraham, tenía que dominar aquel arte.

Los lugares donde el esti parecía flexible continuaban su incesante movimiento. Sentía náuseas mientras trabajaba la piedra, pero ese era el precio que debía pagar. Encontrar el momento apropiado, el ángulo, el espectro, se convirtió en una especie de cacería basada en la intuición.

La mayoría de las Vías parecían hostiles a la vida humana. Pero no todas. Entró en una de aspecto agradable, y al primer intento.

Tuvo sus dificultades. Se despellejó un poco y se le congelaron los dedos, pero se internó en un valle de fracturada piedra de tiempo. Al menos era más interesante que el lugar anterior. Además, la experiencia le enseñó que la piedra de tiempo era engañosa. Muchas veces se sentaba a comer los alimentos que obtenía y admiraba las formas estilizadas y limpias de las cordilleras distantes. Eran elegantes, serenas, puntiagudas. Más tarde se acercaba y comprobaba que en realidad eran ásperas e inhóspitas.

Las torsiones tiraban de él en las cuestas y salientes. Las distorsiones caracoleaban en los rebordes angostos y quebradizos por donde se arrastraba, temiendo mirar arriba o abajo, pues ambas direcciones eran inestables y fluctuaban.

Los senderos se curvaban para formar túneles que lo encerraban. Se estiraban a lo largo y se arqueaban hacia abajo.

Tuvo que arrastrarse para atravesar orificios que lo estrujaban, algunos con lentitud, otros con brutal rapidez. Se zambulló en uno que gruñía cerrándose sobre él, y perdió el tacón de una bota. El tacón se partió limpiamente, dejando pocas dudas sobre lo que le habría pasado de ser un poco más torpe. Tuvo que cojear un buen rato, hasta que el tacón volvió a crecer.

Y entretanto sentía una soledad creciente. Despertó de un sueño profundo, llamando a Quath con la garganta reseca. En otro sueño hablaba con Killeen con una voz ronca que no podía atravesar la niebla que lo rodeaba. Esperaba que todavía estuvieran vivos en alguna parte, pero a veces lo abrumaba la aplastante certidumbre de que habían muerto.

Los episodios se sucedían. Al cabo de cierto tiempo notó que sabía leer un cambiante mapa tridimensional, seguir un camino sobre roca resbaladiza, memorizar puntos destacados del terreno sin que importara desde qué ángulo los veía, encender una fogata bajo una lluvia densa e insistente, tratar las mordeduras de animales pequeños y sinuosos, descender por un peñasco trémulo, deslizarse por un glaciar de aire congelado, entablillarse un hueso roto y quedarse tendido los dos días que necesitaba para sanar, encontrar agua bajo la arena áspera, domar una bestia de carga que encontró a la deriva, enterrar un cuerpo cortado a rodajas, tal vez una víctima de los mecs.

Reparó un planeador de goma que encontró en un risco y lo usó para recorrer un buen trecho volando en medio de un viento feroz. Después de estrellarse, lo alcanzó el frente de tormenta. Un huracán repentino y cortante. No encontró refugio. Empezó a horadar de nuevo la piedra de tiempo, un poco cada vez. Mientras cavaba en medio del frío, los acontecimientos se desprendían a medida que los golpeaba con la pala. Lanzaban gritos y carraspeos mientras se despedazaban como planos cristalinos.

Llegó a un estrato que conservaba el calor de un verano pasado. Lo ahuecó y tuvo una cueva donde refugiarse.

Así combatió el frío profundo. Dormía, agradeciendo el calor, pero Killeen le hablaba a través de la niebla lechosa. Toby, Toby. Las siguientes palabras fueron inaudibles. Se esforzó para captarlas y despertó. Tibieza, soledad. Notó que la piedra de tiempo estaba tibia porque lo estaba aplastando lentamente, procurando cerrarse.

—¡Maldita sea!

Se levantó y se alejó a trompicones hacia la luz pálida, hacia el otro extremo del huracán.

Besen. Los mecs la apresarán si pueden sonsacarme lo que sé… y será por mi culpa y mi tonta huida… y si los mecs ganan aquí, será para siempre; nunca más existirán los Bishop, serán polvo y nunca sabrán qué es todo esto, qué significa…

Murmuraba al caminar, pero no había mucho en sus pensamientos, salvo la soledad que ahora tenía como compañera.

Una tormenta demoledora le enseñó a esquivar rocas que caían. Cuando cesó, el paisaje se había distorsionado de nuevo y Toby aprendió a trepar por un resbaladizo desfiladero, a descender por un pico cada vez más empinado antes que se partiera y echara a volar.

Cuando hubo pasado más tiempo del que podía recordar, estaba en condiciones de predecir los caprichos del clima, hasta cierto punto.

Todo aquello lo había cambiado cuando encontró a las primeras personas.