XXXII
Pasó el martes sin ningún acontecimiento notable, al parecer.
Nada indicó a Garth que su secretaria hubiese pasado escribiendo la noche entera sin más intervalos que los momentos que empleaba en la contemplación de La esposa y La madre, acondicionados provisionalmente en un armario del estudio de que ella sola tenía la llave.
Y si «nursé» Rosemary notó en el rostro de Garth las huellas de profundo disgusto que había hecho huir de sus ojos el sueño, hizo como si no las hubiera notado.
Y así pasó el martes en la mayor monotonía.
En el transcurso de la mañana llegaron dos telegramas para «nurse» Rosemary. El primero de ellos llegó al tiempo que la secretaria leía a su señor el artículo de fondo del Times. Simpson entró en la biblioteca con él en la mano, diciendo:
—Un telegrama para usted, señorita.
Andando el tiempo llegó a ser motivo de legítimo orgullo para Simpson recordar que, desde el primer momento y gracias, como él decía, a su intuitiva intuición, había abandonado el título de «nurse» para dar a la secretaria el respetuoso tratamiento de «señorita». Añadía también que en más de una ocasión le hubiera disparado el honorífico título de «Honorable» si el ama de llaves, Margarita Graem, no se lo hubiera prohibido terminantemente. Era lo cierto que la buena Margarita tenía también sus dudas y se las guardaba; mas como las conjeturas de Simpson habían sido libremente comentadas en la cocina, la buena mujer había creído necesario imponerse y contener a tiempo la lengua del perspicaz y cortés ayuda de cámara. Margarita Graem no podía resistir a las gentes que se pasan de listas y «dicen mentiras». Sin embargo, la pizpireta Maggie, la camarera, tenía casi la seguridad de que míster Simpson sabía más de lo que decía. «Querrá usted significar que dice más de lo que sabe», replicó enérgica la vieja Margarita. «No, no — insistió la camarera —: sé lo que digo y digo lo que pienso.» «Bien — concluyó Margarita rotundamente—: dice usted lo que piensa, pero piensa lo que no sabe, y si alguien dice una palabra más sobre el asunto diré el «Gracias, Señor» y levantaré el mantel.» Así contuvo la buena Margarita las desatadas lenguas de los criados, que deseaban recibir su ración de queso con tanto ardor, por lo menos, como el que mostraban en manifestar su pensamiento.
Por eso en aquella larga mañana del monótono martes, Simpson, al entrar en la biblioteca llevando un telegrama para la secretaria, dijo con voz sonora:
—Un telegrama para usted, «señorita».
«Nurse» Rosemary lo tomó y pidió permiso para abrirlo. Era de la Duquesa y decía así:
«Es para mí una gran molestia, como sabes muy bien. No obstante, salgo de Easton esta noche. Espero nuevas órdenes en Aberdeen.»
«Nurses Rosemary sonrió mientras guardaba el telegrama en el bolsillo de su uniforme.
—No hay contestación. Gracias, Simpson.
—Supongo que no serán malas noticias... — interrogó Garth.
—No — contestó «nurse» Rosemary —; pero es algo que me obliga a partir el jueves sin falta. Es de una tía mía que se dirige a casa del que fue mi prometido. Debo llegar allí antes que ella a fin de evitar un sinfín de complicaciones.
—Estoy seguro de que cuando él la tenga a usted a su lado, ya nunca la dejará marchar — dijo Garth con desaliento.
—¿De veras lo cree usted así? — dijo «nurse» Rosemary con tierna sonrisa.
Y tomando el periódico continuó la interrumpida lectura.
El segundo telegrama llegó después de la comida. Garth estaba ante el piano interpretando la Marcha fúnebre a la muerte de un héroe, de Beethoven, y los majestuosos acordes surgían potentes de sus hábiles dedos. La inopinada aparición de Simpson, con sus correctas patillas y su expresión empalagosa, causó un pésimo efecto a «nurse» Rosemary, quien, poniendo un dedo sobre los labios, atravesó la estancia con paso decidido y silencioso y fue a tomar el telegrama. Volvió a su; sitio y aguardó a que las exequias del héroe terminaran, a que el último redoble del fúnebre tambor se apagara en la Entonces desplegó el papel azul, y mientras lo abría sucedió algo extraño: Garth empezó a tocar El Rosario. Al tiempo que él desgranaba entre sus dedos la sarta de perlas del recuerdo, «nurse» Rosemary leyó su telegrama. Era del doctor y decía así:
«Obtenida licencia. Flora y yo nos ponemos en camino en cuanto lo desees. Vuelve a telegrafiar.»
El Rosario alcanzó su nota final, apagada, melancólica.
—¿Qué tocaré ahora?-preguntó Garth súbitamente.
— Vini Creator Spiritus — repuso «nurse» Rosemary.
E inclinó la cabeza en actitud de orar.