XXI
«Nurse» Rosemary se hallaba sentada con su enfermo en la biblioteca de Gleneesh, en aquel momento inundada de sol. Entre ellos dos había una mesita, sobre la que se apilaban infinidad de cartas — el correo de la mañana — sin abrir todavía.
Por el amplio ventanal que daba a la terraza entraba la fresca brisa matinal, perfumada con el soplo de todas las campesinas flores; los rayos del sol penetraban también, besando el suelo y las paredes.
Garth, vestido de blanca franela, luciendo el primor de una corbata verde sobre la pulcritud de la camisa floja y una diminuta florecilla en el ojal, estaba recostado perezosamente en^ un sillón, gozando con sus ya agudizados sentidos del perfume de las flores y de la caricia de los rayos solares.
«Nurse» Rosemary acababa de leer una carta cuyo sobren le iba dirigido; una vez leída la dobló cuidadosamente y se la metió en el bolsillo con cierta sensación de bienestar. Deryck le anunciaba su llegada. No la había engañado.
—¿Una carta de hombre, señorita Gray? — preguntó de pronto Garth Dalmain.
—Exacto. ¿Cómo lo ha conocido usted?
—Porque está escrita en una sola hoja. Una carta de mujer, tratando de un asunto de gran importancia, hubiera ocupado tres plieguecillos, por lo menos. Y esa carta trata de algo importante.
—Otra vez ha acertado usted — contestó sonriendo «nurse» Rosemary—. Y otra vez pregunto yo: ¿cómo lo ha adivinado?
—Porque lanzó usted un suspiro de satisfacción no bien leyó la primera línea y otro al doblar la carta y meterla en el sobre.
«Nurse» Rosemary se echó a reír.
—Si continúa usted progresando de ese modo, míster Dalmain, pronto no podremos guardar nuestros secretos. Esta carta es...
—¡Oh! ¡No me lo diga usted! — interrumpió Garth levantando su mano en señal de protesta —. No pretendía satisfacer una curiosidad a propósito de su correspondencia particular, señorita Gray. Sólo siento un gran placer en demostrarme a mí mismo mis progresos adivinando lo que no se me dice.
—Pero si de todos modos tenía que decírselo... Esta carta es del doctor Deryck Brand y en ella dice, entre otras cosas, que vendrá a verle a usted el próximo sábado.
—¡Oh! ¡Perfectamente! Me encontrará muy cambiado, ¿no es verdad? Y, por mi parte, tendré una verdadera satisfacción en poder darle personalmente las gracias por la paciente enfermera, lectora, secretaria, guía, consejera y amiga que me ha proporcionado. Mas — añadió en tono de creciente ansiedad — ¿no será que viene a llevársela a usted?
—No. Todavía no. Y a propósito, míster Dalmain: yo deseaba preguntar a usted si podría prescindir de mí tan sólo durante cuarenta y ocho horas; la visita del doctor Brand me parece una oportunidad excelente. Sabiendo que tiene usted su compañía, puedo ausentarme sin ninguna inquietud. Si me autoriza usted para permanecer fuera de Gleneesh todo el fin de semana, puedo estar el lunes, a primera hora, dispuesta a leerle el correo de la mañana. El del sábado se lo leerá el doctor Brand... El domingo no hay. ¿Qué le parece?
—Muy bien — contestó' Garth, tratando de ocultar su disgusto—. Me hubiera gustado mucho que charláramos aquí juntos, los tres, pero comprendo que desea usted unos días de distracción. ¿Va usted muy lejos?
—No. Tengo buenos amigos aquí cerca. Y ahora, ¿quiere usted atender a sus cartas?
—Bueno — dijo Garth extendiendo su mano —. Pero aguarde un instante. Hay entre ellas un periódico; percibo distintamente el olor de la tinta de imprenta. No lo lea usted; déme usted lo demás.
«Nurse» Rosemary apartó el periódico; después acercó las cartas hasta que él pudo tocarlas con la mano.
—: ¡Qué montón! — dijo Garth sonriendo, gozoso, mientras las cogía y dejaba caer entre sus dedos—. Digo yo, señorita Gray, que si aprovecha usted, como corresponde a su clara inteligencia, la lectura de tantas cartas de estilos tan diversos, va a convertirse dentro de muy poco en un habilísimo «Manual de la Correspondencia». ¿Recuerda usted la que me escribía en los primeros días de mi desgracia mistress Parker Bangs? Creo que leyéndola nos reímos por primera vez juntos. ¡Pobre vieja ridícula y afectuosa! Si al menos escribiendo suprimiera las citas clásicas... Ahora...
Aquí Garth se detuvo bruscamente.
Había estado pasando las cartas entre sus dedos una a una; palpaba los sellos, estudiaba la forma y el grueso de los sobres y volvía a dejarlas en su sitio. En aquel momento había tomado del montón una de papel extraño y lacrada con muchos sellos. La pesó en su mano varias veces; después, siempre en silencio, pasó lentamente los dedos sobre todos los sellos.
«Nurse» Rosemary le observaba con ansiedad creciente. Dal no hizo la pregunta que ella esperaba; dejó aquella carta y tomó la siguiente, pero cuando volvió a dejar el montón encima de la mesa deslizó la carta lacrada debajo de las otras, de modo que fuera la última entre todas.
Y empezó la operación según el orden acostumbrado. Garth encendió un cigarrillo — era la primera cosa que había aprendido a hacer por sí mismo — y fumó tan elegante y pulcramente como siempre, sacudiendo la ceniza en el cenicero sin fallar una vez.
«Nurse» Rosemary tomó la primera carta, leyó el timbre de correos y describió minuciosamente el carácter de letra del sobre. Garth trataba de adivinar de quién procedía y, si acertaba, la más viva satisfacción se retrataba en su rostro sin vista. Aquel día las cartas eran nueve; su interés, muy vario. Las había de simpáticos amigos y de encantadoras amigas, que sólo aguardaban una palabra de aprobación para correr a Escocia deseosos de proporcionar compañía a su amigo. Había una de un asilo de ciegos solicitando una suscripción: una breve nota del doctor anunciando su visita, y una circular de una camisería de Bond Street.
Al colocar la octava en el sobre correspondiente, los de Juana temblaron. Sólo quedaba una carta sobre la mesa. En el momento en que «nurse» Rosemary la tomaba, Garth, con rápido movimiento, tiró la colilla de su cigarro y se hacia atrás en el sillón, dando sombra a su rostro con la
—¿He tirado bien el cigarro, «nurse» Gray? — preguntó el ciego.
La secretaria se inclinó hacia la ventana y vio levantarse la pequeña columna de humo azul sobre la arena.
—Perfectamente — dijo. Y añadió—: Míster Dalmain, el sello de esta carta es egipcio, y el timbre de la administración de correos de El Cairo. Está cerrado con lacre escarlata, sobre el cual se ha impreso un sello que ostenta un yelmo empenachado con visera calada.
—¿Y el carácter de letra? — preguntó Garth con calma, casi maquinalmente-
—Es una letra atrevida y clara, sin adornos ni rasgos.
—Ábrala con cuidado, «nurse» Gray, y léame lo primero la firma.
«Nurse» Rosemary sintió que un nudo le apretaba la garganta; temió por un instante que la voz le faltara. Abrió la carta, volvió la última página y leyó con voz clara la firma.
—Está firmada Juana Champion, míster Dalmain — dijo la «nurse».
—Hágame el favor de leerla — ordenó Garth Dalmain, tranquilo.
Y «nurse» Rosemary comenzó:
«Querido Dal: ¿Qué puedo yo escribirle? Si estuviera a su lado podría decirle muchas cosas que son muy difíciles de escribir, casi imposibles.
»No se me oculta que su desgracia es más dura para usted de lo que hubiera sido para cualquiera de nosotros; pero usted, que es valiente, sabrá llevarla con resignación y alegría, y continuará pensando que la vida es bella y haciéndolo pensar así a los que le rodean. De mí sé decir que nunca había comprendido esa belleza hasta el último verano que pasamos juntos en Shenstone y Overdene. Desde entonces, admirando la salida o la puesta del sol sobre las aguas verdes y azules del Atlántico, o la púrpura que al crepúsculo corona las montañas, la borboteante espuma del Niágara, los dorados desiertos de Egipto, o el cerezo en flor del Japón, me he acordado de usted y por usted lo he comprendido mejor todo. ¡Oh Dal! ¡Cuánto me gustaría referirle todas las maravillas que he visto y hacérselas ver por mis ojos, y que usted, en cambio, iluminara mi entendimiento acerca de ellas con su clara percepción de la belleza!
»Me han dicho que se niega usted a recibir visitas. ¿No podría usted hacer una excepción en mi favor, dejándome acudir a su lado?
»Cuando supe la triste noticia me encontraba en la Gran Pirámide. Me había sentado en la piazza, después de la comida; la luz de la luna evocaba mis dulces recuerdos. Acababa de decidirme a abandonar la proyectada excursión por el Nilo y a regresar a mi hogar directamente. Pensaba también en escribir a usted rogándole que viniera a verme a mi llegada, cuando apareció el general Loraine con un periódico inglés y una carta de Myra, por los que supe...
»Si todo hubiera sucedido como yo pensaba, ¿habría usted venido a verme, Garth?
»Ya que esto no es hoy posible, ya que usted no puede venir a mí, ¿por qué no he de ir yo a usted? Basta que me diga dos únicas palabras: «¡Venga usted!», para que yo acuda inmediatamente a su lado desde cualquier parte del mundo en que me encuentre. No haga caso del sello de esta carta; cuando usted la reciba yo ya no me encontraré en Egipto. Puede enviarme la contestación a casa de mi tía, en Londres.
»Permítame ir a su lado, Garth, y sepa que comprendo que ésta será una nueva y dura prueba para usted. Pero Dios le ayudará y me ayudará.
s-No puedo expresar hasta qué punto soy suya.
*Juana Champion.»
Garth retiró la mano que ocultaba su rostro.
—Si no está usted fatigada, señorita Gray-dijo—, me gustaría dictar inmediatamente una respuesta a esta carta, ¿Tiene usted ahí papel?... Muchas gracias... ¿Podemos empezar? «Querida señorita Champion...: Me ha conmovido profundamente su afectuosa carta... Ha sido usted muy buena en escribirme desde tan lejos y en medio de tantas y tan bellas cosas que apartarán de su recuerdo a los viejos amigos que se han quedado en Inglaterra.»
Hubo un largo silencio; «nurse» Rosemary aguardaba, pluma en mano, temiendo que el violento latir de su corazón pudiera ser perceptible desde el otro lado de la mesa.
—«Me hubiera alegrado mucho saber que llevaba a cabo la proyectada excursión por el Nilo, pero...»
Una abeja voló desde los jacintos del jardín adentro de la habitación y zumbó un instante en los cristales del ventanal.
—«... pero, naturalmente, si usted me hubiera llamado, habría acudido.»
La abeja luchó furiosamente contra el cristal de la ventana, arriba y abajo, abajo y arriba, hacia el espacio, hacia la luz.
Reinó en la estancia un silencio absoluto, hasta que la voz serena de Garth continuó dictando:
—«Es usted demasiado buena al insinuar que desea venir a verme, pero...»
«Nurse» Rosemary dejó caer la pluma de la mano.
—¡Oh señor! — suplicó—. Déjela usted venir...
Garth volvió hacia ella su rostro, en que se reflejaba la más viva sorpresa.
—No deseo su visita — dijo en tono terminante.
—Piense usted qué cruel debe de ser ansiar acercarse a un amigo que sufre atrozmente y verse excluida de ese modo.
—Sólo la innata bondad de corazón de la señorita Champion la induce a hacerme tal ofrecimiento. Fue una buena amiga, una fiel camarada mía en los buenos tiempos, y sufriría mucho al verme en este estado.
—No debe ella de creerlo así — insistió «nurse» Rosemary—. ¿Acaso no sabe usted leer entre líneas? ¿O es que sólo el corazón de una mujer puede comprender lo que el corazón de otra ha dictado? ¿Tan torpemente he leído esa carta? ¿Quiere usted que la lea otra vez?
El rostro de Garth se nubló, con enojo. Sus bien dibujadas cejas se fruncieron, y empezó a hablar con tranquila gravedad.
—Ha leído usted bien esta carta, pero hace mal en discutirla. Creo tener derecho a dilatar mi correspondencia a mi secretaría sin necesidad de darle explicaciones.
—Le ruego me perdone — dijo «nurse» Rosemary con humildad—. Comprendo que he hecho mal.
Garth tendió su mano sobre la mesa y aguardó un instante, pero la mano de su secretaria no respondía a su invitación.
—No haga usted caso, mi pequeño y excelente mentor. Puede usted guiarme y aconsejarme en muchísimas cosas..., acaso en todas..., pero no en ésta. Y ahora, concluyamos. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! «Que desea venir a verme.» ¿Ha puesto usted «es usted muy buena» o «es usted demasiado buena»?
—«Demasiado buena» — repitió «nurse» Rosemary con voz casi imperceptible.
—Sí; así es, en verdad: «demasiado buena». ¡Sólo ella y yo sabemos cuánto! Y ahora sigamos: «... pero es mi norma actual no recibir a nadie, pues no deseo, sinceramente hablando, visita alguna mientras no domine por completo los obstáculos que me rodean en mi nueva situación. Durante este verano, que pasaré en Gleneesh, en absoluta reclusión, aprenderé paso a paso a vivir mi nueva vida. Estoy seguro de que los amigos que me quieren bien respetarán este mi más vivo deseo. Tengo a mi lado una persona que me ayuda con tanta paciencia e inteligencia que...» ¡No! Aguarde un instante, señorita Gray. No ponga usted eso. Podría interpretar mal... Podría acaso pensar... No, no... ¿Había empezado a escribirlo?... ¿No?... Bien. ¿Cuál es la última palabra que ha escrito? ¿Deseo? Bien; déjelo así: «mi más vivo deseo...» Punto y aparte. Ahora déjeme pensar un momento.
Garth hundió de nuevo la cabeza entre las manos y permaneció largo tiempo absorto en sus pensamientos.
«Nurse» Rosemary aguardaba. Su mano derecha sostenía la pluma sobre el papel. La izquierda se apretaba contra su pecho. Sus ojos contemplaban con indefinible ternura la obscura cabeza que se inclinaba ante ella al otro lado de la mesa.
Al fin levantó la cabeza.
—«Su sincero y afectísimo amigo, Garth Dalmain.»