Todo el mundo tiene problemas
El lunes amanece húmedo y frío. A ella le gustaría quedarse en su cama, enroscada debajo del edredón, pero tiene que levantarse y preparar el desayuno.
Este país me ha puesto vaga, América se preocupa; yo nunca tuve tanto problema para levantarme.
Se baña, se viste, baja silenciosamente en la oscuridad hacia la cocina. Cuela café, tuesta dos rebanadas de pan Wonder, que a ella le gusta más que el pan arenoso que comen Karen y Charlie. Su pan Wonder lo esconde en el congelador de abajo, donde Karen raramente va.
Ay! Ella gime en voz alta al subir las escaleras del sótano. Me duelen todos los huesos del cuerpo, como a una vieja. Cuatro días después de cumplir los treinta y ya me estoy poniendo inútil.
Se sienta con su tostada y su café a esperar a que Charlie baje las escaleras a saltos. Cuando lo hace, con su usual —Hola, ¿cómo estás?— que no requiere respuesta, lava sus trastes, y en cuanto él se va, sube a ayudar a los niños a prepararse para la escuela. Hoy ambos están malhumorados, sobrecansados de la fiesta de ayer, que duró hasta después de las diez de la noche.
Karen, como siempre, baja a último momento, su pelo acabado de secar, sus ojos centelleando. Deben haber hecho el amor anoche otra vez, América piensa.
Entonces todos se van y tiene la casa sola, y tiene que limpiar, enjuagar, aspirar y restregar esta casa que no es suya. Tiene que cambiar la ropa de cama y recoger ropa interior sucia del piso y raspar pasta de dientes de los lavamanos. Trabaja pesadamente, metódicamente, se siente mover a paso lento con la música de su danza favorita, la cual repite en su mente una y otra vez.
Siento en el alma pesares
que jamás podré olvidar
tormentos a millares
que hoy me vienen a mortificar.
La losa del piso del comedor informal tiene una costra de crema de cangrejo y se tiene que arrodillar para frotarla con una esponja plástica. Migajas de pan han sido pulverizadas en el pelo de las alfombras y las tiene que aspirar con el accesorio para los muebles. Vasos de vino y de cerveza usados tienen que ser recogidos de las mesas y de las repisas de las chimeneas y deben de ser lavados a mano. La mesa de granito de la sala informal está pegajosa de vino desparramado, la superficie opaca, como la piedra original de donde la sacaron.
Ha trabajado siguiendo las manillas del reloj, empezando por la cocina, y acaba de llegar a la estufa, y todavía no ha terminado ni la mitad de lo que tiene que hacer. En otros veinte minutos tiene que recoger a Meghan, pero primero tiene que contestar el teléfono. Mercedes la invita a que traiga los niños a su casa.
—El día está tan feo— dice —y yo hice una torta—. Mercedes suelta una risita. Una vez, las empleadas se divirtieron con el significado de la palabra en sus respectivos países.
—Tengo mucho que hacer aquí— América explica. —Ayer tuvieron fiesta.
—Pobrecita! Otro día, entonces.
América no hubiera ido de todas maneras. Puede ser que Frida le haya contado a Mercedes de su llamada de ayer. Ella no quiere hablar acerca de eso, no quiere revelarle su vida a nadie, ni siquiera a estas mujeres que la consideran una amiga.
Yo no tengo amigas. Sólo tengo a Correa.
Cesaron para mí
el placer, la ilusión,
¡Ay de mí,
que me mata esta fuerte pasión¡
Y tú angel querido
no has comprendido,
lo que es amor.
No sabe ni cómo llega al final del día, cómo se arrastra de tarea en tarea, la misma canción repitiéndose en su cabeza cuando no está atendiendo a Kyle y a Meghan. Cuando Karen Leverett regresa, la casa está limpia, los niños han sido recogidos de la escuela, han ido a su clase de natación, han comido, se han bañado y están listos para acostarse. Todo lo que ella tiene que hacer es leerles un cuento y arroparlos, quizás besarles la frente antes de acomodarse en la sala informal con sus papeles esparcidos por encima de la lustrosa mesa de granito.
Se le ha olvidado que hay otro hombre en su vida, pero cuando Darío llama, está a punto de quedarse dormida.
—¿Recibiste tu llamada?
—¿Llamada?
—Dijiste que no podías venir este fin de semana...
—Oh, mi llamada. Sí, la recibí.
El silencio que sigue no es como el de días atrás. Esos silencios estaban llenos de expectativas. Este es vacío, nada sino un tenue zumbido eléctrico.
—¿Te encuentras bien?— Darío suena indeciso otra vez. Ella casi puede ver su expresión de cachorro lastimado. Quisiera alentarlo, pero resiente sentir que ella lo tiene que cuidar a él.
—Darío, estoy agotada.
—Bien, ya veo—. Otro silencio enrevesado, en el cual se imagina que él está tratando de entender lo que ella de verdad quiere decir-¿Quieres que te llame mañana?
—Sí, mañana. Llámame más temprano, ¿okei? Es que ahora estoy muy cansada.
—Buenas noches, pues. Que descanses.
Se queda dormida casi al instante de colgar el teléfono.
Correa la llama a las dos de la mañana, afirmando su amor, pero en realidad comprobando que esté en su casa. Él está en Vieques. Rosalinda le dijo que se fue para allá cuando dejó la casa de Estrella ayer por la mañana. Rosalinda, su hija, a quien ella considera como la alcahueta de Correa. Una vez se había preguntado de qué lado estaba Rosalinda y ahora sabe.
Y dicen, América medita tristemente, que las hijas nunca te dejan. No es verdad. Te dejan tan pronto pueden, tan pronto las destetas. Te dejan físicament, pero primero te dejan espiritualmente. Dejan de ser tu niña en cuanto se dan cuenta de que nunca te tendrán como te tuvieron cuando mamaban de tu pecho. Luego se quieren separar de ti lo más pronto posible para encontrar a otro a quien aferrarse. Un hombre, siempre un hombre.
Y es martes. No durmió bien después de la llamada de Correa.
—¿Me compraste un regalo?— le preguntó y ella no sabía de qué hablaba. Pero luego se acordó. Él quería que le hablara como le habló hace unas noches. Ella no quería, pero él siguió preguntándole si lo amaba, si le traía dulce miel e, hirviendo de la vergüenza, tuvo que decirle que sí.
—¿Te encuentras bien?— Karen le pregunta cuando América deja caer una taza contra la losa de la cocina.
—Estoy okei—, dice América, sonriendo, y Karen no insiste.
Su cabeza se siente como si estuviese envuelta en gasa. —¿Me puedes dar mi tostada?— pregunta Kyle, y se la da y no recuerda cuánto tiempo la sostuvo sobre el plato.
—Te ves cansada— Karen sugiere y América sonríe y dice que está un poco cansada, pero está okei, no se preocupe.
Se van y ella está sola en la casa de nuevo. Esta casa que no es suya, que ella cuida como si lo fuese. Hasta mejor.
Me quedan siete días. Correa me estará esperando en el aeropuerto.
Recoge a Meghan de la escuela y la lleva al parque, pero está lloviznando y no hay otros niños. Meghan se le para al frente, desamparada.
—Pero no hay nada que hacer, América— se queja.
—Vete al tobogán—. América señala al túnel plástico anaranjado inclinado contra una plataforma de madera.
—Pero no hay nadie—. Meghan mira a su alrededor como para comprobarlo. —¿Ves?
—¿Quieres ir a casa?
—Sí. Hace frío—. La niña se acurruca en los brazos de América.
—Okei, béibi, vamos a casa—. América la apretuja contra su pecho tan fuerte que la niña se queja.
—¡Me estás aplastando!
—Tú béibi de América, ¿si?
Meghan no responde y América no le vuelve a preguntar. Regresan a la casa bajo la llovizna, escuhando una cinta grabada con canciones para niños: “Willoughby wallabee woo, an elephant sat on you.”
Frida la llama esa noche.
—Hablé con mi hermana y con mi hija. Ellas van a averiguar si hay algún trabajo.
—Okei.
—¿Se encuentra bien, América? Suena un poco triste.
—Estoy algo cansada, es todo.
—Ojalá que podamos llevar los niños al parque mañana, si está bonito el día.
—Sí.
—¿Quizás la vemos allá?
—Quizás.
Van a estar todas. Frida y Mercedes, Liana y Adela, esperándola, curiosas por saber por qué dejaría a los Leverett después de sólo tres meses. Pero ella no va a estar. No les va a decir la verdad ni les va a mentir. Así que no va a ir al parque mañana, aunque el día esté bonito.
Llama a las nueve y media. Para confirmar que está, ella sabe, pero él dice que es para darle información acerca de su vuelo. —Ya pagué el pasaje— le dice. —Lo único que tienes que hacer es identificarte en el mostrador de América Airlines.
—Okei.
—¿Tienes quien te lleve al aeropuerto?
—Yo encuentro quien me lleve.
—¿Quién, el hombre de la casa?— Él se ríe alegremente.
—No, mi tía.
Esta llamada telefónica es como sus conversaciones de antes. Ya no es el dulce amante. Le está diciendo lo que tiene que hacer. De vez en cuando la llama béibi. Pero ya que sabe donde está, y que está dispuesta a volver con él, vuelve a ser el hombre que siempre ha sido.
Darío la llama a las diez.
—¿Puedes hablar ahora?— le pregunta.
—Discúlpame por lo de anoche. No quise ser grosera.
—Yo pensé que quaizás yo dije algo...
—No fuiste tú, Darío. No hiciste nada—. A ella le gustaría contarle lo que le está pasando, pero ¿por qué meterlo en lo que no le toca? —Tengo unos problemas...familiares.
—¿Hay algo en que yo te pueda ayudar?
—No lo creo, pero gracias.
Él hace un ruido, un murmullo, las primeras palabras de una canción quizás. Pero no se oye nada después.
—Tú sabes cómo comunicarte en casa de mis padres, si te puedo ayudar en algo— dice al fin.
Es el cariño en su voz lo que la hace quebrar su resolución de mantenerlo todo privado, de no meterlo en este lío. —Tuve una llamada de...del hombre con quien vivía...en Vieques.
—¿Qué quería?
Violarme, golperarme, enseñarme quién manda. —Él quiere que vuelva con él—. Su voz se quiebra y aprieta los dedos contra los labios para que no le tiemblen.
—¿Y te vas?
—No quiero hacerlo...
—Pues no te vayas. Tú vida está adquí ahora.
—Gran vida— protesta, pero él parece no oírla.
—No es fácil empezar de nuevo, creéme, yo lo sé—. ¿Es un sollozo lo que oye? No. Es su voz, que suena áspera, nerviosa.
—Doña Paulina puede ser que te haya mencionado... O tus primas... Yo tuve unos problemas.
—Todo el mundo tiene problemas—. América interrumpe, rogando que él no diga más.
—Yo era un muchachito, tú sabes, y me metí con quien no debía...
Respira profundamente y América se cubre los ojos. Siente el principio de una confesión, y no quiere escucharla, no quiere saber nada de eso ahora.
La voz de él baja a un siseo. —Yo tuve un problema de drogas. Casi mató a mis padres. Mató a mi esposa...—. Darío suspira de alivio.
En su lado, América está amarrada en nudos. ¿Cómo se supone que ella responda a tal revelación? ¿Qué espera él que yo le diga? —A mí me dijeron que ella murió de SIDA.
—Sí, de eso fue.
—Pero tú dices que murió por las drogas.
—Fue que se inyectó con una aguja infectada.
Suena irritado y América cae en cuenta que la confesión no es acerca de la muerte de su esposa.
—¿Me perdonas?
—¿Por qué?
—Te acabo de decir algo, ¿me estabas escuchando?— ahora está enojado, lo nota por la manera en que su voz se quiebra.
—Me dijiste que tú usabas drogas y que tu esposa murió de SIDA. ¿Qué hay que perdonar en eso?— Y entonces se le ocurre que quizás él la mató.
—¿A ti no te importa que yo usaba drogas?
—¿Estás usándolas todavía?
—No. Estoy limpio desde hace cuatro años. ¿No te diste cuenta que no tomé nada en el club?
—A mí no me importa lo que hiciste hace años. No tiene nada que ver conmigo—. Y, le quiere decir, yo tengo mis propios problemas, hoy, ahora, que no tienen nada que ver contigo. ¿Por qué estoy acostada aquí escuchando la historia de tu vida?
—Estás enojada conmigo.
—No estoy enojada, Darío. ¿Por qué voy a estar enojada?
—No estás siendo muy comprensiva.
América se ofende por esto. —Tengo que colgar, ya es tarde.
—Buenas noches.
Él es quien está enojado ahora, piensa. Pero ¿qué esperaba? Le digo que tengo un problema y lo que pasa es que él empieza a contarme los suyos. Como que los míos no tienen importancia. Como que yo debo olvidar los míos y preocuparme por los de él. ¿Quién se cree él que es?
Está tan agitada que no puede acomodarse. ¿Qué me pasa a mi? ¿Por qué no llego a conocer hombres normales? ¿Por qué me tengo que envolver primero con un abusador y escapármele al otro lado del mundo para venirme a meter con una víctima? Abofetea la almohada para darle una forma más cómoda. Bueno, no estoy muy metida que digamos con Darío. Sólo unas cuantas llamadas teléfonicas, un viaje al circo. Eso no es nada.
Es algo. A mí me han dado una paliza por menos que eso. Correa me ha dado un puño en la barriga sólo por caminar por el mismo lado de la calle que otro hombre. Sólo por mirar en su dirección. Si Correa supiera la mitad de los encuentros que yo he tenido con Darío, me mataría.
Se cubre la cabeza con la almohada, como para protegerse de un golpe. Ay, Dios mío, ¿cómo se me ocurrió a mí que me podía escapar y no ser castigada?
En seis días Correa me estará esperando en el aeropuerto, América piensa el miércoles por la mañana.
Está aseando el cuarto de Kyle. Arregla los Mighty Morphin Power Rangers uno al lado del otro en el estante, y debajo de ellos, Lord Zed y sus lacayos. En otro estante, guarda el Game Boy al lado de una pila de videojuegos. En el piso, Kyle ha dejado un rompecabezas. Es un mapa de los Estados Unidos, con Hawaii flotando en la esquina izquierda inferior, y Alaska flotando en la esquina izquierda superior. Y eso es todo. Ni Canadá, ni México, ni El Caribe. Las cincuenta piezas de muchos colores tienen el nombre de los estados. Tennessee. Oregon. Nebraska.
Eso es lo que haré, América se dice a sí misma, voy a cambiar el boleto por un pasaje hacia otro sitio. Arizona, quizás. No sabe dónde encaja la pieza del rompecabezas, pero no importa. Si no sabe dónde es, puede ser que Correa tampoco sepa.
Paulina la llama esa noche. —Ay, mi’ja, llama a tu mamá—. Paulina está al borde de un ataque de nervios. —Ester llamó. Quería hablar contigo, pero no quiso que yo le diera tu número. Ella dijo que no se le puede confiar con eso. ¿Como va a ser? ¿Tu propia madre no sabe cómo comunicarse contigo?
—Ella cree que se le va a zafar cuando está...Así.
—Así ¿cómo? ¿Qué quiere decir eso? Ella es tu madre.
—Ella no es de fiar cuando se ha tomado unas cervezas.
—¡Ay, Santo Dios!
Cuando América la llama, Ester está tan agitada como Paulina.
—Regresé del trabajo— dice en cuanto reconoce la voz de América. Sin preámbulo, sin saludarla. —Y se había llevado casi todo. Ha estado sacando cosas de la casa todo el día.
No está segura, al principio, a quién Ester se refiere.
—Lo primero que noté fue que la mecedora no estaba en el balcón. Luego, el sofá de la sala. Yo pensé que nos habían robado. Fui a mi cuarto, pero todo estaba bien allí, gracias a Dios. Pero tu cuarto estaba vacío. Tu cama y los aparadores, todo lo que dejaste. Se llevó la cafetera y la vajilla también.
—Cálmate, Mami.
Ester se detiene, recobra el aliento. —Sacó todo del cuarto de Rosalinda. Hasta se llevó la televisión—. Quejumbrosa, como si ésa fuera la peor tragedia.
—¿Va a volver?
—¿Qué sé yo si él viene o no viene? ¡Ese sinverg¨enza! Esperó hasta que yo no estuviera en casa.
—Pues no lo dejes entrar si vuelve.
—¿Por qué va a volver? No dejó nada que le pertenezca.
—Por si acaso, Mami.
—Ese sinvergüenza— Ester repite.
—Quizás sea mejor que te quedes con Don Irving.
—No, ¿qué va a hacer él? Él no sabe cómo manejar estas situaciones—. Como si ella supiera. —Sólo pensé que tú querrías saber.
—Pues gracias— América dice secamente.
—Está tramando algo— Ester especula. —Probablemente se encontró otra mujer y quiere darte celos.
Ojalá, América piensa. —Él ya no te va a molestar más.
—Tengo mi machete, por si acaso—. Ester se ríe desganadamente.
El jueves por la noche, Karen le da los detalles del viaje que ella y Charlie piensan dar.
—Nos vamos a Montauk por carro— dice. —Nos iremos temprano para evitar la hora de más tránsito.
Están en el comedor informal. Los niños están durmiendo. América bajó a prepararse una taza de té y Karen salió de la sala informal con una lista en la mano.
—Este es el número del hotel donde nos vamos a hospedar, pero también puedes llamarnos por el beeper o los teléfonos celulares—. En caso de que América no tenga los números de los beepers y de los celulares en veinte sitios distintos, los ha escrito en esta lista también. —Pero nosotros vamos a llamar todas las noches.
—Okei—. América no le va a decir a Karen que va a abandonar su trabajo, no le va a aguar el fin de semana. Pero el lunes, cuando bajen a desayunar, no la van a encontrar.
—Aquí está el dinero de esta semana— Karen le da un sobre —y dinero para provisiones y gastos adicionales. Por si quieres llevar a los niños al cine o algo así.
América se llevará el carro hasta la estación temprano por la mañana, dejará una nota en la mesa, en el mejor inglés que se le ocurra, diciendo que lo siente pero se tiene que ir.
—Estaremos en casa el domingo temprano— dice Karen.
—Okei—. América asiente con la cabeza. —Yo cuido todo. No preocuparse—. Cuando regresa a su cuarto, se alegra de haber bajado, porque si Karen hubiese subido a hablarle, hubiera visto la ropa acomodada en inmaculadas pilas en el sofá y en las sillas. Una pila de ropa que se va a llevar. Otra pila la va a dejar en el closet para la próxima empleada. La última pila la dejará en la caja del centro comunitario donde Karen deja la ropa usada de los niños.
—Así que no vas a poder venir este fin de semana tampoco— Paulina quiere saber.
—Lo siento, Tía. Los Leverett se van de viaje y yo tengo que quedarme con los niños.
—Estás trabajando muy duro, mi’ja. Dos fines de semana sin un día libre.
América se ruboriza. Paulina ha sido tan buena con ella, ha tratado de ayudarla. —Lo siento, Tía— repite.
—¿Está todo bien con tu mamá? ¿La llamaste?
—Sí, todo está bien.
—Entonces, es una alcohólica—. Paulina dice esto como si fuese una desilusión personal.
—Ella ha estado bebiendo más y más estos últimos años.
Paulina suspira. —¿Qué se va a hacer?— pregunta. América cree que le está pidiendo un plan, pero entonces se da cuenta de que es sólo una expresión.
—Así son las cosas— ella corrobora.
—Bueno, pues, ¿te vemos el sábado que viene? Orlando va a cantar en el club otra vez.
—Eso suena maravilloso— América dice. —Usted ha sido tan buena conmigo, Tía-añade. —Se lo agradezco mucho.
—Ay, mi’ja, somos familia. No me abochornes agradeciéndomelo—. Pero América sabe que está resplandeciendo. —Te vemos la semana que viene.
No va a poder decirle adiós. Ni a Carmen, con los novios extranjeros que nadie ha conocido, ni al serio Leopoldo, ni a Orlando, cuya voz levanta a los muertos, ni a Teresa, la maestra de yoga puertorriqueña. Voy a echar de menos el olor a rosas cuando Elena me pasa por el lado, América piensa al guardar la ropa que va a dejar en una bolsa plástica. Hasta echaré de menos a Darío.
Se pregunta si debe llamarlo. Pero ¿qué le va a decir? No cree que le toca a ella disculparse. Pero entonces, ¿por qué se siente tan llena de remordimientos?
Sigue empacando, guardándolo todo menos lo más necesario en la maleta que trajo de Puerto Rico. Adentro pone un álbum de retratos de Rosalinda. En la primera página hay un retrato de América, encinta, parada en el balcón de la casa de Ester. ¡Se ve tan joven! Su barriga parece falsa, como si se hubiera puesto una almohada debajo de su vestido para fingir el embarazo. Trata de recordar cómo se sentía tener catorce años y estar encinta, pero la única imagen que le viene a la mente es la de una guanábana. Ella tenía antojos de guanábanas, y Correa tuvo que ir hasta Puerto Rico para traerle una, ya que no se conseguían en Vieques.
Unas páginas después hay una foto de América, Correa y una Rosalinda recién nacida en su bautismo. América está sentada en las rodillas de Correa, Rosalinda en su falda. Él tiene su brazo derecho alrededor de la cintura de ella, su mano izquierda, casi tan grande como la bebé en surodilla. Ella todavía parece una nena, y se le ocurre que puede ser que Correa sea un pervertido. No, América sacude la cabeza de lado a lado. Él se ha quedado conmigo aun después de que me hice mujer. Pero se pregunta si habría otras nenas que ella no conoce, y el pensamiento le da escalofríos. ¿Habrá él tocado a Rosalinda? No, no es posible. Cree que ella lo hubiera notado. No. Correa es cruel y violento. Pero no es un pervertido. Ella no soporta la idea.
Guarda el álbum de fotos en el fondo de su maleta, envuelto en un par de jeans. Cuando el teléfono timbra, está en el abismo de su tristeza, como si el escaparse de Correa fuera huir de sí misma. Cuando su voz atrayente e inconfundible susurra su nombre, tiembla de pies a cabeza, se frota los brazos para calmar la piel de gallina.
—Te voy a ver, béibi.
—Sí, ya lo sé. Ya vengo.
—No, béibi. No puedo esperar. Voy para Nueva York.
Ella pierde el aliento. —¿Por qué?
—¿No quieres que te vaya a ver?
Y ella tiene que recuperarse, no puede dejarle saber sus planes verdaderos. —No, sí, digo, cómo no.
—Me encontré un dinero-dice con un bufido-y me dije, voy a llevar a mi béibi de vacaciones. Te gustaría eso, ¿verdad, béibi?
—¿A...a dónde? Unas vacaciones. ¿a dónde?
—Nayágara Fols-dice. —Nos vamos de luna de miel antes de las bodas—. ¿Será triunfo lo que percibe en su voz?
—Pero Correa...
—Nos vamos—. Una orden, y entonces se acuerda de que ésta es una nueva aunque vieja conquista. —Alquilé un carro—. Suave, seductor. —Sólo queda a un par de horas de donde tú estás—. Una promesa.
—¿Dónde estás, Correa?
—Prepárate, béibi, que te voy a buscar.
—¿Dónde estás?
Pero él ha colgado el teléfono.
Y es viernes. No ha dormido en toda la noche. Llamó a Rosalinda, pero la niña no ha visto a su padre desde el domingo, cuando salió para Vieques.
—¿Te encuentras bien, Mami?-le preguntó, y América tuvo ganas de confiar en ella, pero no lo hizo. —Nos vemos la semana que viene, entonces-Rosalinda añadió con entusiasmo, como si las dos fuesen amiguitas planeando un viaje de compras.
—Lo vendió todo-Ester le dijo cuando América la llamó. Pero no, ella no ha visto a “ese sinvergüenza. Si se atreve a enseñar su cara por aquí...” la amenaza muere en un ataque de tos y suspiros.
América se prepara su café y tostada. Dos maletines de cuero están contra la puerta que da hacia el garaje. ¡Karen es tan organizada!, América se maravilla otra vez. No deja nada al azar. Planifica su vida, cada momento encajando en el que viene como eslabones de una cadena. ¿Por qué será que, cuando yo trato de hacer lo mismo, los eslabones son de distintos tamaños, no encajan o se rompen?
A la hora en que Charlie usualmente baja, aparece vestido casualmente, el cuello de su camisa abierto bajo un suéter de cuello en V que hace resaltar el color dorado de su cabello. Karen le sigue, en un traje sastre de pantalones amarillos, como si el vestirse igual subrayara el apego del uno al otro. Se ven radiantes, y América siente tanta envidia que le duele mirarlos.
—Yo llevo las maletas al carro-dice Charlie, y Karen le sonríe cariñosamente.
—Uhm, café—. Ella se sirve una taza.
—Karen, tengo que decirle algo-América comienza tan suavemente que Karen no alcanza a oír las últimas palabras antes de que Kyle aparezca en el descanso de la escalera, fortándose los ojos y lloriqueando.
—Pensé que te habías ido—. El niño se tira en los brazos de su madre.
—Yo no me iría sin despedirme, mi amor—. Ella lo abraza, acaricia su pelo despeinado, lo besa. Cuando Charlie entra del garaje, Karen lo mira. —Creyó que nos habíamos ido— le explica, pero suena como una disculpa.
Charlie toma a su hijo de los brazos de su madre. —Ven acá, hijo.
Y entonces, Meghan baja chillando. —¡No te vayas, Mami! ¡Yo no quiero que te vayas!
—Te dije-Charlie dice en voz baja-que debíamos habernos ido más temprano.
Karen le envía una mirada glacial sobre la cabeza de Meghan y la cara de Charlie se endurece. Han olvidado a América, quien está parada al otro lado de la isla, renuente a acercarse a los niños aferrados a su madre y a su padre mientras los dos adultos echan chispas por los ojos.
—Bueno, niños-Charlie pone a Kyle en el piso. —Mommy y Daddy se tienen que ir.
Kyle se recuesta contra su madre mientras Meghan solloza en sus brazos y Karen parece estar a punto de llorar también. América sigue parada, incapaz de intervenir o quizás resistiéndo hacerlo.
—Meghan, querida, vete con América, ¿okey?-Karen trata de desenredarse del agarre estilo pulpo de Meghan, en una repetición de la escena en Vieques. —Mommy y Daddy vuelven pasado mañana, ¿okey? Ya te lo dije, ¿te acuerdas?
Tardan quince minutos en calmar a los niños con la promesa de regalos y las cosas maravillosas que sucederán cuando Mommy y Daddy regresen. Al irse, América desea haber añadido su voz a la de los niños, rogándole a Karen y a Charlie que se quedaran y que no los dejaran solos este fin de semana.