Nota del autor
Allí donde se construyen los sueños es una mezcolanza de hechos históricos y elementos inventados para la ficción novelada.
La familia Delhorme, ficticia, está rodeada de una galería de personajes, de los cuales la mayoría existieron en la vida real. Si es innecesario presentar a Eiffel y a Bartholdi, merece la pena citar a los otros pioneros, como Camille Flammarion o Gustave Le Gray.
Flammarion, además de haber sido el periodista que todos conocemos, cronista científico para el periódico Le Siècle, fue un reputado aerostero. Relató sus vuelos en varias obras que figuran en la bibliografía de este libro. Además, fue un astrónomo reconocido por sus pares, y uno de los cráteres de la Luna lleva su nombre. Ferviente seguidor del espiritismo, lo abordó siempre desde un punto de vista científico, intentando discernir la superchería de los fenómenos paranormales.
En cuanto a Le Gray, este pionero formó parte de la Misión Heliográfica, que arrancó en 1851, para la que se seleccionó a cinco fotógrafos que debían llevar a cabo el primer censo visual del patrimonio francés. Estos estudios no se publicaron, y durante mucho tiempo se consideraron una leyenda, hasta que en los años 1980 unos investigadores decidieron buscarlos. La mayor parte de los negativos se había dispersado o perdido, pero lograron recuperar y reunir varios centenares. Respecto a los protagonistas de la Misión, cuatro de ellos se convirtieron en fotógrafos conocidos y reconocidos.
Cabe citar también a los colaboradores más estrechos de Eiffel, como fueron Nouguier, Koechlin y Compagnon, así como el arquitecto Sauvestre, que formaron los cuatro pilares de sus proyectos más destacados: el puente de María Pía, la estatua de la Libertad, la torre Eiffel… Las descripciones de aquellas obras de construcción civil han respetado, espero, la realidad de sus realizaciones, sin traicionar ni las leyes de la física ni las de las matemáticas.
La máquina para fabricar hielo, tal como la describo en este libro, representa la combinación de varios sistemas cuyas patentes habían sido registradas en aquella época. La máquina de frío de la novela está sacada de una patente registrada por Albert Einstein a principios del siglo XX, que contaba con la ingeniosidad de requerir una fuente de energía muy débil. Quisiera también rendir homenaje a Charles Tellier, uno de los padres del frío artificial, pero que, a diferencia de los hermanos Carré, no comerció con ello e hizo públicos sus descubrimientos para que fuesen utilizados sin restricciones.
La ciencia de la meteorología, que apenas si echaba a andar en aquel entonces, fue construyéndose gracias a los datos obtenidos por los observatorios oficiales, pero también a los que proporcionaban los corresponsales particulares, algunos incluso con riesgo para su integridad física. Las teorías que desarrolla Clément son las de pioneros como Adolphe Quetelet o Urbain Le Verrier y su colaborador Hippolyte Marié-Davy.
Todos los aerosteros citados existieron realmente y sus ascensiones, efectuadas en condiciones rocambolescas y extremadamente peligrosas, se saldaron con resultados fatales muchas veces.
El récord de altitud en globo de Clément que describo en la novela es el que logró Auguste Piccard en dos ocasiones, en 1931 y 1932, a bordo del FNRS. El profesor Piccard había preparado su tentativa con una precisión y un rigor inigualados, que fue la clave de sus triunfos, en compañía de Paul Kipfer en el primer vuelo y de Max Cosyns en el segundo. En su día fue calificado como «el padre del espacio». Además de este récord, el personaje de Clément le debe una parte de sí mismo, en concreto su amor por las ecuaciones y por los resultados con precisión decimal.
Étienne-Jules Marey fue el inventor de la cronofotografía y uno de los pioneros de la fisiología médica. Sus descubrimientos en el campo de la fotografía vinculada al movimiento fueron uno de los vectores de la eclosión de las primeras películas cinematográficas.
El príncipe Yusúpov, que existió en la vida real, no tuvo evidentemente ninguna relación con una heroína de papel, pero es cierto que su familia fue la propietaria de un palacio situado en el parque de Les Princes de París, cerca de la Station Physiologique de Marey, del que quedan aún hoy algunos edificios.
Victorine Roblot fue el ama de llaves de la casa de Eiffel en Barcelinhos, población del municipio de Barcelos, a veinte kilómetros de Braga. Su relación sentimental con el ingeniero no es un hecho probado sino fruto de la ficción novelesca.
El accidente de ferrocarril de la estación de Montparnasse fue un hecho real. Se produjo en las circunstancias que describo, pero ocurrió el 22 de octubre de 1895. Un quiosco de una parada de tranvías quedó destruido y la señora Aiguillard, la vendedora de periódicos, resultó muerta al caerle encima la locomotora.
No puedo cerrar esta enumeración sin evocar el personaje tan real que fue la Alhambra de Granada para mi novela. Fue rescatada de la ruina y de los saqueos gracias a la obra del escritor americano Washington Irving, que llamó la atención sobre su estado de deterioro en la primera mitad del siglo XIX, y sobre todo gracias a la restauración llevada a cabo por la familia de arquitectos Contreras. Rafael formaba parte de la segunda generación y dirigió las obras durante varios decenios.
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Espero haber reconstruido con el máximo de precisión y sinceridad posible este período que, en el transcurso de menos de cincuenta años, vio eclosionar los descubrimientos y progresos que gobiernan aún nuestra vida cotidiana. Quisiera rendir homenaje a todas esas mujeres y a todos esos hombres que fueron sus autores, pioneros de la materia y del espíritu.