XV
47
Granada,
miércoles, 29 de mayo de 1918
Nyssia se miró en el gran espejo picado que estaba apoyado en la pared del cuarto de baño. Esas manchas negras estaban ya ahí en su niñez. Habría podido situarlas con los ojos cerrados, pero en treinta y cinco años el azogue se había alterado y dado lugar a parches que no devolvían reflejo alguno. Jugó con las imperfecciones del espejo desplazando su rostro, que por momentos aparecía cubierto de pecas, por la superficie reflejante, y se preguntó qué habría sido de su vida si hubiese estado dentro de otro cuerpo, antes de intentar convencerse de que su personalidad, tanto como su aspecto exterior, había sido el vector de su éxito. Desde su llegada a París, Verónica Franco había turbado a los hombres con el misterio que ella nunca había dejado de alimentar, con su superioridad intelectual acompañada por el análisis preciso de cada carácter y con su poder de persuasión, que había llevado a los hombres a darlo todo, incluso su vida.
«Todo eso está construido sobre la arena —concluyó—. Si mi espejo de nacimiento hubiese estado picado, ¿quién habría sido yo?».
Kalia entró sin llamar y no pareció incómoda. Le tendió la ropa admirando su cuerpo desnudo.
—Ay, hija mía, entiendo por qué aún vuelves locos a los grandes de este mundo. Nunca vi piel tan bella, ¡ni siquiera entre las jóvenes! —dijo acariciándole un brazo—. La próxima vez sírvete tú misma directamente del armario ropero, todavía quedan muchas cosas de tu madre. Victoria prefirió dejarlas aquí y las usa cuando viene a refugiarse en la Alhambra. ¿Tienes intención de verla?
—Le escribí cuando estaba llegando a Granada. Sabe dónde encontrarme —replicó Nyssia poniéndose una camisa blanca.
—Tú también. Sabes sus señas. Si es tan cabezota y orgullosa como tú, no os veréis en la vida, ¡y eso que la tienes en la colina de enfrente! Ella sí que tiene motivos para estar enfadada, no como tú —se enojó la vieja gitana.
—Déjame, Kalia, por favor —le pidió Nyssia empujándola hacia la puerta.
De nuevo a solas, se puso un vestido largo de flores después de mirar una vez más su cuerpo, que numerosos pintores y escultores habían inmortalizado con pigmento y arcilla. Unos habían sido sus amantes, pero nunca por mucho tiempo, pues su situación no les permitía rivalizar con el poderío de los caballeros de sociedad; y otros no se habían recuperado nunca de no haberlo sido. Nyssia se sentía prisionera del personaje que ella misma había ido construyendo año tras año, de esa Verónica mundana que sería el resto de su vida.
Notó un dolor en el codo izquierdo y entonces los dedos se le cerraron un poco, sin que pudiera abrirlos de nuevo. Se los masajeó hasta que recobró la movilidad. El enemigo que dormitaba en el interior de su cuerpo despertaba. «Mi amante más fiel, siempre conmigo desde hace quince años», se dijo, bromeando de desesperación. Hubiese deseado no tener que echar mano de las sales de mercurio durante su estancia en Granada.
—Pero tendré que apañármelas contigo, monstruillo —dijo mientras se hacía un moño con los cabellos, en los había prendido un clavel.
—Espero que le hayas explicado el motivo de tu viaje —le dijo la gitana, que la había oído susurrar a través de la puerta—. Tiene que saberlo. ¡Por vuestro padre!
Nyssia abrió de golpe, dándole un susto.
—Perdóname, Kalia, por favor. No creas que soy una cínica o que no tengo corazón, soy la misma Nyssia que conociste, no te quepa duda. Pero las cosas no son fáciles para mí.
—Lo sé. Y te creo. Pero nadie lo tiene fácil, niña. Nunca olvidaré el día que te fuiste dejando solo una carta. Alicia vino a verme al Zacatín para preguntarme si te había visto o si había oído algún rumor sobre ti. Ojalá hubiese podido ayudarles, pero por desgracia sabía tan poco como ellos. Nadie supo nunca cómo te las habías ingeniado para viajar a París sin un real encima. Ninguno de los mayorales de la región te había llevado en su berlina y tampoco habías subido al tren a Murcia. Removieron cielo y tierra para encontrar tu rastro —concluyó Kalia, llegando a la cocina.
—Les escribí al llegar —se defendió Nyssia una vez allí también.
—Y después desapareciste —siguió la gitana, cortando un trozo de pan y cerrando de un golpe seco la navaja.
Nyssia picoteó las migas de la mesa.
—Me convertí en otra persona.
Kalia se encogió de hombros y extendió sobre la rebanada una cucharada grande de pulpa de tomate.
—No se lo merecían.
Nyssia acusó el golpe.
—No —dijo con su voz frágil de niña.
—Sabías al venir aquí que sería duro —dijo la gitana tendiéndole la rebanada—. Pero has venido. Y espero que no sea demasiado tarde.
—Me avisó él, ¿no?
—Ven, vamos al Generalife, tengo una sorpresa para ti.
Las dos mujeres cruzaron la medina al paso vacilante de la gitana. Nyssia llevaba a Kalia del brazo y la ayudaba a superar los numerosos accidentes del terreno. La gitana, que contaba ya setenta y seis años, tenía una constitución robusta y había conservado una agilidad que superaba la media, pero se le había estropeado mucho la vista y no había vuelto a graduarse las gafas, que solo se ponía de tanto en tanto.
—Yo te daré para que te las cambien —se ofreció Nyssia.
—¿Es que te piensas que no tengo medios? No, no quiero unas nuevas. Estas las conservo porque fueron un regalo de tu padre, ¿te acuerdas? —dijo enseñándoselas.
—No. Nunca te había visto con ellas.
—¿Ah, no? Entonces, ya te habías ido…
El aire mezclaba todos los perfumes de las flores que cubrían el jardín de la parte de abajo: salvia, magnolia, romero, barbajove, amaranto, creando un batiburrillo oloroso relajante. Cuando estaban cerca del edificio principal, Kalia se desvió hacia la izquierda y se metió por un huerto que tenía una parte en barbecho. En medio había una mula que se entretenía en destrozar un cardo.
—¡No, no puede ser! ¿Es ella? —exclamó Nyssia.
—Sí, ella es.
—¡Barbacana! —la llamó—. ¡Barbacana!
—Todavía vive pero está sorda como una tapia —dijo la gitana agitando su chal.
El animal levantó la cabeza y fue hasta ellas con cierta desgana. Nyssia estuvo un buen rato acariciándola, mientras Barbacana sacudía arriba y abajo la cabeza con gestos amplios.
—¡Pero si tiene que tener por lo menos cincuenta y cinco años!
—Cincuenta y siete, para ser exactos. Se ha convertido en toda una institución, la mula más añosa de Andalucía, ¡puede que hasta de España entera!
—Ah, Barbacana, mi querida Barbacana, tú que tantas veces llevaste a papá, que acompañaste sus récords, ¡te has convertido tú misma en un récord! —exclamó Nyssia volviendo a abrazarla—. ¡Qué contenta estoy de volver a verte!
Se sentaron en uno de los bancales del huerto, muy cerca de un penacho de hierbas prietas que el animal se puso a masticar, más por reflejo que por verdadera hambre.
—Tu padre solía decir que la mula es una ecuación de dos incógnitas: cuándo se para y cuándo echa a andar de nuevo. ¡Así es Barbacana!
—Él nunca aprobó mi vida ni en qué me convertí —suspiró Nyssia con la mirada fija en Sierra Nevada.
Kalia se quedó callada. No se sentía legitimada ni creía contar con la suficiente credibilidad. Pero quizá era la que mejor podía comprender a Nyssia, por haber vivido ella misma una vida hecha de elecciones radicales.
—No puedo culparlo por eso —continuó Nyssia—. Pero nunca sentí que me valorase tanto como a mis hermanos.
Barbacana se acercó a darles un lametazo con su lengua áspera y a mendigarles carantoñas, tras lo cual volvió a su entretenimiento de igualado.
—Nunca entendí por qué nunca le puso mi nombre a uno de sus globos. En cada lanzamiento todos se preguntaban si verían ascender al Victoria o al Irving.
Kalia se levantó con una vivacidad insospechada.
—Pero ¡cómo!, ¿no lo sabías?
—¿Qué tenía que saber?
—¡Ven!
La gitana la llevó al mirador de planta cuadrada situado en la entrada del bosque que rodeaba el Generalife. Rebuscó en su corpiño, sacó una llave y pidió a Nyssia que abriera la puerta.
—La cerradura está oxidada —explicó.
La señorita Delhorme tuvo que intentarlo tres veces hasta conseguir que cediera el mecanismo. En el piso de arriba estaba aún todo el material de observación de Clément.
—Pero ¿quién lo pone en funcionamiento? —preguntó Nyssia al darse cuenta de que el cilindro de registro de los valores térmicos giraba al son del mecanismo de relojería con el que estaba conectado.
—Tu hermana y Javier, las más de las veces; Irving de vez en cuando, pero hace mucho que no viene. Ellos mantienen la llama encendida. Ahora, mira en ese armario grande.
Dos telas enormes llenaban cada una por completo cada mitad del mueble.
—¡Sus globos!
Los nombres de las aeronaves se extendían en letras doradas a lo largo de las telas: Victoria e Irving.
—Para una criatura, algo así no es ninguna tontería, Kalia. Nunca se lo dije. Por orgullo. Pero me afectaba.
La gitana, que había sacado unos periódicos, los puso delante de ella.
—Todo el mundo estaba al corriente, hasta la prensa de aquí habló de ello. Había fabricado un nuevo globo especialmente para el viaje. El globo en el que se montó antes de desaparecer llevaba tu nombre, Nyssia.