CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
JOSIE
DÍA 35
Traducido por Verito
Está oscuro en mi cuarto y entonces me están despertando a
sacudidas.
Es el doctor Cutlass.
Mi corazón comienza a martillar. Con cada latido me voy
levantando, luchando contra las capas de lodo en mi cabeza,
destrozando el dolor de cabeza y estoy aquí.
Y estoy lista para pelear. Si no estuviera ESPOSADA a la
maldita CAMA.
Veo que tiene un asistente con él. No es el mismo de
antes.
¡Oh, Dios, el asistente está pegando un plástico negro sobre
la CÁMARA!
Han venido para llevarme y para hacer la prueba en contra de
mi voluntad.
Si me quitan las restricciones, por un segundo, le voy a
arrancar la cabeza al doctor.
Voy a rasguñar su cara hermosa y mentirosa.
―¡No me toques! ―grito.
―¡Shhh! ―dice Cutlass.
―No te di permiso. No lo hice.
―¡Cállate! ―dice―. No es por eso que estoy aquí. ¡No hagas
ruido! ¡Escúchame!
Estoy temblando―mis músculos vibran con furia y terror.
―No voy a hacer la prueba sin tu consentimiento. Cálmate.
―Todo esto lo dice susurrando.
Me obligo a tranquilizar mi respiración.
BANG. BANG. Bang. Bang. Latido tras latido mi corazón
desacelera.
―¿Qué clase de persona crees que soy? ―me pregunta.
Un monstruo, quiero decirle. Un matón.
No me voy a disculpar.
―Estoy aquí porque tengo buenas noticias.
―¿Qué?
―Esta noche a las 10:29, se presentó un joven en las puertas y
pidió una visita.
―¿Oh, Dios mío, Niko?
Asiente. Una sonrisa grande es su rostro.
―¿En serio?
No puedo creerlo. Y entonces me doy cuenta―no
debería creerlo. Es un truco.
―Firma los papeles de consentimiento y haré que lo traigan
ahora mismo.
¿Podría ser? ¿Pudo Niko seguirme hasta aquí?
Podría. Él podría haber averiguado que me habían traído aquí y
Niko pudo venir. Tomando un aventón o incluso robando un
auto.
―Por eso le pedí a Jimmy que tapara la cámara ―dice el doctor
Cutlass―. Si dejo que suba, a mitad de la noche, eso está
completamente contra las reglas. Estoy tomando un gran
riesgo.
―¿Cómo sé que está aquí realmente?
―Hmmm. ―Cutlass sonríe. Se gira hacia Jimmy, el asistente, que
está inclinado contra la pared―. Es inteligente. Te lo dije, Jimmy.
No se puede engañarla.
Saca una minitablet y marca un número.
―Soy el doctor Cutlass. ¿Todavía tienes a Niko Mills en la
oficina? Pásamelo.
Y pone el teléfono en mi oreja.
―¿Hola? ―digo.
Escucho su voz.
Es Niko. Lo es.
―¿Josie?
―¿Niko? ¿Estás aquí?
―Estoy en seguridad, Josie. Dicen que me van a dejar verte,
quizás. No lo sé. Pero estoy aquí. Estoy aquí.
Ahora estoy llorando y estamos hablando al mismo tiempo. Yo
diciendo: ―Niko, no puedo creer que vinieras por mí. ―Y él
diciendo―: No puedo creer que te haya encontrado, Josie.
Lágrimas se deslizan por mi cara y no puedo limpiarlas por las
restricciones.
El doctor Cutlass cierra el teléfono. Saca el fajo de
papeles.
―Así que, esto es lo que sigue ―me da instrucciones―. Jimmy va
a sacarte las restricciones. Vas a firmar la forma de
consentimiento, y van a traer a Niko a tu habitación y hasta puede
pasar la noche aquí.
Ya estoy asintiendo.
No pregunto qué va a pasar en la mañana.
―Y por supuesto, va a haber un guardia estacionado fuera de la
puerta.
Asiento.
Solamente quiero verlo.
* * *
En el baño, me salpico agua fría en la cara. Me lavo los
dientes con el pequeño set de limpieza que me dieron.
Hay una botella de loción también, y me la froto por la cara,
brazos y piernas desnudas, que sobresalen de mi bata médica
voluminosa como palitos de chupetín.
La loción huele a vainilla. Eso es bueno.
Desearía tener un cinturón. Desearía tener un tubo de brillo
labial.
Me miro en el espejo.
Una sonrisa, una sonrisa real, se refleja en el vidrio.
Es felicidad. Una explosión de dulce alegría.
Se siente como la primera vez que mi corazón se ha llenado de
algo luminoso y lindo en mucho tiempo―voy a ver a mi novio.
Palmeo mi cabello, como si hubiera algo que pudiera hacer con
él.
* * *
Y entonces se escucha un golpe en la puerta.
* * *
Abro la puerta y allí parado está Niko Mills.
De alguna manera, estoy nerviosa de que me vea de tan cerca
así que corro hacia sus brazos.
Me sostiene fuerte contra su cuerpo delgado.
Huele a transpiración, acre, sucio y maravilloso. Veo que su
pelo está pegado a su cabeza con sudor.
Veo al doctor Cutlass y a Jimmy en el pasillo. Cutlass está
sonriendo como si hubiera embolsado una gran caza y hay un soldado
allí, con un arma grande.
Niko me suelta y doy un paso atrás.
Hay un momento en el que nadie sabe qué hacer.
―Te veremos en la mañana, Josie. Niko se puede quedar aquí
hasta entonces y he dado la orden para que los dejaran solos ―me
dice Cutlass.
* * *
―Pasa ―digo. Parece algo extraño para decir pero toda la cosa
es extraña.
Él entra y cierra la puerta.
Niko está cargando una mochila gris. Se ve… se ve igual. La
misma expresión seria. Quizás se ve un poco más joven de lo que lo
recuerdo.
Ahora que está aquí no tengo idea de qué hacer.
Juego con mi cama, metiendo las sabanas a los pies y dejándola
lisa.
―He estado tan preocupado por ti ―dice Niko.
No puedo mirarlo. No lo sé. Estoy ansiosa. Estoy
nerviosa.
―Cuando vi a esos hombres pegándote… ¡Nadie te ayudaba! Y
luego la corriente. Fue… fue horrible, Josie. Nunca vi algo así.
Corría sangre por el suelo.
Dice todo eso y la energía en mí no se tranquiliza. Como que
no quiero que me vea bien. Sé que he envejecido. Probablemente me
veo como una bruja vieja para él. O alguna extraña.
―Josie ―dice―. ¿Josie?
Alzo la mirada.
―¿Estás bien?
Pongo las manos en mi cara. Contrólate, me grita una parte de
mí. Esto es ridículo. No lo has visto en semanas y ahora estás
lloriqueando como un bebé. No va a querer tener nada que ver
contigo.
Pero otra parte de mí de alguna forma se está ablandando.
Bajando mi guardia.
Niko está aquí. Y viene a mi lado de la cama.
Me toma en sus brazos y me sostiene.
* * *
Por mucho tiempo, simplemente lloro.
Estar en sus brazos es mi cielo.
Estar en sus brazos puede ser mi última cena y voy a ser feliz
por eso.
* * *
―Sabes que me puedes contar cualquier cosa, ¿verdad? ―dice
cuando dejo de llorar.
Estamos acostados en la cama. Tiene sus botas lodosas en ella.
¿A quién le importa? Ésta probablemente sea la última noche que
pase en esta habitación, de una forma u otra.
―Lamento haber mojado tu camiseta ―digo.
―¿Eso? Me hiciste un favor. No me he bañado en casi una
semana.
―Hay una ducha aquí. En el baño. ¿Quieres darte una?
―pregunto.
Se encoge de hombros. ―Quizás más tarde.
Puedo ver que quiere que hable, que le cuente sobre lo que me
pasó desde que nos perdimos, pero no quiero hablar.
Cuando le cuente mi historia, va a descubrir que accedí a la
prueba, y se va a molestar.
―Cuéntame de los niños. ¿Cómo están? ¿Cómo es Canadá?
―pregunto.
* * *
Me cuenta todo. Sobre cómo llegaron al AID. ¡Vio a la señora
Wooly! Sobre cómo mandó a Sahalia en un avión a Canadá mientras él
y Alex encontraban a alguien que los llevara de regreso al Greenway
por Dean, Astrid, Chloe, y los gemelos. Y después sobre Quilchena,
que suena como un lugar hermoso.
Chloe me envía un mensaje: ―Cuac, cuac.
Es una broma privada vieja y tonta. Me hace reír. Es tan
pícara.
Niko me cuenta sobre el Capitán McKinley volándolos a él,
Jake, Dean y a Astrid hasta el Fuerte Lewis-McChord. Imagina―el
padre de Caroline y Henry en la Fuerza Aérea―qué suerte. Me cuenta
del segundo vuelo hasta Texas, del camionero y sobre la primera
corriente que vieron, en Vinita, y sobre la niñita en el maletero
del auto.
Desearía tener un reloj o un teléfono―no sé qué hora es.
Me dice que consiguió un aventón con un grupo de luteranos de
la ciudad de Oklahoma que se dirigían a la costa este como
voluntarios para reconstruir casas. Luego robó una minivan para el
resto del viaje hasta Mizzou.
Y que después de verme allí, condujo su minivan robada hasta
que se quedó sin gasolina cerca de Indianápolis.
Entonces consiguió que lo lleve otro camionero. Tuvo que
entregar su traje de protección como trueque.
Pero Niko dice, a quién le importa―nunca va a volver al medio
oeste. No lo va a necesitar.
Nos quedamos acostados en la cama y él me acaricia la
cabeza.
Me dice que le encanta mi cabello así. Dice que tengo un
cráneo hermoso. Es un cumplido completamente a lo Niko y me
encanta.
―Cuando nos vayamos de aquí ―me dice―, vamos a ir directamente
a la granja. Mira. ―Se levanta y saca un mapa de papel de su
mochila. De la clase que puedes comprar en las estaciones de
servicios.
―¡Está a menos de tres horas de aquí! Estaremos allí mañana,
sin duda.
Se sienta a mi lado y traza la pequeña línea roja que corre a
través del papel con el dedo índice. La I-83 a la 222 hasta la
322.
Observo su dedo. La uña está corta, mordida. Nunca supe que se
comía las uñas. Tal vez no lo hacía antes.
Cierro los ojos y me recuesto en la cama.
―¿Qué? ―pregunta―. ¿No quieres ir allí? No tenemos que
hacerlo. Podemos ir a donde quieras. Sólo pensé…
―No es eso ―digo.
Me siento, sacándole el mapa y sosteniendo sus manos en la
mía.
―Tengo que decirte algo. No, dos cosas, ¿de acuerdo?
―Te lo dije, Josie. Puedes decirme lo que sea.
Trago.
―Quiero decir que lo significa todo para mí el que vinieras
hasta aquí para buscarme.
Asiente. La luz suave parpadea en sus ojos y lo amo
tanto.
―Es la cosa más hermosa que alguien ha hecho por mí. Y
deberías saber que me sentía rota antes, antes de que pasaras por
esa puerta. Prácticamente había abandonado todo esperanza de volver
a sentirme bien otra vez, pero cuando entraste me sentí tan feliz.
Tienes que recordar cuán importante es eso para mí…
―Josie, ¿qué pasa? ¿Qué sucede?
―Para verte ―digo―. Para poder verte y tener este tiempo
juntos, tuve que firmar una forma.
Se ve confundido. Odio lo que estoy a punto de decirle.
―Mañana, me van a hacer una prueba. Van a tomar una muestra de
líquido espinal. Y es posible… me dijeron que las posibilidades de
que sobreviva…
Niko está tan blanco como una hoja.
―No ―dice―. Eso no va a pasar.
Su mandíbula está apretada, sus dientes apretados.
―No voy a dejar que pase eso.