CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
JOSIE
DÍA 35
Traducido por Bad Wolf
Me despierto al sentir que quitan la venda de mi mano
derecha.
Abro los ojos y ahí está la enfermera de nuevo.
―Bueno, ¡hola! ―me dice―. Has descansado bastante. Has dormido
durante unas doce horas, puede que más.
Me lleva un rato recordar dónde estoy y por qué no puedo mover
mis extremidades.
La enfermera levanta una taza de agua con una pajita hacia mi
boca.
Bebo, agradecida.
―Creo que alguien te mordió en la mano, eso es lo que pensé.
Creo que es una herida vieja y desagradable causada por una
mordedura ―dice mientras termina de cambiar el vendaje.
Recuerdo que está en lo cierto.
Aidan, el pequeño Aidan me mordió en la mano.
Dios mío, ¿qué les ha pasado a mis niños?
―Soy Sandy ―dice―. Y tú eres Josie Miller, según esta
lamentable porquería de archivo. Estuviste en el campo de
concentración de Mizzou. ¿Es correcto?
Asiento.
―¿Cómo te sientes?
Niko vino por mí y me vio ser atacada, sedada, y llevada
lejos. Mis niños fueron abandonados a su suerte en un horrible baño
de sangre. Y ahora estoy prisionera en unas instalaciones médicas
del gobierno.
Mis muñecas y mis tobillos están irritados por las
restricciones. Puedo sentir, ahora, que hay un catéter dentro de mí
y es incómodo. Me palpita la cabeza. Tengo la garganta irritada. Mi
mano pica y tengo el corazón roto.
Me siento inútil. Hecha polvo.
No tengo palabras para responder a su pregunta.
―Déjame hacerte una pregunta mejor. ¿Tienes hambre?
Y me doy cuenta de que sí. Siento el estómago vacío.
Asiento con la cabeza.
Ella ríe.
―Bien. ―Atraviesa la puerta y grita―: Kelly, ¿puedes pedir el
desayuno para la señorita Miller?
Regresa y me da otro sorbo de agua.
―Mira, tengo que disculparme. Soy la que decidió que debíamos
cortar tu cabello. Pensé que era lo correcto pero, cariño, ahora me
siento mal. Aunque esos nudos, la forma en la que los tenías en
esos dos bultos, eran tan duros como una roca. Linnea, que es
negra, dijo que tu cabello se había enredado y que debíamos
simplemente esquilarlo, pero no te culparía si estuvieras enfadada
conmigo.
Hablaba de forma muy amigable. Sería difícil enfadarme con
ella.
―No estoy enfadada ―digo con voz ronca.
―Bueno, bien. No pareces del tipo de persona que guardaría
rencor.
Desvío mi rostro.
Estoy demasiado triste.
―Ya, ya ―dice, dándome una palmadita en el hombro―. No estés
triste.
Ella sólo se queda ahí, revoloteando junto a mi cama mientras
yo lloro. Me arropa y ajusta mis almohadas.
No digo nada.
No puedo.
―Hey, ¿sabes qué? No creo que necesites esas restricciones tan
fuertes, de verdad que no. Las esposas de cuero son para hombres
grandes y fornidos, y Dios sabe que tenemos nuestra porción de
ellos aquí. Una niña pequeña como tú, no creo que pudieras hacerle
daño ni a una mosca.
Equivocada, equivocada, equivocada.
―Voy a ponerte unas de cintas. Te dejarán más margen para
moverse, y podrás tumbarte de lado, lo que es agradable. Ya sabes,
sólo tengo que confiar en que no vas a atacarme.
Desliza su mano sobre la mía y la aprieta. Su piel es suave y
húmeda. ―No vas a atacarme, ¿verdad, cariño?
―No ―digo con sinceridad―. No te atacaré.
―Ésa es mi chica ―gorjea Sandy―. Volveré en seguida.
Se escabulle fuera de la habitación.
Cuando se marcha, un hombre trae una bandeja con comida.
Huelo huevos, tocino, tostadas francesas, té.
Mi boca se hace agua inmediatamente. Parece que mi nariz está
borracha. Mi estómago ruge.
El hombre se ríe entre dientes.
―Ve despacio ahora. Mastica cada bocado diez veces o te
enfermarás.
Sandy regresa con dos pequeñas bolsas de plástico que
contienen mis nuevas restricciones.
Presiona un botón y la cabecera de mi cama se mueve hacia
arriba.
Quita primero las restricciones de mi pierna.
Estiro cada pierna.
―Esto está mejor, ¿verdad?
―Sí ―soy capaz de decir―. Gracias.
La comida. Apenas puedo esperar a que termine.
Siento una oleada de energía nerviosa creciendo en mí. Quiero
la comida.
―Ya casi está. ―Ata las correas ligeras a mis pies y se mueve
hasta mis muñecas.
Las correas más ligeras son mucho más cómodas.
Las restricciones de mis muñecas son pulseras unidas a correas
largas que se sujetan en la barandilla de la cama.
―Genial, ¿eh? ¡Son de Kevlar y seda! ¿Puedes creerlo?
Sandy mueve la bandeja de la comida, que pone en un soporte
sobre mi regazo. Hay una pequeña taza cerrada de jugo de naranja,
un tubo con dos recipientes de mantequilla, una jarra de metal
cubierta de plástico con sirope para panqueques y una cubierta de
plata sobre un plato de comida.
Sandy quita la cubierta.
Huevos, tocino, tostadas francesas. Está todo ahí.
Mis manos tiemblan cuando levanto el tenedor de plástico y
tomo mi primer bocado de huevos.
Mantecoso, cremoso. ¿Puede tu boca entrar en shock?
Me obligo a mí misma a masticar.
Sandy me observa.
―Cariño ―dice―. Creo que te estabas muriendo de hambre allá en
Mizzou. ¿Lo sabías?
Miro hacia arriba.
Creo que lo hacía.
Vuelvo a la comida.
* * *
Un “¿cómo está la paciente?” me despierta de mi siesta
post-atracón. Es el doctor estrella de cine.
―Bien ―digo como respuesta.
―¡Bien, bien! Excelente.
Esa sonrisa es falsa. Quiere algo de mí.
―Veo que Sandy te ha conseguido unas restricciones más suaves.
Ésa es su decisión. Por mí está bien.
Puedo decir que le hubiera gustado sentarse en el borde de la
cama, pero no lo hace.
―Así que, Josie, me gustaría saber un poco más sobre tus
antecedentes. ¿Te importaría contarme acerca de tu experiencia
antes de que te recogieran en Parker?
Asiento.
―¿Estabas afuera durante el derrame inicial?
Debo parecer confusa, porque él aclara: ―Cuando se produjo la
fuga de NORAD, ¿estabas afuera? ¿Fuiste expuesta en ese
punto?
―No ―le digo―. No me expuse hasta dos semanas después. Estaba
a salvo, dentro de un gran edificio. Cuando intentamos llegar hasta
Denver, fue cuando me expuse.
Está tomando notas en su minitablet con un lápiz lo más rápido
que puede.
Sandy entra, bajo el pretexto de comprobarme la vía, pero creo
que principalmente quiere escuchar mi historia.
―Verá… Un niño pequeño, Max, estaba siendo atacado, y sabía,
para ese momento, que era O. El soldado que lo atacaba estaba fuera
de sí. Supe que podría vencerlo si me ponía en modo O, así que me
quité la máscara de la cara.
Sandy está escuchando con expresión comprensiva.
El doctor Cutlass sólo asiente y escribe.
―¿Y cuánto tiempo estuviste expuesta en ese punto?
―Alrededor de tres días. Es difícil saberlo, exactamente.
Afuera estaba oscuro.
―Durante ese periodo, recuerdas… ¿estabas completamente fuera
de control o eras capaz de tomar decisiones?
El doctor Cutlass me mira. Mi respuesta es muy importante para
él.
―Era capaz de tomar decisiones.
―¡Lo sabía!
―Estaba lo suficiente bajo control para no herir a mis amigos.
Eso era más o menos todo lo que podía hacer, tomar la decisión de
no matar. Pero en Mizzou, cuando la oleada golpeó, me encontré con
que era capaz de controlar mucho más que la primera vez que me
expuse.
Doctor Cutlass comienza a caminar de un lado a otro de la
pequeña habitación.
―Esto es muy emocionante ―dice. Carga otra página en su
minitablet.
―Escucha lo que escribieron sobre ti en Mizzou: “Durante la
oleada, Miller intentó salvar a dos niños pequeños. Cuando todos
los demás reclusos estaban sumidos en el asesinato y la violencia,
Miller fue vista interrumpiendo una pelea entre los niños y
tratando de ponerlos a salvo.”
Me siento en la cama y mis ataduras se aprietan en mis
muñecas.
―¿Quién escribió eso? ―pregunté.
―Un doctor de allí.
―¿Era el doctor Quarropas?
Lo mira.
―Sí, J. Quarropas.
―¿Estás en contacto con él?
―No para hablar con él. ¿Por qué? ―me pregunta Cutlass.
―Me gustaría saber… Me gustaría saber si mis niños están bien
―le digo.
La esperanza nace en mi corazón, cazándome con la guardia
baja.
Sandy, que reordena las hojas a los pies de la cama, acaricia
uno de mis tobillos.
El doctor Cutlass me mira. Está pensando.
―Te diré algo. Estoy pensando en intentar ponerme en contacto
con él y hacer averiguaciones, pero necesito que pienses también
sobre algo.
―De acuerdo ―digo.
―Josie, creo que eres especial. Creo que tienes la habilidad
de ejercer control sobre tu mente cuanto estás en un estado de
exposición MORS.
―¿MORS? ―pregunto.
―MORS es el nombre del compuesto de guerra que fue vertido en
el área de las Cuatro Esquinas ―explica rápidamente―. Lo que
necesito de ti es una muestra de líquido espinal.
Continúa diciendo que es un procedimiento simple y que hay
unos pocos riesgos, pero que serán especialmente cuidadosos porque
soy un sujeto importante y que si estoy de acuerdo, él me pondrá en
libertad pronto y otras cosas que piensa que me harán estar de
acuerdo con él.
Y lo estaría, si no fuera por esto: cuando el doctor Cutlass
dice “muestra de líquido espinal,” Sandy se endereza. Todavía está
a los pies de la cama, detrás del doctor Cutlass. Sus ojos están
muy abiertos, asustados, y su boca se aprieta en una línea
recta.
Y ella sacude la cabeza rápidamente. No.
―Así que vamos a hacer esto ―está diciendo el doctor Cutlass―.
Me das los nombres de esos niños y haré lo posible por
encontrarlos. Entonces, si firmas el consentimiento, todo estará
listo.
―Espera. ¿Cómo consigues el líquido medular? ―pregunto.
―Oh. ¿No te lo he dicho?
Sacudo la cabeza.
―Hacemos una punción lumbar. En realidad, es algo que hacemos
todo el tiempo.
No puedo evitarlo. Mis ojos se mueven hacia Sandy.
El doctor Cutlass lo ve y se voltea para mirarla sobre su
hombro. Le lanza una mirada fría. Una mirada escalofriante
fría.
―Cariño ―dice―. ¡Voy por tu comida!
El doctor Cutlass se voltea hacia mí, implantando una sonrisa
tranquilizadora en su rostro.
―Lo hacemos todos los días ―dice―. Así que dime los nombres de
tus amigos. Ya sabes, quizás podría conseguir que los trasladen a
una instalación más segura.
Sé lo que es esto. Es un soborno.
Le doy los nombres.
Le digo que lo pensaré.
Lo veo decidir que es lo mejor que podrá conseguir por
ahora.
―Descansa, Josie Miller ―me dice―. Tú y yo tenemos mucho
trabajo por delate.
* * *
Cuando me despierto, Sandy está jugueteando con mi vía.
―¿Sandy? ―pregunto―. ¿Va todo bien?
Asiente.
―Todo está bien, pequeña.
Pero sé que no todo va bien. Sé que tiene una opinión sobre la
propuesta de prueba del doctor Cutlass.
―Me he estado preguntando, si te sientes mejor, ¿te gustaría
levantarte un poco? ¿Ir a dar un paseo?
―¡Sí, por favor!
Ella ríe.
Entonces dice: ―¿Ves? Vale la pena cooperar. El doctor Cutlass
dijo que te encontraba susceptible y dócil. Son buenas noticias
para ti. Significa que puedes ir a pasear un poco.
Algo no va del todo bien con su voz. De alguna manera, es
plana.
Capturo su mirada y ella rápidamente mira hacia una esquina,
dirigiéndome para que mire hacia allí.
Entonces pone su mano en mi pierna.
―Vamos a quitarte esas correas. ―Y me voltea, de modo que
estoy frente a la esquina que acaba de indicar con sus ojos.
La veo.
Una pequeña media esfera plateada, arriba en la esquina.
Una cámara de seguridad.
Estamos siendo observadas y grabadas.
Así que ella tiene que decir lo correcto.
―Vamos a hacerlo despacio, mi dulce niña. Pero pensé en darte
una vuelta por los ensayos de la Zona Cuatro y las suites premium
de rehabilitación de USAMRIID.
* * *
Después de quitar las correas y el catéter, puedo ponerme en
pie.
Mis piernas tiemblan debajo de mí y Sandy me sostiene. Es tan
pequeña que su hombro encaja perfectamente bajo mi axila.
―Ahora tómatelo con calma. Sólo ve cómo se siente estar en
pie. Quizás debería conseguirte una silla de ruedas.
―No ―digo―. Quiero caminar. De verdad lo quiero.
Paso mi brazo alrededor de sus hombros. Es pequeña y nervuda,
fuerte.
Tenemos que llevar mi vía rodando, pero no pasa nada. Puedo
apoyarme un poco en ella.
Doy dos, tres pequeños pasos lejos de la cama.
―Sandy, antes de que salgamos al pasillo…
―¿Hmm?
―¿Puedo ver cómo me veo?
* * *
El cuarto de baño tiene una ducha, un lavabo y un inodoro.
Todo es diminuto y compacto. A la luz dorada de mi diminuto cuarto
de baño, estoy sorprendida. Me gusta lo que veo.
Mi pelo se ha ido. Esquilado. Está demasiado cerca de mi piel,
pero me gusta.
Me hace ver adulta. Y eso me hace parecer dura.
Y cuando pienso acerca de eso, creo que soy ambas cosas.
* * *
Después de los primeros momentos, soy capaz de andar
bien.
Mi cuerpo se siente un poco adolorido y cansado, pero Dios
sabe que se ha sentido peor.
El pasillo parece el de un hospital normal, pero veo, después
de mirar a escondidas en una o dos de las habitaciones, que no hay
ventanas.
―Hay instalaciones en Fort Bragg y Fort Benning y otros
lugares, pero ellos recogen la mayoría de los casos prometedores y
los envían aquí, a nosotros ―me cuenta Sandy mientras
caminamos.
Muchas de las puertas están cerradas, pero en una veo un tipo
enormemente descomunal, contenido en una cama. En otra hay un
hombre visitando a una mujer que llora, que se sienta en su cama
con una bata como la mía.
―¿Tenemos permitido tener visitas? ―pregunté.
―Algunas veces ―suspira Sandy. Señala una puerta de metal con
una gran ventana. El cristal está atravesado por una malla de
acero.
Un guardia armado está de pie en el otro lado.
Ella lo saluda con la mano. Él asiente la cabeza una fracción
de centímetro.
―Todas las puertas que dan a las escaleras en cada planta
están vigiladas, veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
Nadie que no debería estar aquí puede entrar, no te
preocupes.
Acaricia mi brazo.
Sus palabras cuentan una historia superficial, pero siento que
hay un mensaje: no intentes huir.
―La seguridad es estricta incluso para nosotros. Chequeos de
retina en cada planta. Todo está diseñado para la máxima seguridad
de todos los que trabajamos aquí.
Me está diciendo que comprueban su identidad en cada planta.
Tengo que robar globos oculares para escapar.
Caminamos hacia delante y de repente me siento cansada.
La energía sencillamente me abandona.
―Estamos bajo tierra ―dice, saludando a otra enfermera―. Es
por eso por lo que no ves ventanas.
Escucho un zumbido, que se hace cada vez más fuerte, y veo que
estamos cerca de una habitación donde un hombre está usando una
pulidora industrial para el suelo.
―Me estoy cansando ―digo.
―Sólo un poco más ―me dice.
No quiero seguir. Quiero dormir.
Pero ella sigue avanzando hasta que estamos justo junto al
hombre con la pulidora y hay mucho ruido.
Ella se inclina hacia mí.
―No firmes el consentimiento ―dice en mi oído―. La punción
lumbar que quiere hacerte, es demasiado peligrosa para gente como
tú.
Veo el hombre moviendo la pulidora en círculos. Él levanta la
mirada y lo veo mirar a Sandy.
―El doctor Cutlass es un buen hombre, pero él… él ha perdido…
perspectiva. Esas punciones lumbares no son seguras para gente como
tú. Para otras personas, sí, quizás. Pero no los O que se han
expuesto. No para menuditas como tú. ¿Lo entiendes?
Un escalofrío recorre mi columna. Asiento.
Me gira y nos dirigimos devuelta a mi habitación.
―Y no escuchaste eso de mí.