CAPÍTULO DIECIOCHO

JOSIE
DÍA 33
Traducido por Ivetee
La enfermera nos dice que tenemos que esperar en la fila.
―Es un anciano ―le digo, mis brazos temblando―. Su brazo está roto y no puede respirar bien. Quizá tiene un pulmón perforado.
La enfermera siente su pulso.
―Escucha ―me dice―. Él es muy viejo… ―Comienza a decir, ¿qué? ¿Que es demasiado viejo para merecer que lo atiendan? ¿Que es muy viejo para ser salvado?
―Conozco a la doctora. Neman ―le digo balbuceando―. La doctora. Ella es mi amiga.
―La doctora Neman no está de guardia ―responde la enfermera―. Tendrán que esperar.
―Escuche ―le digo―. Yo estaba perdida y salvaje. Estaba comiendo de su bote de basura. Había matado a estos hombres y estaba perdida para el mundo y él me habló. Él me trajo una taza de chocolate caliente y se acercó a mí. Lo pude haber matado. Pero él creyó en mí. ¿Lo entiendes?
―Sea como fuere… ―Ella está por tomar el teléfono ahora, seguramente pensando en llamar a seguridad.
―Él dijo, “Ponte esta máscara y puedes tomar este chocolate,” y me arrojó la máscara. Y supe que me estaba ofreciendo una manera de volver a la raza humana. Una parte de mi monstruoso cerebro sabía que era una oportunidad y era mi última oportunidad.
Ahora estoy llorando y Lori, estando detrás de mí, está llorando, también. El resto de los niños está llorando también probablemente.
La enfermera quiere que nos movamos de la puerta pero no estoy cediendo. La respiración jadeante de Mario es mi metrónomo y le digo a la enfermera el resto.
―Me puse la máscara. Y después de que me calme y pude pensar otra vez, me dio una nota.
―Verás, mis amigos me habían dejado atrás. Tenían que hacerlo. Mi…mi novio, él tuvo que llevarse a los otros, eran cinco, todos niños, para ponerlos a salvo. Así que él tuvo que dejarme.
―Pero dejó una nota.
―Y Mario me la entregó y yo la leí.
―¡Lo siento mucho! ―dice la enfermera―. Pero no tenemos los recursos necesarios para gastar en este tipo de casos.
―Él me dio asilo ―lloro, mis brazos temblando, temblando, temblando―. Él me alimentó y me dejó descansar y me dio ropa nueva y un lugar seguro donde estar. Y cuando las bombas cayeron, en la superficie, creímos que íbamos a morir. Oramos en la noche, pidiéndole a Dios la oportunidad de vivir.
―Yo no tengo la autoridad ―dice ella.
―Él le rogó a Dios para que yo tuviera la oportunidad de encontrar a mis amigos ―sollozo―. ¿No lo ves? Él es un buen hombre. Él es toda la familia que me queda.
―¡Ahh! ―grita en frustración―. ¡Bien! Está bien. Ven por acá.
Avanzo, mis brazos gritando ahora.
―Dile a tus amigos que se vayan ―dice repentinamente.
Me atraganto con un jadeo de alivio y Lori se lleva los niños.
―Ponlo aquí ―dice la enfermera, señalando hacia a una camilla manchada de sangre entre dos que ya tenían a otras personas, un hombre en cuclillas con un vendaje alrededor de la cintura y una mujer que dormía, cuya cabeza estaba envuelta en gasas, teñida de amarillo en los ojos.
―¿Qué pasó aquí? ―dice un chico latino que usa una playera y jeans con un estetoscopio alrededor de su cuello.
―Doctor Quarropas, lo siento. Pero la chica insistió―
―Ella estuvo bien en insistir. ¡Este hombre debe de tener 80 años!
―Lo sé ―dice repentinamente―. Pero no es el más tratable.
―No ―dice él―. Yo soy doctor. No escucharé esa basura sobre casos tratables. Ni una vez más.
―No viene de mí ―protesta ella, pero él ya no está poniendo atención. Se agacha y escucha la respiración de Mario, abre su boca y gentilmente mira adentro.
―No suena bien ―dice―. ¿Qué le pasó?
Abre los ojos de Mario y los mira con una lámpara.
―Había una multitud en la puerta ―le digo―. Fue pisoteado. Quizá golpeado con un tranquilizante pero no estoy segura.
―Probablemente sedado. ¿Cuál es su nombre? ―pregunta el doctor.
―Mario Scietto ―respondo.
―¡Mario, Mario! ―dice―. ¿Puedes escucharme? ¡Mario Scietto!
Mario yace ahí, luciendo como un ave herida. Se ve muy pequeño, acostado junto a otras dos personas una a cada lado.
El doctor saca una minitablet.
―Nuevo archivo ―le dice al aparato.
Así que las minitablets funcionan otra vez. Al menos para la gente que tiene el control.
Esto es lo primero que supe.
―Mario Scietto. Finales de 70 o principio de 80 años. Sedado por un dardo de Etorfina, aplastado en la multitud.
―Fractura compuesta o transversal de cúbito, radio brazo izquierdo. Costilla fracturada interrogación.
Un jadeo escapa de mis labios. El doctor Quarropas mira hacia arriba, como si por primera vez se enfocara en mí.
―Tú tienes que irte ―dice.
―¿Él va a estar bien? ―pregunto.
De repente veo estrellas, la habitación se inclina en mi visión.
El doctor pone su mano en mi brazo. Una parte que esta amoratada por mi viaje a media noche al Salón de los Hombres. Me estremezco, el dolor hace que la habitación se enderece de nuevo.
―¿Estás bien? ―pregunta.
―Estoy bien.
Por alguna tonta razón, pongo mis manos detrás de mí. No lo quiero preocupándose con mis estúpidos nudillos cuando Mario está en peligro.
―No te están alimentando bien. Pareciera que te vas a desvanecer. Y, ¿qué tienen tus manos?
―Nada ―digo.
Me da una mirada especulativa.
Le muestro mis nudillos. Definitivamente hay algo de pus verdosa en las orillas.
―¿Cómo pasó esto?
―Tuve que limpiar algo ―le digo―. Los raspé.
―Rhonda ―llama―. ¿Dónde está el rollo de gasa?
―Ya no tenemos ―le responden.
―Los cuadrados, entonces, les pondré cinta ―grita.
―Ya no tenemos cinta.
―Jesús.
―¿Mario va a estar bien?
―Creo que sí.
El doctor cruza a un pequeño lavabo indicándome que lo siga. Abre el agua caliente en el lavabo y me deja para que me lave las manos con jabón antibacterial, mientras habla de Mario.
―Él va a dormir por bastante tiempo, y mientras lo hace, voy a acomodar su brazo. Voy a examinar su caja torácica también. Vamos a hacer lo mejor que podamos.
Seca mis manos a golpecitos con una toalla de papel y sostiene un spray sobre mis manos.
―Tose ―murmura.
―¿Qué?
Él tose, fuerte y yo me le uno. Mientras tosemos, rocía mis nudillos, con una espuma que se solidifica casi inmediatamente, a una capa flexible selladora que parece piel.
Rhonda viene a la puerta.
―Oh, Dios ―dice―. Dime que no estás usando Dermaknit en esta chica. ¡Sabes que es nuestra última botella!
El doctor me guiña el ojo.
―Ella estaba cerca de tener una infección muy desagradable. Se tenía que hacer.
Estoy segura que estaba mirándolo con una expresión de pez zombi, con la boca abierta, pero no puedo acostumbrarme a ser tratada como si importara, como si tuviera algún derecho a ser tratada como humano. A que bromeen conmigo, como si el mundo fuera un lugar en el cual la gente puede bromear y estar alegre todavía, burlarse entre ellos y toser para disimular el sonido del spray.
Él está siendo juguetón y amable. Y debo estarlo mirando como si fuera de Marte.
―Creo que tu amigo estará bien ―dice, la sonrisa lentamente desvaneciéndose de su cara.
―¿Por qué no vienes a visitarlo mañana?
―Ya escuchaste al doctor ―me dice la enfermera.
―¡Hey! ―dice un hombre al frente de la línea―. ¿Cuándo es mi turno?
―Necesitaré tu ayuda en un momento para acomodar la fractura ―le dice el doctor Quarropas a la enfermera―. Pero puedes ingresar algunos pacientes para que la fila no se vuelva loca.
La enfermera pone su mano en la parte baja de mi espalda y me muestra la salida de la habitación.
―Obtuviste lo que querías ―me dice―. Ahora vete de aquí.