CAPÍTULO DOS
JOSIE
DÍA 31
Traducido por Akonatec
Me mantengo apartada.
La Josie que se encargaba de todo el mundo―esa chica está
muerta.
Fue asesinada en un bosque de álamos junto a la autopista en
algún lugar entre Monument y Denver.
Fue asesinada junto a un soldado trastornado.
(La maté cuando maté al soldado.)
* * *
Soy una chica con una rabia interior que amenaza con
desbordarse a cada minuto del día.
Todos nosotros aquí somos tipo O que fueron expuestos. Algunos
hemos sido inclinados a la locura por los compuestos.
Depende de cuánto tiempo estuviste expuesto.
Estuve ahí fuera durante más de dos días, por lo que podemos
reconstruir.
* * *
Yo, trabajo en el autocontrol cada momento del día. Tengo que
estar en guardia contra mi propia sangre.
Veo a otros que permiten que esto tome el poder. Estallan
peleas. Los ánimos se caldean por una mirada poco amistosa, un dedo
del pie aplastado, un mal sueño.
Si alguien realmente se sale de control, los guardias los
encierran en las salas de estudio en Hawthorn.
Si alguien de verdad, de verdad lo pierde, a veces los
guardias los llevan y no regresan.
Lo empeora que seamos un poco más fuertes de lo que éramos
antes. Más duros. El ciclo de curación, un poco acelerado. No tanto
como para que lo notes, pero las señoras mayores no usan bastones.
Las perforaciones de los oídos se cierran.
Más energía en las células, es lo que dicen los
reclusos.
Lo llaman la ventaja O.
Es nuestra única ventaja.
* * *
El Campo de Contención Tipo O en el viejo Mizzou es una
prisión, no un refugio.
Los ampollados (tipo A), los frikis paranoicos (tipo AB) y la
gente que ha sido esterilizada (tipo B) están en los campamentos de
refugiados donde hay más libertad. Más comida. Ropa limpia.
TV.
Pero toda la gente aquí en Mizzou tiene sangre tipo O y fueron
expuestos a los compuestos, por lo que las autoridades decidieron
que éramos todos asesinos (probablemente es verdad―con certeza lo
es para mí) y nos inscribieron juntos. Incluso los niños
pequeños.
―Sí, Mario ―digo cuando empieza a quejarse de que todo está
mal―. Es injusto. Va en contra de nuestros derechos.
Pero cada vez que mis dedos pican por golpear la nariz de
algún idiota, sospecho que tenían razón al hacerlo.
* * *
Recuerdo a mi abuela hablando de fiebres. La recuerdo
sentándose en el borde de mi cama, poniendo una toalla fría y
húmeda en mi frente.
―Abuela ―lloré―. Me duele la cabeza.
No lo dije en voz alta, pero estaba rogado por Tylenol y ella
lo sabía.
―Te podría dar algo, mi niña, pero entonces tu fiebre moriría
y la fiebre es lo que te hace fuerte.
Lloraba y las mismas lágrimas parecían hervir.
―La fiebre viene y quema tu grasa de bebé. Quema los residuos
en tu tejido. Te mueve a lo largo de tu desarrollo. Las fiebres son
muy buenas, querida. Te hacen invencible.
¿Me sentí más fuerte, después? Lo hice. Me sentí limpia. Me
sentí fuerte.
La abuela me hizo sentir como si fuera buena de adentro hacia
afuera y que nunca haría el mal.
* * *
Me alegro de que la abuela haya muerto hace tiempo. No me
gustaría que me conociera ahora. Porque la furia O se enciende como
una fiebre y quema tu alma. Tu cuerpo se hace fuerte y tu mente se
calma para dormir con la sed de sangre y puedes recuperarte de eso.
Pero después de que matas, tu alma se doblega. No reposará
planamente; como una sartén deformada, se pone en el quemador y
traquetea, desigual.
* * *
Nunca puedes respirar de la misma forma otra vez porque cada
respiración es una que robaste de los cadáveres en descomposición,
sin enterrar, donde los dejaste para que se desangraran.
* * *
Es mi culpa que Mario esté aquí en “las Virtudes” conmigo. Las
Virtudes son cuatro edificios con nombres inspiradores: Excelencia,
Responsabilidad, Descubrimiento y Respeto, así como un comedor y
dos otros dormitorios, todos contenidos no por una sino por dos
vallas metálicas, cada una encabezada con alambre de púas.
Bienvenidos a la Universidad de Missouri en Columbia, edición
post-apocalíptica.
Recuerdo cuando Mario y yo pasamos por primera vez por las
puertas. Me preguntaba de qué nos estaban protegiendo
las puertas. Estúpida.
En la selección y clasificación, nos habíamos sometido
apaciblemente a la determinación obligatoria de sangre. Habíamos
contado nuestra historia. Mario podría haber ido a otro
campamento―él es AB. Pero no me abandonaría.
Un guardia alto con brillantes ojos azules y no con mucho pelo
nos inscribió.
Miró los papeles de Mario.
―Estás en el lugar equivocado, viejo ―le dijo a Mario.
―Esta chica es mi responsabilidad. Preferimos permanecer
juntos.
El guardia nos miró, asintiendo con la cabeza de una forma que
no me gustó.
―Lo “prefieres,” ¿verdad? ―dijo, pronunciando las palabras
lentamente―. ¿La niña se encontró un “viejo rico”?
―Vamos, no hay necesidad de ser grosero ―Mario refunfuñó hacia
él―. Tiene 15 años. Es una niña.
La sonrisa se desvaneció de la cara del guardia.
―Aquí no —dijo―. Aquí es una amenaza. Te voy a dar una última
oportunidad… tienes que irte. Piensas que estás siendo grande y
poderoso, protegiendo a la chica, pero en este campamento no hay
lugar para un viejo como tú. Deberías irte.
―Agradezco tu preocupación, pero me quedaré con mi
amiga.
No me gustaba esto. Un matón de un metro ochenta de altura
mirando desde arriba a Mario, anciano y frágil como si quisiera
aplastarlo y Mario lo miraba de vuelta con abierto desprecio.
Me puse ansiosa, empecé a empuñar mis manos y luego a
soltarlas. Tal vez me moví de un pie a otro.
El guardia tomó mi mandíbula y me obligó a mirar su
cara.
―¿Cuánto tiempo estuviste a fuera? ―preguntó.
―Estuvo afuera sólo por poco tiempo ―dijo Mario.
―¡NO TE PREGUNTÉ A TI, VIEJO! ―gritó el guardia.
Apretó su agarre en mi mandíbula y sacudió mi cabeza.
―Mi nombre es Ezekiel Venger y soy uno de los guardias
principales aquí. Ahora, ¿cuánto tiempo?
―No me acuerdo ―dije.
Me soltó.
―Sé que eres un problema, Señorita Quince. Puedo decir cuáles
son peligrosos. Es por eso que me pusieron a cargo. Mejor que te
cuides. No voy a darte ni un centímetro de espacio. Ni un mísero
centímetro.
―Sí, señor ―dije.
Sé cuándo llamar a alguien señor.
Llamas a alguien señor si lo respetas. Si es más viejo que tú.
Si está en una posición de autoridad. O si tiene una porra y mucho
resentimiento.
* * *
Mario es mi único amigo.
Él piensa que soy una buena persona. Está equivocado, pero no
discuto con él. Me dice que cree en mí.
Compartimos una suite para dos personas con otros cuatro. No
soy la única a la cual Mario está protegiendo. Se ofreció a
patrocinar a cuatro niños y es por eso que le permiten estar con
nosotros en el segundo piso de Excelencia. Todas las otras suites
en el segundo piso son sólo mujeres y niños.
Son sólo hombres en el primer piso y es duro allá abajo.
* * *
Comparto una cama con Lori. Tiene catorce años. Tiene el pelo
castaño, la piel blanca y grandes ojos marrones que a veces lucen
tan tristes que quiero golpearla en la cara.
* * *
Me contó su historia. Es de Denver, ella y su gente estaban
escondidos en su apartamento, pero se quedaron sin comida. Para
cuando llegaron al aeropuerto ya habían comenzado las evacuaciones.
Estaban entre las últimas personas allí así que cuando comenzaron
los disturbios―con gente arañándose y pisoteándose unos con otros
mientras se iluminaba el cielo sobre Colorado Springs―su madre fue
asesinada. Entonces su padre cayó entre la pasarela y la puerta del
avión mientras la empujaba adentro.
No quería escuchar su historia. Quería que esto desapareciera
de mis oídos, como gotas de agua en papel de cera, pero las
palabras estaban atascadas. Agua, agua, agua. Lori es toda
agua.
Lori se recuesta contra mí en la noche y llora, mojando la
almohada.
Lo sé, sé que debería consolarla. No se necesitaría mucho.
¿Qué? Una palmadita en la espalda. Un abrazo.
Pero no queda compasión en mí.
Como dije, esa Josie está muerta.
¿Qué le doy a ella? Le doy el calor de mi cuerpo dormido. Es
todo lo que puede tener. Calor que se escapa.
* * *
Debería hablarte de los otros tres. Sí, debería nombrarlos.
Hablarte acerca de ellos, decirte cómo lucen y de sus sonrisas
dulces y asustadas y como Heather se parece a Batista, su cara
ovalada muy sincera y seria. Medio asiática. Cómo uno de los chicos
siempre dice las palabras mal. Nimolada por limonada. Oragu por
oruga. Alambre de pulpa por alambre de púas. Lindos, inocentes,
molestos, traumatizados. Dulces, demandantes, perdidos y presentes.
No hay nada que pueda hacer por ellos y no quiero tener nada que
ver con ellos.
Todos los días deseo que Mario no los hubiera recogido. Los
huérfanos O.
Estaban valiéndose por sí mismos y siendo maltratados. Sé que
era lo correcto.
Nunca debería haber habido niños aquí en primer lugar.
Por lo que tengo entendido, el gobierno nacional nos trajo
aquí, pero el estado de Missouri dirige el campamento. Los
lugareños no nos quieren en libertad, pero no les importa pagar
para que estemos bien atendidos, tampoco. El gobierno nacional ha
sido lento en proveernos.
El resultado: no hay suficientes guardias, no hay suficiente
comida, no hay suficiente espacio, no hay suficiente atención
médica. Y no nos dejarán salir.
Había peticiones circulando, cuando llegamos por primera vez.
Gente tratando de mantener a los O estables separados de los
criminales. Pero los guardias le hicieron la vida difícil a los
recolectores de firmas.
Ahora estamos todos sólo esperando salir.
Cada semana el rumor que estamos a punto de ser liberados se
desplaza a través del campamento.
La esperanza es peligrosa. Hace que te importe.
* * *
Tengo que tener cuidado con los hombres. Algunos de ellos son
manoseadores.
No estoy tan preocupada de lo que puedan hacerme―estoy
preocupada de lo que yo pueda hacerle a ellos.
No quieres meterte en problemas.
Hace unos días hubo una pelea cerca de la valla. Algunos
periodistas tuvieron la idea de hablar con nosotros acerca de la
vida dentro del recinto. Nos gritaban preguntas.
Le rogué a Mario que se mantuviera alejado. Pero insistió. Su
cara se pone completamente roja cuando habla de las condiciones
aquí. Quiere justicia y sus derechos, y yo todo lo que quiero es
salir de aquí.
Fui con él, a las puertas, porque sabía que habría problemas y
así fue.
Había cerca de 20 reclusos parados ahí, gritándoles a la casi
docena de periodistas que gritaban cosas como:
―¿Sienten que sus derechos han sido violados?
―¿Son ciertos los rumores de violencia de pandilla?
―¿Están en peligro?
Algunos prisioneros gritaban respuestas. Otros gritaban:
―¡Sáquennos de aquí!
―¡Contacten a mi tío tal y tal! ¡Les dará una
recompensa!
―¡En el nombre de Dios, ayúdennos!
Luego un par de todoterrenos llegaron para alejar a la prensa
y salieron dos guardias, con sus pistolas semiautomáticas de dardos
tranquilizantes.
Venger era uno de los guardias.
Vi el placer destellar en la cara de Venger cuando me vio a mí
y a Mario en la valla. Los guardias se abrieron paso entre la
gente, sacándolos de la valla y empujándolos hacia los
dormitorios.
―¡Lo sabía! ―gritó―. ¡Sabía que ustedes dos eran problemas!
¡Nadie elige estar aquí!
Venger empujó a través de la multitud y agarró el frágil brazo
de Mario.
Y VRAAAH, mi rabia aumentó. Al igual que un coche entrando en
la autopista, zumbando a la velocidad.
―¡No lo toques! ―escupí.
Me empujó, fuerte, en el centro de mi pecho con su
porra.
La tomé.
―¡Tú, pequeña perra negra! ―gruñó.
Entonces levantó el palo para golpear a Mario. No a mí, a
Mario.
Levanté mi brazo y tomé el golpe con mi antebrazo.
Me puse entre ellos y sentí el cuerpo cálido, alto y poderoso
de Venger contra mí. Y vi sus ojos. Vi euforia ahí. El placer de
usar tu cuerpo para dañar a otros. Balancear un brazo, romper un
cráneo.
Puede que Venger sea O, puede que no lo sea. Pero él conoce la
alegría de matar.
Por supuesto, fue un gran error, desafiar a Venger.
No sé qué le molesta más, que sea joven, que sea una chica o
que sea negra.
Pero le impedí romper el cráneo de un hombre de 80 años de
edad.
Ahora soy su blanco favorito.