CAPÍTULO VEINTE

JOSIE
DÍA 33
Traducido por Ivetee
Me tropiezo al salir al pasillo lleno de los enfermos en espera.
Un corte en la cara. Una mujer sosteniendo su brazo torcido. 
Seres humanos, necesitando ayuda. Sucios, asustados y golpeados.
Encerrados por su tipo de sangre.
Mario va a estar bien. Eso es bueno. No sé qué voy a hacer si Mario no se recupera.
¿Cuáles son sus probabilidades? Alex podría decirme. Alex podría calcularlo por mí si estuviera aquí.
Cruzo el patio, regresando a nuestra habitación.
Alrededor de treinta cuerpos en la puerta están en el piso en filas, durmiendo. Un guardia se encuentra recargado contra la puerta, asegurándose de que nadie robe de los cuerpos de los prisioneros sedados.
Ellos van a despertar en tres o cuatro horas, ojos secos y rojos, las cabezas punzando.
Beberán mucha agua y se sentirán aturdidos por el reto del día.
Esta noche dormirán y tendrán sueños salvajes y vívidos. Todos vamos a escucharlos gritar en sueños esta noche.
El día que me dispararon―el mismo día que bloqueé el golpe que Venger le dirigió a Mario, Mario y los niños me arrastraron adentro. Me cuidaron en el cuarto de recuperación hasta que desperté.
Esa noche soñé que estaba esperando a mis padres en una estación de tren.
Techos abovedados, un pasillo de mármol―una estación de tren clásica. Y yo estaba merodeando alrededor, tratando de esconderme mientras los vendedores, con sus tienditas se enfilaban contra la pared, dejando botellas de agua, charolas de hielo y comida en recipientes de exhibición―galletas, huevos revueltos y yogurts.
En mi sueño robé tocino, huevos y queso en un rollo y lo estaba comiendo, agachada detrás de un contenedor de basura y después vinieron estos fuertes silbidos de tren y de repente la estación estuvo llena de una multitud de gente ocupada, y bulliciosa.
Vi a mis padres ahí, vestidos para viajar, como en una película en blanco y negro. Mi mamá traía un abrigo largo con botones de seda y mi padre traía un traje y sombrero.
Quería hablarles.
Pero estaba tan sucia y había robado comida―estaba avergonzada de mí misma.
Y tenían a la abuela con ellos, ella estaba arrastrando los pies lo más rápido que podía.
Caminaba como camina Mario. Mamá y papá eran pacientes, como siempre pero podía notar que tenían mucha prisa.
No podía ir a ellos. Sabía que ellos ya no me querrían.

* * *
Entro al pasillo de la planta baja de Excelencia. Sé que los niños estarán esperando en la habitación para saber de Mario.
Me apresuro a pasar el salón de los hombres.
Lo último que quiero es toparme con uno de mis atacantes de la noche anterior.
Estoy aliviada porque no sucede.
Empujo la puerta al final del pasillo para abrirla, que dirige a las escaleras, que se encuentra sin seguro durante el día.
Entrando, escucho movimiento. Ropas moviéndose, respiraciones.
No es inusual encontrarse algunas veces con personas besándose en las sombras.
Pero me detengo.
Mirando hacia la escalera que lleva al sótano, entre los escalones, veo una figura que me parece familiar, un suéter familiar.
Es el suéter de Mario y es Lori la que está abajo.
Me congelo.
―Linda ―dice una voz. Brett―. Eres tan bonita. No estés asustada.
Ella tiene las manos arriba y él se las baja, besándola. Haciéndola callar con sus besos.
―¡Hey! ―les digo.
Ya estoy media escalera abajo en un parpadeo.
―No hay problema, Josie ―dice Lori―. Estoy bien.
Veo las lágrimas en sus mejillas. ¿Bien?
Su blusa está toda desacomodada, su cabello también, y está llorando.
Y veo que Brett no está solo. OTRO “hombre” de la unión está con él.
Eso me pone tan molesta que casi no puedo respirar mientras, VRAAAAAAAGH, mi sangre se me viene a la cabeza.
―Tuviste tu oportunidad, Josie ―dice Brett―. Lori reconoce un buen trato cuando viene a ella.
Mi sangre está golpeando en mis oídos, haciéndome difícil escuchar. Difícil pensar.
―Ellos van a protegernos. A todos nosotros ―me dice Lori―. Está bien.
―NO ESTÁ BIEN ―grito.
El adolescente chaparro con cara de perro que estaba con Brett me empuja.
―Baja el volumen, conejita ―se burla―. Está es una fiesta privada.
Dios me ayude, pero no puedo detenerme.
Le golpeo la nariz con la parte baja de la palma de mi mano.
Sangre sale a chorros y el chico comienza a gritar.
―¡Jesuscristo! ―grita Brett y lo agarro por el cabello arrojándolo hacia la pared de cemento.
Él está en el piso y lo estoy pateando.
―Detente ―grita Lori―. Detente, Josie.
Soy O. Dios me ayude. Abrumada y los mataré. ¿Atacar a alguien de catorce años? ¿Abusar sexualmente de una niña? ¿La pequeña Lori?
―¡DETENTE! ―Lori me dio una cachetada.
Me volteo hacia ella.
―Respira, Josie ―dice ella.
Envuelve sus brazos a mí alrededor.
―Shhhhhh ―me dice.
Cara de perro gime.
Lori me abraza, y me arrastra escaleras arriba, lejos de los Hombres de la Unión caídos. Un paso a la vez.
Brett me maldice.
―Te atraparemos, Josie Miller ―dice él―. Estás más que muerta.