CAPÍTULO ONCE

DEAN
DÍA 32
Traducido por Azhreik
―¿¡Crees que debes ir tú y yo no?! ―me siseó Jake en el transporte―. Yo soy el padre del bebé. Yo. Tú sólo eres un novio, eres temporal.
―Paren, ambos ―dijo Astrid―. El Capitán McKinley dijo que nos llevará a los cuatro. ¿Por qué seguimos discutiendo esto?
Una pareja mayor sentada al frente del autobús miró en nuestra dirección.
―¡Porque Jake estaba ebrio antes del mediodía! ―dije, luchando por controlar mi voz―. ¡Es una carga!
―¡ALTO! ―dijo Astrid. Sus ojos relampagueaban y tenía puntos rojos de un sonrojo furioso en las mejillas―. Si no pueden ser amables el uno con el otro, entonces no quiero que ninguno de los dos venga. Lo digo en serio. Niko cuidará bien de mí, si ustedes no pueden tranquilizarse.
Eso nos calló.
Aunque todo el rato, Niko sólo miraba por la ventana. Ni siquiera parecía escucharnos.
Estaba sonriendo, por primera vez desde que podía recordar, desde la última vez que lo había visto con Josie, antes que dejaran el Greenway.

* * *
Nuestro plan era ir a la tienda para que Astrid pudiera descansar durante la tarde. Dormiría, y mientras tanto, Jake, Niko y yo empacaríamos. También reuniríamos a los niños para decirles el plan. Y tenía que ir a dar un paseo con Alex.
Sólo imaginar decirle que tenía que irme me hacía sentir como si me hubiera tragado un pilón de plomo.
Pero cuando nos acercamos a la tienda J, Niko repentinamente nos hizo señas para que lo siguiéramos y se desvió hacia los prados.
Vi por qué―dos guardias se habían estacionado dentro de nuestra tienda.
―¿Crees que estén buscando a Astrid? ―pregunté.
―No tengo idea ―respondió, mirando sobre su hombro―, pero no hay razón para arriesgarnos.

* * *
Así que en vez de estar acostada en su catre, Astrid estaba acostada en un raro camastro pequeño, hecho de ramas de árbol que Niko nos mostró cómo hacer. Una camita de Boy Scout.
Los niños habían elegido un buen lugar para su sitio de juegos. Los árboles eran gruesos y había una pequeña colina entre los árboles y el campo de golf, lo que significaba que no estaba a la vista desde la casa club.
Un hecho positivo de todo el desastre era que las imaginaciones de los niños parecían haberse vuelto más fuertes que antes.
Los recordaba en el Greenway; lo aburridos que estaban con los juguetes, después que se desvaneció el entusiasmo inicial.
Y ahora, porque básicamente no tenían nada―ningún juguete excepto por una solitaria pelota de futbol soccer y una muñeca andrajosa que Chloe le había quitado a alguna niña pequeña―jugaban en el exterior. Con hojas y ramas, pedazos de corteza y musgo.
Todos habíamos acordado que Jake, Astrid y yo debíamos quedarnos ocultos hasta que cayera la noche; Niko nos dejó en el bosque mientras él regresaba a empacar.
Los niños vendrían a la reunión a las 4 p.m. y Niko regresaría después de la cena con tanta comida como él y los demás pudieran contrabandear.
Niko iba a decirles a los niños específicamente que no vinieran a vernos hasta la hora de la reunión. No quería que hubiera un montón de idas y vueltas durante las horas en las que todos normalmente esperaban formados los listados o veían la película de la tarde.
Aunque había una excepción: Alex. Le dije a Niko que me mandara a Alex. Necesitaba decirle a solas.

* * *
Vino dando brincos por el pasto, periódico en mano.
―¿Qué piensas? ―preguntó. Entonces vio a Astrid acostada en su cama de ramas. Jake estaba sentado en el suelo, garabateando una nota de despedida para su papá―. ¿Qué pasa? ¿Qué están haciendo aquí, chicos?
Lo tomé del brazo.
―Vamos a caminar ―le dije.
―Hola, Alex ―Jake arrastró las palabras―, ¿qué tal te va?
―¿Viste la carta? ―le preguntó Alex, levantándola―. Aún no hemos tenido ninguna llamada, pero hay una mujer agradable en la oficina que me prometió hacerme saber tan pronto tengamos una...
Jake aceptó el papel.
―Genial, hombre.
―Vamos a caminar ―repetí. Astrid estaba dormida y no quería que se despertara y le dijera a Alex algo malo sobre la carta. No hasta que pudiera explicarle lo que le había sucedido a Astrid.

* * *
Su primera respuesta fue la que cabía esperarse: ―¿Qué?
Se lo expliqué otra vez. Que la carta había identificado a Astrid como una embarazada O que había estado expuesta múltiples veces, y que Astrid tenía miedo que se la llevaran para hacerle pruebas contra su voluntad y que el Capitán McKinley básicamente estuvo de acuerdo.
Fue horrible observar cómo decayó su expresión. Como ver a un niño que había hecho el desayuno del día de las madres, darse cuenta que había incendiado la casa.
―¿Qué dijo exactamente el Capitán McKinley? ―preguntó.
―Dijo que ella debía irse de aquí, esta noche.
―¿Pero qué dijo sobre las pruebas? ¿A dónde están llevando a las mujeres?
―No creo que sepa, pero confirmó que drogan mujeres embarazadas y se las llevan. En realidad eso es todo lo que ella necesitó escuchar.
―Guau ―dijo―, eso es serio. ¿A dónde va a ir?
Mmmmmm. Ahora la parte dura.
Nuestros pies crujieron sobre las hojas durante un momento, mientras yo intentaba pensar cómo decirlo.
Y supongo que la pausa en sí transmitió la información, porque dijo: ―No.
Me sujetó por el brazo.
―No puedes ir con ella. Tú y yo hicimos una promesa de permanecer juntos. Y ahora… y ahora nuestros padres van a encontrarnos, Dean. Gracias a la carta…
―Tengo que ir ―le dije―, no puedo dejar que vaya sola.
―No estará sola. Estará con Niko.
―¡Niko va en una misión de rescate!
―Jake debería ir. Él es el padre del bebé.
―Fuimos a buscarlo hoy. ¿Sabes dónde estaba? ¡Estaba ebrio en un juego de póquer! ¡Como a las diez de la mañana! Es un desastre total. ¡No la mantendrá a salvo!
Alex balbuceó. ―¡Todo lo que necesita hacer es llegar a algún lugar seguro! Niko puede dejarla con Jake en algún motel…
―Sólo escucha el plan. Astrid, Jake, Niko y yo vamos a ir a…
―¡Eso es estúpido!
―Todos vamos a ayudar a Niko a llegar a Mizzou, que está de camino a…
―¡Odio este plan!
―Está camino a Pennsylvania. ¡Entonces todos nos reuniremos en la granja del tío de Niko! Y cuando esas llamadas empiecen a llegar, por la carta, puedes decirle a nuestros padres que nos encuentren ahí. ―Ésa era la parte que creí podría gustarle.
―¿Te vas a volver un fugitivo, sólo porque el Capitán McKinley tiene un miedo infundado contra los científicos?
―No somos fugitivos, simplemente nos vamos de aquí. La gente lo hace a diario.
―Esa gente tiene papeles y tiene autorización para ir a casa.
―Nosotros nos vamos antes ―dije. Alex rodó los ojos―. Mira, se llevaron a otra mujer embarazada de su cama, durante la noche. Su hermana nos lo contó. ¿Entonces el Capitán McKinley se pone todo histérico sobre que quieran a Astrid? Está sucediendo algo malo y no podemos permitir que Astrid se vea involucrada.
Alex se detuvo y plantó los pies en el piso.
―Te he escuchado los últimos días decirle a Niko lo tonto que sería ir por Josie. ¿Qué hay de las corrientes? ¿Qué tal si son reales? ¿Y ahora vas a ir con él?
―Tenemos al Capitán McKinley para ayudarnos. Dice que nos acercará todo lo que pueda. En realidad no es tan peligroso. Voy a ir para mantener a salvo a Astrid y para llevarla a la granja. No vamos a arriesgarnos, para nada.
Una hoja de maple, naranja como flama, aterrizó en su cabello.
―Odio dejarte, Alex. Sabes que sí.
Tenía la vista baja. Le quité la hoja.
―Pero la amo, tengo que cuidar de ella.
―¡Ella no te ama de la misma forma! ―protestó Alex.
Eso dolió. No fingiré que no, pero sabía que él estaba enojado.
―Alex, mira, Jake es un borracho y a Niko sólo le preocupa llegar con Josie. Astrid tiene calambres. Es obstinada y no descansa suficiente. Necesita alguien que cuide de ella y ése soy yo. Yo soy el chico adecuado, es mi trabajo.
El rostro de Alex se arrugó. ―No quiero que vayas. No quiero volver a estar lejos de ti.
Lo abracé contra mí y él lloró en mi camiseta. ―Lo siento ―dije―, pero ya verás, nos encontráremos en Pennsylvania. No es gran cosa. Ya verás, todos estaremos juntos en la granja.
Un día atrás, quería hacerle algunos hoyos a su sueño para dejar entrar la realidad.
Ahora estaba usando su sueño contra él para convencerlo de que me dejara ir.

* * *
Cuando regresamos, Niko estaba allí con los niños pequeños. Parecían encantados de que hubiéramos mostrado interés en su sitio de juegos.
Henry estaba sentado junto a Astrid, sobre su camastro de palos, con las manos en el vientre de ella. Y Chloe estaba del otro lado.
Chloe acunó con las manos el vientre de Astrid. ―¿Hola? ―dijo―. ¿Puedes escucharme, bebé? ¡PATEA SI ME ESCUCHAS!
―Vamos, Chloe ―dijo Astrid―, dame un descanso.
―Sí ―añadió Max―. No querrás asustar al bebé, o saldrá nalbino.
Max estaba usando la navaja de bolsillo de Jake para afilar un palo como estaca.
―¿Un nalbino? ―preguntó Chloe.
―Sí, un bebé sin cabello y con ojos rosas.
―Nosotros no teníamos cabello cuando nacimos ―dijo Caroline―, ¿somos nalbinos?
―Chicos, es al-binos ―dijo Astrid.
―El albinismo es causado por una mutación genética ―intercedió Alex―. No tiene nada que ver con asustar a una mujer embarazada.
A pesar de lo enojado que estaba conmigo, aún así quería que los niños supieran correctamente los hechos.
Empecé a sentir la garganta apretada. Estaba comprendiendo que realmente íbamos a irnos.
―Tiene razón ―dijo Astrid―. Gracias, Alex.
Ella estaba intentando atrapar su mirada, pero él no la miraba.
―Supongo que te debo una disculpa por el artículo ―dijo rígido.
―No, no ―interrumpió Astrid―. Yo te debo la disculpa. Debes estar muy enojado conmigo…
―¿De qué están hablando? ―preguntó Chloe―, ¿es sobre la carta?
―¿De verdad vamos a ser famosos? ―me preguntó Caroline. Deslizó su manito en la mía―. Creo que sólo quiero ser normal.
Finalmente llegó Sahalia, cargando una mochila con las pertenencias de Astrid que aparentemente Niko le había pedido que empacara. Sahalia arrojó la mochila junto con las tres que Niko había empacado con cosas para él, Jake y para mí.
―¿Qué está pasando? ―preguntó Sahalia.
―¿Vamos a tener una pijamada? ―añadió Caroline―. ¿Vamos a acampar?
―Me temo que no ―dije―. Nos hemos enterado que algunos científicos quieren llevarse a Astrid para hacerle pruebas.
Todos los ojos se giraron hacia Astrid. Caroline la abrazó y enterró su cabeza en el cuello de Astrid.
―¡No! ¡Nunca! ¡No puedes irte! ―fue el coro de los niños pequeños.
―¡Escuchen! ―dijo Niko―. Esto es importante. Hemos decidido que Jake, Dean y yo vamos a irnos y llevar a Astrid a un lugar seguro y también iremos por Josie.
Vi la miseria extenderse por el rostro de Sahalia. Sus ojos se dirigieron hacia Alex, con preocupación.
Los niños empezaron a soltar gritos y protestas de nuevo, pero Niko los calló.
―Pudimos no haberles dicho, chicos, pero queríamos que supieran la verdad porque todos somos familia. ¿Lo entienden? Los estamos tratando como niños grandes, así que tienen que actuar como tal.
―¿Cuándo van a irse? ―preguntó Ulises.
―Esta noche.
Henry se acercó, mientras sacaba algo pequeño del bolsillo de sus pantalones de pana.
―Toma esto ―dijo. Henry me tendió cinco dólares.
―¡Pero tu papá te lo dio por tu cumpleaños! ―exclamó Chloe―. ¡Es dinero de cumpleaños!
Caroline habló por él, como hacía a veces. ―Papi Junior podría necesitarlo, Chloe. Como, de verdad.
Eso hizo que el corazón me doliera. Astrid era mami Junior. Supongo que no sabía que yo era papi Junior.
―Gracias, Henry ―dije―. Lo necesitáremos en el camino.
―¿Y de todas formas, cómo van a llegar allí? ―preguntó Chloe―. ¿Van a caminar?
Niko levantó la mano. ―No vamos a discutir los detalles, porque alguna gente podría venir con ustedes y hacerles un montón de preguntas. Si alguien les habla esta noche, ustedes no nos han visto. Pero mañana, si preguntan, pueden decirles la verdad. Nos fuimos porque estábamos asustados por la seguridad de Astrid.
―Pero volveremos a estar juntos ―dije―. Lo prometo.
―Saluda a Josie de mi parte, ¿de acuerdo? ―pidió Max―. ¿Cuándo llegues con ella?
―Por supuesto ―contestó Niko.
―Dile que digo cuac, cuac ―añadió Chloe―. Ella lo entenderá.
―Dile que la extraño ―dijo Ulises chimuelo.
A Alex le resultaba difícil mirarme. Sus ojos estaban rojos. Sahalia continuaba palmeándole la mano. Tampoco la veía a ella a los ojos.
Caroline se echó hacia atrás, en mis brazos, y me miró. Su rostro pecoso estaba lleno de preocupación.
―Tienes que cuidar mucho de mami Junior ―me dijo―. Porque las mamás necesitan un montón de ayuda.

* * *
Alex vino solo, para traernos una bolsa de plástico llena con restos de la cena que todos se las habían arreglado para contrabandear para nosotros.
Me tendió un fajo de dinero.
―¿Qué es esto? ―le pregunté.
―Es lo que estaba ahorrando, más 105 de la señora Domínguez. Ella dice que Dios los bendiga.
Alex apartó la mirada, sobre los campos, hacia el cielo azul oscuro.
Había al menos 300 dólares allí.
―Hey, no tienes que darme todo el dinero que has ganado ―dije. Había trabajado duro arreglando pequeños aparatos electrónicos para la gente.
―Tómalo ―espetó.
―Es sólo que me siento mal…
―Dean, te daría cada centavo que he ganado durante toda mi vida para mantenerte a salvo. Esto les comprará comida, agua y gasolina. ¡Quién sabe lo que van a necesitar!
―Lo siento ―dije, por centésima vez.
―Llega allí a salvo ―me dijo―. O nunca te perdonaré. Lo digo en serio, si mueres allá afuera, o no apareces, voy a ir por ahí el resto de mi vida diciéndole a la gente que mi hermano era un imbécil.
Estaba actuando rudo, cubriendo el dolor, y realmente empecé a odiarme a mí mismo.
Alex se fue a zancadas por el pasto, hacia la ciudad de tiendas que era nuestro hogar.

* * *
Después de eso, fue duro esperar. 
Seguía preguntándome si estaba haciendo lo correcto.
¿Era estúpido irme? ¿Qué pensarían mis padres? Intenté canalizar a mi padre―él se conducía de manera tan lógica―¿qué diría él sobre mi elección? Cuando pensé en mamá, la garganta se me cerró. Ella querría que protegiera a Astrid, ¿no?
Me recargué contra un pino. El viento movía las ramas a nuestro alrededor. El campo de golf era hermoso en la noche.
El Capitán McKinley vendría pronto por nosotros.
Astrid vino y se recargó contra mí. Jake estaba durmiendo en el camastro de Astrid y Niko estaba sentado más cerca del camino, esperando al capitán.
―Tengo que pedirte una disculpa ―dijo Astrid bajito. La miré de reojo. Traía puesta mi vieja gorra verde y un suéter irlandés blanco que no le cubría por completo el vientre.
Su aliento hizo una pequeña nube cuando habló.
―La razón por la que antes quería encontrar a Jake…
Me tomó de la mano.
―Es porque iba a pedirle que me llevara a Texas.
Lo asimilé. Se sintió como un golpe en el estómago. Cerré los ojos y me llevé una mano al rostro.
―Estaba asustada y no me estabas tomando en serio y estaba desesperada ―dijo, soltándolo en confesión.
Sonaba triste, preocupada, dolorida por herirme.
―Pero tan pronto lo vi, deseché ese plan ―dijo, casi rogándome―. Lo siento.
―Es hora —dijo Niko―. Vamos, chicos.
Mi corazón se sentía como si un puño con guante de hierro lo estuviera apretando.
―Por favor no te enojes ―suplicó―. Sí te amo, de verdad. Y estoy asustada de ir sin ti.
La sujeté, tal vez más bruscamente de lo que tenía intención, y la besé en la boca.
―Yo también te amo. Y no hay forma de que te dejara ir sin mí ―le dije.