11 de mayo
Lucca, la Toscana
Angelina no era católica, pero la familia Mura tenía muchísima influencia, así que le hicieron un funeral católico y un entierro impresionante en el Cimitero Urbano. Salvatore fue al funeral por respeto a los Mura y para demostrarle a Lorenzo que estaba interesándose por la muerte prematura de la mujer a la que amaba y del hijo que llevaba en su vientre. Pero la verdadera razón por la que fue era totalmente diferente: observar el comportamiento de todas las personas presentes. A mucha distancia de la tumba, Ottavia Schwartz también estaba observando. Le había ordenado que, sin que nadie se diera cuenta, tomara fotos de todos los que estuvieran allí.
Había tres grupos de personas: los Mura y sus amigos y socios, los Upman y Taymullah Azhar. El grupo de los Mura era grande, acorde con el tamaño extraordinario de la familia y el largo tiempo que había conservado su influencia en Lucca. Los Upman eran un grupo de cuatro formado por los padres de Angelina, su hermana —gemela increíblemente idéntica a la muerta— y su marido. Taymullah Azhar formaba pareja con su hija. La confusión de la pobre niña era total y no comprendía muy bien lo que le había ocurrido a su madre. Se abrazó a la cintura de su padre junto a la tumba. Su cara mostraba un gran desconcierto. Ella solo había sabido que su mamá tenía dolores de estómago y que había ido a acostarse a la tumbona de la galería. Después se había dormido y no se había despertado. Estaba muerta.
Salvatore pensó en su Bianca, que tenía más o menos la misma edad que Hadiyyah. Rezó mientras miraba a la niña: que Dios hiciera que no le pasara nada a Birgit. ¿Cómo se podía recuperar una niña de nueve años de una pérdida así? Y además esa niña en concreto: primero alguien la raptaba en el mercato, después la llevaban a la Villa Rivelli con Domenica Medici, que estaba medio loca, y ahora esto…
Esa línea de pensamiento le llevaba ineludiblemente al profesor pakistaní. Salvatore observó la cara sombría de Taymullah Azhar. Pensó en cómo se había desarrollado todo hasta llegar a ese momento en que su hija se aferraba a su cintura. Había vuelto a su cuidado, el del único progenitor que le quedaba. Ahora no tendría que compartirla ni ir de acá para allá entre Londres e Italia para unas visitas que siempre serían demasiado cortas. ¿Era todo eso fruto de la terrible coincidencia de unos hechos aleatorios y aparentemente sin relación? ¿O era lo que parecía ser: la conveniente conclusión de la disputa por la custodia de una niña?
Lorenzo Mura estaba convencido de esto último, por lo que tuvieron que retenerle para que no tuviera una confrontación con Azhar junto a la misma tumba. Su hermana y su marido le sujetaron.
—Stronzo! —le gritó—. ¡La querías muerta y ahora lo está! Por Dios, ¡que alguien haga algo con él!
Era una situación muy impropia de un entierro, pero que casaba muy bien con la naturaleza de Mura. Era un hombre muy apasionado. Y ahora había perdido de repente a la mujer a la que amaba y al hijo que llevaba en su vientre… Y también el futuro juntos que habían planeado se le había ido en un instante… Los ingleses que habían acudido al funeral y que estaban junto a la tumba nunca aprobarían una escena así, aunque fuera ante una tragedia como aquella. Pero ¿un italiano? Aquello era una liberación, una reacción ante el dolor… Era natural. Lo contrario era lo inhumano. Salvatore solo deseó que la hija de Angelina Upman no hubiera tenido que presenciar aquella escena, ni oír lo que Lorenzo le estaba gritando a su padre por encima de la tumba de su madre.
La familia Mura pareció pensar lo mismo. Su hermana apartó a Lorenzo de la tumba y su madre lo acercó a su voluminoso pecho. Pronto le rodearon todos sus parientes. Se movieron, como si fueran un solo cuerpo, alejándose de la tumba hacia la imponente entrada del cementerio donde habían dejado los coches.
La familia Upman se acercó a Taymullah Azhar. Salvatore no dominaba tanto el inglés como para entender todo lo que dijeron, pero identificó perfectamente sus expresiones. Odiaban a ese hombre y no les importaba nada la hija que había tenido con la mujer fallecida. La miraron como si fuera un mero objeto curioso para ellos. Sus miradas trasmitían aversión. Al menos las de los padres de Angelina. Su hermana extendió una mano hacia Hadiyyah, pero Azhar la apartó de ella.
—Aquí es donde termina todo —le dijo el padre de Angelina al pakistaní—. Murió como vivió. Como lo harás tú. Y pronto, espero.
Su esposa, la madre de Angelina, miró a la niña. Abrió la boca para hablar, pero, antes de que pudiera hacerlo, su marido la cogió del brazo y la hizo caminar en la misma dirección que habían tomado los Mura. La hermana gemela dijo:
—Siento cómo ha terminado todo. Deberías haberle dado lo único que ella quería. Espero que ahora te des cuenta. —Y se alejó también.
Pronto solo quedó Salvatore junto a la tumba, con Taymullah Azhar y su hija. Quiso que la pequeña Hadiyyah no tuviera que oír lo que iba a decir. Ya había oído más que suficiente por un día y no necesitaba saber las razones por las que su padre estaba bajo sospecha.
—Hay cosas que necesitas saber, Salvatore. —Así fue como empezó su explicación Cinzia Ruocco mientras estaban sentados en la Piazza San Michele—. En el intestino de esta mujer había algo muy raro. No se habla mucho de ello aún, pero es algo que se denomina «biofilm».
—¿Y qué es? ¿Es algo dañino?
—Es un conjunto de bacterias —dijo, y ahuecó una mano como para ilustrarlo—. Un grupo que resulta de lo más inesperado. Era… Salvatore, estaba muy evolucionado. No debería haber estado en su intestino. Y tengo que decírtelo, amigo mío, no se ven en ninguna otra parte. Y deberían.
Estaba confundido. No deberían estar en su intestino. No estaban en ninguna otra parte, pero deberían haberlo estado. ¿Qué tipo de acertijo médico era ese?
—Entonces, ¿no murió de fallo renal? —preguntó.
—Sì, sì, murió de eso. Pero fue algo provocado.
—¿Por ese…, cómo lo has llamado?
—Biofilm. Pero no, el biofilm, eso que tenía en el intestino, comenzó el proceso. Pero la mató una toxina.
—La envenenaron.
—La envenenaron, sì. Pero no de una forma que sus médicos pudieran reconocer inmediatamente, porque, ya sabes, ya estaba enferma. Fue algo muy inteligente. Alguien tuvo mucha suerte para matarla así, o es que había pensado en todo. Si todo hubiera seguido su curso normal, todo el mundo habría asumido que su muerte había sido natural, sobre todo si había estado tan enferma por culpa del embarazo. Pero nada en su muerte es natural. Fue una reacción en cadena, tan inevitable como la caída de una hilera de fichas de dominó.
Aquello dejaba a Salvatore con la tarea a la que se enfrentaba ahora. Se acercó a Taymullah Azhar para hacer lo que tenía que hacer.
Chalk Farm, Londres
Barbara se quedó vigilando. En cuanto llegó a casa después del trabajo, fue de inmediato al piso de Azhar. Su intención había sido volver a Londres directamente después del funeral de Angelina y traerse a Hadiyyah con él, porque pensaba que lo mejor era devolver a la niña al entorno que había conocido toda su vida, excepto los últimos meses. Pero aún no habían llegado.
Al principio no estaba preocupada. El funeral se había celebrado por la mañana, pero habría tenido lugar algún tipo de recepción después, ¿no? La gente querría tener una oportunidad de expresar sus condolencias y hacer lo que pudieran para convencer a quienes habían perdido a su ser querido de que la vida iba a continuar. Después tendrían que recoger las cosas de Hadiyyah, si no estaban ya embaladas, e ir en coche a Pisa. Allí tendrían que esperar en el aeropuerto y después el vuelo. Por eso no debía esperar que llegaran antes de que se hiciera de noche, como mínimo.
Pero llegó la noche, todo se quedó a oscuras y Azhar y Hadiyyah todavía no habían llegado. Una y otra vez, Barbara salió de su casa para caminar hasta la parte delantera del edificio, pensando que habían vuelto sin decirle nada por la razón que fuera. Por fin a las nueve y media llamó al móvil de Azhar.
—¿Cómo ha ido? —le preguntó—. ¿Dónde estáis?
—En Lucca todavía —respondió. Sonó exhausto cuando le dijo—: Hadiyyah está dormida.
—Ah. Me preguntaba… Supongo que era demasiado para ella, ¿no? Todo lo que ha pasado, el funeral, ¿y además un vuelo a Londres? No se me había ocurrido. No te entretengo entonces. Tú también estarás agotado. Cuando vuelvas a Londres ya…
—Me han quitado el pasaporte, Barbara.
Sintió que se le helaba el corazón.
—¿Quién? Azhar, ¿qué ha pasado?
—El inspector jefe Lo Bianco. Fue después del… funeral.
—¿Estaba allí el inspector? —Barbara sabía muy bien lo que significaba que los policías fueran al funeral de alguien con quien no tenían una relación personal directa.
—Sí. En la iglesia y en el cementerio. Ahí fue donde… Barbara, Hadiyyah estaba conmigo. No le oyó, porque nos apartamos un poco para hablar, pero mañana se preguntará por qué no nos vamos a casa. ¿Qué le voy a decir?
—¿Y por qué te ha quitado el pasaporte? No importa. Qué pregunta más tonta. Déjame pensar.
Pero le resultó imposible hacerlo, pues todos sus pensamientos iban en una única dirección: Dwayne Doughty debía de haber hecho un trato con alguien para salvar el cuello y le había dado a quien fuera la información que revelaba la implicación de Azhar en el secuestro de su hija. O tal vez lo había hecho Di Massimo, aunque, según Azhar, nunca había hablado con ese hombre. O quizá fue Smythe, que había enviado una copia de su copia de seguridad por mensajería urgente a la policía italiana. O… Solo Dios sabía, pero lo importante era que, sin pasaporte, Azhar estaba atrapado en Lucca a merced de los policías.
—No te han interrogado, ¿verdad? —le preguntó—. Azhar, si quieren hacerte preguntas, tienes que buscarte un abogado inmediatamente. ¿Me entiendes? No digas ni una miserable palabra a esa gente si no tienes a un abogado sentado a tu lado.
—Ni siquiera me han dicho que quieran interrogarme. Pero, Barbara, me temo que el señor Doughty tal vez… O uno de sus socios… Alguien debe de haberle dicho al inspector algo que le haya hecho pensar que yo… —Se quedó en silencio un momento y después continuó en voz baja—: Oh, Dios, debería olvidarme de todo.
—¿Olvidarte de qué? ¿De tu hija? ¿Y cómo crees que vas a poder hacer eso, eh? Angelina se la llevó. Desapareció. Hiciste todo lo que fue necesario para encontrarla.
—Pero todo salió mal, Barbara. Por eso tengo miedo.
No pudo decirle que ese miedo era irracional. Sin embargo, a menos que los italianos hubieran enviado a alguien desde Italia para hablar con Doughty o que Smythe hubiera contactado con ellos de alguna forma, la única persona que podía haberles dicho algo era Di Massimo. Y según Azhar, nunca tuvo ninguna comunicación con el detective italiano; solo habló con Doughty, y Bryan Smythe había eliminado todos los rastros. Así que lo más probable era que los policías italianos tuvieran algo más, algo diferente, aparte de la información que obtuvieron tras el interrogatorio de Di Massimo. Tenía que descubrir qué era. Hasta que lo consiguiera, no podían hacer más planes.
—Escúchame —le dijo a Azhar—. Mañana a primera hora llama a la embajada. Después busca un abogado.
—Pero si me piden que vaya a la questura… ¿Qué va a ser de Hadiyyah? Barbara, ¿y Hadiyyah? No soy inocente. Si no hubiera organizado las cosas para que alguien se la llevara…
—Quédate dónde estás y espera a que te llame.
—¿Y qué vas a hacer tú? ¿Qué puedes hacer tú desde Londres, Barbara?
—Puedo enterarme de la información que necesitamos. Sin eso, solo andamos a tientas en la oscuridad.
—Si hubieras visto cómo nos miraban… —murmuró—. No solo a mí, sino también a Hadiyyah.
—¿Quiénes? ¿Los policías?
—Los Upman. Que me odien a mí es algo que puedo soportar. Siempre ha sido así. Pero a Hadiyyah… La miraban como si tuviera una enfermedad, alguna deformidad en el cuerpo… Es una niña. Es inocente. Y esa gente…
—No les des la más mínima importancia, Azhar —le interrumpió Barbara—. Ni siquiera pienses en ellos. Prométemelo. Te llamaré.
Y colgaron. Barbara se pasó lo que quedaba de la noche y parte de la madrugada sentada en su diminuta cocina, fumando un cigarrillo tras otro e intentando pensar qué podía hacer sin involucrar a nadie más. Sabía que era inútil, pero le dio vueltas y vueltas hasta que tuvo que admitir que solo había una cosa que pudiera hacer.