5 de mayo

Chalk Farm, Londres

Barbara estaba sentada en la cama leyendo cuando Taymullah Azhar llamó a su puerta. Llamó muy bajito. Ella estaba tan enfrascada en su libro que no lo oyó. Tempest Fitzpatrick y Preston Merck estaban sufriendo un tormento mutuo debido al misterioso pasado de Preston y a su dolorosa incapacidad para actuar como exigiría su tremendamente apasionado amor por Tempest —aunque Barbara pensaba que era mejor ese tormento que llevar ese apellido del protagonista tan extraño y poco heroico—. Estaba a unos párrafos de descubrir cómo iban a resolver esa situación tan perturbadora. Si Azhar no hubiera dicho con tono vacilante «¿Barbara? ¿Estás despierta? ¿Estás ahí?», no se habría enterado de que había ido hasta su casa. Pero cuando oyó su voz, respondió en voz alta «¿Azhar? Espera», y salió de la cama de un salto.

Buscó a su alrededor frenéticamente para encontrar algo con que taparse. Llevaba una de sus camisetas para dormir, esa con una caricatura desvaída de Keith Richards junto con las palabras NADA DE DINERO… LO QUE YO QUIERO ES SU CONSTITUCIÓN escritas debajo. Cogió su gastada bata de felpilla, pero se dio cuenta mientras se ataba el cinturón de que no la había lavado desde que se derramó estofado de ternera de lata en la pechera unas seis semanas antes. La tiró a un lado y cogió el impermeable que tenía en el armario. Tendría que servir.

Tapó con el edredón el desastre de sábanas, almohadas y las dificultades amorosas de Tempest y Preston. Después corrió hacia la puerta.

Había esperado cuatro días para hablar con Azhar. Todas las noches, cuando llegaba a casa del trabajo, comprobaba si había vuelto de Italia. Y todas las mañanas se veía obligada a informar al inspector Lynley de que no había vuelto a Londres todavía. Y un día tras otro tenía que repetirle que quería hablar con Azhar cara a cara de todo lo que había descubierto sobre el secuestro de su hija. Y la respuesta de Lynley nunca variaba: «Quiero un informe, Barbara, y no quiero enterarme después de que Azhar lleve en Londres desde la noche del 1 de mayo». Y ella le decía muy seria: «No le estoy mintiendo. Yo no le mentiría». Entonces una aristocrática ceja levantada le dejaba claro la poca credibilidad que tenía su afirmación.

Cuando abrió la puerta, vio a Azhar de pie en el umbral, vacilante. Encendió la luz que había encima de la entrada, pero no sirvió como fuente de iluminación, porque primero soltó un destello cegador como un relámpago y después se apagó.

—¡Oh, mierda! —dijo, y añadió—: Entra. ¿Cómo estás? ¿Cómo está Hadiyyah? ¿Acabas de volver?

Ella se apartó de la puerta y Azhar entró a la casa iluminada. Se le veía bien, pensó. El alivio que debía estar sintiendo sería enorme. Pero no se preguntó cuál sería la causa de ese alivio: que su hija estuviera sana y salva, haber escapado de Italia sin que las sospechas de nadie recayeran sobre él o que tenía un plan para llevarse a Hadiyyah a otro país cuando llegara el momento. Apartó todo eso de su mente. Todavía no, se dijo.

Llevaba una bolsa de plástico, que le dio diciendo:

—Te he traído algo de Italia. Es una forma muy humilde de agradecerte todo lo que has hecho, Barbara. Estoy y he estado todo el tiempo muy agradecido.

Ella cogió la bolsa y cerró la puerta tras él. Le había traído aceite de oliva y vinagre balsámico. No tenía ni idea de qué hacer con el primero —¿tal vez una fritura mediterránea?—, pero supuso que el segundo estaría buenísimo con las patatas fritas.

—Gracias, Azhar. Siéntate, siéntate. —Y fue a la zona de la cocina para poner el hervidor de agua.

Él se quedó mirando la cama, la luz que había encendida a su lado y la taza de cacao que había junto a la lámpara.

—Estabas en la cama —dijo—. He pensado que tal vez fuera así, pero quería… Aunque probablemente no debería.

—Claro que deberías —le cortó—. Y no estaba dormida. Estaba leyendo.

Esperó que no le preguntara qué estaba leyendo, porque tendría que mentirle diciéndole que Proust. O tal vez Archipiélago Gulag. Esa tenía que ser una lectura muy entretenida.

Sacó las bolsitas de té, un cuenco de azúcar —del que eliminó la prueba en forma de grumos de que había metido allí una cuchara mojada con demasiada regularidad— y una jarrita de leche. Cogió dos tazas de un estante y fue de acá para allá preparando cosas como si fuera la dueña de una pensión de tercera que quisiera acomodar a un huésped que había llegado en medio de la noche. Galletas Pims en un plato, dos servilletas de papel, dos cucharillas y después una exclamación y la sustitución de una de ellas cuando se dio cuenta de que estaba sucia… Fue varias veces de la mesa a la cocina hasta que ya no le quedó nada más que hacer que echar el agua sobre las bolsitas de té y sentarse para hablar con ese hombre, al que conocía muy bien y al que, a la vez, no conocía de nada.

Él la observó muy serio. Sabía que pasaba algo. Pero no dijo nada al principio.

Entonces inició la conversación con la frase:

—El inspector Lynley te habrá contado los detalles.

—Sí, la mayoría —dijo Barbara—. Te habría llamado para que me contaras el resto, pero supuse que tenías muchas cosas entre manos con Hadiyyah, Angelina y Lorenzo. Y la policía también, supongo.

Le observó cuando dijo esto último, pero estaba ocupado con el té, remojando la bolsita. La miró como preguntando dónde dejarla. Barbara cogió un cenicero para echar la bolsita. También cogió sus cigarrillos. Le ofreció uno, que él rechazó, y entonces se dio cuenta de que ella tampoco tenía ganas de fumar.

—Había mucho de que hablar —dijo por fin Azhar—. Pero creo que la pesadilla por fin ha acabado.

—¿Qué quieres decir?

Revolvió el té. Le había echado azúcar, pero no leche. Barbara se ocupó de su taza y esperó la respuesta del hombre. Notó que los nervios le habían dado hambre. Cogió una galleta y se la metió en la boca.

—No es que me hayan devuelto a Hadiyyah —dijo—, pero vendrá conmigo a veces, y yo puedo ir a verla a Lucca cuando quiera. Solo necesito llamar a Angelina con antelación. Creo que hizo falta esto…, esta sensación de haber perdido a Hadiyyah para que Angelina viera que ningún padre puede ni pensar en la pérdida de un hijo, mucho menos soportarla durante mucho tiempo. Creo que no se había dado cuenta de eso, Barbara.

—Eso es absurdo. Ella tenía que saberlo.

—Creo que no. Quería que Hadiyyah estuviera con ella. Quería a Lorenzo y la vida que ahora está construyendo con él. Y no vio otra forma de tenerlo todo. En el fondo no es una mujer malvada.

—Pero es capaz de hacer maldades —apuntó Barbara.

—Tal vez todos lo somos —contestó Azhar en voz baja.

Era el mejor pie que iba a conseguir.

—¿Y cómo están las cosas entre vosotros dos, Azhar? ¿Entre Angelina y tú?

—Hemos alcanzado una paz precaria. Espero que, con el tiempo, entre los dos vuelva a surgir la confianza. No hubo mucho de eso en el pasado.

—Confianza… —repitió—. Siempre es importante en las relaciones, ¿no?

Él no respondió. Estaba mirando fijamente su té. Barbara dijo su nombre con tono de pregunta. El hombre levantó la vista, sus miradas se encontraron y ella intentó ver algo en aquellos ojos oscuros, cualquier cosa que le dijera que no la había utilizado de la peor forma posible, poniendo en riesgo todo lo que era y lo que tenía. Pero no vio nada. Sus ojos estaban extrañamente inexpresivos, tal vez, pensó, debido a la luz de la lámpara del techo.

Continuó.

—Dwayne Doughty era la persona en la que no debí haber confiado, Azhar. Yo tengo parte de culpa, supongo, porque te llevé hasta él. Le investigué y parecía totalmente legal. Y es probable que lo sea en muchos aspectos, siempre que lo que se le pida que haga esté en orden y sea legal. Pero cuando no… Cuando surge la tentación… Se protege. Supongo que eso no lo sabías, ¿no?

Siguió sin decir nada. Pero estiró la mano para coger el paquete de Players y encendió uno. Ella se fijó en que su mano temblaba. Y él también se dio cuenta. La miró y apagó la cerilla. Esperó. Una buena jugada por su parte, pensó Barbara.

—La oficina de Doughty tiene cámaras de vigilancia. Graban la imagen y el sonido. En su oficio, no es mala idea tenerlas. Y yo debería haberlo sabido. O tal vez deberías haberlo pensado tú. —Ahora fue ella la que encendió un cigarrillo. Vio que sus manos también temblaban un poco—. Así que hay grabaciones de todas las reuniones que tuvimos con él, guardadas, firmadas y selladas, o como se diga. Y también las hay de las reuniones que mantuviste con él tú solo. No sé cuántas fueron. Solo me ha enseñado dos. Pero no ha hecho falta que me enseñe nada más, Azhar.

Se había quedado todo lo pálido que su piel olivácea le permitía. Dijo con una voz casi inaudible.

—No sabía cómo… —Pero no continuó.

—¿Cómo qué, Azhar? ¿Cómo decírmelo? ¿Cómo recuperar a Hadiyyah? ¿O cómo me iba a sentir cuando viera la grabación en la que tú sugieres que Dwayne y tú encontréis una forma de secuestrarla? ¿Cómo qué? Será mejor que me lo digas, porque las aguas en las que te has metido están muy revueltas y se van a revolver mucho más ahora que has vuelto a Londres.

—No sabía qué otra cosa podía hacer, Barbara.

—¿Con qué? ¿Con Hadiyyah? ¿Con Angelina? ¿Con tu vida? ¿Qué?

—Ese día que te llamé en diciembre… Cuando estabas en Oxford Street. Seguro que lo recuerdas. Te llamé para decirte que el señor Doughty no había encontrado ningún rastro. —Esperó a que asintiera antes de continuar—. Te mentí. Ese día me dijo que las había encontrado en Italia, adonde habían viajado con el pasaporte de Bathsheba. El pasaporte de Hadiyyah era el suyo, claro. Me dijo que sabía que habían aterrizado en Pisa, pero que ahí acababa el rastro.

—¿Y por qué no me lo dijiste? ¿Por qué me mentiste?

—Me dijo que nosotros, él y yo, podíamos contratar a un detective italiano si yo quería. Saldría caro que un italiano llevara a cabo la búsqueda que necesitábamos, me dijo, pero si yo quería continuar… Y claro, yo quise. Así que contrató al hombre de Pisa y él las localizó. El señor Doughty me informó de todo según el italiano lo iba descubriendo: Lucca, la finca en las colinas, Lorenzo Mura, la presencia de Angelina en su finca, que también estaba Hadiyyah, cómo se llamaba su colegio. Todos los detalles. Todo. Me di cuenta de que ese hombre era muy concienzudo. Y me pregunté qué podía hacer un hombre tan concienzudo. ¿Podría descubrir más? ¿Cómo pasaba los días? ¿Y cómo vivían? Se lo pregunté al señor Doughty, y él hizo lo necesario para que el detective de Pisa investigara más. Y el italiano lo hizo. Me pasó un informe de sus movimientos diarios. Los mercados a los que iba, las tiendas que frecuentaba, sus vidas en la finca, el mercato cerca de Porta Elisa, las clases de yoga de Angelina, que Hadiyyah miraba y escuchaba al acordeonista. Todo eso lo descubrió el detective de Pisa. Es muy bueno.

—¿Cuándo? —Barbara notaba la garganta irritada y seca, así que bebió un poco de té para aliviar un poco la tensión—. ¿Cuándo te enteraste de todo lo que me acabas de contar?

—¿De todos los detalles? En febrero. Para finales de mes.

—Y no me lo dijiste. —La había dejado sufrir por él, por su estado mental, por su hija, por encontrar algo que hacer que le sirviera de algo a él, a su amigo—. ¿Qué tipo de amistad…?

—¡No! —Apagó el cigarrillo con tanta fuerza, que volcó el cenicero y tiró las bolsitas de té. Ninguno de ellos hizo nada por limpiar la suciedad que se esparcía por la mesa como los restos de un fuego recién apagado—. No pienses eso. No debes pensar que te valoro menos porque guardé silencio sobre eso. Tras enterarme de todo eso acerca de Angelina y de saber dónde se había llevado a mi hija, creí que la había perdido para siempre. Tienes que entenderlo. No tengo ningún derecho legal. No sin las pruebas, que Angelina me negaría. Y no sin llevar el caso a los tribunales, ¿y dónde estaría ese tribunal? ¿Aquí? ¿En Italia? Angelina lucharía como una tigresa si llegábamos a los juzgados. Además, arrastraríamos a Hadiyyah a ese proceso. ¿Cómo podía hacerle eso a mi hija?

—Y entonces… ¿qué hiciste, Azhar? ¿Qué demonios hiciste?

—Si hay una grabación, lo has visto, así que ya sabes lo que he hecho.

—Planeaste su secuestro. Y planeaste que se produjera cuando tú estabas en Berlín con una coartada blindada. Sabías que Angelina vendría aquí. ¿Y después qué, por Dios? Irías a Italia y fingirías ser el padre angustiado que buscaba a su hija hasta que apareciera sana y salva en algún pueblo Dios sabe dónde, aunque traumatizada… —Para su horror, se le quebró la voz y sintió que los ojos se le hinchaban, lo que indicaba que estaba a punto de llorar.

—No vi otra salida —confesó—. Tienes que entenderlo, Barbara. Me pareció el mal menor. Y ese italiano… Tenía instrucciones. Decirle a Hadiyyah que la iba a llevar conmigo, llamarla khushi (para que supiera que era cierto), llevarla a un lugar seguro en el que no estuviera asustada. Entonces, cuando le avisara, la llevaría a una ciudad o un pueblo que yo le indicaría, porque yo estaría en Italia y habría encontrado ese pueblo y sabría que era un lugar seguro. La liberaría cerca de la comisaría, que yo habría encontrado con antelación. Así la policía se la devolvería a su madre inmediatamente, pero yo también estaría allí. Entonces, tras pasar esos malos momentos, tras haberme visto sufrir como había sufrido ella, Angelina no podría seguir negándole a Hadiyyah el contacto conmigo, porque mi hija me vería allí en Italia y querría que su padre volviera a su vida.

Barbara negó con la cabeza.

—No. No era la forma. Podrías haber conseguido lo mismo apareciendo en la puerta de esa finca o lo que sea y diciendo: «Hola, sorpresa-sorpresa, he venido a llevarme a la hija que has querido arrebatarme». Si sabías a qué colegio iba, podrías haber ido allí. Podrías haber aparecido en el mercado. Podrías haber hecho mil cosas, pero preferiste…

—No lo entiendes. Angelina tenía que sentirlo. Y ninguna de esas cosas habría conseguido que lo sintiera. Tenía que ver lo que me había hecho. Debía sentirlo en la misma medida. Era la única forma. Tú tienes que saber que lo que digo es cierto, Barbara, porque tú conoces a Angelina.

—Has engañado a todo el mundo. Y lo sabes.

—Lo que no sabía era que ese detective italiano iba a contratar a otra persona para llevar a cabo el plan. Sigo sin saber por qué lo hizo. Pero lo hizo, y esa persona resultó muerta cuando iba a buscar a Hadiyyah a los Alpes. Y entonces ninguno de nosotros sabía adónde la había llevado. En ese momento me di cuenta de lo mal que había resultado mi plan. Pero ¿qué iba a hacer llegados a ese punto? ¿Qué habrías hecho tú? Si hubiera dicho la verdad… ¿Te haces una idea de lo que Angelina habría hecho entonces, si se hubiera enterado de que yo había organizado su secuestro? Seguro que sabes que no habría entendido cuánto deseaba y lo desesperado que estaba por recuperar a mi hija.

—Hay pistas, Azhar —le dijo Barbara. Aparte de un gran vacío en su interior, no pudo identificar qué más sentía. Y lo que era peor, acabó preguntándose si volvería a sentir alguna vez otra cosa que no fuera ese vacío—. Hay pistas que llevan de Doughty a ti. ¿Y quién pagó a Di Massimo? ¿Tú? ¿Y el otro hombre? ¿Quién demonios le pagó a él? No se te habrá ocurrido que todo esto se realizó sin dejar rastro de tu participación… Y una vez que los italianos lo averigüen, que lo harán, te lo aseguro, ¿cómo crees que vas a poder recuperar tu vida con Hadiyyah desde una cárcel italiana? ¿Y cómo se va a sentir Angelina cuando sepa que tú estabas detrás de todo? ¿Y qué maldito tribunal de cualquier parte del mundo te va a dar la custodia compartida, ni siquiera un régimen de visitas ni nada parecido cuando quede probado que tú eras quien estaba tras el secuestro?

—El señor Doughty me habló de un hombre y de sus habilidades con los ordenadores y con los rastros que quedan en ellos.

—Claro que te lo dijo, pero lo que hizo Bryan Smythe en realidad, y te lo puedo asegurar, fue borrar toda conexión entre Doughty y Di Massimo, no entre tú y los demás. Y en cuanto al resto… A tu conexión con todos ellos… Pero ¿qué demonios pensabas? ¿Que una vez que le devolvieran a Hadiyyah a su madre los policías italianos iban a dejar que todo el mundo se diera un beso e hiciera las paces y después dejarían de investigar? ¿Cómo has podido estar tan tremendamente loco, Azhar? Y no me pidas que me crea que lo estabas, porque…

Y entonces lo supo. Se detuvo. Todos los hechos se desplegaron ante ella como un mapa del mundo y fue como si Barbara reconociera todos los países que había en él.

—Oh, Dios mío —dijo casi sin aliento—. Pakistán. Eso siempre estuvo ahí.

Él no dijo nada. Se la quedó mirando. Se preguntó si alguna vez había llegado a conocerle. Parecía que había una especie de abismo entre lo que creía que era Azhar y lo que estaba resultando ser. Y en ese momento lo que realmente quería hacer era lanzarse a ese vacío que ella misma se había creado por lo estúpida, tonta y engañada que se sentía.

—Doughty tenía razón —dijo—. Fue él quien encontró los billetes, Azhar. Supongo que no te dijo nada de eso. El SO12 también los localizó, por si te interesa. ¿Un billete solo de ida a Pakistán comprado por un musulmán? Hacer ese tipo de compras es como encender un petardo en un vagón del metro a las cinco y media de la tarde. Llama la atención. Hace que te investiguen. ¿No pensaste en eso?

Él siguió sin decir nada, aunque Barbara vio que su mandíbula se movía. La miró fijamente, pero, aparte de la mandíbula, no movió ni un músculo.

—Te la vas a llevar allí —dijo ella—. Compraste los billetes en marzo, porque para entonces el plan del secuestro ya estaba en marcha, ¿verdad? Sabías cuándo y sabías cómo, y sabías lo que Angelina pensaría y lo que haría, y ella lo hizo. Vino a Londres, volviste a Italia con ella y todo se fue desarrollando según tu plan, excepto ese desafortunado accidente de coche y el hombre muerto, pero al final la recuperaste de todas formas… y ha merecido la pena. Pero no tenías…, mejor dicho, no tienes intención de compartir a Hadiyyah con Angelina. Te la vas a llevar a Pakistán y vas a desaparecer con ella, porque es la única esperanza que tienes de quedarte con ella permanentemente. Y en cuanto supiste que Angelina había empezado una relación con otro hombre, la quisiste solo para ti. Tienes familia en Pakistán. No me digas que no. Y en cuanto a encontrar trabajo allí… Un hombre como tú, con tu educación y tu experiencia, no tendrá problema.

Él siguió sin decir nada. Ni un cambio en su expresión, ni un movimiento de la silla, ni cambiar de posición los pies bajo la mesa. Le pareció ver el latido de una vena en su sien, pero tal vez solo lo había visto porque quería ver algo en lugar de la nada que tenía delante mientras hablaba.

—Dime, Azhar, dime de una maldita vez qué significan esos billetes a Pakistán. Porque el inspector Lynley sabe que existen y también conoce el acuerdo que tenéis Angelina y tú: que Hadiyyah vendrá a pasar sus vacaciones contigo, y las primeras son en julio.

Por fin desvió la mirada. La fijó en la diminuta chimenea que había al otro lado de la habitación.

—Sí —dijo.

—¿Sí, qué?

—Eso era lo que iba a hacer.

—Y todavía tienes intención de hacerlo, ¿no? Tienes los billetes. Cuando venga contigo, ella tendrá su pasaporte, porque tiene que venir desde Italia. Tras unos días aquí, para que ella se sienta bien y todo el mundo piense que la paz reina entre Angelina y tú, os iréis. Y no hay manera posible de que Angelina la recupere. Al menos no durante muchos años. Décadas…

La miró. Su expresión era de asombro.

—No, no. No me estás escuchando. He dicho que Pakistán era lo que iba a hacer. Pero no es lo que quiero hacer ahora. Ahora no hay necesidad. La compartiremos. Los dos, Angelina y yo, conseguiremos que funcione.

Barbara se le quedó mirando. Por fin sintió algo: incredulidad. La embargó con la fuerza de un vertido tóxico cayendo a un río. No podía hablar. No le salían las palabras.

—Barbara, ¿qué otra cosa podía hacer? Tienes que entenderlo. Sé que lo entenderás. Es todo lo que tengo. He perdido a la familia que tengo aquí. Tú misma lo has visto. No podía perderla a ella también cuando ya he perdido tanto.

—No puedo permitirte que desaparezcas con Hadiyyah en Pakistán. No puedo.

—No lo haré. No desapareceré. Creía que lo haría. Pretendía hacerlo. Pero ahora no, te lo juro.

—¿Y se supone que te voy a creer? ¿Después de todo lo que ha pasado? ¿Te parece razonable pensar así?

—Te lo suplico —dijo—. Te doy mi palabra. Cuando compré esos billetes… Tienes que entender cómo veía a Angelina entonces. Me había traicionado. Había desaparecido con mi hija. No tenía forma de saber adónde habían ido o si podría encontrarlas. No sabía si volvería a ver a Hadiyyah otra vez. Me juré en noviembre que si la encontraba haría lo que fuera para no volver a perderla. Y Pakistán era la solución. Pero ahora no lo es. Hemos hecho las paces. No es perfecto, pero no puede serlo. Compartiremos a Hadiyyah. La veré en vacaciones y siempre que quiera. Si ella quiere volver aquí cuanto tenga la edad suficiente, lo hará. Seré su padre y ella mi hija, y así es como tiene que ser.

—No si los policías italianos te descubren —le dijo Barbara—. ¿Es que no lo ves?

Azhar cogió el paquete de Players que había sobre la mesa entre ambos, pero no sacó otro cigarrillo.

—No deben descubrirme. No tienen que hacer más conexiones.

—Pues Di Massimo no tiene intención de cargar con toda la culpa. Les ha dado a Doughty. Y cuando llegue el momento, Doughty te delatará a ti.

—Entonces, tienes que detenerle —dijo Azhar tranquilamente.

Durante un momento demencial, Barbara creyó que estaba sugiriendo un asesinato. Durante otro momento aún más delirante consideró la posibilidad de que hubiera sido él quien saboteó el coche que había llevado a Roberto Squali a la muerte. En ese punto, cualquier cosa le parecía posible viniendo de Azhar.

—Barbara, te suplico desde lo más profundo de mi corazón que me ayudes. Puede que haya cometido un acto de maldad. Pero ese acto al final ha traído una gran bondad, no solo para mí, sino también para mi hija. Tienes que ser consciente de ello. Ese hombre, Bryan Smythe… Si ha borrado toda conexión entre el señor Doughty y el detective italiano Di Massimo, ¿no podría hacer lo mismo para mí?

—No importa —dijo Barbara.

—No entiendo por qué.

—Porque Doughty tiene esas grabaciones. Todas las reuniones. Esos planes. Todo lo que le has pedido que hiciera. Supongo que te dijo que no era posible cuando estuviste en su despacho, pero después te llamó, desde una cabina o un móvil desechable, y te dijo que lo había pensado y que «tal vez» podía ayudarte… de alguna forma. Lo que estoy diciendo es que puedes estar seguro de que no hay nada en esas grabaciones que le haga parecer culpable, y, sin embargo, que todo lo que hay serviría para meterte en una cárcel italiana durante por lo menos diez años.

Azhar se quedó en silencio un momento, pensando.

—Entonces tenemos que hacernos con esas grabaciones —dijo al cabo de un momento en voz muy baja.

Barbara se dio cuenta de que había usado la primera persona del plural.