20 de diciembre
Islington, Londres
Barbara pensó que quedaba una última posibilidad por investigar. Así que al día siguiente, durante la hora de la comida, se dedicó a ello, pero no le dijo a Azhar que iba a hacerlo. Ya estaba bastante desanimado. Para él rellenar el cheque para pagar a Dwayne Doughty había sido como decir: «Caso cerrado». Y tal vez lo estuviera para Doughty, pero Barbara no podía aceptar que Hadiyyah y su madre habían desaparecido para siempre hasta que no hubiera considerado todas las posibilidades que se le podían ocurrir.
Se estaba portando muy bien en New Scotland Yard. No podía hacer nada con el desastre de su cabeza, pero tenía que congraciarse con la superintendente en funciones Ardery, así que su forma de vestir durante muchos días no se podía decir que hubiera sido impecable, pero al menos no había merecido ninguna crítica. Se había puesto medias y había lustrado los zapatos. Cumpliendo órdenes de Ardery, había empezado a trabajar en un caso con el inspector John Stewart, sin quejarse, aunque la mayor parte del tiempo tenía unas inmensas ganas de apagarle el cigarrillo en la cara. Y hablando de cigarrillos, se había contenido para no volver a fumar en las escaleras de la Met. Estaba a punto de empezar a darse asco por ser tan buenecita, así que supo que había llegado el momento de hacer algo a su manera.
Fue a WARD. Tenía la dirección de la casa de la hermana de Angelina, pero supuso que, en su casa, Bathsheba la recibiría de forma parecida a como lo hicieron sus padres. Si iba a su trabajo, al menos contaría con el factor sorpresa.
WARD estaba en Liverpool Road, convenientemente cerca del Business Design Centre. Era uno de esos establecimientos modernos hasta la náusea, que tenía tan pocos de sus productos en exposición que Barbara llegó a preguntarse si tal vez era un negocio tapadera para blanquear dinero en vez de lo que pretendía ser, una exposición de muebles diseñados por la mujer que le daba nombre a la tienda. Ella estaba dentro. Barbara se había asegurado de que así fuera llamando con antelación y pidiendo cita. Pero no le dijo a Bathsheba Ward que su supuesta cliente era policía, claro. Más bien le dio una explicación un poco vaga en la línea de «he oído hablar mucho de usted».
Antes de ir, había investigado un poco a la mujer. Lo hizo mientras aparentemente estaba introduciendo un informe en HOLMES para el inspector Stewart, que había decidido poner de manifiesto su desagrado hacia ella asignándole tareas de las que debería ocuparse una secretaria civil. En vez de quejarse, discutir y rezongar para que quedara claro su descontento, simplemente dijo: «Muy bien. Lo haré, señor». Y le dedicó lo que parecía una sonrisa agradable cuando él entornó los ojos ante tan rápida cooperación. Así es como había conseguido tiempo para estudiar a Bathsheba Ward, de soltera Upman, de forma que cuando entró en la tienda de muebles ya sabía que Bathsheba no había ido a la universidad, sino a la escuela de diseño después de un intento fallido de convertirse en modelo, que quedó frustrado por su altura, y de otro fracaso cuando intentó hacerse un hueco en el despiadado mundo del diseño de moda. Pero con sus muebles había tenido mucho éxito: en la tienda se exhibían muchos galardones junto a fotos de las piezas con las que los había ganado. El colmo de la gloria de su joven carrera había sido la adquisición de uno de sus muebles por parte del Victoria & Albert Museum y otro por el Museum of London. Esos dos logros ocupaban un lugar especial en el despacho de Bathsheba, con las placas conmemorativas y artículos de revistas importantes cuidadosamente enmarcados para conservarlos.
A Barbara, Bathsheba le resultó muy desconcertante. El parecido con su hermana era tan impresionante que concluyó solo con un vistazo que la una podría hacerse pasar por la otra sin problema. Pero, al mirarla más de cerca, Barbara vio que Bathsheba era en realidad un reflejo de Angelina: las marcas físicas identificativas que tenían estaban justo en el lado contrario. El lunar cerca del ojo izquierdo de Bathsheba, Angelina lo tenía en el derecho, y pasaba lo mismo con un hoyuelo. Bathsheba tampoco tenía la fina capa de pecas de Angelina, pero eso se debía seguramente a que no se había expuesto tanto al sol.
Sin embargo, Bathsheba carecía de la calidez de Angelina, esa calidez que había utilizado para distraer a Barbara y que no notara todo lo que estuvo planeando desde el principio para su huida con Hadiyyah. Había muchas posibilidades de que las dos mujeres fueran, por naturaleza, tan astutas como anacondas que se esconden esperando a su presa detrás del sofá de tu casa. Tomó nota mental de que debía tener cuidado, mantener los ojos bien abiertos y tener la mente preparada para todo.
Pero viendo cómo se desarrollaron los acontecimientos, no habría hecho falta tanta cautela ni preocupación. Una vez que Barbara le confesó que había ido allí con una excusa y que no tenía intención de comprar un mueble de veinticinco mil libras para que fuera el punto focal de su modernísimo piso junto al río en Wapping, Bathsheba Ward se molestó mucho y no hizo ningún esfuerzo por ocultarlo.
—Ya han hablado conmigo de este asunto —respondió.
Estaban en la mesa de reuniones de su despacho, sobre la que, preparadas para la reunión, había desplegado fotografías de algunas de sus piezas. Sus muebles eran increíblemente bonitos y Barbara se lo dijo antes de dejar caer la desagradable bomba de la verdadera razón de su visita, que le iba a hacer perder su valioso tiempo de diseñadora de muebles.
—Vino ese detective privado, el que ese… lo que sea de mi hermana contrató para encontrarla. Ya le dije que no tenía ni idea de dónde está Angelina ni con quién puede estar viviendo ahora, porque, créame, estará con alguien. Se podría haber mudado a la casa que hay al lado de la mía y yo no lo sabría. Hace años que no nos vemos.
—Pero supongo que la reconocería si la viera —dijo Barbara con sorna.
—Que seamos gemelas idénticas no significa que tengamos pensamientos idénticos, sargento… —Miró la tarjeta de Barbara, que sujetaba entre sus dedos de manicura perfecta. Mientras hablaba, se acercó al escritorio, en el que había fotografías de un hombre de cara alargada y picuda que era, presumiblemente, su marido, y otras de dos jóvenes, uno con un bebé en los brazos, que debían de ser, también supuestamente, sus hijastros, fruto del primer matrimonio de su marido de cara picuda—. Havers. —Terminó Bathsheba, leyendo el apellido de Barbara en la tarjeta, que después tiró sobre la mesa.
—Ha desaparecido sin dejar rastro. Y también todas sus pertenencias, y hasta ahora no hemos conseguido saber cómo se llevó sus cosas, además de a Hadiyyah, adonde sea que esté ahora.
—Tal vez ha llevado sus «cosas» —Bathsheba pronunció la palabra como si estuviera diciendo «estiércol de vaca»— a alguna ONG, a Oxfam o algo así, y las ha dejado allí para despedirse de ellas definitivamente. Así no dejaría rastro de justificantes de envíos de aquí para allá, ¿no le parece?
—Es una posibilidad —admitió Barbara—. Pero también es posible que la haya ayudado alguien, por ejemplo enviándole sus cosas para que su nombre no conste en ninguna parte. Tampoco hemos conseguido saber qué medio de transporte utilizó para salir de Chalk Farm: transporte público, un taxi, un coche de alquiler… Es como si se hubiera desvanecido. O como si alguien la estuviera ayudando a cubrir sus huellas.
—Bueno, pues no he sido yo —dijo Bathsheba—. Y si no han encontrado a alguna otra persona que haya podido ayudarla, tal vez deberían pensar en algo más truculento que lo que han estado considerando hasta ahora.
—¿Como por ejemplo?
Bathsheba apartó la silla de la mesa. Tanto la mesa como la silla eran diseños suyos: modernos y de líneas elegantes con incrustaciones de preciosos trozos de diferentes maderas de nombres imposibles. Ella también era elegante y moderna, con el mismo pelo largo y claro que su hermana, y un estilo que acentuaba todo lo que tenía de ágil y esbelta. Se diría que se pasaba horas sudando con su entrenador personal. Hasta los lóbulos de sus orejas parecían haber recibido el tipo de entrenamiento que hacía falta para mantenerlos lo más jóvenes y vigorosos posible.
—Me pregunto si usted y ese hombre, el detective, han pensado que Angelina y su hija han podido ser eliminadas.
Barbara necesitó un momento para comprender a lo que se refería Bathsheba con esa frase tan displicente.
—¿Se refiere a que las hayan asesinado? ¿Y quién podría haberlo hecho? No había ni una sola señal de violencia en el piso y me dejó un mensaje en el contestador en el que no parecía que nadie la estuviera poniendo un cuchillo en la garganta para que fingiera que se iba a fugar.
Bathsheba encogió sus bien formados hombros.
—No puedo explicar lo de ese mensaje, claro, pero me pregunto por qué todo el mundo está tan decidido a creerle.
—¿A quién?
Los ojos de Bathsheba, azules y grandes como los de su hermana, se abrieron aún más.
—No creo que haga falta que se lo deje más claro…
—¿Habla de Azhar? ¿Que puede haber hecho qué? ¿Matar a Angelina y a Hadiyyah…, su propia hija, por Dios…, y después hacer una actuación que se merece un BAFTA, arrastrando por todo el mundo su dolor durante las últimas cinco semanas? Y, en esa visión que usted tiene de las cosas, ¿qué habría hecho con los cuerpos?
—Enterrarlos, digo yo. —Sonrió morbosamente—. Supongo que ya se hace una idea de cómo pudo haber sido. Ninguno de nosotros, de su familia, hemos visto a Angelina desde hace años. Ni nos enteramos de que había desaparecido. Solo sugiero que puede ser posible…
—Lo que sugiere es absurdo. ¿Conoce a Azhar?
—Lo vi una vez. Hace mucho. Angelina lo trajo a un bar para lucirlo. Mi hermana era así. Siempre quería que yo supiera lo que ella había conseguido, lo que la convertía en alguien absolutamente único. Para ser sincera, ella odiaba tener una gemela tanto como yo. Nuestros padres nos obligaron a hacerlo todo juntas. Yo diría que aún hoy todavía no son capaces de distinguirnos. Para ellos siempre fuimos «las gemelas». Y a veces, con suerte, «las niñas».
A Barbara no se le escapó que había hablado en pasado y se lo dijo. Las implicaciones le daban absolutamente igual a Bathsheba Ward. Respondió que no había visto a su hermana desde un día en el Starbucks de South Kensington hacía diez años, donde habían quedado para que Angelina le pudiera anunciar triunfante que estaba embarazada.
—Ya no había nada de que hablar después de eso —continuó Bathsheba—. Mi hermana habría estado más que encantada de sacar el tema de la niña cada vez que habláramos.
—¿Usted no tiene hijos? —le preguntó Barbara rápidamente.
—Dos, como puede ver en la fotos. —Señaló los marcos que había en su mesa.
—Parecen un poco mayores para ser suyos.
—Los hijos no tienen que ser necesariamente…, ¿cómo decirlo?, fruto de las entrañas de uno.
Barbara se preguntó si esa mujer tendría entrañas. Y también dónde demonios quedaban las «entrañas» en lo que respectaba al homo sapiens. Pero reconoció la inutilidad inherente de llevar la conversación por esos derroteros. El único tema que les quedaba por hablar era la referencia de Bathsheba a que su hermana podía haber dejado a Azhar para caer en los brazos de otro hombre. ¿Tenía algo que aportar en cuanto a eso?, le preguntó Barbara. ¿Sabía, por ejemplo, que Angelina había dejado a Azhar antes y se había pasado un año alejada de él y de Hadiyyah en algún lugar que ella decía que era Canadá, pero que realmente podía ser cualquier lugar del planeta?
—No me sorprende —respondió displicente Bathsheba.
—¿Por qué no?
—Supongo que las cosas entre ella y como se llame se volvieron demasiado «domésticas» para Angelina. Así que para buscarla ahora, si está convencida de que él no le ha hecho daño, busque hombres que sean diferentes a Angelina, del estilo de como se llame.
Barbara quiso agarrar a Bathsheba por el cuello y decirle muy cerca de la cara que se llamaba «Taymullah Azhar» y obligarla a decir su hombre hasta que le quedara claro que se trataba de un ser humano y no de algún tipo de enfermedad social cuyo nombre no se puede pronunciar. Pero ¿qué sentido podría tener? Bathsheba habría encontrado otra forma de mostrar su desagrado por Azhar; probablemente elegiría su etnia o su religión para demostrar su aversión. Barbara también tuvo ganas de apuntar que el señor de la cara puntiaguda tampoco parecía nada del otro mundo. Al menos su hermana había escogido a un hombre guapo, quiso responderle. Pero en vez de eso dijo educadamente:
—Azhar. Su hermana le llama Hari. Eso es fácil de recordar, ¿no?
—Azhar. Hari. Como quiera. Lo que quiero decir es que Angelina siempre se interesó solo por hombres que eran…, que son diferentes de ella.
—¿En qué sentido?
—En cualquiera. Que sean diferentes de ella los hace especiales. Se ha pasado la vida intentando ser justo eso: especial. Y la entiendo. Nuestros padres esperaban que estuviéramos unidas. Compenetradas, que pudiéramos leer la mente de la otra…, como quiera llamarlo. Nos vestían igual y nos obligaron a estar en compañía de la otra desde que nacimos, a «disfrutar de tener una gemela», así lo decía mi madre. «Otros matarían por tener un gemelo idéntico», repetía constantemente.
Barbara se preguntó si otros también matarían justo por el hecho de tenerlo. La calle del posible asesinato de Angelina tenía dos direcciones potenciales, después de todo. Si Azhar podría haber eliminado a su amante y a su hija, ¿por qué no podría Bathsheba Ward haber hecho justo eso con su hermana y su sobrina? Cosas más raras habían pasado en la gran ciudad.
—No parece muy preocupada por ella —señaló Barbara—. Ni tampoco por su sobrina.
Bathsheba sonrió con una falsedad perfecta.
—Usted sigue convencida de que Angelina está viva. Yo solo estoy aceptando sus impresiones. En cuanto a mi sobrina, no la conozco. Y ninguno de nosotros tiene la más mínima intención de hacer lo más mínimo por conocerla.
Bow, Londres
Dwayne Doughty era el siguiente paso en su camino, porque Barbara tenía que admitir que no podía aceptar un no por respuesta, y, si había la más mínima posibilidad, iba a lanzarse a por ella como si alguien le hubiera tirado a Ofelia una cuerda desde un puente por si se daba la remota opción de que se lo pensara mejor mientras se alejaba flotando. Así que cuando acabó la jornada fue conduciendo hasta Bow.
La zona no había mejorado desde la última vez que estuvo, aunque ahora había más gente en las aceras. En Roman Road, el Roman Café & Kebab estaba haciendo muy buen negocio y el dueño de la tienda de productos halal metía mercancía en bolsas con la misma rapidez con la que señoras con chador las ponían junto a la caja. La Money Shop estaba cerrando, pero la puerta que llevaba a la oficina de Dwayne Doughty todavía estaba abierta, así que Barbara entró. Al final de las escaleras se lo encontró hablando con un ser andrógino que resultó ser Em Cass, la mujer que Azhar le había dicho que trabajaba para Doughty. Em Cass y Doughty intercambiaron lo que a Barbara le pareció una mirada de precaución cuando la vieron. Su forma de actuar se parecía a la de unos amantes culpables. Podía ser. Hasta que Doughty aclaró que su acompañante era una mujer, la llamó Emily, Barbara pensaba que el detective podía ser el tipo de hombre al que le gusta un poco de carne masculina de vez en cuando. Pero por lo que parecía se había equivocado de pleno. Estaban hablando de un triatlón y de las intenciones de un tío llamado Bryan de acompañar a Em con cronómetro, agua mineral y barritas energéticas. A Doughty eso le parecía divertido, pero a Em Cass no.
Iban a cerrar ya, le dijo Doughty. Preferiría que hubiera llamado antes para pedir cita, apuntó. Ahora mismo los dos tenían prisa.
—Sí, perdón —dijo Barbara—. Debería haber llamado, pero estaba por la zona y se me ha ocurrido pasar. ¿Me dedica solo cinco minutos de su tiempo?
Ambos parecieron tener muchas dudas sobre lo que había dicho, tanto lo de estar en la zona como lo de los cinco minutos. La gente no pasaba a menudo por la zona de Roman Road, y nada de lo que ellos hacían llevaba solo cinco minutos, a no ser que se tratara de aceptar el cheque de un cliente, algo que podía llevar incluso menos tiempo.
—Cinco minutos —repitió Barbara—. Lo prometo. —Sacó su chequera. Una mariposa nocturna muerta cayó de su interior. No era una buena señal, pero Doughty decidió ignorarla—. Le pagaré, por supuesto.
—¿Y de qué quiere hablarme?
—Del mismo asunto que las veces anteriores.
Los dos volvieron a mirarse. Barbara se hizo de nuevo las mismas preguntas. Los detectives privados eran conocidos por todo tipo de tejemanejes. Y también por filtrarle los frutos de su trabajo a diferentes tabloides de toda la ciudad. Si Doughty o su ayudante habían entrado en ese juego, tal vez hubiera algo que no querían que ella averiguara.
Doughty suspiró y por fin cedió.
—Cinco minutos. —Abrió su despacho y le indicó que pasara.
—¿Y ella…? —dijo Barbara refiriéndose a su empleada.
—El entrenamiento para un triatlón es sagrado —le respondió—. Tendrá que conformarse conmigo.
—¿Qué es lo que hace para usted exactamente? —Barbara le siguió al interior del despacho mientras Emily Cass bajaba a toda velocidad las escaleras.
—¿Emily? Cosillas con los ordenadores. Investigación. Llamadas. Atar cabos sueltos. Alguna entrevista…
—¿Y también hace de timadora?
Se mostró reservado, como si quisiera sugerir que Emily Cass tenía talentos que iban más allá de la natación, la bicicleta y correr maratones.
—Mire, he hablado con Azhar —empezó Barbara—. Ya sé lo que le ha dicho: ni rastro. Han desaparecido completamente. Pero nadie desaparece sin dejar algún rastro, y no sé cómo ha podido hacerlo Angelina.
—Ni yo tampoco —le contestó él sinceramente—. Pero ese es el caso. Así ha sido.
—Si hubiera sido ella sola, tal vez. Es difícil de creer, pero es posible. Se podría haber ido sin que nadie se diera cuenta ni le importara demasiado. Pero esa no es la situación. Le importa a alguien. Y no está sola. Va con una niña de nueve años, y se trata de una cría que está muy unida a su padre, por cierto, así que, aunque Angelina no quiera que la encuentren, en algún momento Hadiyyah se va a poner a hablar de su padre y a preguntar dónde está y por qué no les ha enviado ni una sola postal.
Doughty asintió y dijo:
—En estas situaciones, a los niños les cuentan cualquier historia sobre sus padres, supongo que lo sabrá.
—¿Qué tipo de historias?
—Del tipo «papá y yo nos estamos divorciando» o «papá ha muerto de repente esta mañana en su despacho» o cualquier otra cosa. Lo fundamental es que ha conseguido escapar, ya se lo he dicho al profesor. Si hay algo más que se pueda hacer, yo no sé qué puede ser. Así pues, necesitará a otra persona para hacerlo.
—Me dijo que consiguió encontrar el apellido de soltera de la madre de Angelina: Ruth-Jane Squire.
—No fue difícil. Seguramente, pudo conseguirlo él solo.
—Con ese y otros detalles, direcciones, fechas de nacimiento y otras cosas, usted y yo sabemos que un timador puede conseguir multitud de cosas: bancos, tarjetas de crédito, apartados de correos, registros telefónicos de móvil y fijo, pasaportes, carnés de conducir… ¿Y aun así me sigue diciendo que no hay rastro?
—Efectivamente —contestó Doughty—. Puede que a mí no me haga gracia, al profesor seguro que no se la hace, y parece que a usted tampoco, pero así son las cosas.
—¿Quién es Bryan?
—¿Quién?
—He oído a Emily mencionar a Bryan. ¿Es el timador que usted utiliza?
—Señorita… Havers, ¿no?
—Muy buena memoria, colega.
—Bryan es mi experto en tecnología. Hizo un trabajo exhaustivo con el portátil de la habitación de la niña.
—¿Y?
—El resultado es el mismo. La niña lo usaba. La madre no. Lo que quiere decir que no hay nada dentro que pueda parecer ni remotamente sospechoso.
—¿Y por qué alguien lo limpió a conciencia?
—Tal vez para despistar, para que pareciera que había algo en él que hacía falta eliminar. Pero no lo había. Bien… —Doughty se puso de pie para dejar claras sus intenciones: había que irse despidiendo y ella tenía que irse—. Ya le he dedicado sus cinco minutos. Tengo esposa en casa y me espera para cenar, así que si quiere charlar más tiempo conmigo, tendremos que dejarlo para otro momento.
Barbara le miró fijamente. Tenía que haber algo más, si no allí, en alguna otra parte. Pero a no ser que le metiera astillas ardientes de bambú debajo de las uñas a Dwayne Doughty, reconoció que eso era todo lo que podía ofrecerle ese hombre. Sacó un bolígrafo del bolso y abrió la chequera.
Entonces Doughty levantó una mano.
—No, por favor. Invita la casa.