30 de noviembre
Bow, Londres
Once días después, una llamada del detective privado llevó de nuevo a Barbara y a Azhar a la oficina de Dwayne Doughty. Antes de eso, el detective visitó un día Chalk Farm para echarle un vistazo al piso de Azhar. Recorrió el lugar examinando lo poco que habían dejado. Miró el uniforme del colegio de Hadiyyah y le preguntó a Azhar qué razón podrían tener para haber dejado la jirafa de peluche de la niña allí, teniendo en cuenta que se habían llevado prácticamente todas sus cosas. Asintió pensativo, considerando las implicaciones que había en que Azhar hubiera ganado para su hija en un parque de atracciones otro peluche que después le quitó un grupo de gamberros, o lo que fuera que pasó con aquel juguete, porque la verdad es que nadie se acordaba muy bien. Y se llevó el portátil de Hadiyyah, pues dijo que necesitaba que lo examinara un experto con el que colaboraba.
En ese momento estaban sentados en su oficina, en las mismas sillas que ocuparon durante la visita anterior. Era última hora de la tarde.
Doughty había ido a ver a Bathsheba Ward, la hermana de Angelina. Por desgracia no había averiguado mucho más de lo que Barbara había conseguido sacarle. Aparte de la información que ya les había dado, se enteraron de que Bathsheba tenía un negocio de diseño de muebles en Islington que se llamaba WARD.
—Una tienda muy pija —les dijo Doughty—. Ahí han metido mucha pasta que sin duda viene del marido.
Veintitrés años mayor que Bathsheba, según les contó el investigador, Hugo Ward había dejado a su primera mujer y a sus dos hijos seis meses después de ofrecerle a Bathsheba Upman su paraguas un día que ella estaba intentando parar un taxi en Regent Street.
—Amor a primera vista —dijo el detective con un gesto de desprecio. Después de un momento de reflexión, añadió dirigiéndose a Azhar—: Sin ánimo de ofender. No me he dado cuenta del parecido con su historia.
—No me ofendo —respondió Azhar en voz baja.
Barbara pensó que eso de arrancar a hombres casados de los brazos de sus esposas parecía ser una tradición familiar. Era interesante que las dos hermanas hubieran seguido el mismo camino.
—No conseguí nada más de Bathsheba, aparte de una mueca cuando empecé a hacerle preguntas sobre su hermana —les explicó Doughty—. No la echa de menos. Me dijo que me dedicaría quince minutos de lo que ella misma denominó su «valioso tiempo», pero nos llevó menos de diez. O es la mejor mentirosa que me he encontrado en veinte años, o no sabe nada de Angelina.
—¿Y no tiene nada más? —preguntó Barbara.
—Ni lo más mínimo.
—¿Y el portátil de Hadiyyah?
—A nivel superficial parece limpio como una patena.
—¿A nivel superficial?
—Lo de hurgar en los entresijos de un ordenador es algo que lleva tiempo, una cierta delicadeza y conocimientos de unos cuantos programas sofisticados. No es algo que se pueda hacer de hoy para mañana. Si lo fuera, no necesitaríamos expertos. Así que crucemos los dedos a ver si mi experto puede sacar algo de ahí. Han borrado el disco duro y seguramente lo harían por algo en concreto. Tal vez todavía sea posible encontrar la razón que los movió a hacerlo.
Azhar sacó un sobre de color marrón de su maletín. Había recibido el extracto de la tarjeta de crédito de Angelina y se le había ocurrido que tal vez ahí podía haber algo que le sirviera al detective. Se lo dio a Doughty, que se puso un par de gafas de aumento, de esas baratas que se compran en las farmacias. Miró el extracto y dijo:
—Este cargo del Dorchester puede ser una pista. No es bastante para ser de una habitación, pero…
—El té —le interrumpió Barbara—. Angelina me llevó a tomarlo allí. Y a Hadiyyah también. Es de principios de este mes, ¿verdad?
Doughty asintió. Siguió examinando el extracto y después señaló el nombre del salón de belleza en el que a Barbara le habían hecho el peinado que supuso su malogrado cambio radical. Ella le explicó que era el sitio donde Angelina iba a arreglarse el pelo, poniéndose en manos de un estilista muy sofisticado llamado Dusty. Doughty lo anotó y dijo que tendría que hablar con Dusty para saber si Angelina se había cambiado el color de pelo o el peinado antes de desaparecer. Había otros muchos cargos de boutiques de la zona de Primrose Hill, pero nada después del pago de la peluquería, lo que indicaba que Angelina Upman había dejado de utilizar la tarjeta en ese momento, consciente de que dejaría un rastro.
—Puede que tenga otra tarjeta. Incluso que esté utilizando otro nombre —dijo Doughty—. Es posible que haya conseguido otro pasaporte o tarjeta de identificación. Si es así, seguramente lo habrá hecho como la mayoría de la gente: utilizando un nombre que le facilite mucho el papeleo. ¿Sabe por casualidad el nombre de soltera de su madre?
—No —confesó Azhar con aire apesadumbrado. Había muchas cosas que no sabía de la madre de su hija—. Pero puedo llamar y preguntar a sus padres…
—Yo lo encontraré —propuso Barbara. Para la policía era un asunto que no entrañaba ninguna dificultad.
—No —intervino Doughty—. Yo me ocuparé de eso. —Metió el extracto de la tarjeta en una carpeta en la que ponía con letras de imprenta «Upman/Azhar» y el año. Se quitó las gafas y se inclinó para acercarse a ellos. Su mirada pasó de Azhar a Barbara, y después volvió a él de nuevo—. Tengo que preguntarles algo, y espero que no se ofendan. ¿Le dio usted alguna razón para que se fuera? A ustedes dos se les ve muy… unidos. Parecen amigos, pero, según mi experiencia, cuando un hombre y una mujer parecen amigos, suele estar pasando algo entre ellos. Seguro que hay alguna de esas palabras modernas para definir lo que hay entre ustedes dos, pero yo no la conozco. Lo que quiero decir es que, ¿por casualidad estaban ustedes dos haciendo algo que no debían y ella los sorprendió, se enteró de alguna forma, o le preguntó por algún incidente o por lo que había entre ustedes?
Barbara sintió que se ponía muy roja. Azhar fue el que respondió a la pregunta.
—Por supuesto que no. Barbara es tan amiga de Angelina como mía. Y también le tiene mucho cariño a Hadiyyah.
—¿Angelina sabía que no había nada entre los dos?
Barbara estuvo a punto de decir: «No tienes más que mirarme, idiota», pero, extrañamente, en ese momento no quiso decir lo que pensaba. Oyó que Azhar decía:
—Claro que sabía que no podría haber nada…
Y entonces ella sí que quiso preguntar: «¿Y por qué?», pero ya sabía la respuesta.
—Bien. Bueno, tenía que preguntarlo —se excusó Doughty—. Debo hacer este tipo de cosas. Mirar debajo de todas las piedras y entre las sábanas, supongo que entienden por dónde voy.
Barbara pensó que era un experto en todos los tópicos, había que reconocérselo.
—Aparte del ordenador —continuó—, lo único que me queda es su familia —le dijo a Azhar—. Puede que quisieran librarse de su hija y su madre para convencerle de que volviera con la esposa que abandonó.
—Eso es imposible —contestó él.
—¿Qué parte? ¿La de librarse de ellas o la de volver con su ex?
—Ambas partes. Llevo años sin hablar con ellos.
—Las palabras no siempre son necesarias.
—De todas formas, no quiero involucrarlos en esto.
Barbara miró a Azhar por primera vez desde que el detective había hecho la pregunta sobre la naturaleza de su relación.
—Puede que ella los encontrara, Azhar. Que los haya localizado. Me habló de ellos una tarde. Me dijo que a Hadiyyah le encantaría conocerlos. Y si los encontró, si acordaron algo… Hay que comprobarlo.
—No hay que comprobar nada. —La voz de Azhar era gélida.
Doughty levantó las manos y después las bajó.
—Eso solo nos deja el portátil y el nombre de soltera de la madre. Y, tengo que advertírselo, es probable que ninguna de las dos cosas nos lleve muy lejos. —Metió la mano en un cajón y sacó una tarjeta que le dio a Azhar—. Llámeme dentro de un par de días y le diré lo que hemos conseguido. Como le he dicho, seguramente no será mucho, pero siempre existe una pequeña posibilidad de que descubramos algo interesante. Pero incluso si lo encontramos… Es consciente de que el verdadero problema que tenemos aquí es que usted no tiene ningún derecho legal, ¿verdad?
—Créame, eso es algo que tengo grabado a fuego en el corazón —le respondió Azhar.
Bow, Londres
Doughty siguió el mismo ritual que la primera vez cuando Taymullah Azhar y su amiga se fueron. Encontró a Em Cass en su postura habitual, viendo parte del vídeo de la reunión de Doughty con la pareja. Ese día llevaba un traje masculino vintage de tres piezas y se había aflojado la corbata, aunque todavía llevaba el chaleco formalmente abrochado. En el perchero había colgado un abrigo masculino y un sombrero de fieltro. Y debajo había colocado un paraguas negro cuidadosamente cerrado.
Al mirar a Em, algo que Doughty tenía que admitir que disfrutaba haciendo, nadie diría que esa chica se dedicaba por las noches a ligar con cualquier tío en un bar para tener sexo anónimo y sin compromiso. Tenía la costumbre de cronometrar cuánto tiempo pasaba entre la primera mirada de provocación y el acto en sí. Hasta ahora su récord era de trece minutos. Llevaba intentando mejorarlo los últimos dos meses.
Doughty había invertido bastante energía en intentar hablar con ella sobre esa conducta de riesgo. La respuesta de la chica a esos intentos siempre era la misma: desdén. Y la de él ante esa actitud también era siempre idéntica: «Oh, vale, ya lo capto. Tienes veintiséis años. Se me olvidaba que eso te convierte en inmortal».
—¿Qué tenemos? —le dijo al entrar.
—Ella ha cubierto muy bien sus huellas —contestó Em—. Necesitamos ese nombre de soltera. La mujer de Scotland Yard podía habérnoslo conseguido sin problema. ¿Por qué no has querido que lo haga?
—Porque ella no sabe que sabemos que es de la policía. Y… por otras razones. Tengo una corazonada.
—Tú y tus corazonadas… —comentó Em.
—Además, supongo que averiguar el nombre de soltera de la madre no tiene por qué ser un problema para ti. ¿Cómo te va con el portátil de la chiquilla?
—He estado trabajando en él como una loca, pero, por mucho que me fastidie decirlo, creo que tenemos que llamar a Bryan.
—¿No habías dicho que nunca más?
—Lo dije. Y sería una suerte que encontraras a otra persona, Dwayne.
—Él es el mejor.
—Pero tiene que haber por ahí un segundo mejor. —Apartó la silla de la mesa y cogió sus llaves con aire ausente. Solo tenía tres: la de su casa, la del coche y la de la oficina. Solía hacerlas girar en el llavero cuando pensaba. Pero ahora no lo hizo, sino que se puso a estudiar el muñequito del llavero: el canario Piolín con una expresión que dejaba claro que ese pájaro no aguantaba a los idiotas—. ¿Qué…?
—¿Sí? —dijo Doughty para animarla a continuar. Ver a Em tan pensativa era algo fuera de lo común. Normalmente, era una mujer de acción.
—He visto lo que has hecho con la tarjeta, Dwayne —dijo por fin—. ¿Qué te propones?
Doughty sonrió.
—Nunca dejas de sorprenderme. No me extraña que Bryan quiera darse un revolcón contigo.
—Por Dios. Ese tío me quita las ganas de todo.
—Creía que te gustaba que los hombres te tiraran los tejos.
—Algunos hombres. Pero un tío como Bryan Smythe… —Se estremeció y tiró a Piolín a la mesa otra vez—. Si le das lo más mínimo (que es probablemente lo máximo que puede conseguir), inmediatamente después pasará al acoso. No me gusta que los hombres sean tan obvios sobre lo que quieren.
—Tomo nota de eso. —Fingió que escribía en la palma de su mano—. «Bryan, mejor prueba con los subterfugios». —Señaló con la barbilla al teléfono—. Te dejo con ello. El nombre de soltera de la madre primero. ¿Cuánto crees que te llevará?
—Diez minutos.
—Bien. —Se dirigió a la puerta. Ya tenía la mano en el picaporte cuando ella habló de nuevo. Dijo su nombre solamente. Él se giró—. ¿Qué?
—No has respondido a mi pregunta. Buena distracción lo de Bryan, pero no te ha funcionado.
—¿Y cuál era la pregunta? —le dijo con una expresión de total inocencia.
Ella rio.
—Por favor… Sea lo que sea lo que estés planeando o cuánto pretendas cobrarle al pobre hombre por ello, ¿puedo sugerirte que te mantengas dentro de la legalidad por una vez?
—Te doy mi palabra —le respondió solemnemente.
—Oh, eso me tranquiliza mucho, mucho…