CAPÍTULO 15

Fanny permanecía sentada en el escaño de la cocina con la mirada abandonada en un punto que apenas se podía adivinar a través de la diminuta cuadrícula que conformaban los vidrios de la ventana. Se encontraba tranquila, relajada, y se deleitaba con la apacible visión que le ofrecía el serpenteante camino que discurría solitario desde la verja de la vieja rectoría hasta el pueblo de Sheepfold.

En el exterior un sol taimado se abría paso con timidez entre las nubes tras varias horas de llovizna primaveral. El jardín, salpicado de fragantes matas de alhelíes y lavanda silvestre, parecía resplandecer con una intensidad cegadora, ornado con pequeñas gotas de lluvia colgantes que brillaban como diminutos cristales desperdigados sobre las hojas y los pétalos. El olor a tierra mojada resultaba embriagador en medio del festival de colores y fragancias avivados e intensificados tras la lluvia revitalizadora.

La lavanda parecía extender ansiosa sus espigas y alzarse hacia el infinito en arrogante muestra de altivez, mientras las dafnes, prímulas y camelias atraían a un nutrido grupo de voladores de todo tipo y color. En la ventana, un pequeño ruiseñor se atusaba el plumaje mientras se sostenía en ingenioso equilibrio sobre una de sus finas patitas.

En el patio, Cassandra corría detrás de los gansos, que en loca y atropellada carrera huían en la punta de sus patas palmeadas con las alas abiertas y emitían escandalosos graznidos de protesta. La niña, enlodada hasta las rodillas, daba palmas y alzaba los brazos al cielo para acorralarlos mientras reía con alegría. Buscaba a cada instante la mirada cómplice de Fanny más allá de los oscuros cristales de la ventana a través de la cual la joven observaba su pequeño mundo cotidiano.

Había buscado a propósito la quietud de la cocina a sabiendas de que su madre no solía frecuentar ese espacio de la casa. Ataviada con un raído delantal de lino sobre el primer vestido de verano que había encontrado en su baúl, confeccionado en tela vichy a cuadros rosas muy pequeños con mangas a la altura del codo, desenvainaba guisantes para la guarnición de la cena. Era una tarea cómoda que le permitía abandonarse a sus íntimas ensoñaciones y además proporcionaba a Jane libertad para realizar otras labores.

Los chillidos de Cassandra la apartaron con brusquedad de sus cavilaciones. La niña golpeaba con insistencia los cristales desde el exterior, pegaba la pecosa nariz al vidrio y dejaba su perfil impreso en vaho mientras alargaba un brazo y señalaba hacia el camino.

—¡Es Charlotte, Charlotte ha venido a vernos! —La pequeña reía feliz y daba saltos frente a la ventana.

Fanny se desató el delantal con rapidez y lo dejó olvidado sobre el respaldo de la silla para correr al encuentro de su amiga.

Atravesó el patio con la falda entre las manos, espantando a su paso a los ya de por sí alterados gansos, y al llegar a la vieja verja se detuvo en seco y usó una mano a modo de visera. ¡Era cierto! ¡Aquel era sin duda el caminar lánguido de Charlotte! Además, ninguna otra joven con dos dedos de frente vestiría de ese modo, salvo Charlotte. La joven lucía un vestido color ruibarbo que emitía ligeros toques rojizos cuando la luz caía de forma oblicua sobre él y un sombrero de alambre en tonos burdeos de los que emergía la cola de un pavo real abierta en toda su amplitud.

—¡Fanny! —Charlotte la miró enternecida. Esbozó una débil sonrisa y contuvo una oleada de lágrimas delatoras. La señorita Clark, sin embargo, dejó atrás toda contención para abalanzarse sobre su amiga en un efusivo abrazo que la hizo tambalear—. ¡Fanny, cuidado, me destrozarás el sombrero! ¡Había olvidado lo impulsiva que eres!

Fanny la tomó de las manos para observarla con libertad. Aunque se lo hubiera propuesto, no habría podido mostrarse más complacida con la presencia de su amiga.

—¡Oh, Charlotte, no lo puedo creer, estás aquí! ¡Y ni siquiera me has avisado! —Frunció el ceño en fingida reprimenda—. ¡No puedo creer lo poco considerada que eres con tu amiga del alma! ¿O acaso ya has sustituido tus afectos para traspasárselos a alguna melancólica dama capitalina?

Charlotte la miró como si hubiera pasado un lustro desde la última vez que se hubieran visto.

—Preferí darte una sorpresa y, a la vista de tu recibimiento, veo que lo he conseguido.

—No sé qué me sorprende más: saberte por fin en casa o la presencia de ese pobre pavo sobre tu cabeza. —En el rostro de Charlotte asomó una sonrisa—. Había oído en el pueblo que se esperaba el regreso de tu familia para dentro de unos días, pero no podía dar crédito. ¿La señora Morton renunciando a los placeres de la ciudad? ¡Impensable!

Charlotte sonrió una vez más.

—Apenas acabamos de llegar, querida. Los sirvientes todavía están descargando nuestros baúles. Quise pasar a verte antes de instalarme. —Miró alrededor con aire soñador—. Me alegra estar de nuevo en casa.

—¡Y a mí tenerte aquí! ¡Te he echado tanto de menos! —Asió con más fuerza las manos de su amiga para alejarla del camino. Charlotte se dejó guiar complacida—. ¡Los días se hacían eternos sin mi amiga del alma!

—No sé si debería creerte —reprochó Charlotte de repente seria y en un claro tono de reprimenda—.Temo que hayas estado demasiado ocupada como para echar en falta a tu pobre Charlotte.

—¿Cómo puedes decir algo así? —Cuando consideró que se encontraban en un paraje lo bastante aislado de miradas y oídos indiscretos, Fanny la obligó a sentarse a su lado sobre una mullida colcha de brezos en flor—. Dime, Charlotte, ¿por qué regresaste tan pronto? ¿Al final las cosas con el señor Byrne no han ido bien? ¡No me digas que regresas decepcionada!

—¡Oh no, querida! Las cosas han salido bastante bien gracias a la eterna imprudencia de mi madre. El señor Byrne llega esta misma tarde. —Fanny abrió unos ojos como platos a juego con la exagerada oquedad que formó su boca—. Nos visitará por un tiempo indefinido.

—¡Qué buena noticia, amiga, el querido señor Byrne en Sheepfold! —Arrugó la nariz y dio rienda suelta a los maliciosos pensamientos que le bullían en la cabeza—. ¡Debes de gustarle mucho, si consiente en convivir con tu madre bajo un mismo techo y por un tiempo indefinido!

Charlotte inclinó la cabeza, la volvió a un lado y comenzó a juguetear con las florecillas en relieve de sus zapatos.

—¿Tú crees? —Su rostro se había tornado color amapola—. A menudo me mira como si estuviera a punto de decirme algo muy importante, pero nunca lo hace. No sé qué pensar, Fanny.

—¡No tienes que pensar nada, Charlotte, son ellos los que deben hacerlo! Nosotras, por desgracia o por fortuna, tan solo tenemos la enojosa obligación de esperar a que ellos se decidan a dar el paso.

—Pero yo no deseo esperar eternamente.

—¡Y dudo de que tengas que hacerlo! —Fanny arrancó una de las diminutas florecillas de los brezales para acercársela a la nariz y aspirar su aroma—. El señor Byrne es tímido y reservado, pero apuesto mi mejor vestido de muselina a que no permanecerá en silencio durante mucho tiempo más. Recuerda que aquí cuenta con el inconveniente de tener que soportar a tu madre durante todas las horas del día. Considero que si tu señor Byrne no te rapta en plena noche en menos de una semana, no merece la pena de ser tenido en cuenta.

Charlotte boqueó, incapaz de articular palabra.

—¡Fanny, no puedo creer lo que has dicho!

—Y si la impaciencia te puede, mi querida Charlotte, no dudes en alentarlo. La coquetería es nuestra arma de seducción más sutil; nos ayuda a progresar en los afectos de un caballero sin necesidad de degradarnos tomando la iniciativa.

—Fanny, me temo que no sabría alentarlo más. Dudo mucho de que pueda ofrecerle una visión más nítida de mis sentimientos.

—Estoy segura de que sí sabrías alentarlo más —susurró mientras le guiñaba un ojo.

—¡Fanny! —recriminó horrorizada.

—Por desgracia, a menudo la timidez puede ser confundida con indiferencia o desinterés. Cualquier caballero, por más que profese una inclinación tierna y devota por una dama, ante la falta de incentivos por parte de ella, acabará desistiendo de sus propósitos en menos de una semana. No me preguntes por qué, pero necesitan ser alentados, querida Charlotte.

—Confío en que el señor Byrne no encuentre mi timidez demasiado descorazonadora.

—Estoy segura de que no lo hará. Y ahora, en serio, Charlotte, ¿por qué estás aquí?

La joven se encendió hasta el mismo nacimiento del cabello. Las siguientes palabras surgieron como la confesión de un penitente:

—Estaba muy preocupada por ti.

Fanny la observó con el ceño fruncido, sin entender. Atrapó las manos de Charlotte entre las suyas.

—¿Preocupada? ¿Acaso corro peligro? ¿Y de qué modo podría ser?

—Tu última carta me abrumó muchísimo. Hablabas de ese caballero en un tono tan íntimo…

Fanny pareció comprender y le ofreció de inmediato lo que pretendía ser una sonrisa despreocupada que, pese a sus esfuerzos, no logró ir más allá de una patética mueca de incredulidad.

—No puedes considerarme tan en peligro, ¿verdad? No soy tan voluble, Charlotte.

—Temí que peligrara tu sentido común. A veces eres tan…

—¿Crees que cualquier caballero halagador y complaciente me haría sucumbir como una boba? —Una sonrisa escéptica le asomó en el rostro en clara muestra de decepción—. Creí que me suponías más firme.

—Eso mismo dijo el señor Byrne.

—¿Pero, cómo? ¿Le has hablado de mi amistad con el señor Rygaard? —Parecía estupefacta, aunque no demasiado enojada. Más bien podría decirse que existía un halo de divertimento en su voz—. ¡Oh Charlotte, por el amor de Dios! ¡Me tomará por una criaturita indefensa en serio peligro de ser seducida! ¡Qué tragedia tan espeluznante! —Llevó el dorso de la mano a la frente para interpretar a la perfección el papel de dama desolada caída en desgracia—. ¡Resulta por completo terrible para mí y para mi reputación!

Charlotte la miró ceñuda.

—¿Alguna vez te tomarás algo en serio, Fanny Clark?

Fanny se levantó de un salto, se alisó la falda y sacudió las hojas adheridas a la tela. Ofreció ambas manos a su amiga para ayudarla a levantarse. En el pelo, sobre la pálida sien, había prendido un pequeño ramillete de florecillas de brezo.

—Para que te quedes más tranquila, querida Charlotte, te diré que hubo un tiempo, quizás incluso antes de conocerlo, cuando la idea de su llegada a Sheepfold resultaba un grato aliciente en mi vida, que me gustó el señor Rygaard y que incluso coqueteé con la idea de sentirme unida a él. Pero desde hace unas semanas, amiga mía, ese deslumbramiento cesó. No me preguntes por qué cesó, quizá fue el carácter desvergonzado y adulador del caballero, o quizá mi aversión por las relaciones carentes de amor, pero el caso es que por fortuna cesó. En la actualidad, nada de él me importa más que su condición de huésped de mi familia y buen amigo de Ian.— Charlotte, con una impetuosidad extraña en ella, la besó con el rostro bañado en lágrimas de alegría—. Volvamos a casa, mi muy querida Charlotte, Jane ha preparado galletas de sésamo, y Cassandra, me temo, estará deseando acribillarte a preguntas.

* * *

—¿Quién es ese joven que acompaña a Charlotte Morton? —La señora Clark fisgoneaba por detrás de las cortinas del mirador que proporcionaba luz a la sala de té. Mantenía los labios fruncidos con severidad y los ojos entrecerrados en siniestra abertura mientras veía acercarse a la inusual pareja. Fanny y Cassandra observaban divertidas la escena desde el mirador contiguo—. ¿Es su prometido? —Miró a su hija y la fulminó con lo que restaba de sus mortíferos ojos—. ¡Fanny Clark, dime que no es su prometido!

—No lo es, madre. —Fanny miró a Cassandra y le cuchicheó al oído—: Aún no, pero pronto lo será.

Ambas hermanas intentaron disimular, en vano, sus risas cómplices.

—¿Y cómo es que vienen a una hora tan inapropiada? Charlotte debería saber que las horas de visita son siempre entre las doce y las tres del mediodía, ¡y ya son casi las cuatro! Fuera de ese horario cualquier visita resulta una auténtica incomodidad.

—Mamá, el caballero acaba de realizar un largo viaje desde Londres y me consta que esta es la primera casa del vecindario que visita desde su llegada. Es toda una muestra de deferencia por su parte que nos visite en exclusiva después de un trayecto tan largo.

—¿De Londres, dices? —La señora esbozó entonces una sonrisa licenciosa mientras intentaba asimilar la feliz información—. ¡Y la nuestra es la primera casa que visita! —Abandonó su puesto de vigilancia para acercarse a Fanny y hostigarla mientras la sujetaba con energía por el codo—. ¡Debes mostrarte atenta con él, querida, tú eres cien mil veces más guapa que esa regordeta de tobillos gruesos y porte caballuno! ¡Y mírala, mírala qué vestido trae! ¡Seda escarlata brillante, como el que luciría cualquier vulgar meretriz!

—¡Mamá, no albergo el menor interés en el señor Byrne! —Fanny no podía dejar de sonreír ante los patéticos intentos celestinescos de su madre—. Hace apenas un mes me recomendabas que fuera amable con el señor Rygaard y me asegurabas que era un partido excelente, ¿acaso has cambiado de opinión? ¿Es que nunca vas a cansarte? —Fanny hablaba sin desviar la mirada del itinerario de la pareja que se encontraba ya frente al portón principal.

—¿Es que una madre devota no puede equivocarse? —Miró a un lado y a otro antes de susurrar—: El señor Rygaard no es inglés, querida, de poco nos sirve su dinero si al casarte con él no consigues realizar un buen matrimonio. —Agregó en tono de confidencia—: En St. James no aprecian demasiado el dinero de ultramar; además, el suyo, me temo, está lleno de pelusillas de algodón. Me alegra que al final no depositaras tus afectos en él.

—¿Acaso aspiramos a St. James, madre y no he sido informada en forma debida? ¡Cómo puede ser eso! —Fanny no podía disimular su escepticismo mientras Cassandra reía por lo bajo aferrada a su falda—. Parece que olvidas que somos tan pobres como los gitanos.

La señora Clark, horrorizada, se disponía a replicar cuando Jane irrumpió en la salita secándose la humedad de las manos en un delantal descolorido.

—La señorita Morton y el señor Byrne, señora —anunció.

La pareja cruzó el umbral y todos los presentes se saludaron con las correspondientes cortesías de rigor. Fanny y Charlotte intercambiaron una mirada cómplice mientras la señora Clark se afanaba por ofrecer asiento a sus invitados y pedir a Jane que regresara con el servicio de té y un plato de bizcocho recién hecho. Se excusó con ardor ante el señor Byrne, que en realidad era el único que le importaba de aquella visita, por la ausencia de su esposo y su hijo mayor, puesto que ambos habían acudido aquella tarde, en compañía de un invitado reciente, a cazar por las cercanías de la rectoría y aún no habían regresado.

Edmund Byrne se mostró un tanto cohibido en presencia de aquella mujer tan parecida a la señora Morton, ante cuya desmedida elocuencia resultaba imposible abrir la boca.

Con todo, se las ingenió para elogiar lo confortable de la estancia, la buena disposición de la habitación de cara al jardín, la elegante caída de las cortinas, la pintoresca y apacible imagen que ofrecía el condado y, por supuesto, la deliciosa jugosidad de aquel bizcocho recién hecho, lo que acabó de complacer sobremanera a la anciana señora Clark, que no hacía ya otra cosa más que hundir la barbilla en la minuciosa gorguera de su vestido mientras sonreía una y otra vez tan orgullosa como satisfecha.

Asimismo, el señor Byrne se alegró de encontrar a las Clark bien de salud, sobre todo a la señorita Cassandra que había sido la enferma más reciente, y de haber podido visitarlas nada más llegar, antes de instalarse en el hogar de sus amables anfitriones.

Conversaron acerca de temas banales como la climatología y el estado de los caminos, e hicieron vagas alusiones a la fiesta que en breve se celebraría en el condado. Fanny encontró a Byrne de muy buen humor y con sinceridad encantado de volver a verla después de varias semanas de ausencia. Parecía también sincero en los elogios a Sheepfold, lo que hacía crecer en ella su simpatía hacia el joven letrado.

Cuando se marcharon, la señora Clark no habría podido mostrarse más complacida con el caballero. Al fin y al cabo, no habían infringido ningún código de buena educación al no exceder la visita los quince minutos de rigor.

Cuando decide el corazón
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