CAPÍTULO 13
—¡Oh, la he interrumpido, señorita Morton! —Edmund Byrne permanecía petrificado en el umbral de la sala de té de los Morton. La visión de la joven, sentada en su mecedora predilecta, inclinada sobre una extensa misiva y por entero absorta en la lectura lo dejó cohibido por un momento.
—Adelante, señor Byrne, siempre es usted bienvenido. —La joven lo recibió con una cálida sonrisa, como era habitual en ella, aunque esta vez su rostro no reflejaba la calma de espíritu ni la quietud que por lo general lucía como gala y ornato.
—Uno de los sirvientes me informó que se encontraba usted en el saloncito y me he tomado la libertad de entrar sin haber sido anunciado. Le ruego disculpe mi falta de cortesía, puesto que no era mi intención estorbarla en sus actividades cotidianas.
—No se disculpe y siéntese, por favor. —El caballero ocupó un sillón situado frente a la joven, a una distancia cómoda—. Estaba leyendo una carta que llegó hace apenas unas horas desde Sheepfold. Mi querida amiga Fanny me alegra siempre con sus mensajes.
—Sí, desde luego, es una joven con un carácter predispuesto al buen ánimo. Lamento que la eche usted tanto en falta. ¿Cuánto hace ya de su partida? ¿Un mes? ¿Mes y medio?
Charlotte sonrió y fijó sus apacibles pupilas en el papel que sostenía entre las manos. Su expresión melancólica parecía remontarla a millas de distancia del ruidoso Londres.
—En un par de días se cumplirán dos meses desde que nos privó de su compañía. —Suspiró—. Resulta inevitable que la añore, señor Byrne. Hemos crecido juntas y siempre nos hemos tenido la una a la otra. En efecto, es la mejor amiga que siempre he podido desear. —Relajó la carta sobre el regazo y miró con dulzura al caballero—. ¿Puedo ofrecerle una taza de té?
—Me encantaría tomar una taza de té con usted.
Charlotte hizo sonar una campanilla que reposaba en una mesita cercana. Poco después una doncella apareció en la sala con un completo servicio de té.
Charlotte sirvió al caballero que observaba con deleite todos sus movimientos.
—¿Y cómo se encuentra nuestra amiga? ¿Goza de buena salud y de buen humor ahora que por fin se encuentra en su añorado condado? —Byrne se repantigó en el asiento con el platillo sostenido por ambas manos.
—Se encuentra a la perfección, gracias, señor Byrne. —De pronto, con renovado entusiasmo, exclamó—:¡Puedo darle buena fe de ello, si me permite que le lea unos breves pasajes!
Edmund Byrne bebió un breve trago de té antes de pronunciarse. No deseaba en modo alguno invadir la intimidad postal de aquellas buenas amigas, pero estaba claro que Charlotte deseaba compartir con alguien un asunto que la obligaba a permanecer con el alma ausente.
—Si es su deseo, señorita Morton, será un placer para mí escucharla.
Ella puso en orden con calma las cuartillas que sostenía sobre el regazo antes de iniciar la lectura.
Hace unas semanas que nos visita el señor Jarrod Rygaard, un estadounidense al que Ian conoció durante su estancia en la ciudad de Bath, y que permanecerá entre nosotros durante un tiempo indefinido. Es un caballero singular, muy animoso y dispuesto siempre a la novedad y a la diversión, aunque sus maneras puedan resultar reprobables en más de una ocasión. Las he reprobado mental y verbalmente. Debo admitir que también resulta una grata novedad que carezca por completo de ese aire altivo y arrogante que predomina en Londres. Sinceramente, no sé cómo lo soportas.
Charlotte dirigió una mirada avergonzada al señor Byrne que seguía la lectura con una divertida sonrisa.
Por ejemplo, hace un par de días, nos invitó a Cassie y a mí a dar un paseo hasta la loma que se alza por detrás de la rectoría, con el pretexto de que a la pequeña le vendría muy bien respirar la brisa fresca de la tarde en su período de convalecencia. Por supuesto, aceptamos de inmediato. Bien sabes que adoro caminar y que, junto a la lectura, es un ejercicio que practico tan a menudo como me es posible. Al llegar a lo alto, no podrías imaginar la sorpresa que nos tenía preparada: ¡el caballero había improvisado un divertido picnic para los tres! No había descuidado detalle: el mantelito de lino, las cestas de rafia provistas con generosidad de las viandas más apetecibles, como huevos duros, frambuesas, gelatina, cerezas, uvas rojas y otras fruslerías que había encargado a Jane para la pequeña. Fue una jornada encantadora. Reímos y hablamos sin parar… ¡y hasta tuvo a bien recitarnos unos versos de Pope, que, por lo visto, lleva siempre en el bolsillo del chaleco en una edición en miniatura que prometió regalarme algún día!
—¡Vaya, semejante caballero nos deja en una pobre situación a los demás! —bromeó Byrne—. En mi bolsillo no hallará usted más que un viejo reloj cuya leontina ha perdido varios eslabones.
Charlotte lo miró con una singular arruguita en el entrecejo, signo inequívoco de que intuía algo malo. Había algo en el júbilo de su amiga que ponía en alerta todos sus instintos. Algo que le decía que Fanny corría serio peligro de ser lastimada a causa de su imprudencia y de su falta de sensatez. Su acusada tendencia a mostrar un espíritu vehemente, sumada a las fantasías novelescas que de continuo le pululaban por la cabeza, hacían de ella un blanco apetecible para cualquier alma desaprensiva. Para más señas, Fanny nunca había pasado tanto tiempo en compañía de ningún caballero; mucho menos de uno tan solícito y complaciente como Jarrod Rygaard.
—Prosigo, señor Byrne, con su permiso. —Inclinó la vista hacia el papel y continuó con la lectura sin relajar ni un ápice la severa arruguita del ceño.
Casi todas las tardes insiste en acompañarme durante mis paseos y tú sabes que suelen ocuparme durante varias horas, aunque de momento me he visto obligada a reducirlos, puesto que mamá no consiente que paseemos solos y ha impuesto a Cassandra la enojosa tarea de acompañarnos. ¿Te imaginas el bochorno de la pobre Cassie? La pequeña enseguida se cansa, puesto que aún se muestra algo resentida por la reciente enfermedad, por lo que nos limitamos a pasear alrededor de la propiedad y regresar al salón, donde mamá parece pretender descuartizar al caballero con la mirada. ¡Es una situación tan cómica! Mucho me temo, querida amiga, que el dinero de ultramar no la convence en demasía.
—¡Bien! —Byrne se palmoteó los muslos, animoso—. Todo parece indicar que nuestra amiga se ha enamorado. Un caballero complaciente, adulador y con posibilidades ha bastado para ablandar su exigente corazón.
Charlotte dio un salto de sorpresa y, transida de horror, exclamó:
—¿“Enamorado”, dice? ¡Oh no, por Dios, señor Byrne! Permítame corregirlo en ese aspecto. —Se llevó la mano al pecho e intentó aplacar el bombeo frenético de su víscera romántica—. Que un caballero goce en forma tan abierta de la admiración de mi amiga no es en absoluto síntoma de enamoramiento por su parte, sino de un carácter imprudente y poco dado al comedimiento. Créame, Fanny Clark es incapaz de amar a medias. El día que su corazón pertenezca a alguien no habrá rincón de Inglaterra, e incluso de la vecina Escocia, me temo, que no sea consciente de ello.
—Si tan convencida está de sus palabras, ¿por qué me da la impresión de que se siente usted tan preocupada por su amiga?
El señor Byrne había percibido sin duda su semblante lívido y su labio trémulo. Charlotte se ruborizó con levedad y lamentó que su acompañante resultara tan perspicaz en semejantes circunstancias. Paseó la vista por la estancia en un intento porque la florida visión del papel pintado de la pared relajara un poco la tensión que le torturaba el estómago.
—Me preocupo por ella dado que se trata de mi mejor amiga, casi una hermana para mí. Conozco su carácter impulsivo y su falta de prudencia. No me parece apropiado que se muestre en forma abierta tan a gusto en compañía de un caballero del que no sabemos nada en absoluto. Resulta tan fácil infringir los códigos del decoro en estos tiempos. ¡Temo por ella, sí!
Byrne la miró con pesadumbre y notable aflicción. No le gustaba ver a la señorita Morton en semejante estado de nervios y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de aliviarle el sufrimiento.
—Comprendo y creo que podremos hacer algo al respecto, señorita Morton. —Charlotte lo miró esperanzada—. Debido a mi profesión conozco a mucha gente. Puedo asegurarle que moveré cuantos hilos sea menester con tal de averiguar algo acerca del caballero en cuestión. Por suerte para nosotros, sería muy difícil que un extranjero pasara desapercibido en una sociedad como la nuestra, ¿no cree?
Charlotte lo miró rebosante de gratitud. Un leve vestigio de calma parecía haber regresado a su rostro.
—Se lo agradecería enormemente, señor Byrne.
—Con que alegre usted ese bonito rostro me doy por satisfecho. —Charlotte bajó la mirada y sintió arder sus pómulos ante el acaloramiento motivado por un elogio personal.
Edmund Byrne sonrió y se mostró por igual cohibido. Era muy probable que estuviera tan poco habituado como ella a un intercambio verbal de cierta índole romántica.
—No quiero que piense que censuro el comportamiento de Fanny, señor Byrne. Estoy segura de que, a pesar de su imprudencia, en realidad no hará nada capaz de perjudicarla. —Charlotte paseó la mirada por el elegante mobiliario que adornaba el saloncito—. Se trata tan solo de una legítima preocupación por lo que el roce diario y un comportamiento licencioso por parte del caballero puedan acarrear. No sabemos nada de él, y Fanny es una joven demasiado tentadora para cualquier hombre de mundo. Su viveza de carácter, su belleza y su impulsividad la convierten en una joven demasiado interesante.
—Le reitero que comprendo su punto de vista y sus afectuosos temores, señorita Morton, pero, de todos modos, yo no me preocuparía en exceso. He visto a la señorita Clark mostrar una elocuencia y una desenvoltura dialéctica admirable como para considerarla una muchacha por entero indefensa. Existe un caballero, al que ambos conocemos, que podría dar buena fe de la voluntariosa disposición de su amiga.
Ambos sonrieron ante la mención del señor Hawthorne.
—No es la contienda verbal lo que me preocupa, señor Byrne —aclaró Charlotte con un hilillo de voz—. Quien de lejos viene, miente como quiere. Tengo miedo de la palabrería envolvente de un charlatán.
—Veo que está usted muy dispuesta a pensar mal del caballero en cuestión.
—Lo reconozco, sí —admitió—. Y eso que jamás he sido prejuiciosa. Pero hay algo en ese caballero…
—No se angustie. Le aseguro que en muy pocos días tendremos el pasado de Jarrod Rygaard desplegado ante nuestros ojos como si de las páginas de un atlas se tratara.
—Se lo agradeceré hasta el infinito. —Esbozó una sonrisa amplia y elocuente como para reflejar con nitidez su gratitud—. Y por mi parte, señor, creo que también debo interceder dentro de mis posibilidades. Es tiempo de regresar a Sheepfold.