CAPÍTULO 8
—¿Fanny?
.............Al oír su nombre, se frotó los ojos aún envuelta en el sopor y la confusión de la noche en vela. La tenue luz blanquecina del alba que entraba de forma oblicua por la ventana besaba el cabecero además de la colcha de la cama y la obligó a entrecerrar los ojos para habituarse a la inesperada claridad y distinguir las formas que la rodeaban. Tan solo necesitó unos segundos para situarse: se encontraba en la alcoba de Cassandra, recostada en una mecedora de estilo Windsor con respaldo y asiento de rejilla. Se incorporó con lentitud, aquejada por molestos dolores musculares y una lacerante opresión que le perforaba las sienes.
—Fanny, tengo sed.
Pero ella fue incapaz de responder. Durante unos segundos miró inmóvil a su hermana con ojos vidriosos y labios trémulos, con la devoción con la que un salvaje miraría la estatua de un dios.
—¿Fanny? Quiero agua —repitió la niña.
Como si despertara de golpe de una confusa ensoñación, Fanny le acercó a los labios un vaso de agua de limón. Las lágrimas le descendían en tropel por las mejillas, mientras peinaba con los dedos el enmarañado cabello de la pequeña.
—¿Te encuentras mejor? Santo Dios, Cassie, ¿estás bien? —Una serie de sollozos entrecortados le impedían hablar con claridad. Había estado muy preocupada por la salud de su hermana aun a sabiendas de que, bien entrada la madrugada, los efectos de la fiebre habían empezado a remitir.
—Me duele todo, estoy muy cansada.
Fanny se inclinó y llenó de besos el pequeño rostro.
—Nos has dado un buen susto.
La pequeña compuso una expresión de terror.
—¿Están muy enojados?
Fanny sonrió compadecida y le acarició la mejilla.
—Claro que no, pequeña.
Poco después, el doctor Bell apareció en la habitación para examinar a la pequeña. Tras un intenso escrutinio y un par de ruidosos carraspeos manifestó alivio al comprobar que lo peor había pasado, por fortuna. La joven Cassandra era una niña fuerte y ya solo requeriría abundantes caldos de gallina y confortables fuegos para terminar de reponerse.
Toda la familia respiró aliviada y se deshizo en alabanzas hacia el buen doctor que los había visitado con gran solicitud durante esos días angustiosos y había rehusado cobrar sus honorarios, habida cuenta de la precaria economía de los Clark.
* * *
—Siento mucho que por mi culpa tuvieras que volver a casa, Fanny. —Cassandra hizo un mohín cuando su hermana apareció en la alcoba con una sonrisa y se tumbó al lado suyo apoyada sobre un codo.
—No seas tonta —dijo en tono de confidencia—. En realidad deseaba regresar. —Retomó su alegre tono—. Aunque no esperaba que fuera este el motivo que me liberara de aquella tortura.
—¿Tortura? No lo entiendo. Mamá dijo que Londres resultaba de lo más deseable para cualquier señorita.
Fanny se inclinó hacia su hermana le susurró al oído:
—No lo creas. —Se apartó un poco para mirar a la niña a los ojos—. Es una ciudad aborrecible. Créeme que no existe mayor felicidad que estar en casa, querida.
—¿Tan malo es? ¡Cuéntamelo todo, Fanny! ¿Cómo es Londres?
Fanny se mordió el labio inferior, entrecerró los ojos y desvió la mirada hacia una hendidura del techo.
—Es un lugar frío y gris, cariño, no te gustaría. Los pasatiempos que puedes llevar a cabo en Londres no se pueden comparar con subir corriendo la ladera para luego lanzarse rodando desde lo alto a toda velocidad. —Cassandra esbozó una sonrisa—. O con meter los pies desnudos en el riachuelo para cazar ranas.
Fanny le estampó un sonoro beso en la frente.
—Pero Charlotte se ha quedado allí, ¿verdad?
Fanny se tornó seria de pronto y suspiró.
—Eso es lo que más me duele. Su madre acabará volviéndola loca. —Inhaló en forma exagerada—. ¡Pero me anima saber que no notará mi ausencia más de lo debido! —Miró hacia la puerta para asegurarse de evitar escuchas indeseadas—. Si prometes guardarme el secreto, te contaré algo en confidencia.
Cassandra puso ojos de interés.
—Es muy probable que antes de San Juan nuestra Charlotte se convierta en la señora Byrne.
Cassandra compuso una “o” perfecta con sus pequeños labios carnosos.
—¿De verdad? ¡Dios, Fanny, mamá se pondrá furiosa!
—Estoy segura de ello. Nos espera una inquietante temporada de jaquecas y afecciones nerviosas. —Meneó la cabeza ante semejante perspectiva. Cuando la señora Clark expresaba su disconformidad ante cualquier contratiempo, se mostraba indispuesta y aquejada por los más terribles sufrimientos y se los achacaba sin pudor a quien le hubiera infligido el disgusto, según ella con total crueldad.
—¿Y cómo es el caballero? ¿Es guapo?
Fanny sonrió divertida.
—Edmund Byrne es agradable y no carece de cierto atractivo, pero no es la clase de caballero que escogería para mí misma. No encierra ningún misterio que no se pueda descifrar a simple vista. Resulta demasiado transparente.
—¿Y tú prefieres un caballero oscuro y misterioso?
Fanny alzó de nuevo la mirada hacia el techo y compuso una expresión soñadora.
—Tan solo me gustaría encontrar a alguien que hiciera correr hormiguitas en mi estómago cada vez que lo mirase, que doblegara mis rodillas, embotara mis sentidos, que me robara el aliento con su sola presencia y ralentizara mi pulso.
—Pero Fanny, ¡lo que tú quieres no es un caballero sino un catarro!
Fanny esbozó una amplia sonrisa y revolvió el cabello de la niña.
—Te aseguro que hay catarros preferibles a algunos caballeros —comentó al recordar uno en particular.
—¿Has podido conocer a alguno tan malo durante tu estancia en la ciudad? —Fanny inclinó la cabeza y la volvió hacia el lado opuesto para ocultar sus rubores a la pequeña—. ¡Dime, Fanny! ¿Has conocido a alguno que resultara peor que un catarro?
Fanny inhaló con lentitud y miró a su hermana con lo que suponía que era su mejor máscara de indiferencia.
—El señor Byrne tenía un amigo…
Cassandra se incorporó y se apoyó sobre los codos. En sus ojos brillaba una chispa de curiosidad.
—¿Has bailado con él? —Le tironeaba las mangas, ansiosa—. ¡Oh, dime, Fanny! ¿Te invitó a bailar alguna vez?
Una repentina oleada de indignación coloreó las mejillas de la joven.
—No, querida. —“Sí”, se reprimió Fanny—. Es más, por fortuna dudo de que volvamos a vernos jamás —Cassandra adelantó el labio inferior en un divertido mohín —, puesto que este caballero detesta el campo y a todos sus habitantes.
—¡Qué ogro!
—¡Cassie! —La regañó. Pero en su voz no había el menor indicio de reprimenda. Es más, “ogro” era el calificativo más suave que ella misma habría deseado aplicar a aquel cuervo negro desprovisto de corazón.
—¡Pero es verdad, Fanny, no entiendo cómo no le puede gustar el aroma del campo después de la lluvia! —Arrugó la nariz y compuso una mueca de desaprobación—. Eso es porque no conoce Sheepfold. —Los ojos de la niña se abrieron como platos—. ¿Por qué no lo invitamos a conocer Sheepfold? ¡De ese modo se daría cuenta de lo equivocadísimo que está!
Fanny se incorporó de inmediato y, para disimular la turbación que la embargaba, se acercó al tocador y jugueteó nerviosa con la vaporosa tela que vestía la mesa.
—El señor Hawthorne puede conocer los lugares que le plazcan, Cassie. —Sus dedos revolotearon entre los útiles de aseo dispuestos sobre el tablero—. Es rico en extremo.
—¿Cuán rico es? —Pese a la ingenuidad que revestía aquella pregunta, Fanny no pudo evitar sentir un doloroso pinchazo en el corazón.
—Lo suficiente como para tener a mamá postrada a sus pies hasta el fin de sus días.
—Pero a ti no te gustó, puesto que lo comparas con un molesto catarro. —La niña parecía entristecida.
—No te entristezcas por mí, pequeña. —Fanny se acercó al lecho para revolver el cabello de la niña en una juguetona caricia—. Dudo de que un hombre como ese sea capaz de fijarse en cualquiera que permanezca por debajo del rasero que marca su lazo. —Fanny sonrió y Casandra le devolvió la sonrisa—. ¡Y créeme que el de este caballero permanece tan elevado como su vanidad!
Ambas estallaron en una sonora carcajada, pero en el caso de Fanny resultó ser una burda máscara de la amargura que le asolaba el alma. Una vez hubieron cesado las risas, Fanny besó a su hermana en la frente y se alejó para abandonar la silueta lánguida frente a la ventana y deslizar su mirada sobre el verde manto que vestía la campiña.
“Mi pequeña Cassie, Oliver Hawthorne solo sería capaz de fijarse en su propia imagen reflejada en el espejo. Me temo que está tan complacido consigo mismo que es incapaz de fijarse en nadie más.”