CARTA 37

Rigor mortis

 

Mi querido Adán, aún es junio, la perfumada humedad me habita, por la mañana empezó ese ¡chipi chipi! ¡chipi chipi! ¡chipi chipi! Apenas dispersada…casi imperceptible en el ambiente, después el agua empieza a acribillar a diestra y siniestra con enormes goterones, hasta convertirse en una rechoncha y caudalosa tempestad que se adhiere por todos lados, parece buscar nuevos caminos, o en su caso abrir los surcos de antaño, esos que nos empeñamos en cubrir, pero observo que de nada sirve la insulsa tarea, pues la intrépida agua, hace lo indecible para lograr su cometido.

 

Esta humedad metálica que me habita me pone temblorosa, un poco agitada, ya lo sabes…esta poca resistencia con que la vida me dotó, me ha hecho un poco enfermiza, ni siquiera soy capaz de pisar el suelo recubierto de mosaicos con los pies desnudos, mucho menos profanar el fango con mis pies; la sola humedad me agrada, me agrada mucho, pero…. esto sólo cuando estoy bien, pero un día como hoy que me siento con este malestar, ni siquiera puedo verla, me recorre de arriba abajo, penetra mi pecho, me hace toser como si me desbaratara, como si el alma oscilara en este lapso hasta soy capaz de ver algunas lucecillas a mi alrededor, ¿Será que el cigarrillo me está haciendo daño? No, son sólo imaginaciones, es la humedad, eso es….

 

Salí al jardín hace tiempo, cuando aún era primavera al, al ver las flores de chabacano e ir viendo la transición de los árboles, me doy cuenta que así somos las personas, cambiamos constantemente, nos revestimos, me dijo un hombre una vez entregándome la escoba, anda tómala haz lo que debes, ¡para lo que naciste! Te digo con esas creencias tan denigrantes para nosotras, su nombre, su nombre no importa ¿A dónde vamos a parar las mujeres?

 

Con esa fatídica mentalidad nos asestan duros golpes en el día a día, postuladas siempre por “los otros” a las malhumoradas funciones del hogar, ¿Hogar caramelizado hogar? Permíteme reírme a carcajadas, bueno no tanto, no vaya a ser que se me marquen las patas de gallo en el rostro, y luego…luego es tan difícil deshacerse de esas marcas, se anclan irremediablemente como signo de que el tiempo ha pasado ya.

 

Pero ahora… ahora los chabacanos yacen entre el fango, con esa palidez que los acompaña, con ese olor a fruta moribunda, quisiera levantarlos pero nada se puede hacer ya por rescatarlos, ¡Ni modo! No me queda más que ver esta lamentable metamorfosis, moscas vagabundas se acumularán con el hedor, el lodo…el lodo será su refugio, una especie de abrigo de su piel externa, y la semilla será pisoteada, oprimida como un despojo, entre una sorda luz, zambullida a tientas en una tumba apenas escavada, más bien enterrados a nivel del suelo, estúpidamente precipitadas en la inocua tierra.

 

Así que imagino que pronto habrá pequeños arbolitos de chabacano; ahora parecen cadáveres desfigurados, descaradamente ataviados con una vestimenta un tanto mortuoria, la alfombra de hojas a medio morir con esos tonos naranjas, ocres y ese amarillo extinción complementan la escena del más allá, depresión al límite, frontal pereza que me aniquila efusivamente, con esa manifestación radical de otro tiempo…

 

Pero después la legítima danza de la luz, de la realidad que llamamos vida provocará ese misterioso escándalo, ese estrepitoso sonido para saborear el nacimiento… los nacimientos de “los otros”… “los renacimientos de los otros”…una suerte de resurrección bastante conveniente, repetidas veces renacemos, incluso cada día me vuelvo menos caprichosa, sólo un poco, tampoco puedo exagerar. ¿Sabías que incluso nuestras células mueren en la epidermis? Pero irrenunciablemente renacen ¿No te parece maravilloso?

 

Nuestra menguada mente no necesita tener todas las respuestas, o todo el conocimiento sobre lo qué pasa en nuestro cuerpo…en nuestros cuerpos, tal vez nos volveríamos un poco menos cuerdas, simplemente nos contentamos con intentar vivir un poco, aunque sea a medias. Sabes… en la mañana la algodonosa penumbra inundaba los barrancos que hay en la carretera a mi pueblo, el verdor del otro lado haría pensar a una persona insulsa que puede caminar y llegar al otro extremo, una mentira disfrazada, oculta por la neblina, para extinguir una vida, sólo basta dar un paso en falso; y esto…esto mi querido Adán sería una verdadera metida de pata ¿No te parece?

 

Tal vez como un mártir se afrontaría el fatídico suceso de fulanito o de zutanito, las lenguas viperinas inventarían una y mil interpretaciones de su pensamiento, saber ¿Por qué lo hizo? intentar averiguar ¿Qué es lo que pensó en sus últimos instantes?, que si esto o aquello, tenemos bastante enraizada esa rara costumbre de especular, ese morbo sempiterno es parte de nuestra alma, es parte de nuestros hábitos.

 

Las ollas de humeante café no pararían de hervir toda la noche, intentando que los presentes ahuyentaran el sueño, armados y equipados con mil murmullos que repiten un millón de veces plegarias a las alturas, obviamente siguiendo todo el protocolo que se memoriza en estos casos, todos vestidos para la ocasión si se puede, si no, lo más humano es acompañar con lo que se tenga, haciendo lo que debe hacerse, de tal o cual forma, todo depende, depende de “los otros”, de lo que se ha considerado pertinente.

 

Otros empujados por el arrepentimiento o por el aburrimiento, se quedan afuera, lejos del murmullo, a contar chistes, a entablar conversaciones triviales, fatigados por la camaleónica costumbre intentan seguir con resignación la danza de la vida, a ese ritmo acompasado, no pueden dar cabida a la tristeza subterránea, no dan la formalidad que los demás le atribuyen a la muerte; desentendidos parecen trenzar el tiempo, ir y venir en las penumbras del panteón tan campantes como si tan sólo fuera un pasadizo, un lugar de transición, tal vez eso es, pero a mí en lo particular me desagradan estos lúgubres lugares, éstos tienen esa atmósfera mortecina tan deprimente, no me gustan tampoco las noches en que se vela un cuerpo, la complexión de mi antifaz se colapsa, me deprimo como no tienes idea, la debilidad me descalabra con esas fuerzas erizantes, con esas retinas ausentes, con esa zozobra instintiva que me impacta y me desploma, la exhalación amortajada en el cristal me da la idea de que algo valioso ha sido arrancado…, la vida misma… le temo…le temo a la eternidad.

 

“Los otros”… “los otros” me han insistido tanto en que vaya a acompañar al fallecido, que bien pudiera parecer un desaire criminal no hacer un esfuerzo por estar junto a la familia en esos momentos, han insistido tanto que he tenido que acceder tímidamente, más por compromiso que por voluntad propia, ¿Te has sentido así mi querido Adán?

 

La confitura que me envuelve de manera etérea me persigue, adherida a mí como una sombra, tendré que enfrentar la situación y humanamente decir lo que se acostumbra haciendo una pausa solemne y sincera, así, así he sido educada,; en esos momentos las miradas de los otros estarán allí, mostrándose un poco adustas, un tanto lúgubres pero mucho más dolidas, con ese silencio espantadizo, apenas se concentran en mí unos cuantos, los demás, los demás se encuentran en lo suyo, lo siento…lo siento mucho…

 

Después de este lamentable hecho; duro semanas sin que mis párpados puedan poder pegarse a los ojos y descansar, la desgracia flanquea mis huellas, me estremezco, pienso en ausencias, pienso en la eternidad, pienso en…la mística alma se desvanece, las inciertas promesas no se desenmascaran del todo ¿Pero nosotros lo hacemos alguna vez? Inútilmente la desertora y prisionera culpa me recrimina, tendré que acudir al funeral, permanecer allí sólo un poco, un poco lejos, y así egoístamente evitar tanta resistencia pernoctar en el desvelo, en medio de tantas murmuraciones, reivindicarme de mi atroz resistencia y no quedar a la buena de Dios, con mi descarrilada voz silente, murmuraré una oración, sumida en la penumbra.

 

¿Quién podría entenderme? Si el prisionero reproche siempre se hace palpable, mi vocecilla interior viajera incógnita pernoctará conmigo esta noche, la cafeína me mantendrá en pie, macerada entre sinsabores, desvelos, el enlutado duelo y la incertidumbre de la aplastante e insondable promesa del más allá, me mantendrá un poco más despierta…un poco más temerosa.

 

Mi dulce paréntesis es hora de pernoctar un poco…te dejo por el momento escribo estas líneas en mi mente, pero mañana lo haré en un papel, tal como debe debe hacerse, el frío, el frío relampagueante se adivina en mi piel, estoy erizada, mis mortuorias manos lo confirman con esa formidable insensibilidad disuelta en el hielo marmóreo y en mi rostro se puede leer ese rictus mortecino, el amoratamiento es evidente, ese color verde oliváceo me difumina un poco la piel, parece esparcido como con una brocha, desvanecido como ese polvo traslucido, pero éste, éste me contrae, me mantiene en vigilia con una especie de astenia, tamizada como siempre en ese colador de celdillas reducidas me despido de ti.

 

Tu ausente y desertora Eva.

 
Cartas a Adán
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