¿Qué tal si yo fuera avariciosa mi querido Adán? ¿No te lo esperabas? ¿Y qué tal si fuera cierto?, ¿Qué pasaría con mis desvaríos? Tal vez no existirían, me inmolaría en sus brazos, estaría encadenada a otro rótulo, mi vida sería distinta, malvadamente rondaría otras latitudes, no habría vacíos existenciales que me agobien, tendría un modo perenne para remediarlo, o al menos para actuar con pericia y mitigar el cargo de conciencia.
No lo sé, pensemos juntos ¿Que es la avaricia? Deseo desorbitado que hace arrodillarme, los labios musitan tu nombre un millón de veces… ¡Bendito dinero! ¿Qué haría yo sin ti? Hundirme en la miseria, de ninguna manera, prefiero continuar llevando a cuestas esta lápida de oro; a menudo la avaricia es tal que nubla mi pensamiento, el impulso me arrebata mi cordura, me dejo llevar por este monstruo que me desgarra, que me hace ser tacaña y amar al dinero más que a mi vida; me dejo engañar con el color dorado y me angustia pensar que me quitarán un peso, cada peso que gano, con mucho sacrificio.
A la avaricia me entrego a menudo, lo admito con mi palabra de mujer, con todas las agallas que son testimonio fiel de esta falta, es deliciosamente tentador este pecado que se adhiere como una enredadera en todo mi cuerpo, como una serpiente que dormita y se lanza al ataque a la menor provocación, mengua mis fuerzas y me hace flaquear; quiero tener todo cuanto sea humanamente posible y que los límites de un salario decente puedan comprar. Tal vez esta manía de tener una maraña de bisutería en todos los cajones es sólo con el fin de llenar los vacíos de mi vida, acaparo en todas partes los frutos de los orfebres que recubren muchos de mis días. ¿No lo sé? Pudiera ser una respuesta bastante certera.
Avaricia dama embustera que intencionalmente me seduce con baratijas, intento hacerme la desentendida, la fuerza de voluntad desaparece repentinamente, toda protesta se seca y se disuelve al sol, como si fuese un tendedero de ropa en la azotea, que de tanto estar bajo los rayos del sol termina por romperse con discreción. Pero, creo que soy la única que piensa esto, “los otros”, “los otros” parecen estar conformes con sus vidas.
Lo admito nuevamente, soy una esclava de esta dama infame, el desconsuelo fingido es sólo una estrategia que utilizo para no renunciar a esta pequeña serpiente demoniaca que me consume, quiero impugnar sus sutilezas, arrojarla con rabia, martirizarla hasta la agonía, inmovilizar su espíritu para que no me siga haciendo daño, pero habré de decir que arrepentida no hago nada, me ataranta su voz codiciosa que danza a mi alrededor, me entumece, me distrae y me hipnotiza… recapitulemos…, más bien considero que me idiotiza.
Pero esta complicidad que tengo con ella me consume, soy culpable, intento andar virtuosamente, pero no puedo hacerlo, me retracto de esas ideas absurdas de abstenerme de su divina hechura; poseer dinero, hincharme en la opulencia es una vocación convicta de mi alma, aunque el escarmiento sea que me pierda en las fauces de la oscuridad, para padecer a menudo, la malicia que me ronda y me nutre es demasiada, me niego rotundamente a abandonarla, prefiero perderme en su regazo, aclimatarme en la incierta y larga noche.
Mitigar el cargo de conciencia, es absurdo en este caso, porque no soy del todo avariciosa, un poco gastalona tal vez, pero de eso a idolatrar a la avaricia, como que no es lo mío, tan sólo era un vago intento, un ensayo para tratar de ponerme en los zapatos de una persona avariciosa, como tú, o cómo yo mi querido Adán.
¿Mitigar el cargo de conciencia? Deliciosa idea que voy a mascullar, creo que necesito una buena dosis de este efecto benéfico, soltar las riendas de la libertad un poco, tan sólo un poco. Censurar a la memoria, vetar su voz y voto, pero no; ella es una dama y tendría que justificar mi decisión, creo que lo pensaré un poco más, después… después te daré mi veredicto.
Por lo pronto es lícito dormir con la memoria, nos escribimos pronto, mi querido Adán, escucha atento en mis soledades.
Tu imprudente Eva.