Mi querido Adán, a veces me encuentro reflexionando sobre lo poco convencional que intento ser, me cuesta trabajo, me encierro en mi universo, para repensar con mirada inquisitiva, tú lo sabes es la impronta que me recorre, quisiera entregarme de lleno a un olvido voluntario, a una amnesia atemporal, ser una hipocondriaca e inventarme mil malestares; transitar el día a día sin esa predisposición tajante pero no puedo evitarlo; mis ojos como carruajes que van despacio, quedan hipnotizados consumiendo las texturas, los matices, las escenas huéspedes atrapadas con las pupilas, en el bramido de la noche, en ese dulce respiro que convenimos tu y yo, este instante taxativo, inconcluso…con ecos reminiscentes.
No puedo permanecer con ese estoicismo de las estatuas colocadas en los sepulcros de los añejos cementerios, mi conciencia malintencionada se desliza en mi vida, no puedo hacer mutis a costa de perder un puñado de mi esencia, ella… mi esencia es una crónica detractora que me habita, reclama atención inmediata, se muestra ante mí carismática, discreta, silenciosa, no tengo más opción que acogerla con un sorbo de espeso y meditabundo café, y una algodonosa neblina hecha con una cajetilla de cigarrillos que recorre mis adentros; como una crisálida puedo sentir todo lo que pasa en mi mundo, a pesar de estar envuelta, a pesar de la ceguera que parece habitarme, puedo percibir las presencias de “los otros”.
Es intoxicante esta irreverente genuflexión de mi errante vocecilla interior, ¿Será que la humedad de estos días está trasminando no sólo el techo y dejando su silueta en las paredes? Sino que se encuentra cruzándome límpidamente como la clorofila, siento que me inunda parsimoniosamente como esa silente melodía que sólo atienden los viejos que dormitan por las tardes en mecedoras que crujen gustosamente junto a los silbidos del aire, no lo sé, tan sólo es un diáfano pensamiento, un trozo de sinapsis colapsada entre la penumbra.
La noche ha volcado sus brazos sobre la ciudad inerte, me embullo en la alacena en las horas tardías buscando alguna galleta que devoro con malicia aventurera; esta tentación de un bocadillo, no la puedo evitar, el desvelo me obliga a comer para que mis ideas carburen un poco más…sólo un poco más…, sabes…las gotas se abalanzan tímidamente con su ¡gulp!… ¡gulp!… ¡gulp!… al principio… muy al principio…. cuando la cubeta suena vacía, pero después su voz parece cambiar, sufre una metamorfosis como los adolescentes que les cambia su voz, y entonces se va escuchando ese ¡plap! ¡plap! ¡plap! De sus voces cambiantes.
El sonido parece un poco más continuo, parecen desatarse pacientemente, con un ritmo sin prisas, rutinarias, desatadas tímidamente a esa endémica atadura, van liberándose, atraídas inexorablemente por el trapecio de la gravedad, sonríen, creyendo que todo está dispuesto para transitar hacia otros confines, pero la brutal verdad las libera sólo unos segundos, los segundos que tardan a acoplarse a la nueva jaula.
Reminiscencias observo en esas gotas, creo que se parecen un poco a mí, un poco a nosotras las Evas, recorriendo los tejados, las viguetas de madera, las paredes de adobe, buscando un millón de maneras para hacerse presentes, sin duda alguna van sufriendo metamorfosis distintas, algunas van secándose a temperatura ambiente como si nunca hubiesen existido, otras…otras tienen la suerte de ser recibidas en un recipiente para regar alguna planta por allí, para limpiar un poco esos vidrios polvorientos del portón, se hacen parte de una muchedumbre, calzadas de un antifaz teñido de ese color apatía que combina con casi todo, unas más se petrifican de tanto miedo a caer…al final se rompen en mil pedazos, no sin antes hacer alguno que otro estropicio para decirle a la vida, ¡No me olvides!
Marcadas con esa tolvanera trágica llamada destino las gotas con esa esencia femenina, van atemperándose al tamaño de su moldura, tal como lo hace esa gelatina multicolor que me sale tan bien, bastan sólo unos minutos para que vaya tomando forma; pero regresando a ese goteo trepidante su preexistencia y caída abrupta para ir tomando formalidad, resuelta por supuesto por “los otros”, ¿Quién más podría? Sino ellos engendrar el emblemático destino, encarnados videntes en la nocturnidad.
La laxitud me acompaña, no es novedad tú bien lo sabes, pero hoy que la grisácea caravana de nubes parece haberse vuelto sedentaria, y se ha quedado varada aquí en este cielo, las hormigas, las hormigas con alas vuelan en la lámpara de la calle, se estrellan contra la puerta de forma imprudente, en la mañana sus cuerpos han emigrado junto con la lluvia que recorre las calles adoquinadas, la negrura parece caerse del cielo en mis tímpanos, mis ojos apenas pueden saborear la nicotina, mi nariz se narcotiza con el trémulo sonido de las melodiosas gotas cayendo, las membranas de mis manos recorren el café, lentamente, despacio, como intentando alejar la frialdad que serpentea entre mis pies, y mi ociosa boca empeñada en observar el ¡plap! ¡plap! ¡plap!
Sabes… quisiera en mis nítidas pestañas hacer jirones la certidumbre insolvente, iracundamente negar los trazos “de los otros”, pero es tan sólo un pensamiento preparado a fuego lento; tan sólo puedo en el polen de la vida fermentarme un poco y temerosa aniquilar la ceguera recurrente, al menos contradecirla con esta voz silente musitar al viento, musitarte a ti mi fiel Adán, en tu sueño resguárdame, sobre las alas del agua y del viento nada se pierde, nada…
Intentando descifrar la humedad y otras nimiedades, me despido de ti.
Tu reflexiva Eva.