CARTA 17

Ira

 

Personas que chocan y se desplazan sin mirarse, destructivas sombras los recorren en su día a día, al igual que a mí, su tiempo y mi tiempo no están en la misma frecuencia, provoca destrozos internos, sepulcralmente el óxido se va asentando en sus rostros fruncidos, en sus rostros desencajados, en sus rostros paranoicos, clavados en la desesperanza, eso es lo que percibí el día de hoy mi querido Adán, pero todo es cuestión de actitud y de la forma de mirar el mundo, tal vez algo tengan que ver mis demonios interiores. Y tú, ¿qué piensas?

 

En esa atmósfera es fácil que afloren la ira entre nosotros. El soplo de la ira, aterriza en nuestro rostro y explota en nuestra voz, se desliza en nuestros actos, irradiando lo peor de nosotros, ensombrece nuestro entendimiento, nos angustiamos porque las cosas no resultan como esperábamos, arrancan y tiran al suelo todo lo que hemos construido, cuando esto pasa somos irreconocibles, si alguien que nos conoce pudiera ver nuestra metamorfosis, ni siquiera pensaría que se trata de nosotros mismos.

 

Ira que evapora mi semblante, que se lleva instantáneamente mi paz interior, exploto, con palabras casi inofensivas, hago cenizas lo correcto, la bestialidad emerge como un virus autodestructivo en ciertos momentos de tu vida donde chubascos de improperios caen a cuantos están a nuestro alrededor, lamentablemente no escuchamos, en esos momentos sólo el coraje impera y recorre nuestras venas, incluso algunas venas de nuestro rostro y nuestro cuello emergen, pareciera incluso que van a reventarse, extraño gesto que con su presencia nos habla de esa obstinación ruidosa, que aguarda latiendo en el silencio de nuestras almas.

 

Cual si fuésemos personas hechas de oscuridad sin sentimientos, nos dejamos llevar por el coraje, las peores atrocidades que comete el ser humano se efectúan en estos momentos de trance hipnótico, palabras y puños lastiman a los más débiles, se espesa la sangre envenenada, zumban los oídos, el peligro se asoma en las órbitas de los ojos, basta tan sólo un segundo para que se produzca la tenebrosa escena. ¡Basta, no quiero recordarlo!, me digo a mi misma.

 

No quiero recordarlo…No lo quiero en modo alguno, pero… pero tengo que sacarlo, echar fuera estos síntomas que me habitan, estos fantasmas que me enfrían y me solidifican, con decaimiento te escribo, lágrimas están cayendo de mis pupilas de arcilla, las huellas de la ira son parte de mi elemento, perforan mi alma mortal, en el lecho deposito el tedio; duermo, trato de dominar mis miedos, hacer de cuenta que los fantasmas se han extinguido, la razón hace un poco más tolerables los días.

 

Golpes que cercenan mi alma, discusiones repentinas, jalones de cabello, después soy empujada contra la pared, molida a puños para arrebatar mi dignidad, mi corazón late apresuradamente, quiere que escape, pero típicamente me quedo allí como adherida al piso, no pienso nada, intento defenderme primitivamente cubro mi cara, intento dar unos arañazos, pero me toma por las manos, me somete, me estrella todo mi universo, pierdo la conciencia, no, no creas que es una escena de mi familia, es mi propia escena, yo, yo soy la protagonista principal.

 

Lo más lamentable de esto es que la culpa no nos corroe, después de la explosión, parece que entramos en un estado de relajación, de somnolencia. Ciega intento confiar nuevamente, y él, él me insinúa que no volverá a ocurrir, el estado de inconciencia es grave, gravísimo, me tiene en la mira, quiero creer, pero estos manchones morados en mi cuerpo me dicen que es hora de partir, espero unos cuantos días… sólo unos cuantos. Me marcho, quiero otra realidad, la que habito me hace un daño que me golpetea, que martilla todas mis superficies.

 

Me quité las vendas de mis ojos, tarde, lo reconozco, pero no tanto para que no tuviera remedio. Una funesta nube me acompaña, pero intento salir de ella; mi querido y gran amigo creo que muchas veces se desperdician los momentos de control de nuestra diaria forma de ser, el coraje circula de derecha a izquierda, y de arriba hacia abajo en las entrañas de esta corteza, de este cuerpo de carne y hueso, haciendo pequeñas grietas con nuestras palabras y con nuestros actos.

 

Quisiera a veces congelarme antes de que el coraje, y el odio hagan mella en mí y en los demás, el coraje puede brotar de casi cualquier parte, especialmente cuando ciertas cosas se salen de los límites establecidos en nuestra mente, incorporados y sedimentados en lo más profundo de nuestro ser; una palabra mal entendida, un gesto, una mirada reinterpretada por la imaginación expectante, nuestros miedos subterráneos emergen con mayúsculas, nos hace víctimas y esclavas de nuestra propia convicción, que a veces se encuentra errada, y otras, otras también.

 

El odio es algo parecido, pero a otra escala, con cinismo podemos aborrecer lo no conocido, aquello que gotea la diferencia y que en cierto modo nos hace estar a la expectativa, incluso creo que muchas veces odiamos en los demás los defectos que no podemos vislumbrar en nosotras mismas, caprichosamente molemos los defectos de los demás, los vapuleamos de mil y una formas, sin darnos cuenta que en el fondo, este odio se alimenta de nuestros propios fantasmas.

 

Tropiezo que repta, a lo largo y ancho de nuestra piel, que se enreda, y nos comprime, se abre paso en la oscuridad, se alimenta de los sentidos, del néctar acróbata de nuestras creencias, de la sangre fantasmal, de esa resistente carga que llevamos a cuestas, como una mochila conectada inevitablemente a nuestros cuerpos, etéreos, calcáreos, subterráneos, sublimes.

 

No sé qué más decirte, me quedo aquí cavilando un poco todo lo que acabo de balbucerar, intentando darle forma a estas ideas que brotan como un manantial, pero no te creas que no me dejo arrastrar por esta pesada ancla que me arrastra, me perturba, y aunque sé que esto es negativo, irremediablemente bastan unos segundos para que me seduzca la ira, me empapo en ella, antes de que me dé cuenta estoy hundida hasta el copete, sumida en la desaprobación, aventando diablos a cuantos se me ponen en frente.

 

No, no golpeo a nadie, a menos con los puños, pero encarnizadamente con simples palabras hago que agonicen “los otros” de un zarpazo inteligente.

 

Tu emocionalmente confusa Eva.

 
Cartas a Adán
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