CARTA
22
La otras Evas son mi reflejo
Como una sibila de Delfos, te escribo mi querido Adán, desde este espacio eternamente en penumbras, sé bien que las mujeres somos seres ambivalentes, complejos y contradictorios, que a veces pretendemos evadir la realidad y esa ceguera hace que tropecemos cotidianamente en nuestra propia malicia… amarga daga que es utilizada en holocaustos, donde las víctimas padecen lo indecible, donde sucumbe su voluntad, su libertad, su identidad…su persona.
Estos son pensamientos volátiles y tan perdurables que oscilan en una sucesión inextinguible en mi pensamiento, los pasos de mi voz interior sonoramente se adentran en la profundidad de mi alma, la incredulidad abrupta se desvanece en las espumas del mar, el negro mar embravecido de la amnesia y la cotidianidad que me corrompe, ya lo sabes eso es algo que ya te habrás dado cuenta, intento que la luz coyuntural merodee pero a veces me es tan difícil.
¿No te parece que a veces también como personajes de novela, las mujeres nos empecinamos en seguir sumergidas en las sombras cotidianas e intentamos ir descalzas de miedo?, Pero no, no nos queda más remedio que ir cantando emborrachadas de angustia, mirando estupefactas el insomnio que nos pule como un viento erosionante, para hacernos más sublimes, etéreas, lívidas, creo que ya me he descalabrado a mi misma, pues también estoy sumida en esas tinieblas, en esa penumbra.
Incluso ciegamente crédulas algunas de nosotras creemos que podemos cambiar el mundo, sabes por qué digo esto, hay algunas Evas, que se enamoran de hombres empedernidamente mujeriegos o con vicios, pensando que cuando se casen ellas lograrán cambiarlos, ingenuamente llegan a creer esto con una absurda fe, lo cual resulta una tontería, pues no conseguirán mover el mundo con un pestañeo.
Lo anterior es cierto, al menos creo que tengo esa certeza, mis neuronas me lo dicen, mi voz interior vive también puliendo el insomnio y caminando con su alma descalza en esa catarsis que me desmenuza y que intento plasmar en estas cartas que comparto contigo mi Adán, no las tires al viento, al menos dame el crédito de la duda, si no te tuviera a ti para contarte todo esto, no sé si podría continuar existiendo o hubiera ya perdido la cordura, es posible, pero no quiero averiguarlo.
Mi querido Adán, para mí eres fragancia, embriaguez de los mares, aldaba de los pórticos de los dioses del Olimpo, sabes…sólo el silencio es sabio y vives extasiado en él, alucinado me escuchas y prosigues con paso firme y seguro cual si fuese una ligera danza hacia la eternidad, es tan agradable platicar contigo, de hecho tenía una amiga un poco más parlanchina de lo que yo soy, iba conmigo a tomar café, iba conmigo y desalojaba entre café y un puñado de galletas todos sus problemas, no me daba oportunidad alguna de intervenir en algún momento, al despedirse, decía: “Es una delicia platicar contigo”, y yo reía para mis adentros, y esto se debía a que durante todo el tiempo de la conversación permanecía callada, sólo escuchando sus palabras con atención, no creas que platicar contigo es venganza de ese episodio, de ninguna manera.
Mi olvido moribundo galopa por las hojas en blanco antes de convertirse en cartas, extasiándome en lo sublime, logrando un equilibrio casi invicto. Tengo una hipótesis de que el sueño y la vigilia que me acompañan son los efectos especiales de mi catarsis, algunas veces escucho arrastrarse entre las tinieblas a las hijas fugitivas del árbol, quienes escapan con el galán que les ha susurrado al oído y que ha turbado el rumor de estas frágiles doncellas, otras veces las gotas de lluvia dejándose morir en los ventanales, en fin mujeres, y mis demonios, no mueren del todo, pero al menos parecen más desfallecidos que de costumbre.
Lo anodino se asoma irremediablemente en el mundo de nosotras…las Evas, nos contoneamos temerosamente entre las sombras, mudas testigos del escarnio, figuras misteriosas que vagan en el limbo construido, versátiles; sin ningún alarde, sin actitud desafiante, tan sólo somos lo que somos e intentamos cambiar aunque con nulos resultados, somos simple y llanamente seres mortales, nimias, ordinarias, seres que hacen de sus hábitos costumbres recalcitrantes.
Por ello, me resulta más tolerable este preludio del reconocimiento de mi mortalidad, ráfagas de voces embravecidas en un mar desenvolviéndose se desatan en los sueños arbitrarios inmersos en esta constante vigilia en la noche inerte, impregno nostálgicamente el espesor de sollozos sofocantes, para alejarme finalmente de la incertidumbre, de la desazón, y cuando tengo suerte liberarme de ella al compartir contigo todo lo que siento, todo lo que contengo en mi yo interior, ¡soy feliz!
¿Escuchas el agua?, sí retumba lejos, buscando el rumbo, no tiene brújula pero llega sorprendentemente a su destino siguiendo solamente la medusa estelar que observa fijamente desde las alturas insospechadas, yo, yo no tengo brújula, al menos no una que me oriente de manera precisa y certera el camino a la felicidad, aún no encuentro un indicio, si acaso alguna que otra huella que se desvanece en el aire, pero te tengo a ti que en cierto modo me ayudas a dirigir mis pasos.
A veces pienso que las mujeres de antes pensaban en los peligrosos tiempos que les había tocado vivir, pero eran en grado sumo inocentes, defendiéndose únicamente con las únicas armaduras disponibles para ellas: el orden, la compostura y el secreto, siempre el eterno secreto guardado en un cofre vacío, para entonces estar a salvo, no sabían de los saltos cuánticos, de las nuevas dimensiones de peligros que rondan en la actualidad, tal vez no sabrían cómo actuar ante tanta ingratitud, y la moda que dictan los conocedores, ¿Cómo estar ad hoc y no morir en el intento?, creo que ni el viejo manual de usos y costumbres las salvaría de tan cruentos embates.
Divina conciencia…Creadora sagaz, estimulante apetito, sempiterna voz, omnipresente dimensión, que vas poblando las márgenes con el fuego sagrado y la agilidad de una pluma, escudriñando esos rincones donde las sombras se pudren, e incrédulas se arrastran a la velocidad de la noche en una pluma descalza; ya sabes quisiera de nuevo a esa voz chillona, pertinaz devoradora en las andanzas de los hombres y las mujeres.
Espero la respuesta de esta conciencia, pero últimamente me hablas tímidamente, mientras la temblorosa conversación dura; la luz es fiel, cíclica y siempre vuelve para que se retracten las sombras al menos por unos minutos, la memoria de la Eva primigenia prevalece en lo femenino, y no es indiferente, atónita suplica y ulula lentamente; para después humear y desvanecerse en tazas de café servidas, simples tazas quebradizas, que llenan conciencias mancilladas que se distraen tras unos anacrónicos dedos que tamborilean sobre las mesas su impaciencia, siendo sólo las paredes testigos irreverentes de su destino tejido por otros dedos, los dedos de “los otros”.
Evas mi querido reflejo, siempre dueñas y señoras de las palabras, de los actos, de las consignas, astutas damas poseedoras de la sabiduría que engendran en el sueño, que nos enredan en redes somnolientas y nos hacen vislumbrar simulacros de sabores neutros, de insatisfacción, siempre con esa mirada que intenta despojarse un poco de prejuicios morales, psicológicos y estéticos, penetrando, desentrañando e interpretando el rostro detrás de la máscara, del presente perpetuo, mensajero y esclavo fugaz de la eternidad.
Evas que me acompañan a mí la otra Eva, sumergida en esta soledad de párpados tímidos, poseedora de ojos marchitos, confidente de este espíritu inmortal que destila la humedad de un licor extraído de un viñedo eterno; la imaginación todo resucita cual si fuese un hada va esparciendo el polvo de ensueño en jardines lejanos, sin mengua utiliza adjetivos neutros, huidizos, elogios que se difuminan a la luz del nuevo día, disipa las tinieblas, equilibrando los giros de la incertidumbre, mi incertidumbre.
Gracias a mi hábil memoria, tejedora de sueños, puedo hilvanar entre los telares las cartas, esbozando desafiante los temores de la inconsciencia, para dilucidar una fantasmagórica realidad que se contonea en las encrucijadas de las tinieblas, iluminadas por el círculo despeinado que audazmente se atreve a vislumbrar los horrores extravagantes mezclados en el día a día; pero a veces actúo como la fiel Penélope, describiendo fielmente las múltiples realidades a veces juzgándolas, otras veces omitiéndolo, más tarde deshilvano las palabras fugaces, lívidas, evasivas, incluso me desdigo de mis pensamientos, me contradigo, ¿En fin mujer verdad?
Hago una genuflexión antes de concluir estas frases en la búsqueda incesante de tu ser, soy un monstruo profano, tal vez yo soy uno que se encarna y se disuelve en la actualidad, me despido de ti con el remordimiento de haber omitido algunas partes; las palabras han cesado su diálogo, las sombras constriñen mi entendimiento y por último sólo diré que el hombre se mueve tras unas manecillas que no mienten queriendo escapar de los dedos esclavos que tejen sus destinos, como cirios y antorchas abatidas me diluyó contigo en las tinieblas por un instante, para después continuar en una sociedad que nos sigue endilgando una manera de ser.
Tu impaciente y contradictoria Eva.