Querido amigo, sabes, no entiendo los cambios que estoy sufriendo, me siento confundida, diminuta, tapizada de soledad, las horas pasan agudamente, me empiezo a preguntar: ¿Quién soy? ¿Por qué estoy viva? ¿Qué habrá después de la muerte? ¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Me estaré volviendo loca? El remolino de preguntas se cuela sobre mí, me atormentan y hacen que me dé una intensa migraña, a veces las imágenes se presentan borrosas u otras veces tan nítidas visitan a mi mente, incluso puedo ver la muerte de las masas y esto último me da náuseas.
La pregunta que más me intriga es acerca de la eternidad. ¿Qué es la eternidad? Un tiempo que no se agota, un círculo de luz, un ciclo continuo en el que el alma está viva para siempre en la luz, en el paraíso, en el más allá, ve tú a saber cuántos nombres más le ha dado el hombre a ese lugar de paz y remanso para el alma, el paraíso perdido del cual fuiste expulsado por tus acciones y las de tu fiel compañera Eva. ¡Ojalá, pudieras describirme la eternidad! ¡Qué gran idea!
¡Qué cansado es estar pensando esto!, mis neuronas no paran de hacerse cuestionamientos, quiero amortiguar el sonido de esa voz interior, golpearla con fuerza descomunal y noquearla para que súbitamente se apague, tener un interruptor que apague la energía que le da vitalidad a esa sirena interior que me atrapa y surca mi memoria.
Me escondo y escribo estas líneas en mi cuarto de color de rosa, lleno de naderías que de alguna manera me dicen soy una mujer, además lo confirma a los demás, con todos los adornos y cursilerías de las cuales invadimos todos los rincones; no es que me esconda porque alguien me esté persiguiendo, lo hago para tener mi espacio, para ordenar esta maraña de ideas que son mías, y dejar huella de lo que pienso en estos momentos de mi vida.
El hastío me raspa, deja huella en mí como esas mesas de centro en las que no puedes poner un vaso de agua o una húmeda taza de café porque dejan marcados esos círculos en el barniz, y es dificilísimo tratar de hacer algo para eliminarlas; o cómo esas ollas que se caen en la cocina y quedan despostilladas así, así sencillamente es el hastío que me aniquila un poco, sacrificada entre la prohibición de los apetitos y la gracia de lo permitido
Oprimida, entre el pie de la obediencia, la tozudez de la hipocresía y la haragana insatisfacción, ¡Verdaderamente no sé qué hacer! En serio. Por un lado me gusta ser mujer, pero por otro no tanto, algunas de las razones que podría darte son las siguientes: Los hombres no tienen que preocuparse por lucir bien, o por estar combinados en su ropa a la perfección, tampoco tienen que atender la aparición de las arrugas, incluso creo que entre más defectos tienen más atractivos se vuelven, bueno al menos eso creo, pero es una máxima que sólo ocurre en mí, en Eva María.
Tampoco tienen que cuidarse de no abrir las piernas con la falda puesta o que el aire indiscreto levante su vestido, de perder la virginidad, o quedarse callados cuando tienen el deseo de decir algo, aunque sea groserías, por el contrario las mujeres hemos sido educadas para quedarnos calladas cuando el hombre que amamos nos grita, como lo hacía mi padre en algunas ocasiones, su voz resonaba como un relámpago; somos como una sombra adherida a su dueño irremediablemente, la cínica obediencia de siempre nos hace entregarnos como víctimas propiciatorias en el altar de la vida.
Tengo que rememorar esto aunque me duela, contarte a ti lo que pasaba en ese entonces, para que puedas entenderme. Cuando algo le salía mal en su trabajo, se embriagaba y se desquitaba con mi madre, quien se quedaba petrificada, esperando una tunda de golpes e improperios, ahogaba su voz para que los vecinos no se dieran cuenta de las golpizas que recibía, aunque creo que se lo imaginaban; ¡Infelices cobardes que se dan cuenta de todo y no dicen nada!, lo toman como lo más natural del mundo, mi madre lloraba, se lamenta en silencio, y yo arrinconada escucho la escena que se repite una y otra vez.
No sé qué les pasa a los hombres ¿Por qué tratan tan mal a las mujeres? He ido con mis amigas a varias bodas, y hay todo un discurso de respeto mutuo, hasta que la muerte los separe, creo que esa muerte llega a la vida de muchas Evas antes de tiempo, antes de que sus cuerpos físicos sean corrompidos por la putrefacción. Mueren los sueños de las mujeres, sus esperanzas, su fe en el hombre que una vez eligieron como esposo, su libertad también fallece junto con otros cuerpos etéreos del subconsciente femenino.
Todo lo que te he dicho separa al hombre y a la mujer, pero lo peor es la brutalidad, una característica de los instintos animales que prevalecen en el inconsciente de la mente humana, la brutalidad emerge y ataca a su inquilino, para expresarse con las más profundas bajezas para otro ser humano, regularmente los más débiles, esto es triste pero es la verdad, el instinto primitivo prevalece sin importar los siglos de avances y de educación recibida.
Mi madre se afanaba todo el día en limpiar la casa, atenderlo como dueño y señor, incluso casi adivinar su pensamiento, cual si fuese una sibila, además de ello era una esclava para atender sus caprichos, ir a hacer las compras, cuidar el jardín, estar al pendiente de los abuelos, del perro e incluso de los vecinos para llevarles algún presente, zurcir calcetines, planchar toda la ropa, preparar la comida y tantas otras cosas sin demostrar fatiga o cansancio, además se aseguraba de hacerlo sin perder la compostura y el decoro como buena ama de casa.
Todo esto lo he aprendido a lo largo de mi vida, más aún he aprendido a tragarme mi orgullo y no decir nada a mi padre cuando se vuelve un ser monstruoso que golpea a mamá, razones no hay, al menos no válidas o evidentes, un millar de pretextos se despertarán para revestir la culpa: El alcohol, los problemas laborales, la falta de dinero, la depresión, etc. Es un aprendizaje, que más valiera nunca haber conocido, pero ya vez, soy una partícula de polvo en el universo y no puedo evadirme de mi realidad.
He visto como la martiriza, golpeándola contra el suelo, abofeteándola hasta sangrar por la nariz y la boca, incluso un día la golpeó con una lámpara de mano, de esas plateadas, ligeras, un arma perfecta para hacer daño a un ser débil, mi madre ha aprendido perfectamente el oficio de mentir, diciéndole a todos que se cayó por la escalera por distraída, sin embargo esquiva la mirada para que una lágrima no asome por sus ojos, o para que la verdad no sea vista en esas ventanas de su alma por el médico.
No digo nada, porque entre más le digo, más parece ofenderse, la última vez con desesperación le dije: ¡Perdónala por favor, perdónala papá! Y contestó: ¡Ella es la que no me perdona!, para continuar ensañándose más sobre mi pobre madre, la dejó como un maniquí herido, maltratado no sólo externamente sino en lo más profundo, en lugares que no se ven pero que se quedan agazapados en el corazón.
El maquillaje si bien puede ayudar a disimular un poco los golpes, pero a veces son tales los moretones que ni la mejor base puede cubrirlos, aun así golpeada, herida en su orgullo, se levanta y continúa realizando sus tareas domésticas, me da coraje el dolor que tenemos que pasar durante muchas noches, viviendo en el aniquilamiento, y en el desconsuelo conformista.
El odio me inunda en esos momentos de aniquilamiento, me gustaría ir corriendo a la cocina y tener un cuchillo con suficiente filo, armarme de valor y fuerza para encajarlo mil veces en el corazón de mi padre sin tener el menor remordimiento, que la oscuridad sea mi cómplice y me abrigue en sus brazos, pero sólo cubro mis oídos para no escuchar la pelea, la discusión que irremediablemente terminará en una atroz tunda a la misma víctima
Me da coraje que mi madre no haga nada por cambiar la situación, me dan ganas de que juntas tomemos una maleta y nos larguemos hasta el fin del mundo, donde no pueda encontrarnos, alejarnos de este infierno que nos consume, en el que nos quemamos vivas por dentro y tener que esbozar una sonrisa por fuera para guardar las apariencias.
Ahora…las furtivas gotas están cayendo en la ventana, alimentadas por un golpeteo constante, eso me recuerda las golpizas que recibe mi madre en este infierno que carcome tus entrañas, este infierno va a apagando el deseo de continuar viviendo, luego regresa a mi mente la visión de la pregunta de la eternidad, ¿Una eternidad en el infierno?, ¡No más! ¡Ya basta! ¿Qué ser tan maligno nos mandaría al infierno nuevamente por los siglos de los siglos?
Es una relación enfermiza, ésta de mis padres, el remordimiento no parece aflorar, más bien desaparece, todos nosotros fingimos amnesia para no enfrentar el problema, la desaprobación silenciosa inunda las paredes de esta casa que me asfixia, miradas angustiadas se cruzan en ciertos momentos, la conciencia parece moribunda, y transitamos como fantasmas deslizándonos parsimoniosamente en la superficie de cada día.
Como fotografías monocromáticas nos petrificamos mi madre y yo, seguimos la corriente, sonreímos empapadas de escalofrío angustiante en esos minutos en que el instinto asesino se apodera del hombre de la casa, nos agazapamos con el corazón tirado en el suelo, me niego a creer que esté pasando y me encierro en mi mundo.
Huele a que está muriendo el día, me despido de ti mi querido Adán, no te abrumes con mis problemas, no me enjuicies, ni enjuicies a mi familia, que tus ojos inquietos no se turben, descansa mi dulce bien, mañana subirá el telón nuevamente y será tiempo de comenzar un nuevo día con los párpados hinchados, pero con la suficiente estupidez para confiar de nuevo.
Tu atormentada Eva.