CARTA 23

Mea culpa

 

Mi querido Adán, dejé tanto tiempo sin escribirte que ya he perdido la cuenta, creo que es junio; me encanta la frescura y olor a tierra mojada que emana en este tiempo, ojalá que esta humedad me refresque el intelecto un poco más y que las lluvias se lleven de mi vida todas las cenizas oscuras de lo malo, me estoy observando contigo, profundizando en mi interior, si cabe decirlo renovando mi energía interior.

 

Soy una ordinaria, creo que ya te lo mencionaba en otra carta, así me decía mi tía abuela, refiriéndose a que hacía cosas que no eran propias de mi edad, o de una mujer; ya vez formas de pensar; ella lo decía de forma altanera, como si con ese tonito me embarrara la boca con jabón o quisiera desvanecer las cosas inapropiadas que realizaba cuando era niña; pienso que las mujeres hemos sido tachadas en todos los tiempos, a veces de una forma y otras con ciertas variaciones, pero al fin de cuentas es hacernos menos, pequeñas, insignificantes, mirruñas, nimiedades.

 

Pero dejemos esto por el momento, viajando por autobús vi que una madre regañaba a su hija, con desesperación la zarandeaba y le daba algunos manazos porque no hacía lo que se le indicaba y me acordé de esa frasecita que te mencionaba “mea culpa”; creo que la madre se equivocaba, no era para tanto; pues los niños todavía no entienden, a veces creo que como padres y madres queremos que esos pequeñitos se comporten como adultos, cuando ni siquiera tienen noción del bien o del mal, o de lo que se espera que hagan socialmente hablando.

 

Esto que te cuento me da la posibilidad de contarte sobre la culpa, ese sentimiento como el óxido va desmenuzando el metal así va minando el alma de una persona cada segundo, cada minuto, cada día; nuestras fibras más sensibles nos aquilatan con el miedo, uno que nos agobia por eso tal vez saldar esa cuenta se convierte en una necesidad casi demencial para dejar a un lado ese contrapeso que es como un ancla para mantenernos varadas en ese estado; saldar esa cuenta tal vez algo tenga que ver con la conciencia que sea toda decisión lógica.

 

Querido Adán, no sé si me entiendes, no sé si sabes o puedes entender ese estado del cual te hablo; podría explicártelo diciendo que tarde a tarde la culpa me acompaña con su ropaje parduzco, inquieta cicatriz asfixiante, presagio desterrado, huésped náufrago que repta sepulcralmente, y se demora en mis anhelos, victimaria sin rostro que me va aniquilando tan lentamente como si fuera una droga narcotizante.

 

En temores viles me incinera placenteramente, me sostengo un segundo, me enajeno y después caigo fatalmente en el vacío, en esa atmósfera dañina, siento un desagradable reflujo que constipa mi interior; conspira entumeciendo todo mi ser y me arrastra a ese torbellino en el cual me recrimino un millón de veces; trato de triturar como homicida mis sentidos que me hicieron ser esclava de la culpa; pero ella es más fuerte que yo, me tiene en un mortero y me pulveriza menudamente, así así siento la culpa, mi culpa, mis culpas, las culpas de mis demonios, bueno ella sólo es uno de los tantos demonios que me acompañan.

 

Hemos sido obligadas y obligados a sentir culpa por la tradición y la cultura, de generación en generación nos hemos sentido poco menos que una partícula de polvo perdida, alejada de la luz, alejada de ese paraíso perdido, culpa por ser diferente, por pensar cosas en contra de lo establecido, por contradecir a la ciencia, por contradecir al libro de los libros, por tener alguna característica que nos haga únicas, por hacer cosas que no son adecuadas, y la lista sería infinita, culpa, culpa, mea culpa.

 

Estoy titubeando un poco no lo dudes, espero que ese maligno estado no se arrastre e intente flagelarme con mi estúpida credulidad, prolongando mi agonía una y otra vez desgarrándome hasta las entrañas, y que así yo pueda murmurar desesperadamente vagando en el limbo pidiendo clemencia sin que nadie me escuche, sucumbir y condenarme a esa indeseable tortura, no hacer nada, dejar de luchar, frustrada hasta los márgenes de la locura.

 

Mi querido Adán, estoy tratando de dejar de sentir esa culpa que me acongoja, es tiempo de dejar de pelear conmigo misma, de atormentarme y dejar de ver el mundo sumido en tinieblas, me siento merecedora de cosas positivas en mi vida, de sueños luminosos, tal vez algo tenga que ver que he empezado a meditar profundamente, a aprender a respirar correctamente, a caminar descalza sobre el barro, parece que está funcionando, al menos un poco.

 

Tu acongojada Eva.

 
Cartas a Adán
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