Mi querido Adán, debo platicar contigo esta noche, debo confesarte uno más de mis infiernos más horribles, no te preocupes, la vida es un paraje donde los vientos soplan en diferentes direcciones, y yo irremediablemente me he dejado arrastrar por la orientación equivocada en muchos momentos de mi vida; soy un ser áspero que intenta disipar sus demonios como una suicida, me reprocho; algunas veces la conciencia parpadea y me hace salir de mi irresponsabilidad.
He intentado abandonar esa ansia desesperada de comer a borbotones, desaparecer, reducirme a la mínima expresión, pero el rugido carroñero que se encuentra en mi interior no me lo permite, me desespero como si la comida fuera a acabarse, trago abruptamente, sin importar la hora vuelo hacia los platillos sin detenerme a pensar que es demasiado, que es asfixiante, una necesidad insatisfecha queriendo ser compensada; caigo en mi propia trampa te lo confieso.
Tal vez es cosa de la soledad, o la depresión temeraria que seca mis labios, sin nada a qué aferrarme lo único que sostiene mi silueta es… mis músculos están tensos, la boca se me seca como te lo decía, la comida parece llenar los huecos, obsesivamente llevo mis manos a la comida, no importa que no combinen los alimentos, en ese episodio de locura me obsesiono, mis manos pegajosas no distinguen forma o sabor alguno; voy a la deriva arrojándome a este vicio insano, vicio liberal, mudo grito del subterráneo del corazón, vicio que me devora en una sentada.
Me asusta esta necesidad egoísta, pero algunas veces soy insensible a la conciencia, o a los retortijones de mi cuerpo, las sensaciones mordazmente me condenan, pero actúo estúpidamente, atravesando las tinieblas, estoy perdiendo la figura como no tienes idea, me siento insignificante, sé que no debo sentirme así, pero titubeo, mi fuerza de voluntad se tambalea apresuradamente, como una maldición silenciosa que me consume.
La fuerza de voluntad me da un adiós contundente; muevo la cabeza intentando negarlo, pero en seguida mis manos y esta ceguera consciente termina por extinguir todas mis fuerzas, no va a ser tan fácil regresar sobre mis pasos, recuperar la figura, la grasa se deposita en un instante en mi cuerpo pero me llevará meses acabar con ella, la ropa no me queda la mayoría de las veces, bueno de esas veces que la irresponsabilidad me marchita.
Comer es un placer, pero creo el placer también debe tener límites ¿No te parece? Sabes me encanta degustar los ingredientes de un platillo, me parece que ya te lo había dicho en una de mis cartas, cuando recuerdo mis atracones siento una testaruda repulsión a esta acción que me atraviesa, me angustio, me siento desdichada por qué no encuentro razones suficientes para dañarme, para quemarme en esta oscuridad, los recuerdos de estos episodios no son nada gratos.
Creo que es uno de los pecados que más nos dañan, un pecado con rostro, nuestro propio rostro, nunca lo había pensado así, pero ahora que soy consciente de que me agredo a mí misma, me parece espantoso, produce un agudo dolor, una sensación que me recorre en mi cuerpo regordete, se marchita mi personalidad, mortecinamente golpeteo mi confianza que se esfuma cuando no me siento yo misma, no voy a decirte que voy a tener unas medidas increíbles, pero al menos no tengo ese sobrepeso que me diluye.
Cuando me veo en otras mujeres es humillante no sentirme tan agraciada como ellas al menos en sus medidas, desvío la mirada cuando veo a una mujer con sobrepeso, me enloquece pensar el millón de episodios que viví en el pasado, es una de las tantas sombras adheridas a mi estructura ósea, en la epidermis y en el sótano de mis pensamientos, estoy conectada a ellos aunque no lo quiera, allí están presentes, siempre presentes…
Estoy tratando de echar fuera de los compartimentos esta obsesión que me habita, dejar de una vez y para siempre este absurdo placer, hasta ahora he logrado ganar la batalla, pero nada está escrito todavía, tendré que seguir luchando como una desquiciada sin ahorrarme ningún día, no quiero exhibirme nunca más, no puedo permitirme desaparecer mi cintura y palidecer en ropa que pareciera hecha para cortinas de ventanales de salones majestuosos.
Me reprocho mi negligencia entre el bullicio, mi voz avergonzada brota en la oscuridad, durante cinco años fue una hierba difícil de arrancar, me encontraba en un callejón sin salida, ahora estoy un poco más despierta; por eso la comida la miro un tanto con desaprobación, mi mente no habitaba en la ignorancia pero mi pendenciera boca era una temeraria en cada acto del sentarme a la mesa para comer, ahora puedo decir que estoy a kilómetros de esta excitación infame; aunque creo que como una bestia siempre está al acecho.
Tú mi querido Adán, eres capaz de pensar lo que mejor te convenga, no necesariamente tendrás que estar de acuerdo conmigo, en todo lo que te platico, aunque como eres un caballero, tal vez prefieras guardar silencio, el tono de cada voz puede estar de acuerdo o no con estas ideas que revolotean en mi mente, gracias de todos modos por escucharme, de permitirme fumar una pila de cigarrillos, y una extraordinaria dosis de ese café tan negro, que estoy dudando de su nombre, por esa negrura que le caracteriza; soy una mujer que cambia de opinión, eso ya lo sabes también.
Me despido de ti apretando esta lucidez, mañana será otra oportunidad para permanecer un poco menos somnolienta, un poco más telepática para comunicarme contigo, en estas misivas silentes que son como una cascada de murmullos, trataré de no agazaparme tanto en la oscuridad, aunque la presencia del miedo aprisione mi mano un poco, me asiré al pulso de la luz, palparé mis latidos y los tuyos hasta que la razón intacta me dé su voz escondida.
Acurrucada en mis pensamientos, me despido de ti, pero otro día, otro día seguiremos nuestra conversación nocturna.
Tu Eva de siempre.