CARTA 28

Equivocaciones

 

Hola mi querido Adán, hoy es tiempo de nuestro diario encuentro, tiempo para compartir ideas, opiniones, algunos episodios pasados de tono, te pido disculpas, la sinceridad transita un poco por mis venas en estos momentos entre café, cigarrillo y discursos anodinos, recuerdos familiares y texturas diversas en nuestros desvelos, ya sabes me dejo llevar por el compás de mi vocecita interior, paladeo con mis sentidos cuerpo, mente y espíritu, agradezco infinitamente tu paciencia para leerme.

 

Trato de desinhibirme contigo, y es un asombro constante expresar las situaciones que me habitan, con esta alimaña de la soledad, ya lo sabes se niega a dejarme, eres mi oportunidad, mi excusa para poder resarcirme de mis pensamientos, hacer puntos sin hilo cruzando los horizontes de mi imaginación, a veces con un mar de nervios, tratando de encontrar las palabras correctas antes de que se me escapen entre los dedos, insensata e ignorante, tratando de dilucidar algunos aspectos de las presas y los depredadores.

 

La noche me mantiene secuestrada, me sublevo pacíficamente sólo con palabras, con estas palabras que te escribo, a veces paso días en silencio, me siento terrible, todo parece grisáceo en algunos días, escuché por allí que nosotras las Evas nos dejamos seducir por la sombría serpiente que repta diciendo que abrirá nuestras pupilas, pero muchas veces se nos cierran, dejamos que nos manipulen “los otros” infringiendo nuestras convicciones, dejando que nos movamos entre amenazas, injurias y calumnias de todos tamaños; repudiadas y ridiculizadas, por algunos que pretenden mostrar una imagen distorsionada de nosotras las mujeres, con M mayúscula.

 

La verdad mis ideas son redundantes, me da un poco de pena decírtelo, pero son como esas puntadas que aprende una de memoria y es difícil sacudirme de algunas ideas, no creas que soy una feminista empedernida, si bien has leído mis cartas sabes que estoy en desacuerdo en algunos aspectos con los hombres, pero las mujeres también cometemos grandes equivocaciones, en este paraíso perdido nadie está exento de equivocarse, a veces sin darnos cuenta tachamos la misma plana.

 

Me aterra decirlo, pero sabes, a mí no me gustaba reconocer que me equivocaba, es más pedir una disculpa no estaba registrado en mi memoria, lo consideraba algo trivial, estaba empedernidamente equivocada pero me negaba a dar mi brazo a torcer, embebida en el zumo del ajenjo y la soberbia, me empecinaba en creer que yo estaba bien en mis apreciaciones y que todo el mundo estaba errado.

 

Ahora me desmiento de mi actitud anterior, e incluso en las cartas que te envío, sabes que mis apreciaciones son muy personales, no creas que quiero que todo el mundo esté de acuerdo conmigo, tengo la posibilidad de decir lo que yo creo, yo una Eva de millones que hay en este mundo; echo a andar la inquietud que me rodea como un halo oscilante.

 

Sabes…en años anteriores había cogido la repugnante manía por hablar de los demás, meterme en donde no me llamaban, dar mi opinión y consejo aunque ni siquiera me era solicitado, era una entrometida; o como dicen en el pueblo una metiche, caía mal pero nadie me lo decía, hablaban a mis espaldas, incluso perdí a algunas de mis amigas por mi propia culpa, por intervenir negativamente en las vidas ajenas, por inventar cosas que comprometían la integridad de otras Evas; las mujeres somos bastante rencorosas, y es difícil que olvidemos un agravio, te lo digo por experiencia; lo lamento como no tienes una idea, la amistad se perdió y entiendo perfectamente su molestia.

 

Es una situación incómoda, pero más penoso es hablar sin fundamento alguno, en mi caso la peor situación es haber actuado como una imbécil, ahora veo las cosas un poco más claras, jamás de los jamases he vuelto a enjuiciar a mis amigas, me limito a escucharlas, a sonreír un poco, ¿Quién en su sano juicio volvería a cometer el mismo error dos veces?

 

Pero las situaciones absurdas no se alejan de nosotros los Adanes y las Evas, o será tal vez que absurdamente nos empeñamos como en otras ocasiones en nadar con terquedad en la estupidez, sabiendo las consecuencias de nuestros actos, no quiero ser felizmente comprendida, más bien quiero expresar este pensamiento que delira inciertamente entre mi huérfana conciencia.

 

Las palabras se mecen en el viento, mis sueños aparcan entre estas líneas, no puedo evitar abrirme ante ti, mi querido anfitrión, me acerco a ti como si fueras mi terapeuta de cabecera, inteligente, refinado, omnipresente compañero de mis días, mis lagunas, mi voz silente mis monólogos contigo no serían lo mismo sin tu presencia.

 

Mientras escribo estas líneas, estoy haciendo limpieza en el clóset de mi recámara. No es algo que me encante, pero necesito hacerlo porque tengo demasiada ropa que realmente ni uso, ni voy a usar nunca, ya sabes esta obsesión de nosotras las mujeres por llenar los clóset y luego utilizar la socorrida excusa: ¡No tengo nada que ponerme! Soy bastante cuidadosa con mis cosas, prácticamente todo está en buenas condiciones, algunas de las prendas están prácticamente nuevas con todo y etiquetas, pero no tengo tiempo de hacer “una venta de garaje”.

 

Así que por supuesto, tendré que regalar estas cosas a algunas de mis amigas; sabes estoy pensando que así como me deshago de estas cosas que acumulo, debo tomar el ejemplo e irme deshaciendo de mis fantasmas, de mis miedos, de mis angustias, estoy casi convencida, lo que pasa es que estas manos inexpertas se sienten incómodas sin la presencia de estos huéspedes insanos; creo que sienten una fuerte dependencia incomprensible, tal vez es algo sentimental, algo así como la mullida almohada blanca de la cual no puedo desprenderme.

 

Yo y mis paradojas, espero que este diálogo contigo tenga algo de cordura, se me está pegando el sueño, me está sedando con su aliento característico, es inobjetable, me estoy enganchando ya en sus brazos, tengo que dormitar; otro día seguiremos conversando mi querido Adán de mis ensueños.

 

Tu arrepentida y somnolienta Eva.

 
Cartas a Adán
titlepage.xhtml
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_000.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_001.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_002.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_003.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_004.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_005.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_006.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_007.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_008.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_009.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_010.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_011.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_012.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_013.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_014.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_015.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_016.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_017.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_018.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_019.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_020.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_021.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_022.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_023.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_024.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_025.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_026.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_027.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_028.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_029.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_030.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_031.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_032.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_033.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_034.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_035.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_036.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_037.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_038.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_039.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_040.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_041.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_042.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_043.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_044.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_045.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_046.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_047.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_048.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_049.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_050.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_051.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_052.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_053.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_054.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_055.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_056.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_057.html
CR!21F5MDWSDH1C3EW94X8PAR88A98E_split_058.html