Me gusta pensar que sí, que soy un poco como esa oruga pendenciera que intenta volar entre el fango, pero sabes las Evas, poseemos esa actitud camaleónica que nos hace ser seres incomprendidos, misericordiosamente perdonamos, adiestradas “por los otros” para estar en el sitio adecuado…en el momento oportuno, y hacer lo que debe hacerse.
Serenas ante los perores embates que puedas imaginar, tan es así que somos capaces de superar las temblorosas dificultades de la monotonía, sincronizadas a la terquedad, sujetas a esos corsés tan femeninos para que como gorriones no nos atrevamos a movernos fuera de las cuatro dolorosas paredes, siempre dispuestas a funcionar a pesar del desastre interno que sigue andando de mes en mes.
Esto último me ocasiona, punzadas, y accidentes absolutamente impropios que son parte de mi indumentaria, más allá de la vanidad femenina que te describo, nuestra materia complemento de los hombres nos hace ser copartícipes de la creación; ¡Bendita maternidad! Gracias a la cual, las fuertes convicciones de antaño son difuminadas como los colores en un figurín de moda, consagradas desde hoy y para siempre a la ignorancia, respondiendo en voz baja a su marido con esa actitud casi infantil, acercándose a sus vástagos de forma obligatoria con esas cursis maneras y apapachos.
Invariablemente podemos ver que los hijos antes del plenilunio caprichosamente han dejado de ser polluelos, la absolución a sus desaires son parte de la cotidianidad, es casi innata esta capacidad que nos recubre civilizadamente, y también es casi innata esa actitud de nuestros hijos para hacernos menos, nos consideran minusválidas, de poca monta, irrisorios figurines imperfectos, pero son matices, sólo matices de la perniciosa lengua de los vástagos que se une a la de “los otros”, para demeritar sus pudorosos consejos, para hacerle saber su lugar a las madres, perpetuando tal vez para siempre la maldición de las Evas, sin ningún atenuante.
Pecado que se agrava con los años, ¿O por los siglos de los siglos? Ni siquiera debería decirlo, haberlo puesto con letras, ya lo vez, esta obstinación ignorante que me acompaña, atuendo reprochable por “los otros”, ¿Quién soy yo para increpar a las madres su devoción cotidiana? Nadie…una ordinaria, una Eva María, sin relaciones conyugales satisfactorias, exagerada mujer menguada en la soledad, ¿Qué puedo saber yo?
Tímida ignorante, trastornada en el clímax de las noches de sus días, caprichosa que justifica su existencia por el mero hábito de la rutina, de infructuoso vientre histérico, que se contenta en la práctica fugaz del trabajo hasta que las suelas de los zapatos revienten, en preparar un café por las noches y soportar la culpa, soportar el vacío, los demonios absurdos que la habitan; en tu compañía, mi querido Adán, voluntaria abstracción a la que me sujeto.
Anulada, desaparezco tras el umbral cada uno de mis días, soy una hereje, deberían quemarme en la hoguera demoniaca, pero el sentido común me dice que no soy la única, existen otras Evas iguales a mí, incluso con un poco más de pecadillos veniales y mortales en su costal si me permites decirlo, pero ¿Quién soy yo para juzgarlas? Melancólicamente las veo a través de mi ventana, dispuestas a entregar sus favores fugazmente al mejor postor ¡Mujeres de poca monta! Se puede escuchar en el silencio, sin palabras, sin culpas. ¿No andarán por allí alguno de esos hijos desdeñosos? No lo sé, tal vez sólo sea una vaga idea.
También ellas, las Evas…se queman un poco en la hoguera de la soledad, la peor soledad es aquella en la que estás rodeada plenamente de gente a la que no le importas, de gente que a ti no te importa, como soñolientas ruinas, caminan con donaire, como intentando practicar la decencia, pasar por apetecibles y anacrónicas damas, poseedoras de la virtud intacta, de la intachable rectitud y la castidad, sin embargo el vocabulario y la actitud ineludiblemente evocará su verdadera esencia.
Una esencia de canela, patchouli y almizcle para engatusar a los parroquianos, el intenso calor hará patentes las delicias del aroma, mientras el receptáculo infructuosamente es libado, palabras equívocas son murmuradas, sonidos ilegibles, y una que otra voluntariosa verdad dicha con indecencias, al final…manoseadas monedas tendrán un significante para quien las recibe y para quienes las otorgan voluntariamente, sin quejas desaforadas, Sino todo lo contrario, el precio…el precio de un pecadillo.
“Los otros” enrollan las conciencias para después, la privada cofradía se reúne, con calidez, con esa ansia de intimidad profana, sofisticadamente encuentran posibilidades de carne y hueso, intereses similares morbosamente después de unos tragos y unos acuerdos triviales atraviesan las desvencijadas puertas, inútilmente se dejan hacer, antes de que la belleza prematura escape dando un portazo.
Ellas, las otras Evas, no pueden soñar con príncipes azules, si alguna vez lo hicieron, la realidad de boca en boca las abofeteó, no pueden darse baños de pureza, aunque a veces lo intentan, son el blanco de los “otros” los que las juzgan pero que a la vez forman parte del espectáculo de la noche, con miradas de arriba abajo son leídas, identificadas, desgranadas, examinadas, cuestionadas, y perdonadas un poco por algunos de sus detractores; Ellas…desinhibidas libres, cómodas, aunque sea sólo apariencia, por alguna razón no me convence del todo, meras impresiones calcadas con papel carbón para atender a la virilidad, para vencer las distancias y hacerse cómplices un instante, sólo un instante…sólo uno más…
Intimidamos con la aspereza de la lengua minuciosamente, así somos las mujeres, así somos las Evas, pero los hombres no se quedan atrás, tanto los unos como los otros torturamos como en un molcajete los tropiezos de “los otros”, cuando no somos las víctimas somos las victimarias, enardecidas buscamos tal vez un poco de venganza de las anteriores ocasiones, es tentadora esta forma de aniquilar lentamente, pensando en una suerte de purificación simbólica.
Mi memoria retorna, ya vez como es de andariega, como es de perdediza, creo que el café tenía algo raro hoy, habrá sido el poquitín de tequila que le agregué, pero si sólo fueron unas delirantes gotas, en fin el sueño está mermando mi entendimiento, es hora de despedirnos, por lo pronto, tengo ese dolor que no me abandona, ¿Tienes idea de qué se trata?
Tu frenética Eva.