Capítulo 103

- No ha ido bien -le cuento a Serena mi lastimosa historia cuando regreso a casa.

Mi hermana enciende el hervidor y emite los sonidos tranquilizadores apropiados mientras me prepara una infusión de manzanilla. Me quito los zapatos y disfruto del dolor de los azulejos fríos en contacto con los pies descalzos.

- Hoy en día todas las empresas quieren que te dejes la piel para ganarte tu sueldo -me recuerda.

- No me importa dejarme la piel en el trabajo, pero me molesta mucho que me toquen el culo. Eso, definitivamente, es algo más que piel -nos reímos las dos-. Aquel tipo ni siquiera era mínimamente atractivo.

Ésta iba a ser mi gran oportunidad de volver a la televisión de vanguardia como responsable de un montón de programas de arte con mucha audiencia para la pequeña pantalla. No imaginaba trabajar para un megalomaníaco que apenas ha pasado la adolescencia o producir programas que no harían trabajar siquiera a las neuronas de una ameba.

- Tengo malas noticias para ti -dice-. Creo que Hamish se ha comido alguna de tus bragas.

Suspiro.

- Esa es la menor de mis preocupaciones.

- Le pillé en tu cajón de ropa interior -prosigue-. Parecía muy avergonzado y juraría que vi alguna puntilla blanca desaparecer en su garganta.

- Parece que mi perro se está recuperando -atraigo hacia mí la taza de manzanilla y la sostengo entre las manos. Más vale que estas hierbas sean fuertes si tienen que ser capaces de relajarme-. ¿Han sido buenos los niños?

- Unos ángeles -me dice. Luego me mira con tristeza-. Merecen algo mejor que esto.

- Lo sé -dejo escapar una exhalación temblorosa y estresada-. Estoy en ello, de veras.

- Si hay algo que pueda hacer para ayudar -mi hermana me pone el brazo sobre los hombros y aprieta-, no tienes más que pedirlo.

En ese momento suena el timbre de la puerta y se me encoge el corazón porque a estas horas de la noche la llamada no puede ser para nada bueno.

- ¿Y ahora qué? -digo y camino pesadamente hacia la puerta.

Hamish empieza a ladrar como un loco.

- Shhh -le digo con el dedo en los labios. Emite un gruñido bajo y le empujo hacia el salón y cierro la puerta detrás de él.

Una mujer está de pie en el desnudo descansillo. Es una china menuda, y muy educada.

- Vivo en el piso de arriba -me dice mientras señala hacia arriba.

No he conocido aún a ninguno de mis vecinos de bloque, cosa muy típica de Londres. Puede que pasen otros cinco años antes de que empecemos a saludarnos con gestos.

- Lamento mucho molestarla -dice-, pero tengo que decírselo.

Soy toda oídos, pero creo que sé lo que viene ahora.

- Su perro se pasa el día aullando -prosigue, con aspecto de estar incómoda por tener que sacar el tema a colación-. Soy enfermera y trabajo en el turno de noche, así que durante el día necesito dormir.

No puedo negar a Hamish ahora, ¿a que no?, ahora que acaba de interpretar su parte favorita.

- Lo siento mucho de veras -le digo y es cierto.

- No creo que se puedan tener perros en este edificio. A mí no me importa, porque me gustan los animales, pero no creo que los otros vecinos vayan a ser tan amables ya que el perro es muy ruidoso.

Sí, Hamish es así.

- Le pido disculpas de todo corazón. Trataré de mantenerlo callado. Estaremos aquí muy poco tiempo -le explico-. Nos habremos ido antes de que se dé cuenta.

- Gracias -dice-. Sé que se hará cargo de la situación.

Cierro la puerta y me apoyo contra ella. ¿Qué puedo hacer? ¿Ponerle una mordaza? ¿Poner la televisión tan alta que sólo se oiga A la caza de la ganga, 60 minutos para cambiar tu casa y Un lugar bajo el sol en lugar de a mi perro? También me entristece saber que Hamish está nervioso cuando estamos fuera. Está tan acostumbrado a tenernos a todos alrededor que esto debe de resultar muy solitario para él. Por eso se alegró exageradamente de ver a Guy la semana pasada. Y no fue el único. También me preocupa Milly Molly Mandy. No ha salido para nada del piso desde que llegamos, porque me aterra que corra por una carretera llena de coches o que se escape y no regrese. Parece aletargada y en absoluto interesada en sus modestos alrededores, y con su tendencia a destripar animales está claro que no está destinada a ser el típico gato casero. Y lo que más me preocupa son los niños. Para empezar, no se han adaptado bien al colegio, aunque sé que aún es pronto. Además, están más pálidos y menos robustos y el color del campo les ha desaparecido de las mejillas.

Regreso a la cocina.

- Parece que has visto un fantasma -me dice Serena.

- Mi vecina se ha quejado de Hamish -le digo a mi hermana.

- ¿No tienen nada mejor de lo que preocuparse?

- Tienen razón, supongo -digo, cansada-. Está prohibido tener mascotas.

Serena se acerca y me rodea con los brazos.

- Se arreglará -dice-. Te lo prometo. Todo se va a solucionar.

Pero no estoy segura de creerla.

El sueño de Jeremy
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