Capítulo 72
No sé dónde se me ha ido el tiempo, pero las navidades han llegado en un abrir y cerrar de ojos. Es Nochebuena y los niños y yo estamos poniendo el árbol. Alan ha ido a la granja de un amigo suyo y nos ha traído un maravilloso ejemplar de abeto, que ahora mismo ocupa uno de los rincones del salón, y un penetrante olor a pino inunda el lugar. San Steadman también nos ha cortado una enorme pila de troncos para el invierno, así que el fuego está caldeando la habitación y llenándola de un resplandor tibio. Milly Molly Mandy está ovillada frente a él, a una distancia prudencial para estar a salvo de las chispas que pudieran saltar. Parece que hasta los asesinos se toman un descanso en Navidad. Estira las garras y patalea en medio del sueño. Apostaría una libra a que está soñando con despellejar vivo a un ratón desprevenido. La calefacción también está al máximo para evitar la humedad, así que trato de no pensar en la factura del gas resultante y en su lugar disfruto de la lujosa comodidad.
Me echo hacia atrás para admirar el árbol. He de decir que Helmshill Grange nunca ha tenido mejor aspecto y me duele en el corazón pensar así.
Tom cuelga una bolsa de monedas de chocolate en el árbol, haciendo que una de las enormes ramas caiga bajo su peso.
- ¿Puedo tomarme uno ahora, por favor, mamá?
- Separa una bolsa -digo-. Jessica y tú os la podéis comer entre los dos después de la merienda.
De niña me encantaban las resplandecientes bolsas de monedas de chocolate. Siempre han sido mi decoración favorita, un rasgo que les he pasado a mis dos hijos. Aunque no soy muy amiga de la Navidad, me gusta el proceso de decorar el árbol, sacar los adornos de las cajas, quitarles el polvo y descubrir tesoros de los que te habías olvidado en los meses anteriores. Este año estoy haciendo un gran esfuerzo para las fiestas. Aunque tenemos poco dinero, he consentido a los niños, ya que han pasado una época muy difícil y quiero recompensarles por lo bien que lo han llevado. Una montaña de regalos envueltos en alegres colores espera para ser colocada debajo del árbol en cuanto hayamos terminado nuestro trabajo manual. Hay una X-Box para Tom, y para Jessica una cantidad excesiva de accesorios para las muñecas Bratz, completamente carentes de gusto, que estoy segura de que le encantarán. Además, hay ropa, chocolates, y chuminadas metidas en los calcetines para que sonrían.
Hay un regalo enorme para los dos de parte de Alan que sólo yo sé lo que es. Dios lo bendiga, me contó confidencialmente que había hecho un trineo de madera para ellos. Es una verdadera obra de arte, con sus nombres tallados meticulosamente en cada uno de los lados. Nunca han tenido un trineo y estoy segura de que les va a encantar. Miro por las puertaventanas y veo que la nieve sigue cayendo con fuerza, cubriendo el suelo de una fina y suave sábana blanca. No recuerdo cuándo vi por última vez una nevada como ésta. No creo que los niños la hayan visto nunca. Hace años que en Londres no tenemos más que unos cuantos copos y ahora realmente parece mágico ahí fuera. Detesto admitirlo, especialmente en esta fase tardía, pero una parte de mí va a echar mucho de menos este sitio.
Compruebo la hora. Esta noche todos vamos a la misa familiar de la tarde en Saint Mary. Alan viene con nosotros y también Guy y ambos serán nuestros invitados para la comida de Navidad de mañana. Será raro celebrar la Navidad sin Jem; era su época del año favorita. Le encantaba todo, desde adornar el árbol y encender el pudín, hasta nuestro paseo tradicional durante el día después de Navidad, pero tendremos que hacer lo que podamos. Mi hermana, Serena, llegó justo antes que la nieve, también cargada de regalos para los chicos. Ahora está en la planta de arriba dándose una ducha caliente y tomando una copa de vino tinto que he rescatado de la bodega de Jem para revivirla.
- Más vale que nos movamos -digo a los niños-. No queremos llegar tarde -lo que quiero decir es que no queremos un asiento en la parte de atrás cerca de la puerta por la que entra el aire gélido-. ¿Estamos listos?
Los dos asienten y vienen junto a mí. Deslizo los brazos alrededor de ellos y los atraigo hacia mí. En momentos como éste es cuando más echo de menos a mi marido. Poco a poco uno va quitando los mojones: primeras navidades sin él, después pronto será nuestro aniversario, el cumpleaños de Jem, mi cumpleaños, los cumpleaños de los niños, quizá unas vacaciones solos y finalmente, de algún modo, nos las habremos apañado para sobrevivir un año entero sin él. Cada vez que lo pienso se me forma un nudo en la garganta, así que tenemos que salir de aquí antes de que llore.
Escoltando a los niños a través de la cocina, hago que empiecen el largo proceso de ponerse las bota, los abrigos y gorros.
- Serena -grito-, tenemos que irnos.
Echo un vistazo a Hamish que está atado en el lavadero. Hubiera sido imposible decorar el árbol con esta maldición al lado. Sigue vivo, pero quejándose en voz alta de tan inhumano tratamiento. Le hago la carantoña de rigor y después vuelvo a poner la silla contra el picaporte para que no pueda escaparse. Gime de forma aún más abyecta al otro lado de la puerta.
El pavo, fresco y procedente de la granja Tunliffe, cortesía de Guy, está sobre el quemador de la cocina. Lo he asado hoy en el horno de hierro (que por fin domino, justo ahora que volveré a usar un horno eléctrico normal) para que podamos tomar unos sándwiches de pavo después de la misa de gallo, otra tradición familiar que fue idea de Jem. Además, no había espacio en la nevera para que languideciera allí el pavo hasta mañana, ya que es un bicho enorme y las bandejas están repletas de comida para las fiestas y vencidas bajo su peso. Hace media hora lo saqué del horno y ahora está muy bien tapado, cubierto con papel de aluminio. Por un instante me planteo darle un poco a Hamish para aplacarlo, pero decido que eso sólo lo estimularía.
Me pongo las botas y el abrigo, lista para enfrentarme a los elementos. Juraría que en Londres tampoco hizo tanto frío nunca. Aparece Serena, que consigue parecer chic incluso con su atuendo polar. Lleva unas botas, pantalones marrones y una chaqueta forrada de color hueso con una capucha recubierta de piel de color chocolate. Yo también he intentado ponerme de punta en blanco y llevo mis pantalones negros Joseph, un jersey de cachemir rojo y un abrigo negro grande que en Londres apenas usaba pero que durante las últimas semanas me he puesto mucho.
- No tardaremos -grito al perro por encima del hombro-. Intenta ser bueno, Hamish.
Salimos todos a la nieve y cierro la puerta detrás de mí.
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