Capítulo 81
Estoy sentada en la cama entre mis hijos, con Tom acurrucado bajo un brazo y Jessica bajo el otro.
- No debéis hacerlo nunca más -les digo mientras acaricio el pelo de Jessica-. Mamá estaba muy preocupada por vosotros.
- Creíamos que ibas a hacer daño a Hamish -dijo Tom entre lágrimas-. No queríamos que lo hicieras.
- Lo siento mucho -estrecho a mi hijo-; estaba tan enfadada con él, que perdí los estribos. No volveré a hacerlo porque quiero a Hamish -¿realmente acabo de decirlo? Sí, lo he hecho, y lo pienso. Puede que nuestra vida sea mucho más tranquila sin Hamish, pero de repente eso no parece una perspectiva atractiva. Ha traído mucha diversión, tan necesaria, a la vida de los niños cuando realmente les hacía falta-. No quiero que le pase nada malo -qué cierto es eso en este momento. Me preocupa mucho que Guy y Alan no consigan sacar a Hamish de esa garganta traicionera a tiempo y me aterroriza pensar que los niños también podían haber caído ahí. Si nos quedáramos aquí tendría que asegurarme de que los niños lo sepan todo sobre las normas de seguridad en las actividades al aire libre. Sin embargo, volvemos a Londres, y allí tienen más probabilidades de que les atropelle un autobús o de que los atraquen. Eso tampoco parece una perspectiva muy halagüeña.
- Aquí están -grita mi hermana desde el piso de abajo-. Traen a Hamish.
Salgo disparada de la cama, seguida de cerca por Tom y Jessica, maravillándome de lo rápidamente que se recuperan tras un chocolate caliente y muchas tostadas.
- Tenéis que descansar.
- Tenemos que ver a Hamish -dice Tom con firmeza-. Él nos salvó.
- De acuerdo -me ablando-. Pero tenéis que abrigaros bien y volver directamente a la cama después.
Volamos escaleras abajo y nos vestimos en la cocina, los niños se ponen capa tras capa sobre los pijamas bajo la atenta mirada de Serena. Estamos listos y fuera justo a tiempo para ver a Guy y Alan arrastrando el peso muerto de Hamish hacia el patio. Como es un perro estúpido todavía intenta ladrar y mover el rabo.
- Oh, Hamish -grita Jessica y corre hacia él.
Guy y Alan se detienen donde están y se secan el sudor de la frente.
- Un duro trabajo -jadea Guy.
Mis niños se agachan en la nieve junto al perro, alborotándole y dándole palmaditas.
- ¿Cómo está? -pregunto tranquilamente a Guy.
- No muy bien -admite-; pero es un luchador. Deberíamos llevarlo de inmediato a la clínica. Alan viene conmigo.
Alargo el brazo y le toco el brazo a Guy.
- Regresad en cuanto podáis.
- Lo haremos -dice.
- Os prepararé la mejor tortilla de fiesta que jamás hayáis comido -y sé que a este hombre amable y fuerte le debo mucho más, pero no puedo decirlo ahora o lloraré de nuevo.
Se ríe.
- Te tomo la palabra.
- Niños -llamo a Tom y Jessica-. Ahora dejad que Guy se lleve a Hamish. Tiene que curarle la pata rota.
- Por favor, ten cuidado con él -ruega Tom mientras le da al perro un último y amoroso achuchón.
- Lo haré -le asegura Guy.
- No podríamos vivir sin él -añade Jessica.
Eso es muy cierto. Si Hamish sobrevive -y ruego porque así sea- parece que vendrá con nosotros después de todo.
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