Capítulo 2

Horas después, camino por la habitación del hospital todavía en estado de shock. De repente oigo un ruido proveniente de la cama que está a mis espaldas y al darme la vuelta veo que mi marido se ha movido. Cuando le miro es mi corazón el que se contrae. Parece un muñeco de nieve, con los ojos como carbones negros que me miran desde una cara demasiado blanca. Este hombre, que ha sido siempre tan fuerte y vigoroso, parece ahora frágil como un gatito. No consigo hacerme a la idea de verle así. Sencillamente no encaja.

Me acerco a la cama y le aprieto la mano, atenta a los tubos que se introducen por la parte posterior. Tiene el pecho descubierto, la bata de hospital abierta y está conectado a un monitor que ahora, gracias a Dios, da pitidos con regularidad.

- Me has dado un buen susto, chaval.

- Yo también me asusté -admite Jeremy. Tiene los labios secos, y como un acto reflejo, humedezco los míos-. Pensé que La Parca llamaba a mi puerta.

- Lo sé -por un momento yo también lo pensé.

Jeremy cierra los ojos otra vez, brevemente.

- Nosotros los Ashurst somos famosos por ser delicados de corazón, Amy -intenta reírse-. Sin embargo, nunca pensé que el mío fuera a darme problemas. Creía que era como una piedra.

- Puede que no se trate del corazón. Los médicos dicen que van a hacerte pruebas de todo tipo para ver cuál fue la causa -a mi marido lo trasladaron al hospital a toda prisa y le hicieron un diagnóstico provisional. Nos han dicho que Jem no tuvo un infarto y que fue un fuerte dolor lo que provocó la pérdida de conocimiento. Pero aún no saben la causa de ese dolor.

- Te quedarás en el hospital unos cuantos días, pero ya estás fuera de peligro -le digo mientras le acaricio el pelo.

- El especialista me preguntó si tenía estrés.

Los dos nos reímos con cansancio. Trabajamos en la televisión y hacemos malabares con dos carreras, dos niños y una casa enorme. Claro que Jim tiene estrés; los dos lo tenemos.

- ¿Has llamado a casa? -pregunta mi marido.

- He llamado a Maya -Maya es nuestra niñera búlgara. Lleva con nosotros cuatro años y francamente no sé qué haría sin ella; mi vida se vendría abajo en cinco minutos. No sólo es fantástica con los niños, sino que además cocina, limpia, hace la compra, se pelea con los vendedores a domicilio por nosotros y en general se asegura de que nuestras vidas rueden como una maquinaria bien engrasada. A cambio, le pagamos un pastón, le dejamos que conduzca un Audi de primera categoría y le rogamos constantemente que no encuentre a un buen hombre, se vaya a vivir con él y tenga sus propios hijos-. Le he pedido que no diga nada a los niños. Que ya se lo contaré yo cuando llegue a casa.

- Hoy no vas a ir a trabajar, ¿verdad?

Levanto las cejas.

- He hablado con Gav -Gavin Morrison es mi jefe, un hombre de la British Televisión Company por los cuatro costados. Su lema, como la canción, es que pase lo que pase en tu vida personal el espectáculo debe continuar. No dejaría que una minucia como la sospecha de un ataque al corazón se interpusiera en el camino de su guerra de cifras de audiencia. Para su radar mental los empleados enfermos simplemente no existen-. Les he llamado para decir lo que había pasado y que yo volvería al trabajo mañana si no pasaba nada. Hoy grabamos tres programas seguidos. Gav me ha rogado que me acerque al menos para controlar que todo va bien.

- ¿No puede encargarse otra persona?

Me encojo de hombros.

- Ya sabes cómo es la cosa. Siempre estamos desbordados.

Jem se muestra de acuerdo.

- Lo sé perfectamente.

- Tengo tantas cosas que hacer.

- Eso no es nada nuevo.

- No.

El presentador de Concurso de deportes es un futbolista retirado que ahora dirige un hotel con licencia de pesca en Escocia, así que tenemos que aprovechar las pocas veces que se digna salir de su enorme casa de campo y bajar a Londres para grabar el programa. Es todo un profesional y da gusto trabajar con él, pero hacerlo implica un día de trabajo enloquecido para toda la gente involucrada, incluida yo.

- Pareces exhausta -dice mi marido-. Para ti también ha sido un shock. ¿Por qué no te vas a casa y descansas? Diles que se las apañen sin ti por hoy.

¿Qué se las apañen? Jem está irreconocible.

- O, si no, podrías meterte en la cama conmigo, -sugiere.

- Tan malo no estarás cuando andas proponiendo esas cosas -le digo en broma, con una sonrisa.

- Estaba haciéndome el valiente -confiesa dejando escapar una exhalación.

La idea de ir a casa y poner los pies en alto un par de horas es muy tentadora pero cómo iba a dejar a Jem así. Realmente estoy destrozada, indecisa y temblorosa.

Mi teléfono vuelve a sonar y me apresuro a cogerlo antes de que la enfermera lo oiga, ya que aquí no debería usarlo. Es mi jefe otra vez.

- Una hora -implora-. Ven siquiera una hora.

Si hay un día en el que no puedo dejar de ir a trabajar, es hoy. Me muerdo el labio. Sé lo agobiados que estarán los de mi equipo sin mí.

- Haré lo que pueda -digo- pero no puedo prometer nada -Gavin tendrá que conformarse con eso. Cuelgo.

Jeremy me pilla mirando el reloj.

- Vete -dice con voz entrecortada-. Ve y págale a nuestra vieja empresa tu cuota diaria de sudor. Sabes que Gavin no te dejará en paz hasta que lo hagas.

Me debato entre la preocupación por mi marido y la preocupación por la docena de personas que tengo a mi cargo. Esta mañana llamé a mi asistente Jocelyn inmediatamente para contarle lo ocurrido y ella estará defendiendo el fuerte. Es estupenda; pero ella no es yo. Me disgustaría que algo saliera mal mientras estoy fuera. Y además, mi jefe no me habría llamado si no estuviera también preocupado. Miro el reloj otra vez. Si me doy prisa, podría llegar justo a tiempo para la primera grabación.

- No quiero dejarte.

- Aquí no puedes hacer nada -señala los tubos y cables que tiene en el pecho. Conoce la presión que hay en mi trabajo, dado que es el mismo que el suyo-. Voy a dormirme otra vez. Estoy muy cansado -le oigo decir con voz entrecortada.

Apoyo la cabeza en su hombro.

- Detesto verte así. Tras unos días de revisiones y pinchazos volverás a estar como una rosa, ya verás.

Me mira con cara de desolación.

- ¿Y si no lo estoy?

Me río un poco de él.

- Lo estarás; claro que sí. Eres la persona más en forma que conozco. Sólo es un bache. Nada más -le acaricio la mejilla con un dedo; él me agarra la mano y la aprieta-. Te pondrás bien. La semana que viene estarás de vuelta en el trabajo, aterrorizando a esos jóvenes con talento cuyo futuro profesional tienes en la palma de la mano -bromeo.

Jem dirige brevemente la mirada hacia el techo y me doy cuenta de que tiene lágrimas en los ojos, algo muy impropio de él.

- Cierra los ojos, cariño y duerme un poco. Cuanto más descanses, mejor -me siento fatal por hacer esto, pero tengo que pasarme por el estudio. Sólo un par de horas y enseguida regreso-. He llamado a la oficina por ti y todo está bajo control.

- Tenía prevista una cena para esta noche con Marty Moran -el nuevo descubrimiento de la escena cómica-; ¿puedes ocuparte de que la pasen a la semana que viene?

Asiento con la cabeza.

- ¿Puedo hacer algo más por ti?

Jem coge mi mano y la besa.

- Sólo seguir queriéndome -dice.

- Siempre -le aseguro.

Cierra los ojos y espero hasta que su respiración se calma y se queda dormido. Luego, tras comprobar por última vez en su monitor que los pitidos son regulares y sintiéndome tan culpable como el demonio, me escabullo.

El sueño de Jeremy
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