Capítulo 66

Alan Steadman lleva con nosotros algo más de una semana y mis animales, establo y casa ya son irreconocibles. El patio se rastrilla a diario, hasta el punto que parece el tipo de patio que tienen en las películas históricas de la televisión de los domingos por la noche. Las cabras, ovejas y gallinas parecen más felices, más saludables y más resplandecientes desde que Alan llegó. Los pollos tienen luz artificial dentro del gallinero, lo que las mantiene tendidas vigorosamente en lugar de dormitando todo el día. Pork Chop se ha adaptado bien y no parece que le moleste demasiado que Hamish, que adora al cerdito, trate de montarle con tediosa periodicidad.

Me han lavado las ventanas por dentro y por fuera, la puerta del jardín tiene ahora dos goznes, la valla tiene todos los listones reparados, el seto y la hierba están cortados. Sorprendentemente no hay una tribu de pigmeos desconocida viviendo ahí como yo pensaba que podía haber. En resumen, Alan Steadman ha hecho todo lo que mi marido quería acometer algún día y no tuvo oportunidad de hacer. Si Alan no tuviera treinta años más que yo, la piel cuarteada y una fijación por las prendas de tweed, podría considerar la posibilidad de enamorarme de él. Ningún hogar debería carecer de un señor Steadman.

Los niños también se han enamorado de él. Pese a su carácter lacónico, tiene una paciencia infinita y ha pasado horas con ellos instruyéndoles sobre el bienestar de los animales. Me hace sonreír ver a mi débil hija tambaleándose a través del patio bajo el peso de un gran cubo de frutos secos para Pork Chop, con la lengua fuera y cara de concentración. Tom da vueltas por el patio con sus botas de agua detrás de Alan, pisándole los talones y con todo el aspecto de un chico de campo. Da gusto verlo.

Sólo Milly Molly Mandy es inmune a los encantos de Alan. Esta gata no tiene arreglo; esta mañana ha traído pájaros negros descabezados y los ha dejado en el suelo de la cocina con una amplia sonrisa felina para dar énfasis a la gesta. Hace unos meses habría salido corriendo de la habitación, pero ahora me limito a echar mano de la escoba y el recogedor y a dar solemne sepultura en el cubo de basura a la criatura que haya decapitado.

En cierta manera me sienta fatal que Alan haya hecho tanto por la casa cuando todo va a ser en beneficio de los Gerner-Bernard, pero si la UE lo paga (y parecen estar encantados de hacerlo) entonces que así sea. También los Gerner-Bernard pueden beneficiarse.

Me echo para atrás para admirar Helmshill Grange bajo el sol invernal cuando nos metemos en el Land Rover. Todo parece impecable, cosa que me produce una punzada molesta y patética porque hoy me llevo a los niños a Londres para ver pisos en alquiler. Tom y Jessica no dejan en paz a Hamish.

- Te echaremos de menos, Perrito Negrito Garabatito -le susurra mi hija al oído. Juraría que tiene una lágrima en los ojos-. Sé bueno con el tío Alan hasta que volvamos.

Hamish se queda sentado moviendo la cola, la viva imagen de la mascota perfecta. Sigo sin creerme el trasplante de personalidad de este chucho. Miro a Hamish con sospecha y él sacude la cola con mayor energía. Dios, si los niños le echan de menos tanto en un viaje de un día qué va a pasar cuando lo dejemos atrás para siempre.

Tengo una lista de pisos, o apartamentos como ahora los llaman, para mirar esta tarde. No he hablado de nuestra misión de hoy ni a la directora del colegio de Tom y Jessica ni a Guy. La señora Barnsley no lo sabe porque la semana pasada estaba muy entusiasmada contándome lo fabulosamente que se han asentado los niños en la pequeña escuela, que son unos alumnos perfectos y que es una delicia enseñarles. Haber siquiera considerado sacarlos de su centro educativo, dirigido con firmeza, y abandonarlos a su suerte en una escuela pública de Londres capital y no en un elegante colegio privado, dada nuestra limitada situación financiera, me hace sentir como una canalla. Una vez que tenga de nuevo un buen sueldo, quizá pueda permitirme llevarles a una escuela mejor.

No he dicho a Guy que vamos a Londres por una serie de diferentes razones que ni siquiera puedo empezar a afrontar.

Pero quería traerme a los niños conmigo hoy para que puedan acostumbrarse poco a poco a nuestro inminente cambio de vida y espero de veras que lo pasen bien en nuestra salida.

- Dormiremos en casa de la tía Serena -les digo a los niños mientras salimos de Helmshill Grange, que se empeña en seguir resplandeciendo bajo la luz del sol.

- Guau -grita Jessica-. ¡Cómo mola!

Tom, que es mayor y conoce mejor que ella mi plan maestro, no dice nada mientras avanzo por el camino, más tarde de lo que me gustaría para poder coger el tren sin estrés. Quiero que el día marche como un mecanismo de relojería. Quiero que encontremos una casa nueva en Londres que nos guste a todos. Quiero que a mis niños la ciudad les vuelva a impactar y que se den cuenta de que estoy haciendo esto por ellos.

Los niños dicen adiós con la mano frenéticamente a un Hamish que ladra hasta que desaparece de la vista. Y pienso en que muy pronto haremos esto en serio y para siempre.

El sueño de Jeremy
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