Capítulo 89

Guy levanta con ternura al cordero y lo saca del horno. Por el camino se las ha arreglado para conseguir leche maternizada para el pobre bebé.

- Tengo un poco de calostro de uno de los granjeros -me dice Guy y deduzco que es algo bueno-. También he traído glucosa para dársela -desde luego ha llegado a casa cargado de bolsas de plástico.

Ahora saca una botella de vino vacía y le ajusta una tetina de goma.

- Prepara la leche maternizada y ponla aquí.

Hago lo que me piden y minutos después le devuelvo la botella llena. Acurruca al cordero firmemente en su pecho y prueba a darle la leche; el animal diminuto chupa con hambre la tetina.

- Venid vosotros dos -les dice a los niños-. Podéis hacerlo -se acercan voluntariosos y Guy primero le da la botella a Jessica y después a Tom. Tienen los ojos iluminados de alegría mientras el cordero continúa alimentándose impávido.

- Oh, mami -dice Jessica, sujetando con cautela la gran botella con su manita-, cuando sea mayor yo también quiero ser veterinaria.

Maravilloso. Yo siempre había esperado que fuera abogada o astronauta. Ahora me queda esperar con ansiedad una vida llena de olor a pis de animal y en la que mis mejores prendas estén repletas de pelos. Aunque debo decir que el cordero es increíblemente mono. Sólo espero que pase de esta noche. Si la forma en la que bebe la leche es significativa, va a intentar vivir con todas sus fuerzas.

- Mamá, ven a alimentar al cordero -me urge Tom mientras Guy sujeta la botella por mí. Por no ser la aguafiestas, voy y cojo la botella y la deslizo en la boca inquisitiva y hambrienta. El cordero tira con ganas con el cuerpo escuálido moviéndose en los brazos de Guy y por alguna razón tonta los ojos se me llenan de lágrimas.

- Le voy a llamar Stuart Little -dice Jessica con la voz aún llena de asombro- porque es igual que el pequeño Stuart Little.

- Stuart Little es un ratón, estúpida -señala mi hijo servicialmente.

- No llames estúpida a tu hermana -le digo.

- No me importa -Jessica está desafiante: las manos en las caderas, un rictus en la boca-. Desde ahora se llama así.

Justo lo que necesitaba, que bauticemos a los animales que vamos a dejar atrás.

Le devuelvo el cordero y la botella a Guy y disimuladamente me seco las lágrimas con la manga. Después de lavarme bien las manos, empiezo a repartir la comida china que también ha traído Guy. Ha traído además cuatro platos y cubiertos de su casa para que los usemos. A ello se unen dos sacos de dormir, dos edredones dobles y unas almohadas para formar nuestras camas para la noche. Está claro que Guy planea pasar la noche con nosotros y le estoy muy agradecida.

No se ha olvidado de Hamish: a nuestro sabueso le ha traído un bol y comida para perros. Una vez comido, nuestro revoltoso perro está durmiendo profundamente enfrente del horno. Parece la viva imagen del contento con las orejas y las garras moviéndose como locas mientras sin duda se prepara para todo tipo de maldades en sus sueños. Miro al perro y por primera vez siento una oleada de fuerte afecto hacia él, puede que incluso de amor. Ha tardado mucho tiempo, pero Hamish se ha hecho hueco en mi corazón y ahora realmente es uno de la familia. Milly Molly Mandy, contenta de haber sido liberada de su jaulita de viaje, está estirada sobre la tripa y también completamente dormida. Compañeros en el crimen, pienso.

Guy vuelve a colocar al cordero, aumentado y con mejor aspecto, en el horno, mientras nos arrodillamos delante de él con platos repletos de deliciosa comida china.

- Ojalá no hubiera empaquetado todas las botellas de vino -digo.

- Ah -dice Guy-. Olvídalo -baja su plato y alarga el brazo a una bolsa de plástico cerca de la puerta-. Un buen tinto, dos copas y un abridor.

Me río.

- Realmente has pensado en todo.

- Como te tenía aquí una noche más, pensé que podíamos aprovecharnos de ello -intercambiamos una mirada triste y quizá llena de pesar por lo que pudo haber sido.

Él se aparta primero y se entretiene abriendo el vino y sirviéndolo, vertiendo raciones generosas en cada copa. Después me pasa una y choca su copa contra la mía.

Guy se sienta junto a mí, más cerca esta vez. Las mejillas me arden y no sólo por el calor del horno. Parece raro que en una casa tan vacía podamos sentirnos tan a gusto.

- Este vino es muy bueno -digo mientras tomo un sorbo-. Seguro que esta noche voy a dormir -y eso me hace ruborizarme aún más.

- Por Londres -dice.

- Por Londres -repito rotundamente.

El sueño de Jeremy
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