Capítulo 40

Estoy en la misma situación en la que ya he estado dos veces hoy: mesa y silla grandes para el enemigo y una silla pequeña y ni un té para mí.

- ¿Está completamente seguro?

El señor Robert Milton, de Henry, Hilton and Gambon, nuestros abogados durante muchos años, se quita las gafas y se frota los ojos.

- Si Jem hubiera seguido como empleado de la British Televisión Company por supuesto que habrías recibido una enorme suma de dinero. Su seguro de vida era muy generoso.

- Pero como nos fuimos hace, cuánto, un par de meses, ¿me quedo sin nada?

Robert revisa de nuevo sus papeles.

- Me temo que así es.

- Dios mío -agarro los brazos del sillón. Esperaba que hubiera alguna póliza en vigor que nos diera el dinero que tanto necesitamos. Con Jem y yo sin trabajar desde que nos mudamos a Helmshill nuestros ahorros tienden a cero. Pero parece que el seguro de la BTC se interrumpió al mismo tiempo que dejamos de ser empleados suyos y por alguna estúpida razón yo supuse que él aún estaría cubierto por algo. Estaba equivocada, muy equivocada. Sé perfectamente que Jem nunca contrató ningún otro seguro. No sobraba mucho dinero para seguros de vida una vez pagado todo lo demás. Con nosotros dos trabajando a la vez para traer un poco de dinero a casa nos podríamos haber arreglado, pero ahora, conmigo como la única que trae un sueldo, un trabajo a tiempo parcial o un trabajo a salto de mata como freelance no va a ser suficiente ni por asomo.

- Los tiempos de su marido, lamento decirlo, han sido de lo más desafortunados.

- Dígamelo a mí.

- Supongo que, con el tiempo, Jem habría hecho una cláusula más beneficiosa para todos ustedes… -su voz se interrumpe.

Tiempo era justo lo que mi marido no tenía. Al irse, mi marido nos ha dejado a mí y a los niños virtualmente sin nada. Pero me recompongo; eso no es estrictamente cierto, lo que ocurre es que somos ricos en inversiones y pobres en efectivo. Como familia tenemos una fortuna ligada a esa casa, pero ni un duro en el banco. Ahora tengo una piedra de molino colgada del cuello y eso sólo me reafirma en mi decisión de deshacerme de la casa lo antes posible.

- De lo que sí dispone es de una pensión de viudedad, pero me temo que no va a ser suficiente para criar a dos niños.

Me acerca un trozo de papel a través de la mesa y lo cojo y miro las cifras.

- No -digo-, tiene razón. No es suficiente en absoluto.

La única cosa buena que le veo a esto es que no importa que Tom y Jessica no puedan volver al colegio Weston, porque de todas formas no podría permitírmelo,

¿Qué hacer? El dinero que nos van a pasar mensualmente no cubre ni siquiera las crecientes facturas del veterinario de Hamish a día de hoy. Tengo ganas de llorar, pero no lo haré delante de mi abogado. No convertiré a mi marido en el malo de la película. Jem se sentiría mortificado al ver que nos ha dejado en esta situación. Y además, ¿quién cree que hoy puede ser realmente su último día? Seguramente no se le ocurrió pensar en cómo nos las arreglaríamos en Helmshill Grange sin él. Por lo que concierne a Jem, vamos a tener una vida larga y feliz allí juntos. Demonios, ahora sí voy a llorar.

Saco un pañuelo de papel del bolsillo y me sueno.

Mi abogado parece afectado.

- Realmente me gustaría tener buenas noticias para usted, Amy.

Mi única esperanza es vender rápido Helmshill Grange. Entré en una inmobiliaria de camino para aquí, y si no nos movemos rápidamente, en Londres no vamos a poder conseguir ni un piso diminuto. Mi querida hermana, Serena, me lo ha advertido. Opuestamente a lo que ocurre en el resto del país, los precios aquí están subiendo debido a enormes plusvalías urbanas, según parece.

- Si hay algo que pueda hacer para ayudarte… -dice, mientras consulta el reloj.

Mi tiempo se ha acabado y sin duda, ya no puedo permitirme las facturas de Robert, cosa que él sabe muy bien.

Me levanto y sorbo las lágrimas por última vez.

- Nos las arreglaremos -digo. No sé cómo, pero es la promesa que les hago a mis niños. Sea como sea, encontraré la manera y nos las arreglaremos.

El sueño de Jeremy
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