Capítulo 22

Parece que Serena tampoco podía dormir anoche, así que condujo hasta aquí a una hora intempestiva y ahora su reluciente Porsche negro está aparcado de forma incongruente junto al viejo Land Rover oxidado en el sendero de entrada. Me está agobiando como sólo las hermanas mayores pueden hacerlo: me está obligando a comerme un huevo duro, por más que mi estómago lo rechaza con ganas.

- Tienes que comer algo -dice Serena enérgicamente-. No puedes enfrentarte a todo esto con el estómago vacío.

- No puedo enfrentarme a esto ni con comida ni sin ella.

Afuera cae la lluvia, azotando las ventanas y el suelo. El cielo está oscuro y lúgubre y se diría que hay mucha más lluvia en camino. El invierno ha llegado de repente con afán de venganza. Debería hacer algo con los animales pero no soy capaz de forzarme a pensar qué. No sé si los pollos están dentro o fuera del gallinero y, lo que es peor, no me importa.

Se acerca mi hermana y me pone el brazo sobre los hombros.

- Puedes hacer frente a esto. Tienes que ser fuerte por los niños. Te ayudaré con todo.

Tom y Jessica no han hecho ni un ruido esta mañana y no he pensado en despertarles. Probablemente sea mejor que duerman mientras puedan. En breve haré que Serena llame a la señora Barnsley y le cuente lo que ha ocurrido.

- ¿Volverás a Londres?

- Esto era el sueño de Jeremy para nosotros -digo.

- No era tu sueño -me recuerda-; ahora tienes que hacer lo que sea mejor para ti y para los niños -se sienta en la silla junto a la mía y se sirve otro café-. Deberías volver a casa; necesitas tener cerca a la familia. Sólo quedamos dos, hermana. Tenemos que permanecer unidas. Múdate cerca de mi casa para que yo te pueda ayudar con Tom y Jessica -Serena vive en un piso lujoso en la zona de los muelles y trabaja de siete a diez de la noche. Mi hermana observa la cocina de aspecto ruinoso.

- No puedes quedarte aquí. Es demasiado trabajo para una sola persona.

- Tienes razón -coincido, pensando de nuevo en los pollos, las ovejas y las dos nuevas cabras que están esperando mis cuidados. Parece que todo tardara el doble de tiempo. Las responsabilidades de aquí son demasiado abrumadoras. Si apenas fui capaz de vestirme esta mañana, ¿cómo puedo volverme de repente responsable de dos docenas de seres vivos?; seres de los que no sé nada. Serena tiene razón: no podemos quedarnos aquí.

- En cuanto pase el funeral pondré a la venta la casa. Deberíamos buscar algún sitio de nuevo en Notting Hill para que los niños vuelvan a su antigua escuela.

Serena me da un golpecito en la mano.

- Creo que ésa sería una decisión sensata.

- Quizá pueda recuperar mi antiguo trabajo o alguno parecido -la idea arroja un poco de luz en medio del oscuro panorama. Estoy segura de que la BTC entenderá la situación.

Hamish viene hasta mí, sacudiendo la cola y con la correa en la boca.

- Ahora no -le digo, y deja caer la correa al suelo con una expresión triste.

Me siento culpable por no haberle dado de comer todavía, así que voy a la alacena del lavadero donde guardamos la comida para perros y le preparo un bol variado. Se lo zampa agradecido, arrastrando el bol por el suelo y decorando la pared con trozos masticados de galletas, briznas de carne y babas.

- Tienes unos modales repugnantes en la mesa, perro.

Me ladra y escupe comida por la habitación. Una de mis primeras tareas cuando tenga fuerza para ello va a ser llevar a este maldito animal a la perrera de la que vino. No puedo manejarlo y ahora mismo apenas puedo soportar mirarlo porque él estaba aquí cuando mi marido se murió y yo no estaba. Para empezar, fue culpa del perro que yo tuviera que ir a Scarsby. Y además, si no le hubiera olido el trasero a Maya quizá ella tampoco nos habría dejado. Si no se hubiera comido toda nuestra ropa interior, yo no habría tenido ninguna necesidad de ir a la ciudad. Podría haber dejado a Maya en la estación y haber regresado directamente. Si hubiera hecho eso quizá podría haberle salvado la vida a mi marido, en lugar de que ésta se le fuera escapando poco a poco mientras estaba solo.

- Vas a estar bien -Serena me dice cuando regreso a la cocina.

- Sí -digo, desanimada. La gente se las arregla; la vida continúa y además hay personas que dependen de mí. Si no fuera por los niños, estoy segura de que sólo querría tirarme al suelo y morirme. Siento una punzada de culpa: ahora no puedo desentenderme de las responsabilidades de Jem-. Más vale que vaya a dar de comer a los pollos y demás.

- ¿Necesitas ayuda? -mi hermana parece horrorizada ante la idea; de hecho, su expresión es exactamente igual que la mía.

- No -le aseguro-. Puedo arreglármelas.

Y poniéndome mi nuevo chubasquero y mis botas de agua, salgo al diluvio.

El sueño de Jeremy
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