Capítulo 13

Cruzamos la pradera hacia Helmshill Grange y la vista de su deteriorada parte exterior le quita aún más brío a mi paso. En el camino de entrada hay un Range Rover nuevo y reluciente que no reconozco.

Entonces oigo un balido bastante cerca de mi casa y mi paso desmadejado se detiene. Sé exactamente lo que significa ese ruido: tenemos ovejas. Pese a mi esperanza de que Jem cambiase de opinión y se mantuviera lo bastante ocupado cuidando de los pollos ciegos como para no tener tiempo de considerar otro tipo de ganado, parece que las ovejas se han acomodado en mi jardín.

- Id a saludar a Maya -les digo a los niños, dándoles un empujoncito en dirección a la casa-. Ha hecho bollos -al menos eso espero. Cuando por fin tuve la presencia de ánimo suficiente como para arriesgarme con el horno de hierro, nos costó días calentar el trasto y ahora la cocina está tan caliente como el infierno.

Me encamino hacia las ovejas. Sólo hay tres, pero parecen más que de sobra.

- Hola, cariño -Jem me besa distraídamente en la mejilla-. Este es el veterinario.

- Hola -dice el veterinario-. Soy Guy Burton.

- Hola -le estrecho la mano. El veterinario es muy guapo, tengo que decirlo. Conocemos a pocos de nuestros vecinos, pero la mayoría son ancianos, achacosos y antipáticos. Guy Burton definitivamente no encaja en esa categoría.

El veterinario es más rubio que Jem, más alto y más robusto. Tiene los ojos marrones y expresivos y llenos de experiencia y la cara morena y castigada por el viento. ¿Qué edad tendrá? ¿La mía (treinta y ocho), o será un poco más joven? Tiene un asomo de la típica barba de dos días estudiada, pero probablemente la suya no sea estudiada sino simplemente producto de que hoy no se ha afeitado. No parece la clase de hombre que pase mucho tiempo frente al espejo del baño. Aun así, apuesto a que triunfa entre las chicas solteras de Helmshill, si es que hay alguna. Su acento no parece de aquí, y me pregunto qué estará haciendo alguien como Guy Burton en un sitio como éste, aparte de ver nuestro ganado, naturalmente. Humm. Si no fuera una mujer felizmente casada es probable que Guy me llamase la atención. Me pregunto si estará comprometido. Quizá podría organizarle una cita con Serena, porque ya va siendo hora de que mi hermana salga con alguien que no sea un abogado casado.

- Bienvenida a Helmshill -dice interrumpiendo mis pensamientos casamenteros.

- Gracias.

- Espero que sean felices aquí.

Lo deseas tú y lo deseo yo, pienso. Entonces señalo a uno de los pollos zarrapastrosos que en este momento está caminando en círculos, picoteando ciegamente el suelo.

- ¿Sobrevivirán?

- A ése le he bautizado Christopher -me cuenta mi marido con orgullo amoroso, comentario que me deja con la boca abierta.

- Los tenían viviendo en muy malas condiciones, entre basura -dice Guy sacudiendo la cabeza-. Se lo hemos dicho un montón de veces, pero ese granjero no hace caso. El amoniaco de sus propios desechos deja ciegos a los pollos. Menos mal que le han quitado a éstos de sus manos.

Jem no dice nada sobre la gran cantidad de estampitas con la imagen de la reina Isabel que han cambiado de manos.

- Con mucho amor y los antibióticos adecuados -dice el veterinario- muy pronto estarán bien.

- ¿Cuánto antibiótico necesitan? -esto suena caro.

- A diario -responde Guy.

- ¿Tiene que venir todos los días?

- No -se ríe-. Se lo echarán ustedes. Son sólo unas gotas en los ojos. Nada de lo que preocuparse.

- ¡Oh! -Jem tendrá que ponerles gotas en los ojos.

- Y habrá que enseñarles el sitio de la comida y habrá que subirles a la percha hasta que aprendan a hacerlo por sí mismos.

- Si uno compra pollos sanos, lo más seguro es que hagan todo eso por sí mismos.

- Así es -confirma Guy, momento en el que miro a Jem-. Tardarán un par de meses, o quizá un poco más. Eso es todo. Aliméntenlos bien y enseguida serán capaces de colocarse en su sitio.

- ¿Qué pasa con las ovejas?

- Tienen tres estupendas viejas damas -dice el veterinario.

A Jem se le ha puesto cara de cordero, esa expresión tímida, y lo digo sin segundas.

- ¿Viejas damas? ¿Eso es bueno o malo?

- Iban a sacrificarlas -comenta mi marido-. ¿Las ves?

Las veo. Están de pie en una fila, devolviéndome la mirada directamente. Parecen tres señoras ancianas; lo único que les falta son los sombreros de fieltro y los bolsos. No sólo tenemos pollos ciegos, sino también ovejas menopáusicas.

- ¿Cómo iba a dejar que eso ocurriera? -pregunta Jem.

Ha hablado como un verdadero animal de ciudad.

- Decidí que cuidaríamos de ellas también -continúa-. El granjero me dijo que tenían un poco de mastitis gangrenante…, ¿o era cistitis?; alguna «itis» -a mi marido le traen sin cuidado los tecnicismos-. Me aseguró que no era contagioso.

- Mastitis gangrenante -confirma el veterinario-. Significa únicamente que la madre no puede alimentar a la cría. No creo que deban preocuparse mucho por eso con estas tres. No son muy buenas para criar en todo caso -Guy Burton se dirige a mí, pensando claramente que soy la más racional del matrimonio-. Demasiado viejas.

Sé cómo se sienten.

- ¿Así que tampoco podemos comérnoslas?

- Serán buenas mascotas -aventura Jem-. Tres adorables viejas damas.

Apuesto a que ya tiene nombre para ellas.

- Tengo que irme -dice Guy-. La visita la paga la casa. Sólo les cobraré las medicinas. Les mandaré la factura directamente -saca cajas y cajas de colirio para pollos. Tras ver el estado de estos animales, seguramente se irá a pagar la entrada de un nuevo Porsche-. Estoy seguro de que volveremos a vernos.

Yo también estoy segura de que nos veremos a menudo, si Jem continúa trayendo a casa animales destrozados y sin probabilidades de recuperarse. ¿Quién se cree que es? ¿Bridgite Bardot?

Vemos a Guy Burton encaminarse hacia su Range Rover, trepar hasta él y salir dando marcha atrás de nuestro sendero de entrada.

- Parece una buena persona -dice Jem-, y capaz. La clase de persona con la que puedes contar en tiempos difíciles.

- Sí -coincido.

- Me ha dado unos consejos estupendos sobre la cría de pollos.

Me pregunto si nuestro veterinario lee a Audrey Fanshawe en la cama. No sé por qué, pero me da que no.

- ¿Es todo? ¿No hay una cabra de tres patas de la que te hayas olvidado? Creo que no podría hacer frente a más sorpresas.

- ¡Ah! -dice Jem.

Y con una sincronización perfecta para una comedia, los niños salen gritando de la cocina.

- Mamá -Jessica grita encantada-. Tenemos un gatito.

- Y un perro -añade Tom.

Detrás de ellos un perro grande, marrón y negro camina torpemente hacia mí. La lengua le cuelga hasta el suelo y hay dos rastros de baba volando en el remolino que está creando; parece estar completamente loco. Odio a los perros, porque huelen mal y dejan pelos por todas partes. Le sigue un gato, o mejor dicho una gata, que mordisquea la gravilla. Es negra y brillante y parece más mala que un demonio. También odio a los gatos. Tienen traseros que parecen sacapuntas e intentan comerse a los niños mientras duermen en sus cochecitos.

El perro se lanza contra mis piernas como si él fuera una bola y yo los bolos y casi consigue un pleno.

- Éste es Hamish -dice mi marido, mientras coge al perro antes de que cause daños mayores y le golpea las orejas. Esto hace que el perro se lance a un frenético sacudir y que lance montañas de baba volando directamente a mis preciosos pantalones de vestir.

Miro a mi marido y los ojos se me llenan de lágrimas.

- ¡Jeremy!, ¿qué has hecho? -digo-. ¿Qué narices has hecho?

El sueño de Jeremy
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