Capítulo 63
- He vendido la casa -le digo a Guy.
Asiente lentamente con la cabeza
- Es lo que querías.
- Sí.
El veterinario ha traído a Hamish de vuelta hace cinco minutos aproximadamente y el perro se las está viendo con una de las sillas de la cocina.
- ¡Hamish! -grito-, deja de intentar tener conocimiento carnal con los muebles -el perro me ignora completamente. Suspiro para nadie en concreto.
Los niños, contrariamente a mí, están encantados de volver a ver al chucho. Jessica le ha hecho a Hamish un collar de cuentas rosa que está llevando con orgullo y además lleva una fila de horquillas del mismo color en las orejas que no le gusta tanto pero que por ahora tolera. Tom ya le ha pasado tres galletas de chocolate y cree que no me he dado cuenta. Se me revuelve el estómago. Sentirán tener que dejarle atrás.
Les doy a Guy y a mi hermana una copa de vino a cada uno, la de Serena no muy llena porque esta noche tiene que conducir hasta Londres.
- También me han ofrecido un trabajo -el alivio que siento por ello casi compensa mi sentimiento de culpa. Bueno, no tanto.
- Me alegro por ti -dice Guy, pero no parece alegre.
- Gracias a Dios este sitio ya no es tuyo y vas a recibir dinero… -dice Serena mientras levanta su copa en el aire-. ¡Por la vuelta a la civilización!
Veo cómo a Guy se le nubla la expresión. No se suma al desconsiderado brindis de mi hermana. A algunas personas les gusta este lugar y no querrían estar en ningún otro. Choca su copa contra la mía:
- Por la civilización -repito en voz baja.
- Yo no quiero cilivización -dice Jessica con su voz aguda.
- Civilización -corrijo.
- No la quiero -repite, impertérrita-. Quiero quedarme aquí.
- Yo también -añade Tom, cuando nadie le ha preguntado siquiera.
¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo voy a convencer a los niños para que quieran irse a Londres cuando he pasado los primeros meses que estuvieron en Helsmhill convenciéndoles de que lo que realmente querían no era estar en Londres, sino aquí? Todo esto me da dolor de cabeza y necesitaré algo más que un tinto del montón para quitármelo.
- Mamá tiene un trabajo allí. ¿No estáis contentos de eso? Ahora podréis hacer todo lo que queráis y podremos ver más a la tía Serena.
- No nos dejará ganar en Operación -observa mi hija, dicho lo cual suelta un suspiro exagerado que interpreto como el fin de la conversación.
En el horno de hierro se está guisando el asado de la cena y suelta unos aromas deliciosos por la cocina, cosa que interpreto como una buena señal. Antes de irme de aquí quiero cocinar al menos una cena decente en este trasto rojizo. Todo lo que he intentado ha salido crudo, quemado o con dos días de retraso. Tenemos una pierna de cordero y espero que Daphne, Doris y Delila no detecten el aroma de un congénere asándose a fuego lento.
- La pareja que ha comprado la casa parece maja -le digo a Guy alegremente.
- ¿Gente de fin de semana?
- Sí -digo sintiéndome culpable de que Helmshill Grange vaya a estar vacío la mayor parte del tiempo. El agente de la inmobiliaria dijo que los precios están dejando fuera del mercado a muchos vecinos de la zona y que muchas casas se están vendiendo como residencia de verano. También eso me hace sentir mal-. Pero creo que vendrán regularmente -añado-, ya que el sitio les gustó mucho.
Guy no parece convencido.
- Entonces, ¿no se van a quedar con los animales?
- No -admito. Creo que planean pasar los fines de semana con los pies en alto y con un par de botellas de vino Shiraz y no, desde luego, limpiando gallineros ni quitando mierda de oveja con una pala.
- Intentaré buscarles un nuevo hogar -dice Guy.
- Gracias. Muchas gracias.
- No será fácil -musita antes de volver a su vino-. Lo he arreglado para que alguien venga mañana a ayudarte. Se llama Alan Steadman. Ha vivido toda su vida en Scarsby, en una de las casas-granja. Solía trabajar para Brindle antes de jubilarse.
- Te lo agradezco de veras, Guy -abro el horno y me aseguro de que mi asado estará listo antes de media noche. Mmm, qué buena pinta-. ¿Y lo cubre la subvención de la UE?
- Sí -dice.
- Estoy alucinada. No es que me queje -me quejo-, pero ya va siendo hora de que este maldito gobierno me dé algo.
- Alan es un buen hombre. Te ayudará mucho. Dale una lista con las tareas que, quieres que haga.
- Es una verdadera lástima que nos vayamos a ir ahora.
- Eso mismo pienso yo.
Le pongo a Guy la mano sobre el hombro. Su suéter resulta suave, caliente y muy agradable bajo mi mano. Rápidamente retiro los dedos.
- Haces demasiado por nosotros.
- Es un placer -dice-. De todas formas, completar la venta de la casa llevará un tiempo. Alan estará encantado de cuidar a los animales hasta que os vayáis.
- Si Alan está aquí puede que los Gerner-Bernard quieran quedarse con los animales -ninguno de nosotros parece convencido de ello, pero creo que aún lo espero.
Me muero de ganas de preguntarle a Guy por la misteriosa mujer con aspecto de estrella de cine con quien ha pasado el fin de semana, pero no puedo. Ni siquiera me siento en terreno lo bastante seguro para bromear sobre ello con él, y él por su parte no suelta prenda. Ni siquiera ha mencionado que nos dejó plantadas en el baile del salón del pueblo.
Hamish, posiblemente aburrido por la falta de respuesta romántica por parte de su silla, viene a tenderse a los pies de Guy. Resopla, jadea, resuella y finalmente se arrellana. Jessica se acerca por el lateral, se apoya disimuladamente sobre la silla de Guy y después, tras una serie de movimientos sutiles consigue sentársele sobre las rodillas.
- Es estupendo teneros a ti y a Hamish aquí -le dice a Guy; y después a mí-: ¿A que sí, mamá?
- Sí.
Él me sonríe tímidamente por encima de la cabeza de mi hija. Un observador externo vería esto como una escena doméstica perfecta. Nadie sospecharía el tumulto y el dolor de corazón que se extiende bajo la superficie.
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