Capítulo 86

Ha transcurrido apenas un mes después de Navidad y ya he empaquetado todo y estoy lista para partir. He cogido al toro por los cuernos, ya que aunque todavía no he intercambiado los contratos de la casa con los Gerner-Bernard, no puedo demorar la mudanza por más tiempo. Quiero disponer de unas semanas para organizarme antes de regresar a la BTC. Los niños ya han perdido un par de semanas del nuevo trimestre en Queensway y quiero que se asienten en su nuevo colegio lo antes posible. Estoy segura de que todo irá bien con la venta. Hemos hecho la escritura y el abogado dice que todo se está desarrollando muy bien y que los Gerner-Bernard han mandado un montón de obreros para ver la casa que van a demoler para después remodelarla.

La furgoneta de mudanzas ya está en el sendero y dos jóvenes complacientes, Paul y Daniel, están cargando las posesiones de mi vida para transportarlas a nuestro nuevo agujero en Londres. Esto no es estrictamente verdad, ya que parte de los muebles va directamente a un guardamuebles porque falta mucho espacio en el nuevo piso para toda esta basura que hemos acumulado a lo largo de los años. Algunas de las cajas ni siquiera las he abierto desde que nos mudamos a Helmshill Grangehace todos estos meses. Si las llevo al guardamuebles significa que puedo acceder a las cajas de dos en dos y librarme de cualquier cosa que ahora no resulte necesaria, o en todo caso ésa es la teoría.

Todavía hay montones de cosas de Jem que no he sido capaz de revisar. Tengo todavía toda su ropa, su equipamiento deportivo, incluso la raqueta de squash que no se ha usado nunca aunque siempre estaba a punto de ponerse con él, su colección de memorabilia de Queen y un montón de biografías llenas de polvo que todavía no he leído y que probablemente nunca lo haga. Supongo que ahora tampoco voy a necesitar el excelente volumen La cría de pollos de Audrey Fanshawe. Y aunque parece estúpido llevármelo todo conmigo eso es exactamente lo que estoy haciendo.

No es un día luminoso y soleado el de nuestra partida de Helmshill. El viento golpea con fuerza, unas nubes tristes cuelgan bajas sobre los páramos e incluso el cielo parece deprimido. Yo estaba levantada y en marcha antes de que los niños se despertaran esta mañana y fui a visitar la tumba de Jem. He puesto una nueva corona de ramitas entrelazadas con bellotas que he comprado en Scarsby porque sé que durará un tiempo. Me duele pensar que quizá no vengamos aquí en unas cuantas semanas. ¿Quién cuidará a Jem mientras estamos fuera? Estoy empezando a darme cuenta de la magnitud de todo lo que vamos a dejar atrás.

Me quedo de pie ahí durante siglos, pero simplemente no sé qué decir, así que voy a casa y recolecto mis huevos de gallina por última vez, empaquetándolos en cajas de poliestireno listas para llevarlas con nosotros en el coche. Sólo espero que el oxidado y viejo Land Rover aguante bien el viaje por la autopista y me doy cuenta de que la primera cosa que tengo que hacer cuando esté en Londres es deshacerme de él y comprar algo más apropiado para conducir por la ciudad y menos cubierto de boñiga de vaca.

Tengo que empezar mi trabajo nuevo en el programa de arte a mediados de febrero. De este modo dispondremos de un par de semanas para instalarnos antes de que yo tenga que regresar al despiadado mundo laboral. Gavin Morrison se está mostrando muy elusivo ya que está atado a causa de la ola de despidos que pende sobre el mundo de los medios de comunicación en este momento. No he recibido mi contrato de trabajo todavía, pese a haber estado dando la lata al departamento de Recursos Humanos dos veces por semana. Pero recuerdo lo ineficaces que eran cuando trabajaba allí, con tres mujeres tratando de hacer el trabajo de diez. Además, sé que ahora mismo están sepultados bajo el trabajo extra: probablemente demasiado ocupados despidiendo para pensar en contratar. Estoy tan agradecida de que me contraten cuando se están deshaciendo de tanta gente. Si no fuera por el atractivo de este trabajo, habría reconsiderado lo de volver a Londres.

Por un parte desearía que hubiera otra solución, pero sé que no me puedo quedar aquí, así que simplemente tenemos que seguir adelante con esto. Ahora estoy de pie viendo a los chavales cargar la última de las cajas y sigo teniendo náuseas. Me pongo la chaqueta, pero no consigue quitarme el frío.

Los niños están ayudando con el empaquetado y Jessica llora en silencio. Lo que hace que me sienta una miserable. Hamish está atado en el árbol más cercano al patio con una cuerda fuerte. Está ladrando como un loco. Aparte del soporte tipo Frankestein en la pierna de atrás que sigue intentando morder, nuestro perro demente no parece afectado por su difícil situación. Desafortunadamente, haber estado a punto de morir no parece haberle calmado. Pensé que podría haberle dado un poco de sensatez, pero no habido tanta suerte. Cómo narices vamos a arreglárnoslas para llevarlo hasta Londres sin desastres es algo que me supera. Y qué vamos a hacer con él una vez allí es una cuestión completamente distinta. Con su fractura, debe limitarse a hacer cortos paseos con correa, y se supone que tendría que mantenerse tranquilo, cosa muy poco probable. Guy ha prometido pasarse y darme un sedante para él antes de que nos vayamos. Podría tomar uno yo misma. Pero es realmente genial que Guy vaya a venir porque al menos me da la oportunidad de decirle adiós, algo que no estoy deseando precisamente.

El veterinario y yo no hemos conseguido estar juntos a solas desde el día de Navidad. Tampoco ha mencionado lo que me dijo y me pregunto si se arrepiente y si todo se debió a una mezcla embriagadora de la intensa emoción del día con la charla alcohólica, siempre una mezcla letal en mi opinión. Los dos hemos estado muy ocupados, yo con la preparación de las cajas y Guy llevando adelante la clínica él solo, ya que su compañero Stephen tiene gripe. Creo que en cierta manera nos estamos evitando.

- Casi terminado, jefa -me dice Daniel y me arranca de mi ensoñación.

- De acuerdo, gracias -tenemos que ponernos en marcha pronto, lo sé. A este paso, cuando lleguemos a Londres será de noche.

Milly Molly Mandy, que también viene a Londres con nosotros, ha sido capturada y está en una jaula de viaje esperando su destino, siseando con enfado por el trato indigno que se le da. Seguro que la diezmada población de roedores de Helmshill está dando un suspiro colectivo de alivio ante la inminente partida de nuestro gato. No estoy segura de tener el valor de ir a ver a los otros animales que vamos a dejar aquí. Los pollos que curé son un asunto particularmente doloroso. Los ojos se me llenan de lágrimas cada vez que oso pensar en ellos. Fluffy también está demostrando tener facilidad para hacernos llorar. ¿Quién habría pensado que este espinoso y pequeño erizo podría labrarse su camino a través de nuestros corazones? Le ha dado por seguir a Jessica por la casa como una sombra y dormir ovillado bajo su cama sobre un pijama viejo. Desgraciadamente, Fluffy se tiene que quedar aquí también, porque ¿cómo podrías tener un erizo de mascota en Londres? Imposible. En ese momento veo que mi hija ha trepado la verja y está escudriñando el corral donde las ovejas y Pork Chop están ya recogidos y pienso que debería unirme a ella para una última ronda de despedida a unos animales que, de algún modo, se han convertido en parte integral de nuestras vidas aunque nunca quise a ninguno de ellos.

Jessica está de pie sobre el segundo travesaño de la verja, y se está agachando para dar de comer a Pork Chop unas semillas del cubo que hemos dejado a mano para él. El cerdo tripón vietnamita se ha adaptado bien y también se ha labrado el afecto de mis niños y tengo que admitir que a mí también me gusta. Es un pequeño ser amistoso y cortés y espero que Guy pueda encontrarle un buen hogar. Lo mismo digo respecto al resto de nuestros animales. Delila está ahora tan gorda como una casa y tiene que dar a luz según Alan en cualquier momento e imagino que él tiene que saber de estas cosas. Daphne y Doris están ahí fuera solas mientras Delila está echando una siesta de media mañana en el establo.

Alan Steadman está aquí, haciendo cosas por el patio. Él también ha estado evitándome cuidadosamente desde navidades, aunque con Alan es difícil saber. Creo que vernos marchar le va a costar más de lo que está dispuesto a admitir y que no quiere ninguna conversación con carga emocional ni ninguna escena histérica. Los niños le tienen mucho cariño y ahora él también se ha terminado uniendo mucho a ellos a su adusta y poco expresiva manera. Ha aceptado quedarse hasta que los animales se vayan y los Gerner-Bernard se hayan mudado a la granja. Intento no pensar en ello porque las lágrimas me inundarían los ojos y no quiero que eso pase; hoy no.

Me acerco en silencio a Jessica y le deslizo el brazo sobre los hombros.

- ¿Estás bien, cariño?

Sacude la cabeza.

- ¿Por qué no podemos quedarnos Tom y yo aquí con tío Alan y tú irte a Londres para trabajar y mandarnos dinero?

Mi hija lo dice como si fuera una propuesta tan razonable que me pregunto por qué no lo habré considerado yo misma.

- Pero mamá os echaría de menos muchísimo a los dos, cielo.

- Yo también te echaría de menos -dice, impertérrita-, pero podrías venir a casa los fines de semana. Hamish prefiere este lugar -justo a tiempo, el perro ladró su aquiescencia. Nunca trabajes con animales o niños, dicen. Ahora veo por qué.

Tom está trepando por las ramas de un árbol hasta una altura tal que da miedo.

- Tenemos que irnos enseguida -le grito.

- Estoy trepando a un árbol por última vez -me contesta a gritos- porque no podré hacerlo nunca más.

- En Londres hay árboles -no muchos en la parte en la que vivimos, he de admitir.

- Sí -dice-, pero allí no me dejarás subirme a ellos.

Suspiro; probablemente tiene razón. En la ciudad nunca tendrán la libertad de la que han disfrutado aquí.

En ese momento Alan atraviesa el patio, a una velocidad muy rápida para ser él.

Delila está empezando a parir -nos dice, señalando con el pulgar el establo grande.

- Guau -grita Jessica-, ¡un bebé! -y corre hacia las ovejas.

Tom baja del árbol atropelladamente, destrozando las rodillas del pantalón en su descenso y chillando:

- ¡Esperadme! -también él corre hacia el establo.

- ¿Viene, señora Amy?

- Sí -digo-. Voy -y pese a un estremecimiento de excitación, esto es lo que me faltaba. Esto, de entre todas las cosas, es lo que me faltaba.

El sueño de Jeremy
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